miércoles, 2 de agosto de 2017

San Luis de la Paz, la escala olvidada del Camino Real de Tierra Adentro

  Ahora que andamos por el rumbo de Mineral de Pozos, en el norte de Guanajuato, caigo en una reflexión asociada al Camino Real. Pozos, como lo conocemos coloquialmente, está dentro del municipio de San Luis de la Paz, allí los jesuitas tuvieron un asentamiento, una mina, con su respectiva hacienda de beneficio y un par de haciendas ganaderas y de labor. Los jesuitas, gracias a su visión de vanguardia aprendieron las lenguas, más allá del náhuatl, otomí y purépecha, fue así que entraron en la región Chichimeca pues conocían las lenguas que ahí se hablaban, comentan -dato sorprendente- que en algunas comunidades chichimecas se hablaban hasta 4 dilectos distintos, así que el habla era algo de suma importancia. Gracias a ello (entre otras cosas) se logró la pacificación y los asaltos en el Camino Real disminuyeron.

  Todo esto ayudó a que el Camino de la Plata, que venía de Querétaro, pasaba por San Luis de la Paz y continuaba a San Luis Potosí, diera paso a un nuevo trazo, dada la mayor seguridad que había al haberse firmado "la paz", el cual originó el camino que conocemos como "Tierra Adentro", que de Querétaro continuaba a San Miguel, San Felipe y de ahí a Zacatecas. Justo es reconocer que, en su momento el camino tenía su escala en San Luis de la Paz. Nos apoyamos en un clásico, Powell y su Guerra Chichimeca:

 “Desde los primeros años de contacto español con las tribus del norte, los frailes habían formado una vanguardia móvil de la civilización en la Gran Chichimeca. Los franciscanos fueron los más importantes en número y en extensión de territorio, pero también los agustinos pronto estuvieron activos entre los pames de las sierras orientales. En su mayor parte, estas primeras “entradas” de misioneros consistieron en largos viajes, desde bases que no eran atractivas para los indios hostiles por causa de una numerosa población española que podía imponerles trabajos forzosos. Solo a fines de la década de 1570 y en la de 1580 empezaron los misioneros a diseminar sus casas lo suficiente para entrar en íntimo contacto con las tribus aisladas. En los primeros años de ésta extensión de actividad hubo muchas mártires entre los frailes, como había ocurrido en las primeras entradas. Para fines de la década de 1580, la lista de mártires franciscanos era ya larga; por todos los ámbitos del país surgieron nombres conmemorativos de los frailes caídos víctimas de las flechas indígenas. Muriendo con el crucifijo en la mano bajo lluvia de flechas, cayendo en emboscadas por ir en compañía de soldados, o siendo capturados y torturados por los guerreros indígenas, los seguidores de San Francisco efectuaron el primer gran sacrificio en el intento de pacificación de las sierras del norte.

   Desde el tiempo del virrey Martín Enríquez hasta la década del desarrollo del sistema de misiones que había de llegar a ser una institución de la frontera. Los frailes aprendieron sus lecciones y perfeccionaron sus técnicas durante su avance por la gran Chichimeca. El favor real se combinó con los esfuerzos de los misioneros en otros aspectos de la pacificación general de los fines del siglo, y así el sistema de misiones pudo lograr un notable éxito. El virrey Velasco, que llamó a la conversión de las tribus chichimecas “la base más importante de esta paz”, inició una expansión en grande escala de las actividades de los frailes antes de cumplir un año en su cargo. El 5 de julio de 1590, informó al rey que había enviado a todas las zonas y todas las naciones frailes franciscanos para asegurar a los indios de que no habría peligro en el proceso de establecerlos. Pero el virrey pronto tropezó con dificultades al tratar de extender el sistema misionero. Había muy pocos frailes disponibles; los aborígenes recién pacificados aun no tenían aposento fijo, no estaban cultivando la tierra ni trabajando de ningún modo, lo que les impedía dar limosnas o ayuda a los frailes

  Velasco se sintió complacido al saber que los jesuitas habían enviado a cuatro frailes que eran lingüistas (lenguas) para ayudar en el proceso de pacificación. Para fines de 1590, el virrey informó al rey que la labor de los franciscanos y de los jesuitas –cuestión de la mayor importancia”- estaba siendo favorecida, y que todo iba bien. Por entonces estaban eligiéndose sitios para construir iglesias y misiones alrededor de las cuales pudieran reunirse los indios y establecer “pueblos formados”, lo que nunca habían querido hacer en el pasado. Con su “donación” permanente a los frailes, Velasco esperaba que los indios se decidieran a establecerse en paz y a lograr una mayor estabilidad. Las casas de frailes y las iglesias estaban siendo planeadas en escala modesta y con costo moderado: el primer “sistema” misionero en las sierras del norte.

  Desde el principio, el virrey Velasco se mostró parcial hacia los jesuitas, a quienes consideraban los mejores misioneros para los chichimecas. Eran los más diligentes para aprender las lenguas indias; Velasco también consideró que los jesuitas trataban a los aborígenes con mayor desprendimiento y trabajaban con mayor ahínco por su bien. El virrey resolvió utilizar a los jesuitas en todas las ocasiones posibles, para efectuar la conversión de las tribus nómadas. Sus convicciones al respecto se debieron a informes de Rodrigo del Río y también a pasadas experiencias que le habían demostrado que los jesuitas no solo eran los mejores para los indios que estaban a su cuidado sino que también gozaban de mayor aprecio entre los españoles y el clero secular. Rodrigo del Río pensó que la principal razón de que la guerra continuara era la escasez de frailes, pero estaba muy disgustado por la indolencia de los franciscanos o bien no demostraban verdadero celo (según él) en la ardua labor de la conversión, o pasaban demasiado tiempo peleándose con los seglares

  Las opiniones de Rodrigo del Río y del virrey Velasco allanaron el camino a los principios de la labor misionera de los jesuitas entre los chichimecas, estos frailes ya tenían ciertos conocimientos de las necesidades de la zona, pues estaban en Guanajuato desde 1582. Por órdenes de Velasco se dio oportunidad a los jesuitas de hacerse cargo de la importante fundación de San Luis, en el camino entre Querétaro y las minas de San Luis Potosí. Velasco les dio oportunidad para acomodar otomíes allí (con extensión de tributos) junto con los chichimecas pacificados a quienes había de darse cantidades de trigo y maíz una vez por semana, y de vestidos una vez al año; los caciques recibirían los mejores presentes. Los dos primeros jesuitas llegaron a San Luis el 10 de octubre de 1594 acompañados por cuatro jóvenes mexicas y otomíes, indios protegidos de la escuela de Tepotzotlán, donde servían como catequistas.

  Al reunirse su grey en San Luis, los jesuitas rápidamente aprendieron las lenguas necesarias y al principio se dedicaron a bautizar a los ancianos y a los enfermos. También se concentraron en enseñar a los niños, poniendo como ejemplos a los neófitos, cantores y catecúmenos de Tepotzotlán. Para el primer bautizo general, el jacal que servía de iglesia fue adornado con ramas y flores. Treinta de los mejores neófitos fueron escogidos para su bautizo para esta ocasión, a otros se les permitió reunirse y presenciar la ceremonia. Después del bautizo se cantó una misa, durante la cual 30 recibieron la comunión. Luego siguió un gran banquete y un baile. La víspera, los 30 que iban a ser bautizados, acompañados por parientes y amigos fueron a buscar pavos y panales para la fiesta. La noche del bautizo, con autorización de los frailes, se encendió un gran fuego y los indios bailaron a su alrededor al son de los tambores y cantaron durante cerca de tres horas. Esto estaba en armonía con sus antiguas prácticas, pero esta vez no hubo borrachera y “cada marido tuvo como pareja a su propia mujer”.

  Durante 1595, el pueblo de San Luis (ahora llamado “San Luis de la Paz” en honor de la pacificación de los chichimecas) recibió una gran cantidad de españoles, negros, mexicas, tarascos y otomíes, además de los chichimecas. Muchos de éstos eran los más violentos y rudos, y los padres tuvieron que dedicar mucho tiempo a sus necesidades espirituales. Se construyó una pequeña capilla para uso de los arrieros, carreteros, y otros trabajadores similares, y los frailes organizaron entre ellos una hermandad religiosa. Gradualmente fue persuadiéndose a los chichimecas de que abandonaran su vivió de beber en exceso (los frailes los seguían mientras ellos buscaban tunas para hacer licor). Dos veces al día se reunía, para oír los rudimentos de la fe. Los padres no les darían el privilegio de la confesión hasta que hubiesen aprendido de memoria el catecismo; como resultado, la mayoría lo aprendió en corto tiempo. Los frailes también prestaron mucha atención a la formalización de los matrimonios entre los aborígenes, para evitar “irregularidades”.

  Que los chichimecas fueron bien tratados por los españoles es algo que se desprende del hecho de que muchos de ellos empezaron a montar a caballo y que, al parecer, conservaron sus armas. Se sabía que algunos de los chichimecas conversos habían matado a muchos españoles, pero su pasado quedó en el olvido al entrar ellos en la grey cristiana. Desde el principio, los jesuitas de San Luis montaron con el apoyo de la Real Hacienda. Durante 1598 y 1599 se destinaron hasta 8,000 pesos en oro para la construcción de una casa y una iglesia. Por lo general a través de un agente de los jesuitas, Cristóbal Hernández Alderete, estos fondos se enviaban al capitán Diego de Vargas, de San Luis, y este distribuida el dinero entre los frailes. En la Real Hacienda había una cuenta titulada “gastos de la paz de Chichimeca”. En último pago con este fin, por 2,250 pesos oro, fue enviado al norte en enero de 1599" (1).


Fuente:

1.- Powell, Jim. La guerra chichimeca (1550-1600). Lecturas Mexicanas 52. FCE. México, 1984. pp. 216-219. 

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