No sé si comenzar este artículo diciendo eso que ya he dicho en muchas ocasiones, eso de las "casualidades" que continuamente se me presentan (o, al menos, así lo veo y lo entiendo) y hoy 30 de abril día del niño iniciamos con una fotografía de Leonora Carrington en sus primeros años. Te darás cuenta que es una fotografía tomada de una fotografía, y que sobresale en ese limpio cielo azul del sur de la península de Baja California una palmera. Pues, sí, efectivamente, esta toma la hice hace poco en uno de los lugares más hermosos que hay en San José del Cabo en el cual han logrado concebir que el realismo del abrumante paisaje combine con el abrumador pincel surrealista de la más que inglesa, mexicana, Leonara Carrington.
Dado el éxito económico que ha representado la incursión de Los Cabos en la geografía turística internacional, su marina, concebida en los gloriosos setenta desde hace algunos años no se da abasto para recibir a los viajantes que tienen la oportunidad de hacerlo por la mar océano (ese término me impacto desde la primera vez que lo leí, razón por la cual siempre lo uso). Así fue que en la primera década del siglo XXI construyeron con mejor tecnología una nueva marina aprovechando una hondonada natural. De esa construcción fui testigo pues solía ir a ese rumbo cuando solo se llamaba "La Playita". En la actualidad la marina es una cosa espléndida que además de la belleza propia del lugar, tuvieron a bien colocar una exposición que, mejor lugar no pudieron encontrar: el camino que rodea la Marina de Puerto los Cabos.
Si te gusta la tranquilidad, si te gusta leer El Bable, si gustas de los distintos géneros artísticos que en México se desarrollaron, en este sitio estarás, practicamente, en la Gloria. Recordarás que hace más de un año, tal vez dos, nos fuimos a Xilitla a ver lo que Sir James Edward dejó en ese sitio, lugar, por cierto, conocido en sus inicios por Leonara Carrington, ya que ella era su amiga, fue ella incluso, la que invitó a venir a México a Edward, cuando tenía poco de residir en nuestro país. Esto sucedió en Cuernavaca.
Leonora Carrington nació en Inglaterra en 1917, estudió arte en Londres y Florencia. En París conoció a Max Ernst, alemán nacionalizado francés que fue uno de los precursores del Dadaísmo. Ese movimiento Dadá bien se puede considerar como el inicio de todos los estilos que fueron floreciendo a principios del siglo XX que van desde el Surrealismo hasta el Kitsch. Debido al avance de la invasión nazi, Leonora Carrington huye a Lisboa, lugar donde conoce al escritor mexicano Renato Leduc casándose con él para luego venirse a vivir a México.
Recordarás que igual te comenté de cuando, al visitar la Expo Bicentenario en Guanajuato, encontré allí una pintura de Alice Rahon, otra de las europeas que huyendo de la guerra llegaron a refugiarse a México y tenemos pendiente de hablar un poco sobre Remedios Varo, otra de las pintoras surrealistas que llegaron a México por los mismos motivos, ella, Varo, era considerada por Carrington como su alma gemela.
De surrealismo y otras tendencias artísticas podríamos seguir hablando mucho, pero no es el caso, reo que lo más interesante ahora es ver lo que se logró en esta exposición que seguro estoy es una muestra surreal dentro de lo más real que hay, es una confrontación de imágenes que potencializan tanto a las que la naturaleza creó como las creadas por Leonora Carrington. Antes de seguir viendo más de esta exposición te comparto esto escrito por la propia pintora en una carta que le dirigió a Remedios Varo:
"(9_9-9-9-9-9-9-9 (*)QQ-9,-9=QQ9). Lo que quiere decir: dos antílopes menos una colmena de abejas salvajes multiplicadas por una docena de monstruos de chocolate del siguiente modo: Mi madre, una radiante desposada arrojada a una desesperación languideciente por la frialdad Anglo-Británica de su marido, deambuló una noche iluminada por una luna creciente hasta los laboratorios conyugales situados en los lujosos establos que componían la finca familiar. Estos laboratorios eran el sitio favorito de los juegos inter-seminales de mi tío abuelo Juelep Edgworth.
Cansada de deambular, pesarosa por la tristeza y el chocolate, los faisanes rellenos, el puré de ostras 'a la creme' y otras delicadezas del estilo que englutía sin parar para llenar el vacío que le producía la actitud helada de su mando, se tumbó lánguidamente sobre un artilugio especial que tomó por un sillón. Imagínate este Artilugio Especial, era precisamente el último invento de mi tío Julep. El artefacto de gran precisión estaba lleno hasta los topes con novecientos galones cuadrados de secreciones seminales de todos los animales machos de la propiedad. No solo de los magnífico sementales árabes, los cerdos reales, los pequeños gallos y los inmensos coq-au-vin sino también de erizo tras erizo terriblemente mezclado con las de murciélagos y patos comunes, muy ordinarios. El tacto me impide relatar las reacciones bioquímicas de mi madre. En breve una panza hinchada que creció y creció hasta que en su punto más álgido era de una magnitud terrorífica y estalló con tal temblor que se oyeron las vibraciones a lo largo y ancho de la isla.