Las Haciendas de la Ciénega Prieta en Yuriria, Guanajuato

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Una de las cosas a las que en esta vida estaré siempre agradecido es el haberme encontrado un día en la solitaria biblioteca del Centro de las Artes, aquí en Salamanca, Guanajuato; con el libro del MAESTRO don Isauro Rionda y de ese que es uno de los tantos libros que ha escrito, extraigo lo siguiente: “El ámbito rural guanajuatense pagó con creces la intervención de su gente en la revolución, en cualesquiera de los dos bandos. Patrones y dependientes vivían bien o mal de la hacienda. Los dueños, cuidando sus haciendas, estuvieron con los colonialistas; los peones, tratando de cambiar de vida, se cargaron hacia los libertadores. Ninguna zona de la Nueva España fue más castigada durante la contienda que la campiña guanajuatense. Insurgentes y realistas causaron daños cuantiosos en las haciendas, que produjeron el abandono de los campos a falta de siembras y, por lo tanto, de cosechas, hambres, enfermedades, despoblación, etcétera”. (1)

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El cronista de Yuriria, don J. Jesús Guzmán, en una de sus publicaciones se dedicó a recabar información de gente que siendo niños o habiéndose enterado de boca de sus padres, es decir, de muy buenas fuetes fue obteniendo los datos que nos dan una idea de cómo era la vida en esta parte del estado de Guanajuato en el siglo XIX en las comunidades rurales, las cuales estaban controladas por las haciendas, todas ellas diseminadas en la llamada Ciénega Negra que no es otra cosa más que las crecidas de la laguna de Yuriria.

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Como ya lo habíamos visto, fray Diego de Basalenque dio cuenta de las propiedades que los padres Agustinos fueron adquiriendo en la zona de Yuririapúndaro y como fueron floreciendo, primero propiamente el pueblo de Yuriria, donde se asentó el convento de San Pablo, luego la hacienda que surtía de los insumos al convento, San Nicolás, luego vimos como dieron pie para que prosperara la hacienda de Santiago Maravatío, la cual, obtuvo rápidamente la categoría de Villa y, en la Ciénega Prieta surgió la Hacienda de Santa Mónica, misma que fue expropiada según la Ley del 12 de Julio de 1859, la expedida en Veracruz y que pasó a la historia como Leyes de la Reforma proclamadas por el entonces presidente Juárez sobre la desamortización de los bienes del clero. Fue entonces que la mencionada hacienda de Santa Mónica pasó a propiedad de Mariano Juárez Zurita y él aprovechó el momento y la vendió a Francisco Tinoco Magaña y a Antonio Sóstenes Cos. (3)

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Santa Mónica al ser vendida en partes, propició la creación de otras haciendas, como la de Cuerúnero, propiedad de Joaquín Malagón, que la heredó a su hijo Francisco Malagón. Dice don J. Jesús: “Yuririra sufrió las consecuencias del recrudecimiento de la Guerra de Chinacos contra Imperialistas; los nuevos ricos o sea aquellos hacendados que habían adquirido a bajos costos los despojos de las haciendas de la iglesia, o mejor dicho de sus ministros, estaban con don Benito Juárez, y los sacerdotes y sus allegados, estaban con el imperio. El pueblo de desamparado, la gleba sufría los desmanes de unos y otros y se consolaba con el dicho popular que reza: “no hay que dure cien años, ni cuerpo que lo aguante”. (2)

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Encontramos, como es común a finales del siglo XIX, que varias propiedades aparecen bajo el nombre de la misma persona, y vemos que Antonio Sóstenes Cos aparece como dueño de otra hacienda más la de Puquichapío, misma que heredó a su sobrina María Soledad Orozco Núñez. “Los años de paz y tranquilidad del porfirismo trajeron a Yuririra una prosperidad envidiable, aunque el pueblo indigente sufría la opresión, explotación y vejación constante de los hacendados y rancheros pudientes, que a mediad que transcurría el tiempo se hacían más intolerables. Les proporcionaban también, durante la semana, mercancía de primera necesidad, lo mismo que ropa y objetos diversos, en sus tiendas “de raya”, pues todo hacendado o ranchero rico tenían una tienda en la cual todos los peones a sus órdenes tenían que comprar lo que necesitaban a los precios que se les fijaban. Si una mercancía no se vendía, forzaban a sus peones a comprarla y al fin de la semana, al recibir el fruto de su trabajo les descontaban lo enlistado en la tienda de raya”. (2)

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Para 1861, le es expropiada una hacienda más al clero, en este caso se trata de la de Pastores, pasó a poder de algunos latifundistas adinerados, la declararon Ejido de San Pablo Casacuarán, una parte denominó como rancho de Agua Fría y que a su vez dio inicio a otra hacienda la de Santiaguillo, siendo su propietario J. Jesús Villagomez Orozco. Más haciendas encontramos en esa fértil zona del sur de Guanajuato, la famosa Puertas de Andaracua, cuya propietaria original, doña Gertrudis Vargas, la ahora conocida como “la Perla del la Laguna”, la que ofreció su hijo, José María para que se uniera al ejército Insurgente de recién formación a su paso por Loma de Zempoala; vendió su propiedad a Felipe Corona. Y, encontramos a un personaje mas, muy relacionado con la industria textil del Bajío, el español Eusebio González, esposo de una dama salmantina que ostentaba una de las fortunas más grandes de la región, Emeteria Valencia; como propietario de la Hcienda La Calera, esta más cercana a Uriangato que a Yuriria.

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Sobre la vida cotidiana en las haciendas de la Ciénega Prieta, don J. Jesús nos comenta que “El trato que daban los peones a sus patrones, era el de “amo” y a la esposa de este el de “niña”, así tuviera cien años de edad. Además, la vista baja, la cabeza inclinada y el sombrero quitado eran actitudes obligadas ante el patrón. Recibían reprimendas, golpes, vejaciones y en general malos tratos hasta la muerte, pero el amo lo hacía y bien hecho. Citaré que el dueño de la hacienda de Ocurio y el del rancho del Porillo encontraban a un pobre descamisado cortando leña en la parte boscosa del cerro, o recogiendo “marañas” se las quitaban y lo golpeaban con el machete que siempre cargaban en su montura, y si el menesteroso lograba poner pies en polvorosa lo balaceaban”. (2)

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Aquí encontramos ya anotado el nombre de la Hacienda de Ocurio, debemos agregar la de El Cimental, propiedad de Francisco Tinoco Magaña; la de Porullo, de Eudoro Ramírez y su hijo Alfonso Ramírez Tinoco. Por último aparece la Hacienda de Huarínbóndiro. Larga, larga en verdad es la lista, pero hay más, recordemos que en el estado de Guanajuato en el Porfiriato eran más de 900 las que poblaban estas regiones.

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“En 1912, cuando la sublevación d Pascual Orozco, algunos hacendados de la Ciénega Prieta, formaron una gavilla de ladrones que se dedicó a asaltar a rancheros ricos, de preferencia hacendados del municipio de Valle de Santiago. Entre los asaltantes se encontraban los hermanos Pantoja y la gavilla solo operaba de noche; durante el día eran respetables señores y peones muy trabajadores. Una de tantas noches, asaltó la gavilla la hacienda Puertas de Andaracua y su propietario, don Felipe Corona, hombre de pelo en pecho y posteriormente también revolucionario, rechazó el asalto. Poco tiempo después, asaltaron en el rancho de las Lagunas al señor Victoriano García, quien esperaba temeroso que derribaran la puerta que golpeaban los facinerosos, pero una de sus hijas, obrando con resolución, tomó una carabina doce que tenía su padre y la disparó repetidas veces sobre la puerta de la casa matando a uno de los asaltantes, que resultó vecino del rancho Ojo de Agua de En medio; por lo que la gavilla, acobardada, se retiró del lugar. A la noche siguiente se reunió en el rancho Rincón de Mulas, y los cabecillas acordaron retirarse de sus andanzas”. (2)

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Los Pantoja fueron unos siniestros personajes que causaban terror desde el Valle de Santiago hasta la laguna de Cuitzeo. “Uno de los hacendados, queriendo jefaturar el movimiento armado pero sin exponerse a sus consecuencias. Llamó a Abundio Pantoja, a quien le envió un caballo hasta Tiripitío, donde vivía, y el lunes 6 de mayo de 1912 llegó Abundio como a las nueve de la mañana a la hacienda El Cimental, montando un caballo golondrino y cabestreando una mula negra cuyos lomos cargaban una mujer muy joven de nombre Felipa, quien era su amante, pues a su esposa la había dejado en Tiripitío; Aurelia Gómez Rodríguez es el nombre de ésta y hace algún tiempo había en Apatzingán en el número 44 de la calle Doctor Andrade poniente, ya muy anciana y ciega pidiendo limosna”. (2)

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Interesante en verdad es adentrarse a la salvaje cotidianidad de las haciendas guanajuatenses, para cerrar este artículo, que no el tema; leemos nuevamente a don J. Jesús: “Se cuenta con veracidad, que uno de estos “juniors” fue a Morelia, y al entrar en un almacén de ropa vio que unas damas compraban medias de seda. Consideró que si ellas las adquirían, el también podía hacerlo, a lo que procedió y a continuación se las puso. Si de esta manera se comportaban los hacendados, ¿que podría esperarse de los sirvientes?”. (2)

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Esta fotografía no corresponde a los habitantes de Yuriria y su comarca, sino a la de Santa Fe de Guanajuato, fue tomada por el EXTRAORDINARIO fotógrafo Romualdo García, de quién mañana hablaremos.

La primera fotografía viene de una colección de fotos del Bajío, y se anota como tomada en una hacienda de Yuririra. La segunda fotografía es tomada del catálogo que se publicó cuando los cien años de fotografía en México.

Las siguientes fotografías forman parte del libro de don J. Jesús Guzmán Cíntora.

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Fuentes:

1.- Rionda Arreguín, Isauro. Haciendas de Guanajuato. Ediciones La Rana. Guanajuato, 2001.

2.- Guzmán Cíntora, J. Jesús. Yuririapúndaro. B. Costa-Amic Editor. México, 1978.

3.- Basalenque, Diego. Historia de la provincia de San Nicolás Tolentino de Michoacán. CONACULTA. México, 1998.

4.- Mendoza, Vicente T. El corrido mexicano. FCE. México, 1972.