Los siguientes post, o entradas, serán sobre Valle de Santiago, el motivo es único y poderoso, esa es la tierra natal de mi madre, Dora, y no teniendo mejor tema que tocar para honrar su memoria, en esta semana, haré el relacionado a Valle, pues dice la canción, la que ella cantaba: “No hay otro Valle, como el Valle de Santiago.”
Valle de Santiago es conocido como El País de las Siete Luminarias, esto debido a que en una zona menor a los cuarenta kilómetros a la redonda se ubican siete cráteres de volcanes, ya extintos, que han sido siempre el símbolo de Valle y, en buena medida, la razón de la existencia de Valle de Santiago, pues la erupción de esos volcanes trajo consigo las dos grandes riquezas existentes en la zona, una tierra muy fértil y una serie de colinas ricas en materiales porosos propios para la construcción, especialmente el tezontle. Razón por la cual es común ver los cerros mochos, comidos, pues es de allí que se extrae dicho material.
Los volcanes tienen nombres propios, los hubo una vez en tarasco, pues la zona estuvo habitada principalmente por ellos aunque, siendo parte de la “frontera”, los otomís llegaron a poblarla en algún momento. En cambio las tribus bárbaras, los llamados Chichimecas, no tuvieron gran presencia en la zona. Así pues esos volcanes son denominados localmente como Hoyas, al ser su cráteres hoyos, pues que mejor que nombrarlas así, hoyos, joyos u hoyas. Son siete, lo cual nos remite a una serie de reflexiones que nada tienen que ver con el número implementado por el catolicismo para marcar parámetros, sino al mítico número siete entre las tribus nahuas pues, allí cerca, está el Cerro de Culiacán, que se presume es el Chicomoztoc, el lugar del inicio de la peregrinación de Aztlán en busca de la señal divina.
Esos nombres de las hoyas eran recitados con vehemencia por mi mamá, pues como buena vallense presumía del orgullo de poseer semejante tesoro, el principal, el más cercano al poblado, es La Alberca, de ella hablaremos más adelante. La lista se complementa con la Hoya de Flores ó Álvarez, la Hoya de Cíntora, la Hoya del Capulín o Solís, la Hoya Blanca o de la Piedra, la Hoya de Estrada y por último una que no se llama Hoya sino Rincón de Parangueo, del cual nos ocupamos el día de hoy.
Hubo una época, a finales del siglo XIX, que floreció una próspera hacienda, la de Parangueo, se levantó en la suave ladera del volcán, viendo a un mediano valle, cuyo entorno era todo dibujado por los conos truncos de los volcanes, las hoyas. A lo lejos, del lado oriente, el imponente cono perfecto del Culiacán. La zona del Bajío, la más fértil del tiempo colonial se alimentaba, básicamente del Río Lerma, mismo que pasa un poco distante de Parangueo por lo que la agricultura de temporal se daba con normalidad, una vez pasadas las lluvias.
Pero sucedió que el rico hacendado quería aprovechar sus tierras para producir el año entero, y sabía que en el extinto volcán de Parangueo había agua, misma que formaba un lago dentro del cráter, para sacarla era menester construir un túnel, pero antes de invertir la gran suma que se requería, era necesario cerciorarse que el agua era apta para el riego, así que ordenó a uno de sus peones llevara los bidones conteniendo agua del cráter a la ciudad de México para ser analizados. Esto sucedió, no se sabe con exactitud, a finales del siglo XIX.
La Hacienda de Parangueo contaba con todo lo que conformaba una hacienda guanajuatense, propia de la época. Troje, corrales, noria, cortijo, eras y, claro está, la casa del hacendado, no así una iglesia, esta se localizaba en las cercanías, en una loma de una de las tantas colinas de piedras volcánicas. En consecuencia, el hacendado contaba con el personal suficiente y, el celo laboral afloró. El mayordomo de la hacienda pensó que el amo, al no elegirlo a él para llevar el agua a México le estaba perdiendo la confianza y pensó que sería despedido. Cosa que él no permitiría.
El peón aquel, con bidones en la mano se embarca en “la Burra”, el tren que corría de Valle a Salamanca, para allí esperar el tren a México. El mayordomo subió a unos de sus compinches al tren que llevaría el peón y sus bidones, con la encomienda de emborracharlo en el camino y quitarle los bidones, para hacerlo quedar mal ante el patrón y, las cosas así sucedieron. Era apenas la estación de Celaya cuando el peón aceptó el primer trago, seguramente de pulque, tal vez de tequila, aunque el tequila en el siglo XIX era una bebida cara. La borrachera se dio y los bidones fueron quebrados. “Rompidos” diría el peón.
En San Juan del Río se incorporó para darse cuenta de lo acontecido, pero… pensó. Agua es agua, así que se hizo de un par de bidones en la misma estación y los llenó de agua. Agua pura y cristalina de San Juan del Río, Querétaro. Y, con ellos se enfiló a la Gran Ciudad de México a donde fueron analizados y certificada el agua como apta para el regadío. El peón volvió con los resultados a Parangueo y el amo se dio a la tarea de construir el túnel para sacar el agua del cráter. Pasaron los meses y el túnel quedó completado, unos meses mas y las tuberías habilitadas para comenzar a regar a Rincón de Parangueo con las aguas… salitrosas del volcán.
Los terrenos murieron envenenados, ninguna cosecha se pudo levantar, el agua con alto contenido de salitre dañó cientos de hectáreas. Tuvieron que pasar muchos años para que la propia naturaleza con su lluvia pródiga los lavara y los volviera productivos una vez más.
El hacendado perdió una gran fortuna. Cuenta la leyenda que el peón, cuando supo de los resultados, se suicidó en el propio túnel, el mismo que queda allí, como fiel testigo de los hechos. Y el paso inexorable del tiempo ha cobrado factura. En la actualidad el lago está seco casi en tu totalidad, solo toneladas y toneladas de salitre, del llamado “caliche” forman el enorme fondo de la hoya de Parangueo.
Esta es la historia, es la leyenda de Rincón de Parangueo, pero es bueno hacer una reflexión en torno al agua, su uso, abuso y desperdicio. Hace cien años este era un lago, y ahora es lo que se ve en la fotografía. No está de más aclarar que a quien ven en la sexta foto no es Bill Clinton, es mi valedorsísimo, el Arq. Roa a quien le agradezco enormemente me haya llevado a conocer tal maravilla.
MUY HERMOSO LOS RELATOS DE VALLE DE SANTIAGO, NUESTRO GUANAJUATO ES MARAVILLOSO, NO LE PEDIMOS NADA A OTROS ESTADOS, GUANAJUATO ES ENCANTADOR PORQUE LA MISMA PALABRA LO DICE TODO, NUESTROS CAMINOS DE GUANAJUATO SON UNICOS
ResponderEliminarATTE ADRIANA
Disculpa, de dónde es la imagen quinta de arriba hacia abajo?
ResponderEliminarEs en el interior de la casa grande de la hacienda que se ubica en el pueblo de Parangueo...
EliminarConfirmo, El Bable, un cofre... de sorpresas. Con cada lectura me sorprendo más y más. Qué valiosísimos son tus blogs!!
ResponderEliminarVaya historia tan tremenda. Un daño irreparable en las tierras, ruina económica...
Yo estoy orgullosa de ser de valle de santiago grasias por la historia para compartirla con mis hijos me encanto tengo 20 anos en estados unidos y uno no se da tiempo para investigar que dios lo bendiga
ResponderEliminarSta muy completa la informacion espero k sigamos aprendiendo mas de las siete luminarias
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