domingo, 12 de noviembre de 2017

Breve historia del Paseo de la Reforma. 3ª Parte

 Llegamos a la tercera parte de relato que hace Salvador Novo sobre la nutrida historia que hay en torno al Paseo de la Reforma, esta vez el autor hace referencia a una de las grandes plumas del XIX, Manuel Gutiérrez Nájera.

  “Pero yo de quien iba a hablar es de su hermano don Antonio, nacido en Puebla, eses sí con certeza, en 1824. Porque fue Don Antonio quien dio al Paseo de la Reforma su primer gran adorno y el monumento más importante: el consagrado a Colón, digno de continuar la serie iniciada por Carlos IV y de anteceder a los que le seguirían: Cuahutémoc (1887) y la Columna de la Independencia (1910). A lo menos desde 1873 ya se traía entre manos el monumento Don Antonio; pues en enero de ese año, el escultor francés Enrique Carlos Cordier le envió presupuesto por 20,000 francos –que habrá sido entonces suma caudalosa. Luz verde. Cuatro años más tarde: en agosto de 1877, se inauguraban monumento y –oficialmente- Paseo de la Reforma. Ver Nápoles y morir. Don Antonio contempló su monumento –y dio el espíritu; “quiero decir que se murió”.

  Entre el monumento a Colón y el de Cuahutémoc, median diez años. El relativamente hispanófobo Don Vicente Riva Palacio, Ministro de Fomento, propuso la erección del monumento al todavía entonces no joven abuelo, y encargó el proyecto a don Francisco Jiménez, fallecido antes de concluirlo. Terminaronlo Miguel Noreña y Gabriel Guerra, escultores; y con bajo relieves norte y sur –con escenas de la conquista- y los nombres de Cuitláhuac, Coanacoch, Cacama y Tetlepanqequetzal; y custodiado todo ello por leopardos que modeló don Epitacio Calvo, Cuahutémoc empuña su jabalina y tolera danzantes y discursos todos los treces de agosto desde que el 21 de agosto de 1887 se inauguró su monumento.

  Tan sonado homenaje despertó desató, abrió, una repentina y caudalosa oleada de mexicanismo escultórico que alcanzó el orgasmo con un par de estatuas de 5.90 mts. De altura, 4 toneladas de peso y costo de 80,000 pesos, colocadas a la entrada del Paseo de la Reforma el 16 de septiembre de 1891. Su autor, Alejandro Casarín reveló que representaban a Ahuizotl y a Izcóatl. Los periódicos (El Tiempo, 23 de Sept.) La opinión tupieron críticas adversas a aquellas estatuas, que en nuestro tiempo aun podemos admirar; pues conocidas como los Indios Verdes, custodian la entrada a México de la carretera a Laredo, después de haber residido en el Paseo de la Viga, que trocaron por el de la Reforma en 1902. Costo de la mudanza $ 2,005.00 en esos diez años el Paseo bordeado originalmente por acequias y eucaliptos altísimos; grandes terrenos pantanosos y casas de madera, vieron empezar a desecarse los predios en que construyeron poco a poco grandes mansiones los “cuics” de la época: Manterola, Scherer, Solórzano, Braniff, Aburto. Un tranvía, primero de mulitas y luego eléctrico, recorría el Paseo hasta Chapultepec; y se abrieron a lo largo de la Calzada campos deportivos y pensiones de caballos.

  Pero no nos alejemos tan pronto del monumento a Colón. Al sur del cual, y hasta el vecino Paseo de Bucareli, remojaba placenteramente a las familias la alberca fundada con baños turco-romanos y beneficios hidroterapéuticos por don Sebastián Pane desde 1864. Dentro de un momento me propongo ceder un poco la palabra a un testigo fehaciente de las bellezas del rumbo: el Duque Job, para que me auxilie en su descripción; pero no sin antes fechar en el 3 de marzo de 1889, hermosa obra arquitectónica de don Emilio Dondé, el famoso Café Colón –tan ligado a la historia política de México. Otro Café competidor se abrió en la Alberca Pane en 1894.

   Y ahora, escuchemos al Duque Job. El artículo suyo que me atrevo a limpiar de paja, se llama “Puertas de Sol”; y en los párrafos que me interesan dice: “Pasear a estas horas por la Calzada de la Reforma, si no podéis alejaros más de la ciudad. ¿No habéis observado como las ciudades marchan rumbo a occidente?... México parece como irse desprendiendo y alejando del lugar en donde lo dejaron los conquistadores… ¡cómo brotan casas en esta Calzada de la Reforma! ¡Cómo va dejando la ciudad a los pobres, parecida a la dama elegante que percibe un olor y recoge su falda de seda y sale aprisa de la iglesia! La lechuga vive en la Merced, la flor en San Cosme; lo que en los barrios del oriente es canasta, es cesto en los del poniente. Pronto, sin duda, México se unirá a Tacubaya, que lo espera como una novia espera al novio, con prendido de flores y con una rosa en el corpiño. Ya no solo van los carruajes elegantes camino del oeste; también se van las estatuas, se va el arte, como huyendo de la Academia de San Carlos que está muy al oriente… ¡pero muy al oriente!

  Id a disfrutar de estas hermosas puestas de sol en la Reforma, o id de mañana, cuando el calor no habla aun en voz alta. En la mañana, los alemanes, los franceses, los yankees, son los que más frecuentan la Calzada. Allá va el comerciante en su caballo, haciendo provisión de oxígeno para no asfixiarse en la oscuridad del almacén. Allá va el diplomático en su faetón o en su buggie de ruedas coloradas, allá va al amazona con su largo vestido gris o negro y su lazo de seda azul en el sombrero… el noble perro de casa rica, con su collar y su cadena de luciente acero… las que vuelven de la alberca, frescas, risueñas, con el pelo suelto… la miss recién llegada, con su enorme ramo de botones de rosa sobre el pecho… un viejo inglés leyendo en una banca su periódico… y en medio de la Calzada, el carro que lleva un gran barril acostado, porque se bebió a sí mismo y está ebrio, dando un baño de regadera a la reseca tierra.

  “Por las tardes, esa pequeña faja trazada por el Café de Zepeda, parece como desprendida de parisiense boulevard. Los últimos rayos del sol, como tomando las últimas copas para irse a dormir de buen humor, se disputan los vasos y pagan, convirtiendo en topacio la cerveza, en oro el coñac, el avisinto de esmeraldas y la grosella, la más inocente de las bebidas, en rubor. ¿Por qué no bajan las señoras de sus coches? ¿Por qué algunos hombres van solos en los suyos? ¿Van a que los veamos? No queremos. ¿No tienen amigos? ¿Quieren ir a solas con su vanidad? Si son poetas, soñadores, en busca de soledad y de silencio, ¡que se vayan al bosque!  Y en los landós, en las duquesas y victorias, pasa la hermosura envuelta en polvo de oro… hasta que el globo rojo del sol queda enredado en las ramas de los ahuehuetes, y las pupilas se apagan y los focos de luz eléctrica se encienden”.

Luego de esta inmersión en la poética prosa del duque Job, reanudemos la prosaica reseña de un paseo de la Reforma cuyas dos primeras grandes estatuas inspiraron al siempre iniciativo don Francisco Sosa la persuasión de que el arte, la historia, la justicia: todos saldrían ganando con que a lo largo del paseo y a ambos lados, se erigiesen estatuas que aparte embellecerlo, honrasen por pares a personajes eminentes de los estados de la república.



Fuente:

1.- Novo, Salvador. Los paseos de la Ciudad de México. Testimonios del Fondo. FCE. México, 1974. pp. 39-43

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