Son muchas las imágenes que he visto en libros publicados en el siglo XIX, que incluían escenas del interior de algún templo. Creo que todas esas imágenes corresponden a templos de la Ciudad de México y en ellas se muestran dos cosas, una, que no había bancas al frente, o de plano no las había en los templos, la otra que los candiles estaban cubiertos, no sé la razón por la cual se cubrían, puedo imaginar que para protegerlos del polvo, en caso de que tuvieran esas "lágrimas", o para evitar que las velas caigan. Incluso he pensado que para evitar que goteé la cera, pero eso no tiene lógica alguna ya que si encendieran las velas se quemarían esos lienzos... así, pues, no acabo de entender la función que tenían. Tú que esto lees ¿sabes la razón?
miércoles, 29 de julio de 2020
sábado, 18 de julio de 2020
Las puertas azules de la cuarentena
En estos días de confinamiento, al ver documentales, películas o noticieros, aparecen, sin que les ande buscando, puertas azules. Es de ahí de donde comparto esta vez, las imágenes donde aparecen estos elementos. También, al finalizar el año 2019, pedí a quienes ven El Bable, que me enviaran fotos de las puertas azules que tuvieran, una de ellas es esta, en Saltillo, Coahuila.
Si el tema no lo conoces, te cuento que hace casi tres años comencé a averiguar la razón por la cual las puertas se pintaban de azul, especialmente en las zonas rurales de México y fui dando con que la práctica no era exclusiva de México, sino que nos viene de Europa, el Medio Oriente y el norte de África. La razón del color tiene varias interpretaciones, hay quien dice que es debido a que ahuyenta a las moscas, hay quien dice que es una manera de identificar ciertas creencias o pertenencias religiosas, pero más bien la razón la encontramos en la química, pues el azul es el color que se produce cuando aplicamos ciertos elementos para proteger la madera de la intemperie, el óxido de zinc... y hace más de un siglo no existía ni Sherwin Willimas ni Comex... así que las pinturas no eran tal, eran más bien capas protectoras que se aplicaban y que producían ese azul "egipcio".
Villa Morelos, Michoacán.
Esto, que si bien no es azul, sino verde, es en la Colonia Guerrero de la ciudad de México, el verde era característico en las zonas urbanas, en aquellos tiempos, siglo XIX.
Villa Morelos, Michoacán.
Esta es una estación de tren abandonada, en un rubo del noroeste de Argentina.
Villa Morelos, Michoacán.
En la Colonia Guerrero de CDMX.
Holbox, Quintana Roo.
Una más de la CDMX, por el rumbo de Santa María la Redonda.
Los Ángeles, California.
En la isla Mauricio, del océano Índico.
Querétaro, Querétaro.
En algún lugar de Colombia.
No recuerdo en dónde es.
En un sitio del lado sur-poniente de la India.
No recuerdo. Pero esos miriñaques azules son de influencia francesa.
En algún lugar de Inglaterra.
En una vecindad del centro histórico de CDMX.
Escena de una película argentina.
En algún lugar de Argentina.
En algún lugar de Francia.
En algún lugar del mundo...
Esta debería ir en el post de Las puertas azules van al cine, se trata de una escena en una película mexicana que fue rodada en Yucatán...
Si mal no lo recuerdo, esta construcción está por el rumbo de Veracruz.
viernes, 17 de julio de 2020
Antes y ahora: Tacuba esquina Eje Central, CDMX
Ciudad de México, 1756. Esquina de San Andrés con Santa Isabel. “En el extremo occidental de esta calle, en su lado que mira al Norte, hay un grande edificio de no antigua construcción, ocupado con la Escuela de Comercio, y conocido con el nombre de Hospital de Terceros, porque realmente hicieron para hospital ese edificio los Hermanos Terceros del Orden de San Francisco. Este orden, muy antiguo en México, contaba en su seno multitud de personas de todas condiciones sociales en uno y otro sexo, y aun pobres de solemnidad. Era su principal fin dedicarse á la práctica de ejercicios de piedad; pero no excluía esto la ejecución de obras de misericordia, sobre todo con sus propios hermanos. Entre sus Estatutos, pues, contaba el de visitar a sus enfermos, nombrando para ello unos hermanos llamados visitadores, los cuales desempeñaban temporalmente este cargo.
No dejaban de conocer todos, y principalmente los visitadores, que el consuelo de la palabra y de la piadosa fraternidad, era cortísimo alivio para los pobres que carecían de todo humano recurso, y pensaron en formar un hospital en donde se curaran sus hermanos enfermos, que fuesen pobres de solemnidad, con exclusión de cualesquiera otros, hermanos ó extraños, que aunque ofrecieran pagar, no habían de ser admitidos en él.
Comenzaron los Hermanos la construcción del edificio en fecha que no podemos fijar; pero sí la de su conclusión, que fue en Mayo de 1756 y la de la capilla el año 1760; el día 6 de Diciembre se estrenó y bendijo, y en la misma tarde trajo á ella el Sr. Rubio y Salinas, al Santísimo Sacramento en procesión, con bastantes demostraciones de regocijo público.
El edificio es amplio y hermoso, de construcción moderna, con altos bastante elevados para situar en sus tres lados viviendas exteriores á manera de entresuelos, que arrendados fuesen parte del fondo dotal de la casa. Otra parte de él era la botica con despacho público situado en los bajos y entresuelo de la esquina de las calles de San Andrés y Santa Isabel. Pertenencias todas que tenían su entrada por las calles de su ubicación, con entera independencia del hospital. Las de la calle de Santa Isabel eran catorce, marcadas con los números ordinales del 1 al 14 para la cuenta del hospital, con independencia de la numeración pública de las casas; las de la calle de San Andrés cinco, numeradas del 15 al 19, y las del callejón de la Condesa otras cinco, numeradas hasta el 24.
En el centro del patio principal había una gran fuente de agua, y en su ángulo suroeste la capilla, tan amplia, que más bien parecía una iglesia por sí. En derredor del patio principal había viviendas para sirvientes y para el portero. En los altos estaban las enfermerías de hombres y de mujeres con la debida separación; unas hacia la calle de Santa Isabel y las otras al callejón de la Condesa; á la parte delantera las habitaciones del Mayordomo Administrador, del Médico y del Cirujano y la del Capellán. A la parte de atrás la ropería, despensa, cocina, y otras oficinas con las habitaciones correspondientes para los empleados que las servían, que con todos los otros formaban un total de catorce para asistir á diez y ocho ó veinte enfermos que por término medio había en la casa” (Marroquin, CA ciudad de México, Tomo 1, pp. 372-377).
Ciudad de México. 1907. Esquina de Tacuba con San Juan de Letrán. El 14 de septiembre de 1902 comenzó la construcción del Palacio Postal en la esquina de las calles que hoy se conocen como Tacuba y Eje Central, en el predio que ocupaba el Hospital de Terceros de San Francisco. El Palacio Postal es también conocido como La Quinta Casa de Correos, ya que la institución ocupó antes cuatro inmuebles ubicados en las calles Del Parque, Santa Teresa, San Francisco y Moneda, en el centro de la Ciudad de México.
La construcción del Palacio Postal duró poco menos de cinco años y estuvo a cargo del arquitecto italiano Adamo Boari y el ingeniero mexicano Gonzalo Garita. Los estilos acordados para la construcción del edificio fueron el Plateresco e Isabelino y es por la combinación de ambos, que el estilo sea considerado ecléctico. El edificio de consta de cuatro niveles. Sus cinco fachadas están revestidas con cantera de Chiluca finamente labrada y en ellas sobresalen las gárgolas, farolas y el reloj monumental de manufactura alemana que fue ensamblado en nuestro país.
En el interior destacan, la señorial escalinata del recibidor realizada con mármoles mexicanos y herrería de bronce trabajada por la Fondería Pignone de Florencia, que también realizó los detalles de los pórticos y ventanillas. En el Palacio Postal se encuentran los frescos pintados por Bartolomé Gallotti, en la sala que lleva su nombre. Además, en su interior, destaca la Biblioteca Postal que resguarda documentos que permiten conocer la historia del Correo en nuestro país, desde el establecimiento del Oficio de Correo Mayor en 1580. En la torre principal de la construcción se encuentra el reloj monumental importado de Alemania y ensamblado en México, que mezcla mecanismos de cuerda con aparatos eléctricos y transmisiones hidráulicas con poleas, contrapesos y cables, así como un carrillón de seis campanas. (Tomado del portal de la SCT.)
jueves, 16 de julio de 2020
Jofre, presidio en el Camino Real de Tierra Adentro
En la década de 1560 a 1570 se acrecentó la hostilidad chichimeca, al fracasar los intentos del gobierno virreinal por apaciguar a las tribus del norte; los mineros y ganaderos exigieron que entrara en acción resueltamente para acabar con la amenaza chichimeca. Así, se volvió
a emprender la guerra a gran escala, “a fuego y a sangre”, contra los nómadas (Powell, 1992: 86). Tras dos décadas de guerra, se implementó la política de establecer presidios, que incluía un sistema de escolta militar entre los puntos fortificados o con guarnición militar. La parte más peligrosa del camino se hallaba entonces entre San Miguel y Zacatecas.
Los dos primeros presidios de un total de siete que se edificaron -hacia 1570- por orden del virrey Martín Enríquez de Almanza (1568-1580) son los de Portezuelo y Ojuelos, al norte de San Felipe, escenario de las mayores depredaciones de los guachichiles. Antes de terminar la gestión de Enríquez, entraron en operación otros dos fuertes. Uno se encontraba en el portezuelo de Jofre, estratégico punto ubicado unas pocas leguas al norte de Querétaro, para proteger los dos principales caminos que iban a Guanajuato y a Zacatecas. En el siglo XVII se estableció una hacienda con ese nombre.
En el informe que en febrero de 1582 presentó al virrey Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de la Coruña (1580-1583), un grupo de estancieros y residentes de la frontera chichimeca detallaron la crisis que padecían y las condiciones de la guerra en ese momento crítico, por lo que pidieron justicia. En el punto quinto hablan de la ubicación de los presidios que cuentan con escoltas para proteger los caminos que van a Zacatecas y Guanajuato. En el caso del ubicado en la estancia de Jofre, piden que se mude al Cazadero, pues entre ambos puntos corren mucho riesgo los carros y recuas.
El virrey ordenó una investigación, tomando el testimonio de varios capitanes y otras personas experimentadas en la Guerra Chichimeca, quienes confirmaron la preocupación externada por los estancieros. El primero que prestó testimonio fue el capitán Alfonso López, quien se opuso a las opiniones de los ganaderos sobre el sistema de presidios y creyó que las guarniciones debían seguir como estaban. El capitán Bernardino de Santoyo, quien tenía a su cargo los presidios de Jofre, San Felipe y Ojuelos, el tramo más peligroso del Camino de la Plata, convino con López en que se debían dejar los presidios donde estaban (Powell, 1980: 105-115).
Hace varios años recorrimos junto con Juan Ricardo Jiménez la región, ubicada al extremo norte de la actual Delegación Municipal de Santa Rosa Jáuregui, para determinar la posible ubicación de dicho presidio y platicar con las personas mayores de las comunidades aledañas para ver si recordaban la existencia de alguna edificación antigua. No hubo éxito, pero el reconocido investigador habló sobre la importancia de la fortificación por lo expuesto antes y, en caso de existir, sería la edificación virreinal más antigua fuera de los monumentos existentes en el casco histórico de la ciudad de Querétaro.
Lo que sí pudimos ubicar en otro recorrido por la región limítrofe con el estado de Guanajuato, identificada por el autor de la Relación geográfica de Querétaro como la sierra que los españoles llamaron Margarita y los indios, en lengua otomí, Abaxasni, que quiere decir “sierra de zarsas” (Acuña, 1987: 240) fue un pequeño tramo del camino real entre la comunidad de La Monja y la localidad de La Españita. Entusiasmados por el hallazgo, caminamos sobre las piedras por donde circularon hace más de cuatro siglos las carretas que transportaban el mineral extraído de los ricos yacimientos de Guanajuato. La siguiente imagen es muy similar a lo que observamos Jiménez Gómez y quien esto escribe al andar por la antigua vía.
Más al norte, sobre el río Jofre, se situó otro presidio en las minas de Palmar de Vega (hoy Pozos), durante la época en la cual se abrieron: 1575-1576 y 1582. Los dos fuertes se hallaban sobre el camino principal que se dirigía a Zacatecas después de salir de Querétaro y su establecimiento se debió a las continuas depredaciones cometidas en el sudoeste por los guachichiles y pames desde mediados de la década de 1570. Igual ocurrió con el presidio que se instaló entre abril de 1576 y octubre de 1578 en el valle de Maxcala (Amazcala), al noreste de Querétaro (Powell, 1992: 149-152).
En el siglo XVI el camino real a Zacatecas no pasaba por Querétaro, pues desde San Juan del Río seguía por la hacienda de La Llave, continuaba a Santa María Atongo y Chichimequillas.
Posiblemente la creciente importancia de la actividad minera obligó a la Corona a trazar un camino más recto para hacer llegar los bastimentos y el mineral, lo que implicó ahorro en tiempo y recursos. El camino viejo se cita en varias mercedes, particularmente las relativas a ventas (Jiménez Gómez, 1996: 79).
Jiménez Jiménez, Lauro. Historia de la tenencia de la tierra y organización política en México. El Ejido de Santa Rosa Jáuregui, Querétaro. LXIII Legislatura de la H. Cámara de Diputados. México, 2018, pp. 96-100
miércoles, 15 de julio de 2020
Las complicaciones que hubo en el manejo de las propiedades jesuitas luego de su expulsión
Como suele ocurrir, las ideas se dividen con el caso de los Jesuitas, unos a favor y otros en contra. Estos segundos se basan en teorías de conspiración, que si el anticristo, que si los de Venecia, que si la masonería. Pero en ese tema no entro, lo que sí me interesa, como bien lo dijo el maestro Víctor Rico González, este tema tiene “importancia no sólo para la historia general de México sino también, y muy especialmente, para su Historia social y económica”.
En lo que hoy comparto son extractos que hago de una carta que envía el virrey don Antonio María de Bucareli al conde de Aranda, Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximenez de Urrea, en la que, a 5 años de la expulsión de los padres jesuitas, nos deja ver las dificultades que la Junta de Temporalidades enfrentaba en la administración de las propiedades que la Compañía tuvo en Nueva España. Como la carta es de un Virrey a la persona de las confianzas del rey Carlos III, es bastante larga, razón por la cual hago el extracto en el que verá, entre otras cosas, lo que pasaba entonces con las muchas haciendas confiscadas.
Excelentísimo Señor.
Muy Señor mío: Entre los embarazos políticos que detienen no poco los primeros pasos del gobierno y la multitud de graves asuntos que oprimen el de estos vastos dominios, procuré descubrir, luego que me encargué del mando, el estado de las temporalidades ocupadas a los jesuitas expatriados, en el firme concepto de que es uno de los objetos más dignos del benigno celo de nuestro Soberano, por lo que se interesa el servicio de Dios y causa pública, y en el de que un manejo de crecidas sumas repartido entre tantas manos, con cuya limpieza es menester contar en la mayor parte (pues no hay precauciones que alcancen), es indispensable que esté expuesto a todo aquello a que obliga a los hombres la necesidad o el deseo de riquezas.
No pude, ni era fácil, conseguir sino una idea confusa de haberse hecho las aplicaciones de colegios y templos, y proyectádose algunas grandes e importantes obras y destinos, y por medio de dos decretos que proveí para que se me informase sobre los puntos que indicaron, me instruí de que la oficina que rige y tiene en movimiento y arreglo las administraciones de un número crecido de fincas urbanas y rústicas, es la dirección que creó mi antecesor, donde se reciben y examinan las cuentas de los comisionados de los colegios y administradores de las fincas que les están inmediatamente subordinados; pero sin fianzas unos y otros, por la casi invencible dificultad de hallarse sujetos que con tal gravamen se encarguen de las administraciones, por la que hay en el Reino de hallar fiadores, aún para manejos menos arriesgados.
Arzobispado y Obispado de Puebla, excepto en éste, el Colegio del Espíritu Santo y de los de esta Capital, si no es el de la Casa Profesa entregado a los filipenses, permanecen cerrados todos, perdiéndose lastimosamente por la falta de ambiente y humedad salitrosa cavidad del terreno. Los de los otros obispados están aplicados por las juntas subalternas; pero falta que califique la superior de aplicaciones.
Los ornamentos, vasos sagrados y alhajas de las iglesias, se hallan todavía sin aplicación, porque aunque se ha hecho de los de algunas a los establecimientos ideados, ha sido indefinidamente, con la cláusula de lo que pareciere necesitar cada uno, y viéndose muy de lejos el efecto de sus destinos, recelo que cuando llegue, nada se encuentre de los ornamentos y demás que no se puede conservar guardándose. Con la misma indiferencia y peligro se halla la aplicación de las bibliotecas, que permanecen aún sin uso, y resta que se expurguen y separen los libros de laxa doctrina.
El abultado número de colegios y templos, congregaciones, obras pías y haciendas populosas que poseían los jesuitas, hizo sin duda creer que producirían grandes sumas, y sin detenerse en liquidarlas, por la larga demora y detención de las juntas que esta operación era preciso ocasionase, y no sufría el fervoroso celo de mi antecesor, dándose por supuesto que sobrarían caudales para todo, se tomó desde luego, el partido, en las primeras juntas, de aplicar las casas y templos a unos establecimientos verdaderamente magníficos e interesantes al beneficio público, como son en esta corte un Hospital General para toda clase de gentes, un Colegio para los indios del reino que quisieran dedicarse a las letras, y una casa de expósitos, a cuyos fines se determinaron el Colegio de San Andrés y casa de ejercicios, el de San Gregorio y la fábrica del antiguo oratorio de los filipenses, trasladados a la Casa Profesa.
El tiempo ha hecho tropezar en el desengaño, de que estas grandes obras que cupieron en el celo y deseo de los vocales de la junta, es preciso que queden en su seno como entes puramente imaginarios, porque un Hospital, que como General, se destina al socorro de una plebe inmensa, desnuda y miserable cual es la de México, un colegio que debe admitir un número considerable de jóvenes nacionales que vengan de diversos lugares del reino, y mantenerlos de sustento y vestuario desde el calzado hasta el bonete, porque el genio y pobreza de los indios destierra la esperanza de que sus padres los socorran y de que haya algunos pensionistas que sufraguen, y una casa de expósitos cual necesita esa misma mísera plebe, a cuyos hijos se dedica cada una de estas obras, pide una suma excesiva sobre la que se erogará en lo material de las fábricas, para que, así dotadas, logren un sólido y perfecto establecimiento.
No puede, como he dicho, saberse cuál sea hasta que no se formen los estados con arreglo a las declaraciones de los diocesanos, de lo conmutable e inconmutable; pero vistos en globo, o por mayor, los planes de los fondos y sus cargas dan bastante idea de que todos juntos son muy débiles para sostener los establecimientos proyectados, aún solo en esta corte, mucho más si se considera que las juntas subalternas han meditado los suyos en sus respectivas ciudades y lugares, y que es justo, como que se acerca más a la mente de los fundadores y a la real intención, y aún necesario para que no quede inútil tanto número de colegios, que se distribuya en beneficio público entre todos los pueblos dotándose los destinos de los mismos colegios.
Aseguro a Vuestra Excelencia que este punto de enajenaciones es el que extremadamente ha fatigado mi ánimo, ya que no ha podido mi desvelo encontrarle fácil salida. Es increíble el número de haciendas de particulares que hay concursados (según se me ha informado) especialmente en los juzgados eclesiásticos y seculares de esta Ciudad y la de Puebla, que han estado mucho tiempo depositadas por no presentarse compradores, creciendo de uno a otro día los perjuicios de los interesados, porque cuando llegan a venderse, con notable baja de sus avalúos, se absorben el precio los primeros acreedores por sus principales y réditos, quedando otros muchos descubiertos.
Esto, y el ver la poca impresión que han hecho los bandos publicados y varias propuestas para convidar postores a las haciendas ocupadas, me hacen temer que serán ineficaces todas mis diligencias. Estoy persuadido de que no faltará uno u otro para las de mayor estimación; pero dudo mucho que sea con alguna ventaja de las temporalidades. Si hubiere otros que se detengan menos en procurar las suyas, será porque quieran tomar a censo las fincas en el todo de su valor; pero como hay haciendas, y son muchas, cuya principal estimación consiste en la cría de ganados mayores y menores, y aun las que no son de esta clase, contienen muebles y semovientes de no poca importancia, ocurre la dificultad de asegurarla, y a ella se sigue la de que si los compradores quieren exhibir todo o parte del precio en contado, me hallaré en el gravísimo embarazo de no tener dónde situar estos caudales, y las temporalidades, en el infortunio de que por no producirles réditos se vayan consumiendo los principales en las pensiones alimenticias, porque las fincas de particulares en que pudieran imponerse, cargan, por lo regular, sobre sí, casi otro tanto de lo que valen, razón por la que los juzgados de capellanías y arcas de monjas tienen frecuentemente gruesas partidas de principales detenidos, sin producirles réditos, y se ven en la necesidad de darlos a los comerciantes con fiadores, exponiéndolos a los frecuentes daños de sus quiebras, y así, el único arbitrio que he pensado y propondré en la primera Junta Provincial para que se examine, es el de ofrecer al público que se darán a censo las haciendas por el rédito correspondiente a las dos tercias partes del valor de lo raíz, sin otro seguro que el de las mismas fincas, que la otra y el de los muebles y semovientes se les dejará por el mismo contrato, o por el que aquí se usa y se llama de depósito irregular; pero asegurándolo, o con otras fincas en que tengan caudal libre en sus raíces los compradores, o con buenos fiadores que hipotequen especialmente las fincas que tuvieren (examinados sus valores) y los demás bienes que gocen por hipoteca general, dejándoles abierto el camino de hacer con libertad otras proposiciones. No me lisonjeo de que este arbitrio corresponda a mis deseos; pero lo contemplo el más acomodado y a propósito para excitar número de postores y las ventajas en las ventas.
El Director, Don Fernando Mangino, había hecho a mi antecesor, y me ha repetido sus renuncias del cargo, por un efecto de los sentimientos que he reconocido le inspiran su honor, actividad y celo por todo lo que interesa al Real Servicio, pues cuando pudiera moverle el sueldo que goza, aunque corto, a retener el empleo, me ha hecho presente el desconsuelo con que permanece en él, porque hallándose sirviendo él de Contador General interino de Reales Tributos a cuya oficina necesita destinar las mañanas, no puede asistir a la de Dirección, ni velar, por consiguiente, sobre las operaciones de sus subalternos, y recela que sea consecuencia de esta falta la poca aplicación de algunos de ellos y el atraso de los trabajos de que están encargados. Conozco el peso de las razones de su excusa; pero no me acabo de resolver a relevarlo, porque lo hacen necesario su larga experiencia, el crédito de su eficacia y ser el único que se halla completamente instruido de todas las funciones de la Dirección General.
[…]
No se ha establecido la Junta Provincial de Enajenaciones, he instruido ya de todos los asuntos pendientes, voy a dar mis providencias para formar la, y que se continúen las sesiones de la Superior de Aplicaciones que cortó mi antecesor desde Julio del año inmediato, acaso por las diferencias que mediaron con los prelados eclesiásticos, y he resuelto nombrar por secretario de ambas juntas, sujeto de literatura, probidad y expedición,- y asignar los martes y viernes para que se celebren, e iré participando a Vuestra Excelencia lo que pueda adelantar mi deseo dirigido a llenar, si es posible, las piadosas intenciones del soberano.
Fuente:
Documentos sobre la expulsión de los jesuitas y ocupación de sus temporalidades en Nueva España (1772-1783) (formato PDF), introducción y versión paleográfica de Víctor Rico González, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Historia, 1949, pp. 92-99
martes, 14 de julio de 2020
Los problemas que la moneda de cobre tuvo en México, 1836-1837
Comentaba hace poco aquello de los “veintes” que usábamos para activar un teléfono público, eran de cobre, aunque luego, ya en los ochenta la moneda comenzó a cambiar, especialmente de tamaño, creo que la última en gran formato fue la Coyolxahuqui, moneda de 50 pesos, aunque después, hubo una de mil pesos que tenía en su anverso a Sor Juana, parecía de cobre pero era en realidad aleación de bronce y aluminio. La que si era grande y de cobre era el Cuahutémoc, que lo conocíamos por “Tostón”, equivalente a 50 centavos. Hubo también “Josefitas” y “Dieguitos” (estos eran de bronce), 5 y 10 centavos, respectivamente, los que eran de cobre son, -creo- los de antes de 1954.
Pero ya desde el virreinato, hubo problemas con las monedas, pues algunas, no recuerdo bien si eran de cobre o no, la gente no las quería y las tiraba al lago… y esto que ahora nos ocupa es lo ocurrido en la cuarta década del siglo XIX, tiempos de inestabilidad de todo tipo, tiempos en los que el general Santa Anna entraba y salía de la presidencia de la República unas veces ocupando el cargo, otras renunciando a él… incluso huyendo del mismo.
Las imágenes que acompañan esta entrada son de las monedas que conservo de cobre, aclarando que la de Sor Juana es aleación, como ya lo comenté, así pues ahora leamos sobre el acontecimiento:
“Como diputado que fue a aquel congreso, Bustamante nos da sobre el asunto los siguientes detalles. El diputado Tagle, dice, fue el primero que se atrevió a proponer medidas para suavizar este mal, ya que no pudiese extinguirse de todo punto. En la sesión del 7 de julio la comisión de hacienda, dirigida por el sabio diputado, expuso al Congreso la necesidad de tomar aquel mismo día una providencia eficaz para contener los estragos que la moneda de cobre causaba, principalmente la que se fabricaba de contrabando. “entra, dijo la comisión, en México, en cargas elaboradas fuera de la capital; en las ciudades, villas y aún aldeas más despreciables se fabrica con escándalo y publicidad en aquellas pequeñas máquinas venidas de Norteamérica, y se elabora con tanta perfección que en nada se distingue de la nuestra Casa de Moneda; no es esto lo peor, sino que parece que se han conjurado y hecho a unas de las tiendas de comestibles, panaderías y plazas para devolver a los compradores sus cuartillas, diciéndoles que son falsas, lo que ha producido una gran murmuración en el pueblo y en los soldados cuyo prest se paga en esta moneda, y como no tienen que comer blasfeman del gobierno y se teme una asonada de un momento a otro. Por estas razones, dijo Tagle pido que se admitan en todas las oficinas recaudadoras y pagadoras toda clase de cuartillas cuyo tipo y tamaño sea igual al de la Casa de Moneda”.
Bustamante impugnó esta proposición que equivalía a canonizar un crimen, cual es falsificación de la moneda, y obligaba a la nación a pagar cuatro o cinco millones de pesos en que se calculaba la circulación de moneda falsa de cobre. Recibió la desfachatez con que se acuñaba no solo en las inmediaciones de la capital sino en esta misma, pues en el silencio de la noche oía golpes de volante en la casa contigua a la de su habitación. “en Cuautla, añadió, cuando alguien se presenta a cambiar plata por cobre, por quien primero pregunta es por el juez o por el comandante, pues cada uno tiene su fábrica”. Mangino se opuso también a la proposición de Tagle y manifestó que el gobierno no podía pasar por medida semejante. Sin embargo, por una falsa idea de conmiseración para con los pobres la Cámara adoptó lo propuesto por Tagle, y expidió una ley en un todo conforme con ello. Más de una fortuna particular de las que han llegado hasta nosotros no reconocieron otro origen que los negocios que especuladores descarados hicieron con la moneda de cobre que entraba en abundancia en las cajas del gobierno; el comercio estaba obligado a recibirla sin descuento, pero aumentó los precios de los artículos que con ella se compraban. Según más arriba indicamos, el conflicto no quedó cortado y más adelante produjo serios disgustos y trastornos públicos, como a su tiempo veremos. (1)
Otros más serios temores reclamaban la atención del gobierno: las medidas dictadas para remediar los conflictos originados por la abundancia de la moneda de cobre ningún resultado habían producido, pues la acuñación fraudulenta continuaba en todo su vigor. El 25 de febrero la ciudad de Querétaro se vio, por esa abundancia, amenazada de una segunda revolución, que el gobernador don Rafael Canalizo pudo cortar, mandando que se admitiesen las cuartillas por valor de un tlaco: el gobierno general desaprobó la alteración de esas monedas y le mandó presentarse en México a contestar los cargos que se le hacían: Canalizo obedeció la orden y en el camino sufrió el accidente de que se rompiese la diligencia que le conducía, porque entre la carga figuraban setenta y dos arrobas de cobre enviadas a México por el señor Rubio, comerciante de San Luis, que, cual otros muchos, enviaba cargas de esta moneda a México donde aún no se había minorado su valor. (1)
Pronto en la capital hubo extraordinaria abundancia de cobre entrado del interior, y los almacenes de ropa, carnicerías, panaderías y tiendas cuadruplicaron los precios de los efectos, sin que se asentasen a conjurar los males que se tenían ni el Gobierno ni el Congreso, ni Banco de Amortización. Por último, resultado de sus repetidas conferencias y discusiones, lo que habíase desaprobado en Canalizo hubo de hacerlo el Congreso, y el 9 de marzo dio una ley reduciendo a tlacos las cuartillas. Ese mismo día, en los momentos en que se publicaba por bando el decreto susodicho, los numerosos perjudicados con la reducción del valor de la moneda promovieron en la plaza de Armas un alboroto que se propagó en cortos instantes por todos los rumbos de la ciudad, y todas las puertas y todas las tiendas fueron con estrépito cerradas. La alarma continuó todo aquel día y creció en los siguientes, pues el disgusto también crecía por efecto de unos papeles que aparecieron en las esquinas, pegados sin saberse por qué, diciendo que el Congreso había reducido nuevamente las cuartillas a la mitad de un tlaco. Las masas insolentadas rodeaban en número inmenso los alrededores del palacio pidiendo que se les abriesen las puertas del congreso que en medio de aquel barullo buscaba una solución al trastorno, predominando sobre el temor de los más la opinión de Bustamante, Tagle, Michelena y otros que aconsejaban que la cámara no se sucediese de su dignidad doblegándose a la exigencia de la plebe.
Como esta no disminuía en número, ni cejaba en sus gritos y clamores, el diputado don Mariano Chico llegó a creer que el gobierno tenía miedo a los revoltosos y, arrebatándose, hizo proposición para que Corro fuese inmediatamente separado de la presidencia y nombrado otro presidente con arreglo a la Constitución de 1824. Proposición tan atrevida quedó de primera lectura, sin que nada se resolviese porque se notó que estaba incompleto el quorum. Acto continuo levantó el Congreso la función y los diputados hubieron de salir por las caballerizas del cuartel del palacio a la calle de Santa Teresa, procurando evitar el peligro de ser insultados, como lo fueron algunos de los que atravesaron la plaza, en cuyo recinto la multitud pasaba de once mil personas. Una compañía de lanceros salió del cuartel del palacio a dispersar la muchedumbre, pero recibida a pedradas, necesitó hacer uso de sus armas en la esquina de las calles de Flamencos y del Puente de Palacio, causando algunos muertos y originando las carreras consiguientes a esta especie de motines. En la tarde del 11 se publicó un bando que prohibía toda reunión mayor de cinco individuos y ordenaba a los comerciantes tener abiertas sus tiendas y recibir la moneda de cobre por el valor que le dio la ley el día 9, so pena de doscientos pesos multa. Entre los desórdenes cometidos por los amotinados tuvo que lamentarse, porque costó a la República una fuerte indemnización, la rotura de las vidrieras de los escaparates de la tienda llamada el “Tocador de las Damas” en la calle de Plateros, y las de la titulada “El Globo”, en la esquina de la calle de Palma; ambas tiendas eran propiedad de subidos franceses: la primera giraba bajo la razón “Burgos y Clement”.
En la sesión del 13 los diputados Villamil y Rivero, propusieron se indemnizase a los perjudicados en la reducción del valor del cobre, pero ni su proposición ni otras muchas que se presentaron por otros individuos fueron admitidas por el Congreso, resulto a mantener la ley del día 9. (2)
Fuente:
1.- Arias, Juan de Dios. México a través de los siglos. Tomo 12. Editorial Cumbre, México, 1987, p. 80
2.- Ibid, pp. 87-88