viernes, 31 de mayo de 2019

De trajes y actitudes en el México de mitad del siglo XIX

  Una vez más, haciendo uso del texto por demás hermoso, sutil y romántico de Arróniz y combinándolo con una serie de fotografías de época que muestran tanto los distintos trajes que entonces se usaban, como los diferentes oficios que se desarrollaban, para darnos una idea de lo que eran esos tiempos... "cándidos", a mitad del siglo XIX:

   El traje más romántico es sin duda el de la saya y la mantilla; es también el más adecuado á las damas, porque con su negro velo trasparente y bordado simboliza su modestia y su recato, y cuando echado con soltura hacia atrás en ondulantes y graciosos pliegues, se ve aparecer la blancura de la frente y el brillo de los ojos, como una ilusión de esperanza y amor. De este traje ha dicho Byron que es alegre y místico á la vez; es sin duda propio para todas ocasiones. En nuestro país se iba perdiendo esta costumbre española, que trae su origen de esas razas que levantaron el aéreo Alcázar de la Alhambra, ligero y calado como las blondas; pero aquí, en nuestro país, solo se usaba ya para las visitas de cumplimiento; en las grandes festividades religiosas, y el jueves y viernes santos para asistir á aquellas augustas ceremonias. 

   Pero ahora comiénzase á llevar con más frecuencia, y sirve para realzar sin duda alguna los encantos naturales de nuestras elegantes paisanas. Cuando se acompaña con el vestido de terciopelo de colores serios, en vez del raso, forma un contraste muy bello la ligereza aérea de la mantilla con el relieve blando de la saya. Si aquella es de blonda blanca y esta de terciopelo negro, la hermosa que lo lleva presenta un conjunto indefinible; así hemos visto á nuestra amada, y nos pareció la más bella y poética personificación del Alba: el arco noble de su frente y sus azules y luminosos ojos, la luna con sus luceros, saliendo de entre las nubes blancas de la blonda, que esclarecía al oscuro vestido, imagen de la noche.

   De estos trajes elegantes descendamos á los vulgares, de la poesía á la prosa. El traje del aguador es característico en Méjico, y este acuoso personaje vive por lo común en un cuarto de una casa de vecindad, ó en una accesoria de barrio. A las seis de la mañana se viste su camisa y calzón blanco de manta, y unas calzoneras de pana ó gamuza que solo le llegan á la rodilla. Encima de esto se pone un capelo, pareciendo por delante á la figura de una armadura antigua, aunque su material es de cuero, y por detrás forma un rodete que sirve para mantener en seguro equilibrio el chochocol, que tiene la figura de una grande granada de artillería, y es de un barro rojo, donde él lleva su capital, el agua. 

   Cubre su cabeza con un casquete de cuero, de la figura del que usan los cenceños jokíes ingleses , y por medio de una correa que le pasa por la frente, sostiene por las asas la voluminosa vasija, mientras de otra correa cuelga á su cabeza otra vasija más chica que viene á ser un cántaro. Este es el galán de las criadas, la crónica ambulante del barrio, y muchas veces el conductor de epístolas amatorias á las niñas de la casa, cuando el infortunado amante no tiene entrada, y es para él un castillo formidable y feudal; entonces el aguador es su mejor instrumento, pues está en contacto con las criadas, y halla franca entrada á todas horas del día.

   El Ranchero es uno de los tipos más curiosos del país, y, como los Árabes, su vida casi siempre pasa sobre el caballo; es una nueva especie de centauro, y su traje se compone de unas calzoneras de gamuza de venado, adornadas á los lados de botones de plata que reemplazan á la costura abrochándose á unos ojales: otros según sus proporciones las usan de paño con adornos de galón de oro; y colocan sobre la pantorrilla las botas de campana, que son dos pieles gruesas de venado realzadas con diferentes dibujos; cada una de esas pieles se dobla por la mitad y por el ancho, y así que están dobladas se envuelven las pantorrillas con ellas, y se las atan con una liga; hay algunas ricamente bordadas de oro

   Su sombrero es comúnmente poblano, con toquilla de cordón de plata ó chaquira, cuentecillas de colores muy pequeñas con que se figura una víbora que se coloca donde regularmente se lleva una cinta: las alas del sombrero son grandes, y á los lados de la copa colocan unas chapetas de plata en forma de águila ú otro capricho. Cubren su cuerpo con la manga, que es una especie de capa, con una entrada al medio para pasar la cabeza, y alrededor de esa está colocada la dragona ó muceta, que es un círculo de terciopelo con flecos de seda ó de hilo de oro en toda la circunferencia. Las hay de paño fino con galón al rededor y del valor de doscientos pesos

   El zarape es igual á las mangas, pero en las puntas es cuadrado, y está además tejido de algodón y lana finísimos, en las mejores, con colores finos y vivos; mientras las mangas son de uno solo. Los mejores zarapes son del Saltillo y San Miguel, las mejores mangas las de Acámbaro. Son ágiles jinetes los rancheros y de índole afable y sufrida: pueden de esta clase de gente formarse magníficos soldados de caballería: su vida pasa dedicada enteramente á las tareas del campo. En la ciudad sirven de picadores para enseñar los caballos de la gente rica, ó de mozos de estribo.

   La China es una criatura hermosa, de una raza diferente de la india: su cutis apiñonado, sus formas redondas y esbeltas, su pie pequeño. Se visten una enagua interior con encajes ó bordados de lana en las orillas, que se llaman puntas enchiladas; sobre esa enagua va otra de castor ó seda recamada de listones de colores encendidos ó de lentejuelas: la camisa es fina, bordada de seda ó chaquira, y deja ver parte de su cuello, que no siempre cubre con el rebozo de seda que se echa al hombro con sumo despejo y donaire

   La china no deja de encerrar su breve pie en un zapato de raso: sabe lavar la ropa con perfección, guisar un mole delicado, condimentar unas quesadillas sabrosísimas y componer admirablemente el pulque con piña y almendra ó tuna: no hay calle por donde no se vea, airosa y galana, arrojar la enagua de una acera á otra; y en el jarabe, baile tan bullicioso y nacional, cautiva con sus movimientos lascivos, con la mirada de sus pardos ú oscuros ojos. Su cabello negro está graciosamente ondulado, y de ahí les ha venido sin duda el nombre. Su carácter en lo general es desinteresado, vivo, natural, celoso y amante de su marido.

  Los demás trajes son comunes á todos los países, como los de los religiosos y monjas, soldados y demás clases de la sociedad. En la alta reinan las modas parisienses, que llegan á esta capital sin retardo y encuentran en sastres y modistas, hábiles intérpretes. El gorro para las señoras, generalizado en Europa, solo lo usan en el campo nuestras compatriotas, y algunas veces cuando van al paseo en elegantes carretelas descubiertas. El gorro viene á ser el marco de seda, cintas y flores de la fisonomía de las bellas, y encierra sus perfecciones para atraer más la admiración, formando así una galería de retratos animados; por esta causa aconsejamos que se prohibiese su uso entre las viejas y las feas.

   «Hay en este dichoso país, dijo hace poco un amigo nuestro, distinguido extranjero, donde brillan tantos bellos ojos negros, donde tantos pequeños pies invisibles rozan el suelo, una raza de déspotas elegantes que usurpan no sabemos cuál autocrático poder á los ojos, á los pies de las desgraciadas beldades que dan oído á sus requiebros. Estos señores tienen el poder de conservar bloqueado un balcón ó de hacerlo abrir, según les viene la idea.

   Ponen sus vetos sobre las entradas y las salidas, sobre los paseos y las cuadrillas ¡oh dragones de las Hespérides! Notamos en un baile, entre la muchedumbre de bailadoras, una joven muy apetecible que valsaba con una gracia y una regularidad enteramente planetaria. Nosotros tuvimos la inocencia de invitarla á dar tres vueltas en nuestros brazos; pero echamos la cuenta sin el novio, que nos probó, papel en mano, que la señorita estaba comprometida para todo lo que faltaba todavía por bailar: el desgraciado había tenido la discreción de no inscribirse, él, novio, nada más que para todos los valses, todas las polkas, todas las polkas-mazurcas, todas las polkas vertiginosas. Si este despotismo invade la tierra, seguía el mismo extranjero, se necesitará antes de aceptar un convite de baile, pedir quince días para proporcionarse una novia, y todo el mundo no tiene veinte y cuatro horas para desperdiciar cada día; inmensa riqueza que no se aprecia sino cuando ya está perdida. Rogamos al señor Ministro de Hacienda imponga una contribución sobre estos dichosos propietarios de bellos ojos negros, sobre estos tenedores de los corazones, sobre estos monopolizadores de diminutos pies. Lo difícil será asignar el tanto por ciento. »

   En este bendito país todo el mundo se divierte, aun con las lágrimas y los dolores, ¿y cómo no? El cielo azul siempre ríe sin nubes, las flores frescas y encendidas sirven de corona nupcial á la primavera y verano, y de lazos amistosos al otoño é invierno: el sol reanima, los céfiros refrescan, las aves cantan. Por eso el día de muertos nuestra bulliciosa sociedad se reúne bajo los frondosos árboles de la Alameda y en sus hermosas calles, para pasearse, sin que eche de menos la viuda joven el brazo del esposo, la hermana al hermano, el hijo al padre. En todas aquellas avenidas se colocan en mesas, unas tras de otras, todos los emblemas y figuras de la muerte que están construidos de dulce ¡admirable coincidencia con el día! pues en lugar de llorar á sus deudos, los más endulzan su memoria con el paseo. No sabemos qué pensar, si este día se celebra ó lamenta, conforme á nuestras costumbres, la pérdida de los parientes y amigos. 

   En la noche todo brilla con esos globos de colores, iluminación veneciana; se pierden las pisadas de una muchedumbre entre los ecos armoniosos de la música. Oigamos la conversación de esa joven enlutada: su esposo ha muerto hace ocho meses; y ya va apoyando el dulce y leve peso de su cuerpo en el brazo vigoroso de su primo. ¡Vamos! Hablarán siquiera de los recuerdos, de las bondades de aquel hombre honrado y digno. La frase que he sorprendido al pasar es de voz femenil que dice: ¡yo te amo! y con sus blancos dedos aprieta suavemente á su compañero. 


Fuente:

Arróniz, Marcos. Manual del viajero en Méjico. Compendio de la historia de la Ciudad de Méjico. Con la descripción é historia de sus Templos, Conventos, Edificios públicos, las Costumbres de sus habitantes, etc. París, 1858, pp. 134-141

Fuente de las imágenes: Biblioteca Nacional Digital de México. Album fotográfico del siglo XIX sobre costumbres. Fotógrafo: Cruces y Campa.

Nota: Hago uso de las imágenes apegándome a los estándares de Creative Commons

jueves, 30 de mayo de 2019

Marchantes de las calles de la ciudad de México, siglo XIX

   Ya desde lo visto por Cortés y Bernal en el mercado de Tlatelolco tenemos la más antigua relación de lo que era el mercado y sus mercaderes y marchantes en la antigua Tenochtitlán, vendrían luego algunos cronistas del periodo virreinal que nos darán testimonio de cómo se realizaba el comercio en la ciudad de México y, en la mitad del siglo XIX hubo quienes hicieron puntuales relatos que describían la actividad, no en las tiendas o en los mercados, sino en las calles. Y un poco más adelante, cuando llegan los primeros fotógrafos a México, algo que les sorprenderá a todos son los personajes y sus atavíos que mucho tenían que ver con lo que vendían. Esta vez me apoyo en un texto extraordinario, que con mucho gusto te comparto:

  Si cada siglo nos hubiera trasmitido sus crónicas de usos familiares y domésticos, se comprenderían hoy sin mucha dificultad las alusiones que á las costumbres é idiomas locales hallamos en las antiguas relaciones, y que hoy ya son oscuras para nosotros por sus trajes vendríamos á conocer perfectamente el estado de sus manufacturas, y sus adelantos sociales; pero los escritores de todos tiempos miran comúnmente esas bagatelas, así las llaman, como indignas de su consideración, sin atender á que algún día la popularidad más extendida de estos usos peculiares de cada pueblo puede llegar á verse sepultada en el más profundo olvido.

  Entretanto ¿no peculiares de cada pueblo puede llegar á verse sepultada en el más profundo olvido? Entretanto ¿no es cierto que siempre nos sentimos movidos de una viva curiosidad por conocer el modo de existir de nuestros ascendientes, y que las particularidades más mínimas de sus costumbres domésticas nos parecen llenas de interés, aunque sea solo por complacernos en nuestra superioridad relativa? En el día hay algunos usos que deben recordarse, y sin cuyo conocimiento no se calificaría en adelante sino imperfectamente nuestra época. Supongamos, pues, que en las variaciones á que están sometidas las cosas humanas se aboliesen los gritos de vendedores en las calles, ¿cómo podrían nuestros descendientes tener noticia de ellos? 

  Que un hombre curioso de este género de costumbres venga á vivir á esta ciudad tumultuosa, y no tardará en oír gritar por sus calles las mercaderías y los frutos de todas las estaciones, hiriendo sus tímpanos con gritos inusitados y con anuncios casi ininteligibles de este comercio diario.  Además del continuo ruido de los caballos, del perpetuo rodar de los coches y del crujido de los carros, que parecen gemir bajo el peso enorme de sus cargas, los gritos obtienen una superioridad notable, porque los que los dan se esfuerzan en sobresalir en medio de tan sorprendente bullicio.

  Así es que desde la mañana á la noche no es cierto que siempre nos sentimos movidos de una viva curiosidad por conocer el modo de existir de nuestros ascendientes , y que las particularidades más mínimas de sus costumbres domésticas nos parecen llenas de interés, aunque sea solo por complacernos en nuestra superioridad relativa. En el día hay algunos usos que deben recordarse, y sin cuyo conocimiento no se calificaría en adelante sino imperfectamente nuestra época. Supongamos, pues, que en las variaciones á que están sometidas las cosas humanas se aboliesen los gritos de vendedores en las calles, ¿cómo podrían nuestros descendientes tener noticia de ellos? 

   Así es que desde la mañana á la noche no se oye otra cosa que el estruendo de mil voces discordantes, que referimos á continuación, y que van disminuyendo de una manera notable, perdiéndose así esta fisonomía peculiar de nuestra capital. — El alba se anuncia en las calles de Méjico con la voz triste y monótona de multitud de carboneros, quienes parándose en los zaguanes gritan con toda la fuerza de sus pulmones: Carbosiú (Carbón, señor). 

  Poco después se hace oír la voz melancólica de los mercaderes de mantequillas, quienes sin detenerse en su marcha gritan: Mantequía mantequía de á rial y dia medio. — Cesina buena! es el anuncio con que lo interrumpe el carnicero, con una voz ronca y destemplada : este grito alterna en seguida con el fastidioso y prolongado de la sebera ó mujer que compra sebo de las cocinas, quien poniéndose una mano sobre el carrillo izquierdo, chilla en cada zaguán: ¡ Hay sebooooooo!  — Sale esta y entra la cambista, india que cambia un efecto por otro, y grita menos alto y sin prolongación de sílabas: Tejocotes por venas de chile ¡... tequesquite por pan duro! 

  Con esta tropieza un buhonero ó mercader ambulante de mercería menuda, y entrando hasta el patio, relata la larga lista de sus efectos, con tono incitativo y buscando sus ojos á las mujeres: Agujas, alfileres, dedales, tijeras, botones de camisa, bolitas de hilo? — Pero rivaliza con este el frutero, apagando sus ecos, porque con voces descompasadas y atronadoras produce la relación de todas sus variadas frutas. — Entretanto se hace oír en la esquina la tonadilla cadenciosa de una mujer que anuncia esta vendimia

  ¡Gorditas de horno calientes, mi alma!  ¡Gorditas de horno! — Los constructores de esteras ó petates de Puebla parece que no tienen otro mercado que el de Méjico para expenderlos: así es que todos se diseminan por las calles, y gritan de un modo uniforme: Petates de la Pueeeeebla! jabón de la Pueeeeebla! compitiendo con estos los indígenas que expenden los fabricados de tule en Xochimilco, que á su vez gritan con voz rasposa: Petates de cinco vaaaras! Petates de á media y tlaco! 

  El medio día no está exento de estas veces mortificantes; un limosnero reza blasfemias por un pedazo de pan; un ciego recita un romance milagroso por igual interés; al mismo tiempo se escucha el penetrante grito de una india que rasga los oídos y que anuncia: MelcuiiiiiiI (melcocha); el del quesero, que con toda la fuerza de su gaznate publica: Requesón y melado bueno!..

   Requesón y queso fresco; y el meloso clamoreo del dulcero, que según su nomenclatura particular ofrece á dos palanquetas á dos condumios caramelos de espelma bocadillo de coco relación frecuentemente interrumpida por la trémula y aguardentosa voz, ó por el agudo chillido (según la edad del individuo) de los numerosos portadores de la fortuna popular que ofrecen hasta por medio real el último billetito que me ha quedado para esta tarde y ese último nunca se acaba. 

 — En la tarde son comunes iguales gritos; pero pertenecen especialmente á esta parte del día el de las tortillas de cuajada y el fúnebre lamento del nevero, que con voz sepulcral anuncia: A los canutos nevados! En la estación de las aguas se ve correr por las calles varias indígenas con un trotecillo peculiar á ellas solas gritando: No mercan nilatzilio! con cuya voz anuncian su venta de elotes, y las nueceras la suya con esta voz seca: Toman núes ? 

 — En la noche cesan estas vendimias, y les suceden otras: los vendedores de castañas las pregonan por todas las calles de la ciudad anunciando el invierno con la voz fuerte y como contenida: Castaña asada y cosida: castaña asada! Lo mismo hacen las pateras con su canto cariñoso, que repiten á cada minuto, permaneciendo algunas en las esquinas, así como las juileras y las que expenden tamalitos cernidos, tamalitos queretanos. Por entre los innumerables gritos de vendedoras de otros objetos; algarabía infernal, que va desapareciendo paulatinamente á medida que se adelanta la noche. 

  Pero el rey de los gritos, el mas poderoso porque los domina á todos, es á medio día: A las bueeenas cabeeezas calieeeeentes de horno !
                                                 
  La Semana Santa, entre el ruido de las matracas y los racimos de Judas, repite en medio de sus procesiones el consabido estribillo: A dos rosquillas y un mamón".

 Fuente:

Arróniz, Marcos. Manual del viajero en Méjico. Compendio de la historia de la Ciudad de Méjico. Con la descripción é historia de sus Templos, Conventos, Edificios públicos, las Costumbres de sus habitantes, etc. París, 1858.

Fuente de las imágenes: Biblioteca Nacional Digital de México. Album fotográfico del siglo XIX sobre costumbres. Fotógrafo: Cruces y Campa.

Nota: Hago uso de las imágenes apegándome a los estándares de Creative Commons

miércoles, 29 de mayo de 2019

Algunas haciendas de Yucatán en imágenes

  Esta vez dividiremos en dos partes este artículo que lo único que busca es admirar la singular arquitectura de las Haciendas de Yucatán, la primera son imágenes tomadas hace varias décadas, años setenta del siglo XX, las obtuve de un libro cuya portada incluyo. Las segundas son aportaciones que me hizo una lectora de por aquellos rumbos. Se me dificulta mucho identificar cada una de las imágenes, me refiero al lugar en donde fueron tomadas, el punto está en que son todas interesantes.