jueves, 30 de abril de 2020

La noche de Walpurguis o la redondez del tiempo

   Hacía un buen tiempo que no abordaba el tema del calendario y la propuesta que desde hace varios años había hecho acerca de que el tiempo es redondo… como los relojes lo son y nos marcan el tiempo determinado de medio día, pues para decirnos de un día entero las manecillas deben dar dos vueltas completas, y si dan vueltas es porque giran formando un círculo y si vemos algunos calendarios, los antiguos, específicamente los prehispánicos, estos eran de forma circular, de ahí eso que digo de que el tiempo es redondo y más que el tiempo, lo que es redondo es la cuenta que de él llevamos.

   Esta idea la reafirmo con la celebración que hoy, 30 de abril se hace (en tiempos normales) de la Noche de Walpurguis (Walpurgisnacht), que abarca desde el ocaso de hoy, hasta el amanecer de mañana. 1° de mayo. En esta noche “se celebra en el centro y norte de Europa la fiesta pagana de la Noche de Walpurgis, cuando las brujas pueden celebrar sus fiestas paganas antes de ser barridas por el amanecer del día de la santa. En realidad Walburga nada tenía que ver con este rito; más bien se escogió esa noche por oposición a la fiesta de Todos los Santos (que se celebra el 1 de noviembre), ya que celebrar ritos paganos seis meses después, o sea, del otro lado del año, es una manera ritual de darle vuelta. El escritor alemán Wolfgang Goethe retrató de manera detallada y espeluznante esa noche de Walpurgis en su Fausto". (Wikipedia.)

  Walapurguis o Walaburga o Valburga, Valborg, Walburg, Walpurga, Waltpurde, Valpurgis, Vauborg, fue una santa “Nació en Wessex (Inglaterra) cerca del 710. La leyenda dice que era hija del mítico rey san Ricardo el Sajón —un rey de los sajones occidentales— y de Winna, hermana de san Bonifacio, apóstol de Germania. Cuando su padre partió en peregrinación hacia Roma junto con sus dos hermanos —los también legendarios San Willibaldo y San Winibaldo—, Walburga, entonces de once años de edad, quedó bajo el cuidado de la abadesa de Wimborne. Pasó 26 años encerrada en el convento inglés, preparándose para las hazañas que llevaría a cabo en Alemania. Gracias a la educación que recibió en Winborne, Walpurga pudo más tarde escribir en latín la Vida de san Winibaldo y los viajes de san Willibaldo por Palestina. Eso la convertiría en la primera escritora de Inglaterra y Alemania. (Wikiwand.)

  Curioso encontrar esta, digamos, contraposición, esta antípoda calendárica, la noche del 30 de abril con la noche del 31 de octubre… prácticamente lo mismo que (pensando en el punto del otro lado del círculo) a 180 grados, en este caso a 180 días (180+180=360) entre el 24 de junio, día de San Juan el Bautista y el 25 de diciembre, la Navidad. Que es lo mismo que uno y otro equinoccio o uno y otro solsticio. Equilibrio cósmico al fin.

Para leer más del tema, entra aquí.
Un video musical, aquí.

martes, 28 de abril de 2020

De epidemias, pandemias y zoonosis… las palabras que agregamos a nuestro léxico habitual.

   De sobra sale comentar sobre la cantidad de palabras (no de cuántas decimos al día, sino cuántas palabras conocemos y usamos al hablar –o escribir-) pues bien sabemos que cada vez limitamos nuestro lenguaje habitual a uno o dos centenares de palabras; ni para qué mencionar lo de las contracciones que se han generado en el modo de escribir una palabra debido al uso y abuso de los msg de texto. Aquí, tratando de ser lo más positivo en mitad de esta situación que ahora vivimos, es el de que si vemos con un poco más de atención a los reportes que se dan día a día en torno a la pandemia, van apareciendo palabras que nos enriquecen el lenguaje. Como la que acabo de “descubrir”: zoonois.

  En 1732 la epidemia se definía en estos términos: “La enfermedad que corre comúnmente entre la gente, y que anda generalmente vagando entre muchas personas”.

   En 1737 a la peste se entendía como “Enfermedad contagiosa, ordinariamente mortal, y que causa muchos estragos en las vidas de los hombres y de los brutos. Ocasiónase por lo común de la infección del áire, y suelen ser la señal de ella unos bultos que llaman bubones o landres. Por extensión se llama qualquiera enfermedad, aunque no sea contagiosa, que causa grande mortandad

  Tendrían que pasar siglo y medio para entender lo que era la zoonois, actualmente la Real Academia de la Lengua define la palabra así: “Enfermedad o infección que se da en los animales y que es transmisible a las personas en condiciones naturales”.

   Con estas ideas en la cabeza, ahora comparto contigo que sigues El Bable, algunos interesantes textos de los que doy enlace a la publicación completa por si te quieres empapar en el tema:

   “Esta incomprensión de la naturaleza de la peste no puede sorprender, puesto que no fue hasta finales del siglo XIX cuando el microbiólogo suizo Alexandre Yersin descubrió el bacilo Yersinia pestis, causante de la infección. La peste es una zoonosis transmisible, una enfermedad de las ratas y otros roedores que puede contagiarse eventualmente a los humanos a través de las pulgas. Estas, al picar a las ratas, ingieren sangre con bacilos que se multiplican en su interior. En condiciones normales, las pulgas no buscan huéspedes humanos, pero, cuando la epidemia merma la población de roedores, los insectos hambrientos atacan a cualquier organismo vivo cercano. (Tomado del diario español La Vanguardia, te recomiendo leer todo el artículo, aquí.)

   “El nombre de influenza fue acuñado en Florencia, Italia, durante una terrible peste ocurrida en 1357, en la que esta enfermedad fue atribuida a la "influencia perniciosa" de los astros. Algunas epidemias italianas, procedentes de Asia, arribaron a la Península Ibérica y fueron reportadas y descritas en numerosas ciudades españolas a lo largo de la Edad Media como epidemias de catarro o gripe. Una de ellas ocurrió en Sevilla en 1405. El parasitólogo veterinario e historiador español Miguel Cordero del Campillo, en su obra Crónica de Indias, menciona que la primera epidemia de origen europeo que llegó a América en noviembre de 1493 fue la gripe o influenza, y que parece haber sido de carácter zoonótico. Los caballos y los cerdos que embarcó Colón en la isla Canaria de La Gomera, en su segundo viaje a América, enfermaron de un proceso respiratorio identificable aparentemente con la influenza, que afectó también a algunos tripulantes, entre ellos el propio Cristóbal Colón, según la referencia que dio el doctor Diego Álvarez Chanca, médico de la expedición y quien lo trató (citado en Márquez, 2006: 124). Tan sólo en los pasados 100 años hubo seis grandes pandemias: en 1890, 1900, 1918, 1959, 1967 y 1977. (Tomado de Márquez Morfín. Scielo)

  Sobre la pandemia de 1918 se han publicado algunos estudios, se le ha considerado como “la pandemia olvidada”, siendo que es la que nos da un marco referencial a lo que estamos viviendo en estos días, te recomiendo leer más sobre lo ocurrido en la llamada Influenza Española:

   "Por lo general este virus produce epidemias agudas cada tres años, a finales del otoño o principios del invierno, y cada diez años se presentan cambios en el tipo antigénico prevalente del virus A que en ocasiones dan origen a grandes pandemias. Las más recientes se produjeron en 1957-58, “la gripe asiática”, y 1968-69, “la gripe de Hong Kong”. Ambas involucraron cepas que al parecer proceden indirectamente de las aves, pero en términos de los daños generados poco tuvieron que ver con la pandemia de 1918.

   A esta última se le terminó denominando influenza española, pero la verdad es que a la fecha se desconoce el sitio en donde se originó. En la primavera de 1918 aparecieron brotes en diversos países de Europa y Asia, y en Estados Unidos. La primera ola de influenza fue muy contagiosa, pero en muy pocos casos tuvo consecuencias fatales. La segunda ola apareció pocos meses después y hacia octubre se había diseminado a prácticamente todo el mundo, incluso a las remotas aldeas esquimales. Sólo algunas islas de Australia se libraron de este mal. (Tomado de Salud Pública.)

lunes, 27 de abril de 2020

1786, el Año del Hambre, la epidemia y la muerte del Conde de Valenciana

  La historia tiene registrados eventos iguales o peores a los que en estos días estamos viviendo. Días por demás extraños en los que, sin previo aviso y de un día para el otro, la rutina dejó de serlo y a un proceso de adaptación nos estamos viendo sujetos. Pensé si era o no adecuado publicar este tipo de eventos. Al principio no quise pues veo que en la prensa escrita se han hecho referencias, especialmente a lo ocurrido en plena Primera Guerra con aquello de la Influenza Española, misma que afectó a todo México y de que muchos de nuestros abuelos o bisabuelos dieron cuenta de lo ocurrido. Recordé que uno de los grandes personajes del ideario mexicano murió durante una epidemia: Sor Juana, pero como su muerte ocurrió el 17 de abril, los periódicos nacionales dieron cuenta del evento (del aniversario luctuoso). Ahora, ya más relajado en cuanto a los temas que abordo en este Bable, creo adecuado recordar que en otra época y en otra circunstancia hubo otro personaje muy bien conocido en México, que murió igual, a causa de una epidemia. Veamos: 


1.- Antecedente: “27 de Agosto de 1785. Una muy fuerte y extemporánea helada, que cae en este día, destruye por completo las sementeras principalmente las de maíz; dando con esto origen á los horrores que tuvieron que lamentarse el siguiente año de 1786 conocido hasta el día con el fatídico nombre de “año de la hambre;" y de los cuales hablaremos muy pronto extensamente. 

 2.- El problema. “A consecuencia de la helada que ya mencionamos, verificada en 27 de Agosto del año anterior, se pierden completamente todas las cosechas, y una hambre horrible, acompañada de una asoladora peste, devasta por todas partes el suelo de la Nueva España: en la Ciudad de Guanajuato tienen lugar las más lastimosas escenas, semejantes á las que hemos descrito con motivo de otra igual calamidad en el año de 1714.
   Desde el momento en que la helada fatal echó por tierra las esperanzas de los labradores, que contaban con pingües cosechas, todos los comestibles comenzaron á encarecer progresivamente, subiendo al fin á precios verdaderamente fabulosos. La manteca llegó á valer 25 ps. arroba, y vendiéndose al menudeo daban una onza por medio real, un piloncillo valía dos reales, y la harina 20 ps. carga etc. á las tortillas les mezclaban biznaga, y otros ingredientes á veces perjudiciales á la salud; en las alhóndigas había terribles desórdenes por la multitud que las invadía, y la guardia que las autoridades hicieron poner en cada una de ellas, á fin de contenerla, tuvo muchas veces que recurrir á sus armas.
   La peste en tanto competía con el hambre, para ver cuál de las dos hacia más víctimas. Las montañas, los barrios y aún las mismas calles y plazas eran teatro de los más tristes espectáculos: crecidas caravanas de miserables, de la Ciudad y de fuera de ella, andaban en todas direcciones pidiendo por amor de Dios un pedazo de pan, y frecuentemente se veían caer moribundos á varios de ellos que espiraban en pocos momentos.
   D. Bartolo Álvarez, en sus apuntes manuscritos, que varias veces hemos citado, refiere que había personas caritativas, que, desde la oración de la noche hasta las cuatro de la mañana, se ocupaban en recoger cadáveres que se encontraban tirados á cada paso, y los llevaban al panteón de S. Sebastián para darles allí sepultura.
   Su multitud fue tanta, que el mencionado panteón, único que entonces existía, hubo de llenarse de tal manera, que los miasmas corrompidos que exhalaba, se percibían desde grande distancia; y se hizo necesario por esta razón echar sobre toda su superficie un atierre de media vara de espesor, providencia que fue tomada por el Ayuntamiento el día 1. ° de Agosto. Según el Barón de Humboldt excedieron de 8,000 las víctimas que hizo en la Ciudad de Guanajuato esta asoladora calamidad.
   Hubo no obstante muchas personas benéficas y caritativas, deparadas por la Providencia, que derramaron sus tesoros á manos llenas para aliviar en lo posible tanto sufrimiento, de suerte que los pobres de los contornos venían en multitud á Guanajuato, atraídos por tanta caridad.
   El Ayuntamiento á la cabeza de los particulares no omitió medio para hacer menos dura la suerte de los desgraciados: desde fines del año anterior estableció varias casas de misericordia, donde se curaban los enfermos y se alimentaban los menesterosos: una estaba en la hacienda de beneficiar metales llamada de S. Pedro, que fue proporcionada para el efecto por el Sr. Regidor D. Pedro Luciano de Otero, otra en una casa contigua que facilitó el Presb. D. José Joaquín de Otero y otra en el Santuario de Ntra. Sra. de Guadalupe.
   Pero como las necesidades crecían por instantes, y viera la corporación que ya no eran suficientes las casas mencionadas, por estarse experimentando que en las calles, plazas, barrios, cerros y minas, se morían innumerables personas, así por la peste como por el hambre, determinó en 16 de Abril establecer otras dos nuevas, como en efecto se verificó; y ocurrir á la protección divina por medio de un solemnísimo novenario y procesión de la venerada Imagen de Ntra. Sra. de Guanajuato, arreglados por los regidores D. Juan Vicente Alamán y D. León de Sein.
   Los Sres. Curas D. Juan José Bonilla y D. José Joaquín Carrillo, no solamente no quisieron quedarse atrás en estas obras de piedad, sino que tomaron a iniciativa desde 16 de Noviembre del año anterior de 1785, donando para compras de semillas, que se distribuyeron gratuitamente, y para otros socorros a los necesitados, la suma de $ 8,000 que se tomaron de la fábrica y de los fondos de cofradías.
   El piadoso sastre D. José de la Luz Aradillas casi consumió cuanto poseía en poner un amasijo en los 'Escalones de Coites" para dar pan á los pobres a precio sumamente módico: cosa igual practico en la plazuela de S. Diego otro caritativo sujeto, llamado D. Juan de Austria, y el Sr. D. Miguel Mana de Arellano, repartía diariamente cuanto le era posible de muerte que los pobres lo seguían en numerosas bandadas llenándole de bendiciones. 
   Era médico este digno caballero y, al salir á caballo, según su costumbre, para hacer sus visitas, los vendedores de comestibles y los pobres se le agrupaban por uno y otro lado; y él con ambas manos distribuía los alimentos, subiendo á tal extremo su caridad y lo benigno de su corazón, que una noche, según refiere Álvarez, diciéndose testigo presencial del suceso, llegó á su casa seguido como siempre de centenares de necesitados, y al tiempo de entrar en ella lo echaron por tierra, y levantándolo por los pies lo sacudieron, hasta no dejarle nada de cuanto llevaba consigo: su esposa justamente airada quiso desde luego castigar tanta osadía; pero el Sr. D. Miguel la calmó en el instante, manifestándole que lo sucedido lo llenaba de complacencia, y que los pobres tomaban lo que era suyo, porque los que abundaban en bienes, no eran otra cosa que los depositarios de los necesitados.
   El Sr. D. Pedro Casillas, dueño de la hacienda de b. Luisito, distribuía también diariamente en aquel barrio abundante comida á centenares de pobres, los cuales para este efecto hacía formarse en largas hileras á ambos lados del rio.
   Otros varios particulares formaron en 26 de Abril una junta denominada "de pro visión de víveres" que hizo también grandes bienes, y para cuyos gastos, suplieron fuertes cantidades los Sres. D. Juan Vicente Alamán y D. Pedro González.
   Pero entre tantos piadosos caballeros, dignos todos de los más grandes elogios, se distinguía el Sr. Conde de la Valenciana, el cual, á más de las limosnas que hacia secretamente, que eran muchas, daba alimentos en el hospital de Belén á cuantos pobres se presentaban á recibirlo. El primer día que tuvo lugar este reparto se distribuyó una res entera y abundantes canastos de tortillas, pan y semitas; y habiéndose quedado sin parte cosa de 300 pobres, por no haber sido suficientes los alimentos preparados, entonces el benéfico Conde dio una limosna de dos reales á cada uno de los grandes y un real y medio á los pequeños, y mandó para los siguientes días triplicar la cantidad de comida, de suerte que las hileras de pobres se extendían desde el interior del hospital, por toda la calle de Belén.
   Gracias á tanta caridad, verdaderamente cristiana, los estragos del hambre calmaron algún tanto, sin llegarse á experimentar en Guanajuato los extremos horrores que en otros puntos, en que faltó la voluntad ó la posibilidad de hacer esos beneficios de tan grande cuantía.

3.- La consecuencia: “1786. Muere á fines de este año el Sr. Conde de Valenciana D. Antonio de Obregón y Alcocer, verdadero padre del pueblo de Guanajuato, cuyas abundantes lágrimas bañaron su cadáver como tributo justísimo de gratitud."


Fuente:

Marmolejo, Lucio. Efemérides Guanajuatenses. Tomo II. Imp. del Colegio de Artes y Oficios. Guanajuato, 1883. pp. 276-283

domingo, 26 de abril de 2020

La visión de Francisco de la Maza sobre la arquitectura civil en la ciudad de México virreinal

 Hoy juntamos dos portentos: uno es el texto del maestro Francisco de la Maza en el que nos describe con su impecable estilo la visión que él tiene de lo que fuera otro portento: la llamada Ciudad de los Palacios, esa región más transparente que aderezaba la ciudad virreinal de México. El complemento ideal son las fotografías que Dessiré Charnay ejecuta desde lo alto del templo de San Agustín y que nos hace un plano secuencia desde la Alameda, al poniente, hasta San Lázaro en el poniente.

  “Salvo el transformado Palacio Nacional, nada queda de arquitectura civil del siglo XVII. Toda la ciudad cambió sus casas en el XVIII. El gran acueducto de Santa Fe, iniciado en 1603 y terminado en 1620, fue destruido con saña en el siglo pasado (XIX) ni siquiera se tuvo la precaución, como se hizo con el de Cahpultepec, de conservar una docena de arcos como recuerdo. Y eso que tenía mil arcos, lo cual es impresionante. Venía del pueblo de Santa Fe, pasaba bajo la roca de Chapultepec, continuaba por San Cosme y la Alameda, donde concluía frente a la casa del Mariscal de Castilla, hoy enano rascacielos detrás de Bellas Artes.

   Las fuentes para el servicio de agua eran más de cuarenta; pero la única de interés era la de la Plaza Mayor. Las demás eran simples arcos rehundidos en las esquinas de los conventos o de los palacios. De ellas partían las “mercedes de agua cuyas medidas eran la: “paja” como más pequeña; la “naranja” como mediana y el “buey” como la más grande. A pesar de este último e increíble nombre, el grosor del chorro era de unos cuantos centímetros.

   Se ha señalado una característica cromática de la ciudad de México: el rojo de sus paños de tezontle y el gris blanco de sus jambas y dinteles. Añadamos otra: la de subir estas jambas hasta la cornisa, prolongándola más allá de los dinteles de modo que resultaba un paño rectangular que servía para poner monogramas religiosos, relieves, fechas y hasta escudos. A principio s del siglo en 1608, decía el cronista fray Hernando Ojeda: 

  “Casi todos los edificios de esta ciudad son de cal y canto; las casas lindísimas, grandes y espaciosas, de patio, corredores y corrales; ventanas rasgadas con rejas de hierro; curiosas, ricas y bien labradas portadas y cubiertas de azotea o terrado enladrillado o encalado, y así la ciudad es muy grande y ocupa tanto o más sitio que Sevilla o Madrid… 

   Y a fines del mismo siglo decía el citado historiador Betancourt; “los edificios tienen altos y bajos, con vistosos balcones y ventanas rasgadas de rejas de hierro labradas con primor…” para 1621 tenía la ciudad 7700 casas y en 1650 habían aumentado a 30000, según sospechosos cálculos de un cronista del siglo XVIII.

   A pesar de la limpia traza rectilínea de García Bravo, algunos frailes y vecinos se encargaban de “enmendarla” o destruirla. Dice un vecino, en 1615, el ayuntamiento que tenía unas “casas grandes” por Jesús maría pero que enfrente estaban “dos pedazos de casas viejas que quitan la vista” por lo que pide “se pongan en traza y se les dé nivel y derechura”, otro pedía se acabe de arreglar una calle por el convento de San Juan de la Penitencia para que no haya callejones que sirvan de ladroneras contra la policía y buen adorno de una ciudad tan principal y tanto lustre como esta.

 En 1619 se hizo el segundo edificio del ayuntamiento, “con balcones y portales”, reedificado en el siglo XVIII y muy redecorado en este siglo.

   Un problema económico muy serio se cernía sobre la ciudad, y los sagaces regidores del ayuntamiento lo denuncian en 1635 pidiéndole al rey “se sirva prohibir que las ordenes mendicantes se apoderen de las casas y haciendas de esta ciudad, porque los vecinos no tienen ya que comprar un solar que dejar a sus hijos patrimonio para la conservación de las familias, y cada día van los dichos religiosos comprando y asentándose más con que a pocos años era suya la mitad del reino…”

Como sucedió, en efecto… 

  Recordemos una casa de la cual, por fortuna, existe aún litografía que la muestra antes de que fuera vergonzosamente destruida: la casa del judío, por el barrio de San Pablo. Se cree que fue la mansión de Tremiño de Sobremonte. Era de dos pisos, sin entresuelo. En el bajo se ven las puertas almohadilladas, con las altas jambas típicas. En el piso alto, una serie de balcones de arcos lobulados, con ricas jambas esculpidas y conchas a guisa de capialzados exteriores. En los paños, labor mudéjar de petatillo. La portada principal era solemnísima, con un tapiz de piedra o de argamasa que adornaba el segundo piso, en el cual iban unos ángeles de tamaño natural en relieve, tres nichos y escudos. Es posible que algunas casas decoradas en argamasa como esta, sean del siglo XVII, como la de la esquina de Uruguay y 5 de Febrero y la que forma el ángulo de las calles de Guatemala y Argentina.

  Según el plano de los condes de Moctezuma, muchas de las casas estaban aún almenadas. Y lo comprueba una noticia de Robles, de 1679: “cayó un rayo en la casa de los Guerreros, junto a santa Inés y derribó dos almenas”. Frente a la Concepción se ve una casa de dos pisos con jardín esquinero, protegido por tres ventanas de fortísimas rejas. El palacio por Mariscal de Castilla está también almenado y por dentro, con su patio de arcos. El palacio que sería después del marquesado de Guardiola lleva almenas, con su portada renacentista, varios balcones enrejados y uno esquinero. Duró hasta mediados del siglo XIX. Otra casa imponente era el Rastro, con sus medievales torreones en cada esquina, que mal trecho, llegó hasta el siglo XIX. Era de 1619, con portadas “de orden toscano”, es decir, dórico, con almenas de tezontle “sacadas en punta de diamante”.

   Las casas más humildes eran de un piso, con sus azoteas de terrados. Ignoramos si ya había “accesorias” y “casas de taza y plato”. Que las había con entresuelos consta por documentos, ya que los poetas Ramírez de Varga y Ayerra Santa maría los alquilaban en la calle Donceles.

   El real palacio aún era en 1692 el del siglo XVI. Su frente no llegaba hasta la esquina de la Moneda, como ahora. Tenía dos portadas renacentistas de 1564, y tres patios. La habitación de los virreyes era el ala izquierda, y tenía, según el cronista Sariñana: 

“todas las piezas, camarines y retretes (recibidores y recámaras) que pide la suntuosidad de un palacio; junto a la escalera tiene tres salas grandes principales de estrado (de reuniones), con balcones a la plaza mayor, y entre ellos uno de doce varas de largo y casi dos de vuelo, ensamblado y dorado , con sus zaquizamí y plomada… 

   Este hermoso balcón lo había mandado construir el elegante virrey duque de Escalona, en 1640. Era a la manera andaluza –parecido a los balcones peruanos- es decir, con su amplia repisa que avanzaba , apoyada por su muro por niños atlantes, con celosías de madera y su “zaquizamí o techo inclinado, como alero, con sus delgadas tejas de plomo. Le llamaban “el balcón de la virreina”.

   La capilla estaba al fondo del patio, era de bóvedas y su retablo de orden corintio, cuyas clásicas columnas detenían dos muchachos de medio relieve honestamente desnudos”, es decir, completamente desnudos pero oculto el sexo con una oportuna cinta que no se sabía de donde venía: en el centro del retablo una gran pintura de Santa Margarita, obra del excelente pintor español Alonso Vázquez. En 1693 hubo el conocido y mil veces contado motín del pueblo hambriento contra el virrey conde de Galve. El palacio fue incendiado.

   En 1693 se comenzó a construir el actual, por el arquitecto Felipe de Roa; el virrey y conde de Moctezuma pudo habitarlo en 1697. Si la fachada fue más armoniosa y corrida hasta la calle de la moneda (sin la puerta de ese lado, que hizo el presidente Arista) fue demasiado austera y de aspecto militar, más que doméstico; el interior, en cambio, tiene uno de los patios más solemnes, elegantes y proporcionados, al que corresponden una escalera y corredores con las mismas calidades.

   Una excelente pintura de Cristóbal de Villalpando, nos muestra la plaza mayor en 1695, con el palacio a medias, el parián y las bullente multitud que llena la plaza: es uno de los “retratos” de la ciudad del siglo XVII más auténticos y emotivos.

 .


Fuentes:

De la Maza, Francisco. La ciudad de México en el siglo XVII. Lecturas mexicanas 95. FCE. México, 1985. México. pp. 58-63

La fotografía(s), que fuera obsequiada por Charnay a Orozco y Berra está a buen resguardo en la Matopteca que lleva su nombre, si la quieres ver completa su registro es: 780-OYB-725-A

viernes, 24 de abril de 2020

La compilación que José María Marroquí hace sobre el pulque. 3ª. Parte

  De aquí no debemos pasar en lo relativo á los asientos del pulque y nombramiento del Juez Conservador de la renta, porque precisamente en el gobierno del Marqués de Casafuerte se inició la formación de la Junta Superior de Real Hacienda, cuya historia no cae bajo nuestra jurisdicción.
En la extensión gradual que fué adquiriendo la renta del pulque, hubo de llegar á la provincia de Antequera ó de Oaxaca, en donde la contrató D. Juan Lasarte. Allí entonces, y con este motivo, se suscitó por parte del clero nueva rebelión contra la bebida del pulque.

   El P. Mtro. Fray Diego González, del orden de la Merced en aquella provincia, escribió un folleto impugnando el Real Asiento de ese licor, dedicado al Marqués de Casafuerte, para que bajo su especial protección corriera impreso, y le remitió á Francisco Ortega, impresor, con oficina en esta ciudad, encargándole que le publicase. El impresor, antes de proceder á la impresión, pidió al Virrey la debida licencia, como la ley lo mandaba; y el Asesor del virreinato, Lic. D. José Méndez, á quien pasó en consulta, fué de sentir que no sólo no debía de imprimirse aquel escrito, sino que aun manuscrito era de impedirse su circulación, pues le consideraba como un libelo escandaloso, represión indigna de las disposiciones reales, capaz de introducir inquietudes y sedición en los ánimos. Sobre este fundamento fueron enviados los autos al Fiscal de lo Civil, D. Pedro Malo de Villavicencio, el cual hizo un pedimento difuso defendiendo el asiento, como era de su deber, impugnando el papel, que reclamaba contra el uso y expendio de las bebidas prohibidas, de que abundaba el obispado de Oaxaca, concluyendo con pedir que se ejecutase lo que el Asesor decía, librándose despachos á todas las justicias de aquella diócesis, para que procurasen recoger el papel y sus traslados, rogando y encargando al Obispo, que por su parte hiciera lo mismo, y remitiera al Gobierno los ejemplares que pudiese recoger; que el impresor dijera con juramento, quién era la persona que se lo había mandado imprimir, procediéndose contra él y contra todos los que resultasen culpables, y finalmente, que se llevase el expediente al Real Acuerdo por voto consultivo, como se llevó. Este tribunal, en acuerdo de 11 de Marzo de 1723, convino con la respuesta fiscal, y fué de parecer de que se hiciese saber al Obispo (el Sr. Maldonado) que aunque hubiera facultad para hacer innovación en el asiento del pulque, no debía de hacerse repentinamente, así por la quietud pública como por los intereses reales; que él procurase extirpar el abuso que se hacía en el territorio de su jurisdicción de bebidas prohibidas y perjudiciales á la salud; todo lo cual le fué comunicado.

   Dió cuenta el Virrey al Rey con este asunto en carta de 26 de Marzo de 1723 y al mismo tiempo D. Juan Lasarte, asentista del nuevo impuesto del pulque blanco en la ciudad de Antequera, ocurrió al Rey representándole los perjuicios que se seguían á él y á la Real Hacienda, con la novedad intentada por el Obispo. D. Felipe V no pudo menos que aprobar lo hecho con relación al escrito, mandando que se mantuviera á Lasarte en el asiento, mientras cumpliera sus compromisos, y que se celara el que al pulque ni el palo coapatli (ruda) ni otro ingrediente se le pusiera. 

   En tanto que la carta del Virrey iba á España y volvía de allá la contestación aprobatoria, se formaron aquí nuevos autos sobre otro incidente del propio asunto: el Obispo de Oaxaca no se conformó con el dictamen del Real Acuerdo que le fué comunicado, y escribió dos representaciones: la una para Su Majestad, enviada por conducto del Virrey, y la otra para este mismo, insistiendo en su pretensión y muy principalmente en que al pulque no se mezclara el palo de coapatli; el Marqués de Casafuerte, con este motivo, mandó abrir una información sobre la adición de este palo, de que resultó que en Oaxaca en ningún caso era nociva á la salud, sino que antes bien preservaba el pulque de la corrupción; y que los mismos efectos obraba en México, según tenía acreditado la experiencia y las deposiciones del Protomedicato y de diferentes testigos inteligentes y cosecheros del licor. Así fué que al acusar recibo el Marqués de la cédula de 17 de Febrero de 1724, en carta de 14 de Mayo del año siguiente, dió cuenta con el resultado de sus investigaciones, solicitando que se permitiera la mezcla del coapatli; mas como el Obispo de Oaxaca , además de la representación que envió por conducto del Virrey , insistió en contra de ella, por carta de 12 de Diciembre del mismo año 25, el Consejo tomó el camino más seguro, consultando al Rey que se mantuviera la prohibición del coapatli, y así se mandó por Real Orden de 12 de Octubre de 1726.

   La incesante lucha entre los viciosos y las autoridades, hollando aquellos las leyes y procurando éstas su observancia para la extirpación de los vicios, dió lugar á frecuentes repeticiones de las mismas leyes, todas estériles, pues nunca se logró desterrar la embriaguez; la persecución de las bebidas prohibidas fué puesta bajo la jurisdicción privativa del tribunal de la Acordada, tribunal severísimo, de todos temido, y sin embargo, ineficaz contra los bebedores; y si esto acontecía con el uso de los licores estrictamente vedados, ¿á qué excesos no se entregarían con el pulque cuyo dispendio era permitido? Hacia la mitad del siglo pasado llegó á tanto la andas libertad con que los indios y gente plebeya de ambos sexos se habían entregado al vicio de la embriagues, que, ó creían que no era delito, ó se persuadían á que podían cometerle inmunes del castigo, pues ya se exponían en las calles y plazas públicas á ser irrisión de sus moradores: la Real Sala del Crimen, formada del Virrey D. Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, su Presidente, y vocales los Oidores D . José Mesia de la Cerda y Bargas, D. Felipe Tineo, D. Antonio de Roja s y Abreu, D. Ambrosio Eugeni o Santaella Melgarejo y escribano Diego Téllez Girón, en acuerdo de 24 de Mayo de 1748, con fundamento de las consideraciones expuestas, mandaron publicar un bando para corrección de ese lamentable desorden, que resultaba, en su concepto, no sólo del expendio de bebidas prohibidas, á cuya extinción no habían bastado frecuentes prohibiciones y castigos, sino también el mal uso de las permitidas, y de la muchedumbre de ociosos y vagamundos, en que abundaba esta capital. El bando publicado no fué otro que repetición del artículo octavo de las Ordenanzas del Marqués de Mancera, que acaso por su demasiado rigor habría dejado de aplicarse; y no fué dado sólo para la ciudad de México, sino que se extendió á toda la gobernación de la Nueva España. 

   Tampoco se había logrado extinguir la venta del tepache, bebida que sigue del pulque en la generalidad del uso, y en el mismo bando se mandó castigar á las mujeres que se hallaran vendiéndole, con un año de encierro en las Recogidas, por la primera vez; con dos por la segunda, y por la tercera sacarlas por las calles á la vergüenza y cuatro años en el recogimiento.

No se olvidó la Real Sala de conminar con la pena de privación de oficio y dos años de destierro, diez leguas en contorno de la ciudad, á todas las justicias inferiores, á los Gobernadores de las Parcialidades y oficiales de República, por la omisión en celar el cumplimiento de lo mandado.
El año 1766, D. Manuel Rivero formó un proyecto encaminado á permitir la fabricación y venta del aguardiente de caña llamado Chinguirito, fundado sobre los supuestos de que esta bebida era menos dañosa á los indios que el pulque, y que no podía extinguirse su fabricación, á pesar de estar prohibida. El proyecto fué presentado, al Virrey, Marqués de Croix, y remitido por éste al Rey en 25 de Enero de 1767. Si hemos de juzgar por lo que Su Majestad hizo al recibirle, podemos creer que le sorprendió semejante paradoja, pues en vez de enviarle al Consejo de las Indias, como era de uso, le sometió al examen de una Junta de Ministros, que mandó formar en la Corte, la cual fue de contrario parecer, lo que de real orden se comunicó al Virrey en respuesta: mas á pesar de ella, en nueva representación de 30 de Marzo de 1768, insistió en lo propuesto, aseverando que lo hacía de común acuerdo con los reverendos Arzobispo de esta Santa Iglesia, Obispo de la Puebla de los Ángeles, y demás sujetos que expresaba, quienes creían que era conveniente la extinción de la bebida del pulque, permitiendo la fabricación y uso del chinguirito, como más proficuo. A la misma Junta que examinó la primera representación, y á otra nueva distinta, compuesta de "Ministros del mayor carácter, "se volvió á pasar el expediente, y ambas fueron de sentir de que subsistiera la prohibición de la bebida del chinguirito, permitiéndose sólo la fábrica y uso del pulque, "que además de la utilidad y ventaja que de su consumo se siguen á la Real Hacienda, convienen cuantos han estado en ese reino, en que es saludable y medicinal á esos naturales. "Esta resolución fué comunicada de real orden al Virrey en 20 de Febrero de 1769 por el Ministro D. Julián de Arriaga, como final en el asunto. 
   A consecuencia de la creación de la Junta Superior de Real Hacienda y arreglo que de sus ramos hizo, cesaron los asientos del pulque, y su administración corrió por mano de oficiales reales; creándose una Dirección del ramo de pulque, anexa á la General de Alcabalas. Las Ordenanzas, que hasta entonces habían sido condiciones de los asientos, insertas en las escrituras de ellos, pasaron á ser reglas de policía, á que debían de sujetarse, en la parte que les tocaba, los que ponían puestos por sí para vender el pulque, dando para ello la licencia el Virrey, previo informe del Director del ramo, dictamen del Fiscal de Real Hacienda y parecer del Asesor General. Fuera de esto ninguna alteración se hizo ni en el número de los puestos ni en las reglas á que habían de sujetarse; y para su perfecta inteligencia y puntual observancia, cada uno de los que tuvieran puesto debían de proveerse de un ejemplar de las Ordenanzas.

   Desde que por disposición del Real Acuerdo se pusieron las pulquerías en sitios despejados bajo tejados, comenzó á dárseles el nombre de jacalones, el encargado del puesto y de todo responsable, se llamaba pulquero y jicareros los que le despachaban, y eran dos, tres ó más, según el despacho que el puesto tenía.

   La necesidad de distinguir una de otras las pulquerías, hizo que se las llamara á veces con el nombre de su encargado y las más con el de la plaza en donde se situaban; al concluir el siglo pasado había cabales adentro de la ciudad treinta y cinco de ellas, distribuidas en los ocho cuarteles mayores, de la manera siguiente:

CUARTEL MAYOR I.— Del Aguila, de la Biznaga, de la Bola, del Jardín, de las Papas, del Recreo, de Sancho Panza, de San Martín.
CUARTEL NÚM. 2.—De la Puente Quebrada, del Tornito.
CUARTEL NÚM. 3.—Del Arbol, de la Florida , de las Gallas, de la Garrapata, de Puesto Nuevo.
CUARTEL NÚM. 4.—De Tenexpa, de las Granaditas, de Celaya, del Tepozán.
CUARTEL NÚM. 5.—De la Florida, de los Pelos, de Jamaica, de Pacheco, de la Alamedita, de la Pulquería de Palacio, de la Orilla.
CUARTEL NÚM. 6. —
CUARTEL XÚM. 7. — De los Cantaritos, de Juanico, de Mixcalco, de Solano.
CUARTEL NÚM. 8.—Del Agua Escondida, de los Camarones, del Puente del Santísimo, de Cuajomulco, de Tumbaburros. 

   En las afueras de la ciudad, siempre dentro de sus términos, se hallaban las restantes hasta el número de cincuenta, asignadas desde el principio por el Conde de Alva de Aliste, sujetas al Teniente Corregidor de Tacuba y á los Alcaldes Mayores de Coyoácan y Guadalupe.

   No pocas fortunas se hicieron, y se hacen todavía, con el producto de los magueyes, y al paso que se multiplicaban las plantas, era indispensable multiplicar los puntos de expendio del pulque, para que el aumento y cultivo de ellas fuese provechoso. Aunque nunca fué renta estancada la del pulque, por efecto de la costumbre, que suele imperar tanto como las leyes, se le consideraba casi como tal, concediendo á los, vendedores de él, que eran ya los mismos cosecheros, consideraciones sólo debidas á los tenedores de los estancos. El año 1805, el Conde de Regla y su hermana la Marquesa, viuda de Herrera, solicitaron de D. Carlos IV, que se les permitiera continuar en el uso de cuatro jacalones que tenían para expender el pulque de sus haciendas.

   Enviaron dicha solicitud por conducto del Virrey D. José de Iturrigaray, quien la recomendó en carta de 27 de Mayo del propio año; y por dictamen del Consejo de 9 de Junio de 1807 se mandó que con audiencia de los dueños de pulquerías, del Director del ramo, del Fiscal de Real Hacienda y del Asesor General, se instruyera de nuevo el expediente, como debía haberse hecho, y se pasara á la Junta Superior Alentados con estas consideraciones, los tratantes se oponían siempre á que se pusieran nuevas pulquerías; no por el generoso móvil de cerrar puertas al vicio, sino por no menoscabar sus intereses. Hacia el año 1781 se pusieron algunas pulquerías próximas á las del Conde de Tepa; ocurrió al Rey quejándose de esto y solicitando que á inmediaciones de las suyas no se abrieran otras, y en real orden de primero de Febrero de 1782 se previno al Virrey D. Martín de Mayorga, que oyendo al Director del pulque informase sobre el recurso introducido por el Conde; y también se le mandó que estimando justa su petición, tomase las providencias convenientes con dictamen del Fiscal de Real Hacienda, ínterin, en vista del informe, Su Majestad resolvía.

   Mientras la queja del Conde de Tepa fué á España y de allá venía la real orden que acabamos de citar, el Marque s de Castañiza había pedido licencia para poner dos pulquerías donde expender el pulque de su cosecha; por informe de la Dirección de Alcabalas y Pulque, se le concedió licencia para una; eligió el lugar, que reconoció y calificó de arreglado el Director D. Miguel Paz, en cuya virtud le compró el Marqués y empezó la fábrica. Estando para concluirla se presentó el apoderado del Conde de Tepa, contradiciéndola; seguida la instancia en el virreinato, se aprobó lo practicado por Paz, permitiendo al Marqués que continuara; continuó, en efecto, pagó su media anata y demás pensiones, y abrió su pulquería. Por aquellos días, y por iguales fundamentos, se concedieron también licencias al Conde de Regla, al de Jala y á D. Pedro Villaverde. El de Tepa no pudo sufrir ya esto, y en 16 de Julio del propio año ochenta y dos, repitió la instancia hecha al Rey, quejándose de que además de las dichas pulquerías cercanas á las suyas, se habían concedido estas nuevas licencias, pidiendo que se repitiera la orden de suspensión pasada, como se repitió, previniendo al Virrey que ínterin Su Majestad tomaba resolución sobre el asunto no permitiera vender pulque en las nuevas pulquerías, caso de haberse situado con inmediación y perjuicio de las del Conde. Contestó á estas dos órdenes el Virrey en carta de 31 de Diciembre inmediato, ofreciendo remitir su informe luego que evacuar a el suyo el Director y el Fiscal le pasase su respuesta.

   Este estado guardaban las cosas en México cuando el Marqués de Castañiza ocurrió al Rey pidiéndole confirmación de una pulquería, que, precedidos los requisitos legales se le había concedido, y cuyo uso pretendía impedirle el apoderado del Conde de Tepa. En real orden de 11 de Agosto de 1783, se mandó al Virrey que tomando conocimiento del asunto, oyendo á las partes, al Director y al Fiscal, determinara lo justo. A consecuencia de esta orden se abrió el juicio, que sustanciado, el Virrey Mayorga le mandó pasar al Asesor D. Miguel Bataller. Este magistrado que había dado su parecer para el establecimiento de las nuevas pulquerías, no podía menos que sostener su opinión; y aunque el Fiscal, en su ocasión, había sido también del mismo parecer, encontró después fundamento para consultar el cumplimiento de las órdenes de suspensión; dando con esto motivo al Conde de Tepa para argüir de nulidad contra las licencias dadas con parecer del Asesor, de quien dijo que "había usurpado la facultad legislativa ";  y que debía haberse excusado en este asunto, porque las reales órdenes no le llamaban, sino solamente al Director y al Fiscal; por último, se quejó de que el ánimo del Sr. Bataller estaba mal dispuesto en su contra, porque había mandado hacer cierta pesquisa sobre los derechos y diezmos de sus pulques; motivando en todos estos antecedentes la recusación que de él se había visto precisado á hacer su apoderado, después de haberle pagado ciento cinco pesos por su parecer, que dilató siete meses en evacuar. En real orden de 21 de Marzo de 1784, firmada por D. José de Gálvez, se mandó al Virrey que con la posible brevedad terminara este negocio, asesorándose con un ministro de su satisfacción, y así fué como tuvo fin este enojoso pleito, quedándose abiertas las nuevas pulquerías.

   Nueve años después, en 1793, los tratantes de pulques de esta capital, siempre atentos á mejorar sus intereses, promovieron un expediente sobre extinción de los puestos de dicha bebida, en las inmediaciones de ella, teniéndolos por ilegalmente establecidos. Dichos puestos, en efecto, fueron concedidos por los Administradores de rentas, fundándose tal vez en que suprimidos los asientos el Director del ramo de Pulques intervenía en los de ciudad. El Administrador General de Alcabalas y Pulques, D. Francisco Antonio Astigarreta, á quien se pidió informe, contestó que los Administradores foráneos no tenían facultad suficiente para conceder esas licencias, habiéndolo hecho con trasgresión de las Ordenanzas y sin las formalidades por ellas requeridas. En idéntico sentido pidió el Fiscal y consultó el Asesor, y conforme el Virrey, mandó que se quitaran los puestos y no se volvieran á poner; excepto aquellos que tuvieran los dueños de haciendas para vender públicamente á su puerta, ó con una sombra portátil, el pulque producido en sus haciendas, sujetándose en todo á las reglas estable ciclas. Así fué como concluyeron los catorce puestos pertenecientes al asiento y administración de los cincuenta de la ciudad, señalados por el Conde de Alva de Aliste en las afueras de ella; pero dentro de su territorio jurisdiccional.

   En el mismo bando se prohibió que ninguna persona pudiese vender pulque en otro sitio que no fueran las pulquerías señaladas y del número, y por consiguiente, ni en zaguanes, accesorias, casillas, bodegones, almuercerías y otros, suavizando un tanto, es cierto, las penas corporales que los anteriores bandos imponían, pues en éste se conminaba á los infractores con pena de cárcel tres días por la primera vez; por la segunda quince de obras públicas, si fuere hombre, y de Recogidas siendo mujer; y si fueren españoles decentes, igual término de cárcel; y por la tercera dos meses del mismo respectivo destino, derramándose siempre el pulque y rompiéndose cueros y vasijas.

   Aunque el texto de las Ordenanzas era claro, sobre todo el de la quinta que vedaba la reunión de hombres y mujeres en los puestos, músicas, bailes y comidas, como para quien no quiere entender todo es difícil, D . Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, después de haber publicado su bando recordando el cumplimiento de las Ordenanzas del Marqués de Mancera, se vió en la necesidad de publicar con fecha 17 de Octubre de 1752, un decreto aclaratorio enumerando las cosas prohibidas, como envueltos, tamales, etc., y todavía no bastó esto, porque pulqueros y jicareros que sabían llevar el agua á su molino, impedían la colocación de estas comidas de asiento, como decía el bando; pero las consentían en puestos portátiles, en los jacalones mismos y en sus inmediaciones, no obstante que el bando prohibía tenerlos en una cuadra de distancia. Con el tiempo, mediante alguna negligencia de las autoridades, se establecieron bodegones de donde llevaban almuerzos á las pulquerías.

   En este estado encontró las cosas el segundo Virrey Conde de Revilla Gigedo, y por decreto de 9 de Diciembre de 1792, mandó que desde luego se impidiera que hubiese puestos portátiles de aquellas clases de alimentos en las pulquerías; y en cuanto á los bodegones establecidos dentro de los términos vedados, resolvió que se quedaran, sin permitir otros nuevos, con la esperanza de que cuidando estricta mente de que no se enviaran de ellos almuerzos á los jacalones, por sí mismos se irían quitando.

  Supo también, que parte de los abusos consistía en que habiendo escaseado mucho los ejemplares de la Ordenanza, no podían conseguirlas aquellos que estaban obligados á cumplirlas, y por decreto de 18 del propio mes y año mandó que se reimprimiesen, poniendo por cabeza de la reimpresión dicho decreto, y al fin la circular de 9 del mismo mes. Mandó igualmente que en notas marginales se advirtiera las que estaban en desuso, omitiendo los votos y cédulas que en ellas se refieren. Estas Ordenanzas reimpresas, que son las del Marqués de Mancera, el acuerdo de la Sala del Crimen de 1748, con los decretos dichos de cabeza y pie, fueron el Código de Administración del ramo del pulque, hasta que se promulgó la Constitución de la Monarquía Española, dada el año 1812 por las Cortes constituyentes del reino.

   Grande fué, y grande se conserva, el consumo de esta bebida: el Conde de Revilla Gigedo le estimó en 4.000,000 de arrobas anuales, lo que en su concepto dependía de su corto precio, pues dentro de México ciaban tres cuartillos por medio real, y fuera mucho mayor cantidad. El producto de la renta ascendía regularmente cada año, á $ 800,000; los sueldos de administración á $ 30,000 y los gastos á $ 20,000, de modo que quedaban libres $ 750,000. Los derechos que pagaban en los diversos lugares del virreinato, eran distintos: en México cada arroba introducida, satisfacía un real nueve y medio granos; en Puebla, un real nueve granos; en las demás partes pagaban los dueños del pulque, siendo españoles, una cuarta parte sobre el valor de él, y los indios la sexta.

   Dicho se está que el pulque nunca estuvo estancado, aunque de hecho restringida su venta; así fué cuando por efecto de la Constitución cesaron los estancos todos, dejando libre el comercio de los efectos estancados; con mayor razón tomó libertad y ancliura el tráfico de esta bebida, dando á la Real Sala del Crimen mucho más que hacer, como sigue dándolo á la República. Desde entonces, sin limitación de número, se extendieron las pulquerías á plazas en donde antes no las hubo, y se multiplicaron los puestos debajo de sombras, buscando sus dueños, para lograr mayor expendio, aquellos lugares de mayor concurrencia, dando la preferencia á los mercados, por tenerla constante. En esta forma pasaron las pulquerías del virreinato á la República, y en la misma se conservaron por algunos años: bien que consintiendo los piiiqueros en sus puesto; almuerzos portátiles, y aun fijos, juegos de rayuela y tuta, y tapadas de gallos, que no faltaban amarrados en estacas al pie de los sustentáculos de los tejados; sin que por esto dejara de haber música y bailes, siempre que podían burlar la vigilancia de la escasa policía de aquella época.

   A consecuencia de los cambios y reformas que se hicieron en los ramos de policía urbana, después de constituida la República, los cosecheros de pulque solicitaron del Gobernador, en Abril de 1825, permiso para venderle en accesorias ó tiendas; al propio tiempo D . Andrés Quintana Roo presentó un ocurso pidiendo que se le permitiese vender el de su cosecha en tiendas y embotellado. El Gobernador pasó á informe del Ayuntamiento una y otra solicitud, y este Cuerpo, desechando la de D. Andrés, que bien sistemada hubiera evitado muchos males, consintió en lo primero, redactando un bando en varios artículos, comprensivo también de las vinaterías. Los dos primeros artículos de este bando, son los que á nuestro intento hacen, y dicen:

  "Art. 1° Dentro de seis días, contados desde la publicación de este bando, se quitarán los puestos y jacales de las plazuelas donde se expende el pulque, excepto las del Volador, Jesús Nazareno, Santa Catarina Mártir y Factor; pero en éstas no habrá más puestos de pulque que los que señalen los señores Capitulares, comisionados de plazas.

   "Art. 2° En lo sucesivo se permite el expendio del pulque en cabillas ó accesorias, con la calidad de que se pongan mostradores pegados á las hojas de las puertas, sin que nadie pueda pasar del mostrador adentro, bajo pretexto alguno."

   Tal fué, en lo á nosotros importante, el primer paso que se dió en el camino del pulque; paso achacoso en su naturaleza, no habiendo admitido lo propuesto por el Sr. Quintana Roo, y débil en sí mismo, por no haber llevado á efecto, con suficiente energía, la colocación de los mostradores á raíz de las hojas de las puertas; disposición sobre la cual, no una, sino muchas veces se ha clamado.

   Así, dando tumbos, llegamos al 25 de Noviembre de 1871, en que se declaró libre el comercio del pulque, autorizando el que se sirviera en tabernas, en la forma que se usa en cafés y fondas servir otras cosas: acabáronse con esto los mostradores y en su lugar vinieron mesas de fierro con tapas de mármol, ó de madera imitándole, asientos en derredor de ellas, espejos, cuadros, músicas, bailes, canceles con cristales, piezas interiores y vendedoras de comidas en las puertas; durando semejante desorden todo el día y hasta horas avanzadas de la noche. No pudiendo continuar esto así, en 22 de Marzo de 1873 se restringieron algo esas franquicias: mandando que se cerraran las pulquerías á las ocho de la noche, y prohibiéndoles tener música, ni canceles, ni piezas interiores, ni vendedoras de comidas en las puertas; sin embargo de estas prohibiciones, cuánta diferencia entre el estragado lujo que ostentan las actuales pulquerías y la sencillez y rusticidad de los antiguos jacalones ajuarados con bancos toscos sin respaldos y movedizos, zoquetes gruesos, que servían de asientos clavados en tierra cerca de los pies derechos que sustentaban el tejado, y algunas estacas hincadas en el suelo á convenientes distancias, para amarrar gallos. No ha y ahora bailes en las pulquerías; en algunas se cantan coplas no menos indecentes que en los jacalones, y se encuentra en estas casas lo que en ellos no hubo pinturas de libérrimo pincel. ¡Tal es el mundo, y lo será siempre! el vicio el mismo, las formas distintas.  


Fuente:

Marroquí, José María. La Ciudad de México. Tip. y Lit. La Europea, México, 1900. pp. 200ciud-211

jueves, 23 de abril de 2020

La compilación que José María Marroquí hace sobre el pulque. 2ª. Parte

   Algunas personas, principalmente de la clerecía, recibieron mal la licencia de venderse pulque blanco y puro; el P. Julián Gutiérrez calificó de perverso su dispendio el Dr. Pedroza decía: "El dar licencias para las pulquerías, ¿qué otra cosa es que dar libertad de conciencia en aquella línea, para que sea Dios ofendido á lo descubierto?". Y el Dr. D. Francisco Romero escribió un manifiesto contra los daños y ruinas espirituales, que acompañaban su venta, lleno, según se dice, de erudición y doctrina.

  La circunstancia de haberse situado una de las veinticuatro pulquerías en un lugar vacío y sin casas, que había contiguo á la iglesia del hospital de Jesús Nazareno, excitó la ira del Dr. Pedroza, á punto, según parece, de haber padecido una alucinación de vista, puesto que en aquella misma iglesia predicó que había visto en la pulquería al diablo, y otro tanto aseguró también al Arzobispo D. Francisco de Aguiar y Seijas, á quien fué á ver con esta ocasión, encargándole la conciencia, en términos poco respetuosos de inferior á superior, si no tomaba providencias contra el expendio del pulque. Este Prelado, movido acaso por estas palabras, ó lo que es más creíble, por propia inspiración, se dirigió á D. Carlos II, pretendiéndolo, y otro tanto hizo el Cabildo Eclesiástico; mas como los argumentos de todos los contradictores eran del abuso al uso, ni en el Rey ni en el Consejo encontraron cabida; el Arzobispo no por esto desmayó, fulminando censuras eclesiásticas para prohibirle.

   En este estado las cosas ocurrió el memorable motín de 8 de Junio de 1692 en que fueron incendiados por la plebe el palacio del Virrey, las Casas del Cabildo y las tiendas de madera que alrededor de la plaza y en su centro tenían los mercaderes. Aunque este tumulto fué efecto bien conocido del hambre que había venido preparando desde años anteriores la falta de cosechas, no pocas personas le atribuyeron á excesos de la embriaguez; una de estas personas fué el Virrey Conde de Galve, que á la sazón gobernaba, el cual, obrando en consecuencia de su sentir, publicó bandos prohibiendo la venta del pulque, dando cuenta á la Corte, en despacho de 11 de Febrero del año siguiente, con el expediente de la materia; al cual se le contestó que de los instrumentos por él remitidos se deducía precisamente lo contrario del supuesto de su representación, en cuanto á que el tumulto hubiese sido ocasionado por la embriaguez; dejándole, sin embargo, en libertad de continuar ó no la suspensión, según tuviera por conveniente; atendiendo siempre á que el uso de esa bebida era adecuado á la naturaleza y costumbre de los hijos de esta tierra, que podrían darse al uso de otras más perjudiciales, siendo así que conforme al parecer del Protomedicato el pulque blanco y puro, sin añadidura ni compostura no era nocivo, como lo era el amarillo, sobre el cual debía de recaer la prohibición; que atendiera, además, á que cesaría la granjería de los magueyes, y disminuirían las rentas reales con la falta de ese derecho, que estaba aplicado á la escuadra de Barlovento.

   Difícil por extremo es borrar del ánimo las primeras impresiones que recibe de un negocio cualquiera; ya fuese por esta causa, ó porque fuese sistemático enemigo del pulque y aprovechase esa ocasión para combatir el uso que de él se hacía, en cartas de 28 de Junio de 1693 y 20 de Mayo de 94, insistió en la suspensión, en virtud, dijo, de que las leyes y reales cédulas le permitían del jugo del maguey simple, y no se usaba de él en esa forma, ni podía usarse, porque no se conservaba sin confección ni compostura, en cuyo caso, lejos de ser bebida saludable para los indios y proficua á su complexión, les era perjudicial, como lo acreditaban los testimonios que remitía de Prelados y Comunidades, de Ministros y del Protomédico; que los arrendatarios habían introducido el abuso de componerle, á fin de conservarle, especialmente desde el año 1688, que habiendo entrado á serlo D. Juan de Larrea, capituló el aumento de pulquerías y el nombramiento de Juez Conservador, con inhibición de las justicias ordinarias, derogándose con esto la ley 37 del libro 6 y título I y las Ordenanzas formadas el año 1671 para corregir estos vicios; que aunque no se le dió facultad para vender otro pulque que el blanco, por la falta de quien celara el cumplimiento y castigase la contravención, sin dificultad el arrendador abusó, por el mayor consumo que tenía el amarillo.

   No pensó el Conde de Galve al escribir esto, que tenía en su mano el remedio, con sólo ajustar el asiento de Larrea á los términos de la ley y de la Ordenanza, sobre todo cuando él mismo en su escrito confesaba que en el tiempo que un D. Francisco Narváez había tenido el asiento, no hubo tales quejas, y que en los gobiernos del Marqués de Mancera, de Fray Payo, del Conde de Paredes, del Marqués de la Laguna, y del Conde de la Monclova, no se habían hecho semejantes reparos; pero su ánimo se hallaba preocupado con la idea de que para la conservación del pulque era indispensable componerle, y llevado de ella propuso á la Corte que se le mezclaran aquellas substancias que, como las cáscaras de limón, de naranja ó de melón, no eran nocivas, consintiendo, entretanto esto se resolvía, que continuase la venta del blanco, en razón del destino que su producto tenía para la escuadra de Barlovento, proponiendo igualmente que no se nombrara el juez Conservador propuesto por los arrendadores, que se observaran la ley y Ordenanzas, reduciendo el número de las pulquerías al que había él año 1688, sujetas á las justicias ordinarias; agregando, como nuevas disposiciones convenientes, que el nombramiento de los pulqueros se hiciera en la ciudad, con acuerdo de la Audiencia, y fuera de ella con el de los Corregidores ó Alcaldes Mayores , precediendo en todo caso información de no parentesco con el arrendador.

   El Consejo, que á la distancia que se hallaba no podía resolver de plano sobre el asunto, en vista de la insistencia del Conde de Galve, acerca de la necesidad de hacer alguna mezcla al pulque, para conservarle, fué de parecer de que se consultase aquí al Protomedicato qué substancias se usaban para la conservación de este licor, dando cuenta con el resultado; y en este sentido, D. Carlos II despachó cédula en 3 de Junio de 1697, dirigida al Conde de Moctezuma y de Tula, D. José Sarmiento Valladares, que entonces gobernaba.

   Este magistrado, cumpliendo lo que se le mandó, á más de consultar al Protomedicato, hizo otras diligencias y experiencias, y halló que echando al aguamiel simple el corazón ó raspadura del maguey, se convertía en pulque blanco de buen olor, color y sabor, y que sin más correctivo ni mixtura, se conserva cuatro días y algunas horas en tiempo de invierno, y en el de verano tres, que era el tiempo necesario para su tráfico y despacho. Así lo informó al Rey en carta de 24 de Abril de 1698, á que se le contestó en 28 de Junio del año siguiente, dándole las gracias por lo hecho, y encareciéndole que dictara cuantas providencias fueran conducentes para conseguir que el pulque no se viciase con mixturas, y que sólo se aplicara al aguamiel la raspadura del maguey, previniendo á los asentistas que cumplieran en esta parte con su obligación, de suerte que se observaran las últimas cédulas, ley y Ordenanzas sobre este punto expedidas. A la fecha en que escribió el Sr. Valladares, estaba para concluir la contrata de D. Juan Larrea, y se daban pregones para celebrar otra nueva: licitaban en ella D. Tomás Uribe Bracamonte por nueve años, ofreciendo cincuenta mil pesos en cada uno de los tres primeros y los seis restantes á sesenta mil; mejoraban esta postura el mismo D. Juan Larrea y D. Juan Clavería, ofreciendo por el mismo tiempo cinco mil pesos de aumento cada año, en iguales términos que el anterior. En esta vez fincó el remate en Clavería, y el Virrey tuvo cuidado de que se insertara en la escritura la cédula de 3 de Junio de 1697, que ponía en vigor las Ordenanzas del Marqués de Mancera, restableciendo la competencia de cualesquiera justicias y jueces, superiores é inferiores, sobre el expendio del pulque, y dado este buen ejemplo, en la misma conformidad se celebraron otros dos asientos después, por el mismo tiempo de nueve años; el uno con D. Juan Larrea, y el otro con D. Juan Rubín de Celis.

   Quejábanse los asentistas, y puede ser que tuvieran razón, de que los ministriles, ó justicias inferiores, ejercían no pocas violencias con los pulqueros y demás traficantes en el ramo de pulques; así fué que cuando se aproximaba el tiempo de que terminara la contrata de D. Juan Rubín de Celis, D. Juan Bautista Marichalar, se dirigió directamente al Rey ofreciéndole por el asiento noventa y tres mil pesos anuales por los nueve de su duración, comprendiéndose en él la ciudad con las cinco leguas de su jurisdicción, y la de Texcoco con toda la suya, con lo que ganaba el Real Erario veintisiete mil pesos en los nueve años. Propuso pagar por tercios de año adelantados, con objeto de no dar fiador, y regalar á la renta ocho mil pesos, por una sola vez, tan luego como el contrato se aprobara. Pedía en compensación, con entera justicia, la extirpación completa de todas las bebidas, como tepache, guarapo, cantincora, ololinque, vino de Colima, llamado de cocos, aguardiente de la tierra y las demás prohibidas, cuyo expendio igualmente perjudicaba la salud pública como los intereses del contratista. Pedía, además, y esto era lo más grave de la solicitud, que uno de los ministros togados de la Audiencia, el que él designara, había de tener el conocimiento privativo de todas las causas y dependencias de la renta, encargándole que procurase el aumento de ella, como provechoso á la corona; impidiendo que las justicias inferiores vejaran y extorsionaran á los pulqueros, ni les cobraran derechos indebidos, ni á las demás personas que grataban y comerciaban en esta bebida, con ningún pretexto; sin permitir ni dar lugar á que los visitaran los receptores, escribanos y ministros inferiores. Subordinada á esta pretensión fué la siguiente, pues solicitó que si fuera de las cincuenta licencias concedidas para vender en puestos públicos esta bebida, se necesitaran más, se pudieran poner con sólo la licencia del Juez Conservador, cuyas facultades habían de ser las mismas que las del Juez de Naipes. A estas condiciones añadió otras de mera forma y justas en el fondo, y envió su pliego al Rey. Admitida esta proposición en España, fué remitida al Marqués de Casafuerte en 26 de Mayo de 1723, para que se sacara al pregón

Fuente:

Marroquí, José María. La Ciudad de México. Tip. y Lit. La Europea, México, 1900. pp. 196-198