Hacienda de Solís, en Temascalcingo, Estado de México

Esta es otra de las haciendas a las que llegué recientemente al ir siguiendo la Ruta de la Libertad que marcó Hidalgo, misma que, desde el punto de vista turístico en la actualidad es una magnífica opción para adentrarnos a lo que es la otra parte del país en época de vacaciones y no solo enfocarlas a un destino de playa, además, siendo realistas, se están previendo una cantidad de más huracanes y más potentes, así que, para que arriesgar la preciada semana de vacaciones si puedes recorrer la Ruta de Hidalgo y si algo incluye ésta, son Haciendas.

Solís se ubica en el Valle de Temascalcingo, por donde pasa el río Lerma cuando baja de valle de Toluca, lugar en donde nace a una altura superior a los 2500 metros, al entrar en el valle de Temascalcingo se ve claramente como desciende, cruza el valle, justamente por un lado de la Hacienda de Solís y entra a Contepec, no muy lejos de allí ya en territorio de Guanajuato, sus aguas son contenidas en la presa de Solís. ¿Habrá alguna relación entre uno y otro lugar o es mera coincidencia? Eso nos lo dejamos de tarea para una próxima visita a la zona.

Ese valle tiene una belleza fuerte, rodeado de altas montañas y de pronto aparecen tres o cuatro especies de cués, cerritos de forma cónica que están totalmente poblados, es bastante peculiar y notorio ver como de pronto, en la planicie del valle surgen estos cerritos, montículos, yo les llamaría cués. Todo está sembrado, no hay tierras holgazaneando. Y así, a unos veinte minutos de Temascalcingo, lugar de nacimiento del pintor José María Velasco, encontramos la ex Hacienda de Solís.

Magnífica sorpresa nos llevamos. Luego de entrar a una y otra y otra más de las numerosísimas haciendas que hay en México, encontramos una que está más que dignificada, totalmente rescatada y funcionando en la noble tarea de la enseñanza, pues allí es uno de los centros de educación agropecuaria que el gobierno del Estado de México ha instalado, ese centro se llama Adolfo López Mateos y como buena coincidencia nos encontramos allí una Cabeza de Águila, de esas que mandara colocar, precisamente, don Adolfo en 1960.

Esta visita me creó una muy positiva imagen y, sobre todo una idea bien apegada a la que seguramente fue la realidad de la Hacienda de Solís en sus mejores momentos, pues los corrales están en funcionamiento, limpios, ordenados, sin paredes derruidas, sin construcciones deteniéndose de las paredes de las trojes, en fin, encontré una hacienda funcionando al igual que en el siglo XIX, claro es que con los avances de la época en que vivimos.

Me sorprende caminar debajo de los grandes corredores, con magníficos y sencillos arcos, con jardines bien cuidados, con plantas floreciendo y en la fuente ver sentados a varios estudiantes que atienden su bachillerato. Ver como secciones de la hacienda ahora funge como comedor para los estudiantes y como la cocina sigue, tal cual fue colocada hace una buena cantidad de años, preparando comida, esta vez no para los acapillados, sino para los estudiantes.

Esta es la primera vez que puedo salir del patio central. Como casi todas las haciendas visitadas están abandonadas y en ruinas las caballerizas, zahúrdas, el patio de maniobras, las eras, en fin en otros lugares se conforman de piedras y tierra amontonada, aquí vemos las calles originales, empedradas, por donde transitaron carretas y nos conducen a lo que esta escuela mantiene como área para el ganado… el olor, ese olor bendito, la verdad sea dicha, a corrales (no los de puercos, que conste) me transporta.

Ver las paredes completas, las ventanas y puertas en su lugar, ni robadas ni apedreadas, ver una hacienda sólida, así como se planeó, para que durara toda la vida, me llena de gusto. No hay que usar mucho la imaginación, pasear por aquí nos da una idea exacta, bien clara de cómo funcionaban las haciendas en esa época.

Claro es que debemos, dentro del realismo, entender que los peones vivían en condiciones pésimas, que había tiendas de raya, que seguramente había mucho lodo, pero bueno… cuando vamos a las zonas arqueológicas no imaginamos todo batido de sangre luego de los sacrificios, mucho menos imaginamos las cabezas rodar por los escalones… así igual aquí, yo me sentí como un chinaco, con esos pantalones curiosos como “acampanados” tan característicos de los hacendados de la mitad del XIX…

Si tienes la suerte de pasar por aquí, pide permiso en la dirección para recorrer el lugar, recuerda que es una escuela, así que está sujeta a dos horarios, además es internado. En la tiendita encontrarás quesadillas, entre otras cosas. Fíjate bien al entrar, allí tienen una piedra que fue del molino, está en uno de los jardines y lo verás desde que llegas, la capilla de considerable amplitud, dedicada a San Miguel Arcángel, según se puede ver su imagen en lo alto del altar Mayor.

Mañana iremos a ver otra parte de la hacienda, era enorme, esto que vemos es el casco central, la Casa Grande, los potreros, gallineros, quizá hubo alguna huerta en donde son ahora las casas para alojar a los estudiantes, cruzando la que ahora es la calle principal del pueblo encontraremos las trojes, para allá iremos mañana… si Dios, como se dice en los ranchos.