viernes, 25 de agosto de 2017

El Baile de Palacio: Reminiscencias de otros bailes del porfiriato

   Quien, Caras, Hola, amén de las secciones especializadas de los principales periódicos de circulación nacional son, actualmente, los grandes escaparates para mostrar a la alta sociedad de México. Eventos de todo tipo vemos allí, especialmente bodas, cenas, galas para recaudar fondos, el lanzamiento de algún producto... el desfile de personalidades es deslumbrante, pensamos los gastos en que se incurre para la organización de un evento de tal magnitud y, cuando volteamos a ver la historia, aparecen por ahí eventos de semejante (o más) glamour, boato y elegancia. Esta vez tenemos varios casos:

 Con motivo del último baile dado en el Palacio Nacional por el Señor Presidente de la República á nuestros dignos huéspedes los Señores Delegados á la Segunda Conferencia Internacional Americana, no hemos podido menos que traer á la memoria el recuerdo de otros bailes, tan faustosos y elegantes como del último de que hablaremos á su tiempo, dados, el uno, en honor del Señor Presidente de la República la noche del 16 de Enero de 1897 en  la Escuela Nacional de Minería, y el otro como un obsequio de Año Nuevo á la Señora Doña Catalina Cuevas de Escandón, en la quinta de los esposos de la Torre, en Tacubaya, la noche del 1° de Enero de 1898.

  Antójasenos recordar algo del adorno del gran patio de Minería, convertido en gran salón de baile: el pavimento quedó alfombrado de yute rojo: en los arcos se veían cortinajes de peluche guinda y azul pavo, recogidos con pliegues graciosos.   En los corredores había multitud de plantas y flores, unas en grandes macetas bronceadas y otras en macetas blancas, y por entre sus hojas y flores centelleaban los rayos de la luz eléctrica. Más de doscientos focos de arco y millares de lámparas incandescentes, resaltaban entre las hojas de las verdes palmeras, dándoles un tinte especial que las hacía aparecer más frescas y lozanas. Lunas biseladas, con marcos de rosas, reproducían dos lados del salón, en el arco del frente y en el opuesto, aquel mar de luces, de plantas y de flores, y las bellas figuras de las damas, que ataviadas con gasas de seda, raso y terciopelo, se les veía girar rítmicamente á los voluptuosos acordes de los valses y de las polkas. Las columnas, en lo que formaba el salón, desaparecían literalmente bajo las palmas y otra multitud de plantas que las cubrían. Artísticos bullones de gasa blanca, verde y de otros matices; cubrían las bóvedas de la escalera. Los corredores de la planta alta, tapizados de seda azul, finísima, con adornos de plantas y flores, formaban serves y festones: anchos cortinajes pendían de los arcos, siendo de color raso naranjado el del Poniente, blanco el del Sur, verde el Oriente y amarillo el del Norte.

  A este baile concurrieron más de mil quinientos invitados. La orquesta, compuesta de cincuenta y ocho profesores de los de más nombradía, estuvo dirigida por el violinista D. Pablo Sánchez. Las toilettes de las damas eran espléndidas; el buffet y el entusiasmo y la alegría de esa noche, dejaron grato recuerdo en todos los asistentes, y como prueba de ello, diremos para concluir esta reminiscencia histórica, que el Señor General Díaz y su distinguida consorte se retiraron á las tres de la mañana. 


  En cuanto á la fiesta con que los esposos de la Torre obsequiaron á la distinguida Señora Doña Catalina Cuevas de Escandón, como dijimos ya en un principio, fue una de aquellas que marcan época por su suntuosidad y por la escogidísima concurrencia que fue invitada al aristocrático baile. La quinta del Señor de la Torre, que por sí sola es una maravilla de arte, de elegancia y de buen gusto, se convirtió en aquella noche del 1° de Enero de 1898, en una verdadera mansión de hadas, en algo feérico y extraordinario.

  Uno de los principales adornos consistía en luces eléctricas brotando de cálices de seda, guirnaldas de flores y follaje decorativo; mármoles por doquier, jarrones del Japón, grandes vasos artísticos con palmeras, y allá en el fondo de una gruta, bajo una escalera, la orquesta, que dirigió en esa noche el señor profesor Vega. Los muros cubiertos de tapicerías de hermosos Gobelinos, representando escenas de caza. Una vez traspuesto el dintel de la puerta de cristales, se entraba al salón de honor tapizado de rojo con brocados blancos; muebles y cortinajes del mismo color; espejos en marcos de madera tallada; jarrones, obras de arte como en una galería italiana, y profusión de flores que le hacían á uno creer que se encontraba en algún jardín encantado de las Mil y una Noches. Este salón, que hemos llamado de honor, y el principal, comunicaban con otros tres que contenían, lo mismo que el primero, espléndidos muebles que sería imposible describir aquí. Pinturas originales de autores célebres y otras réplicas ó copias, pero copias magníficas; bronces de figuras desnudas, jarrones y bibelots de todas clases y condiciones y de todos los países.

  Los caballeros vistieron para ese baile la casaca roja, y nuestras damas, que siempre saben ataviarse con grande elegancia y propiedad, parecía que en aquella noche se habían esmerado en gusto y en la elección de sus magníficos trajes, así como en el lucimiento de joyas de gran valor. Los caballeros, como ya dijimos más antes, vestían en su mayoría casaca roja y pantalón rojo: algunas personas serias, frac negro, y unos cuantos, frac azul. Diremos, para concluir, porque esto no es más que una reminiscencia de aquel suntuoso baile, que el comedor fue la maravilla más grande del adorno, y á él vamos á dedicar unas cuantas líneas solamente.

  Un inmenso patio quedó convertido en una caprichosa galería; el techo, imitando un gran encaje, cuyas orlas caían sobre las cornisas, y del centro parecía desprenderse una Diosa rodeada de amorcillos, es decir, de niños desnudos que vertían flores: aquello no parecía una pintura; el efecto era mágico, teatral, permítasenos la frase, pero exacto y verdadero. De trecho en trecho, columnas aéreas como de filigrana, sosteniendo el escudo de armas de la casa: dos leones rampantes á los lados de una torre almenada. En este sitio de hadas, se sirvió la cena. 

  Y ahora veamos al baile de Palacio, motivo de esta digresión, que esperamos nos perdonarán nuestros lectores de la Crónica Social. Nuestros colegas de la capital dieron á conocer ya, urbi el orbi, todas las bellezas que contenían los salones de la mansión del Ejecutivo la noche del 4 de Enero de 1902.

  El adorno en todos los departamentos era una notabilidad: en unos se marcaba esa sencillez de buen gusto y tan propia en un Palacio Nacional; en otros se notaba una severidad regia, y el salón principal de que tanto y tanto se ha hablado, y en verdad con toda justicia, quedó convertido en una gruta encantadora, bella por su originalidad v espléndida por su decorado. Desde antes de entrar, la fachada del Palacio pregonaba la hermosa fiesta por su radiante iluminación á giorno. Una valla formada de gendarmes, marcaba el paso de los carruajes. La entrada de éstos estaba señalada por la puerta del centro, á excepción de los que llevaron á los Señores General Díaz y Embajador Clayton, los cuales penetraron por la Puerta de Honor.

  Los coches llegaban hasta el arco que queda junto á la escalera que conduce á la Presidencia, al pie de la cual se formó un salón con tela rosa y adornado con plantas. Las escaleras estaban tapizadas de alfombra rosa y pasillos rojos. En cada descanso se admiraba un adorno de plantas perfectamente combinadas y grandes jarrones de mármol.

  El primer departamento estaba destinado á guarda-ropa; seguíale un salón de descanso y al fondo quedaba una toilette de señoras, cubiertos los muros por lienzos azul y blanco y cuajado de tocadores con maniqueas lunas, y conteniendo sobre los mármoles exquisitos perfumes y flores para que los usaran las damas y señoritas. El primer salón de baile estaba adornado con haces de follaje y flores delicadas, que cubrían los muros y los espejos, metidos en marcos de peluche rojo y molduras doradas. El mobiliario era de ricos sitiales tapizados de rojo, y el pavimento estaba cubierto por lona blanca. Todos los demás departamentos de la Presidencia lucían sus espléndidos mobiliarios y una iluminación que, á veces, fatigaba la vista.

  El Salón Amarillo se destacaba de entre los otros salones como una maravilla de arte, ya por su decorado habitual, cuanto por la iluminación que en esa noche hacía apreciar el menor de sus detalles, desde los suntuosos artesonados hasta los portiers de sus balcones y los ricos visillos de sus vidrieras. Espléndidas lámparas de metal, de las que brotaban por todas partes rayos incandescentes, daban luz á este salón. Grandes sofás primorosamente tallados y una elegante sillería austriaca, formaban el mobiliario. Allá, en el fondo, sobre vistosa mesita de mosaico de colores, se alzaba una gran luna, y á los extremos de la mesita, se destacaban dos magníficos bronces que sostenían varios focos de luz y representaban, el uno, el Arte, y el otro, la Ciencia.

  El salón que representaba la gruta, era más para visto que para descrito; porque admirándolo, se estimaban todos los efectos combinados, que dieron por resultado aquella maravillosa gruta. Servía de fondo un lienzo verde obscuro, sobre el cual se colocaron armazones de madera pintados de verde y que desaparecían al ser cubiertos por un tupido revestimiento de flores artificiales de las más escogidas. La ilusión era completa, pues se necesitaba hacer uso del tacto para convencerse de que aquellas flores eran artificiales. En el fondo de esta gruta y en plataforma invisible, se colocó la Banda de Artillería, bajo la dirección del Capitán Pacheco, tocando piezas á propósito para los que se entregaban á las delicias de Terpsícore.

  Minutos después de las diez de la noche, comenzaron á llegar los numerosos invitados. El Señor General Díaz y su distinguida esposa Doña Carmen Romero Rubio, en pie, á las puertas del Salón Amarillo, hacían los honores á sus invitados, teniendo para todos y cada uno de ellos amables frases de bienvenida. El Introductor de Ministros, ayudado por un Secretario de Legación, recibía al Cuerpo Diplomático acreditado cerca de nuestro Gobierno, y á los Señores Delegados á la Conferencia. Las once y media de la noche habían sonado en el reloj de Palacio, y aún llegaban familias y personas invitadas al espléndido baile. A las doce, los salones estaban literalmente henchidos: se caminaba con dificultad para no chiffonner los trajes de las señoras.

  Y ya que hemos hecho reminiscencia de los bailes de Minería y del ofrecido por el Señor Ignacio de la Torre, justamente para parangonarlos con el de que nos ocupamos ahora, diremos que éste superó á aquéllos en la numerosa concurrencia, que pasaba de dos mil personas, y en que estaban representadas allí, tanto por el Cuerpo Diplomático, como por los Delegados á la Conferencia Internacional, en cuyo honor se dio esta fiesta, todas las Naciones del mundo: fue superior moralmente, en que los otros bailes fueron, el uno, dado en honor del Señor Presidente, y el otro, en honor de una de nuestras damas más distinguidas de la sociedad mexicana, mientras que el que estamos describiendo, revestía carácter oficial y era debido por el Señor General Díaz á los honorables miembros que representaban á todo el Continente Americano.

  Las damas y señoritas que concurrieron á este baile, se esmeraron á porfía en sus toilettes, de irreprochable gusto y de magnífico corte, luciendo, las primeras, joyas de gran valor y trajes lujosísimos. Meternos á describir los trajes de unas cuantas señoras y señoritas, sería cosa impropia é infructuosa, y á la vez sumamente raquítica, pues nunca podríamos pasar de dar una mezquina idea al hablar de las más elegantes y de las más bien alhajadas, cuando allí se contaban por millares. Nuestros grabados dan una idea vaga de los espléndidos salones. Lo más granado, lo más selecto de nuestra sociedad, y lo escogido y distinguido de otros países, estaba allí representado por el Cuerpo Diplomático y por los Señores Delegados, que á su carácter unían el de Enviados Extraordinarios y Ministros, etc., vestían de gran uniforme. Los señores Generales, Jefes y Oficiales que forman la guarnición de esta Capital, vestían como era consiguiente, también de uniforme.

  Vimos á todos los Señores Secretarios de Estado y sus familias, á los más altos funcionarios de los Poderes Judicial y Legislativo, y lo más distinguido del comercio, de la Banca, de la industria y de las colonias extranjeras. La orquesta estuvo dirigida por el hábil profesor Don Arturo Rocha, y entre otras piezas nuevas y de mérito que se tocaron en esa noche, citaremos unas cuantas: 

WALZER Myosotis, Diana Chasseresse, Marie Louise, Rose ét Margueritte. Flots de Joie, Mon Réve, Hommage aux Dames, Jeunesse dorée, Folie Ivresse, Nid d'amour, de Waldtenfel.
QUADRILLE Vino, mujer y canto, Strauss. "Der Bettelstudent," Millocker." Viccadmiral," "Carmen, " Bizet." Le Jardin de Paris," Mabille.”
DANZAS Villanueva, Rocha y Pomar.
TWO-STEPS Tic-Tac-Toc, L. Tocaben. Princesse Yorke, Lewis-American Beauty, Laurendan.

  Después de la media noche, los invitados comenzaron á invadir el buffet, precedidos por las personas de mayor categoría y respetabilidad, las cuales ocuparon, como era debido, la mesa de honor. Esta estuvo irreprochablemente organizada según las instrucciones del Sr. Lic. D. Ignacio Mariscal, Ministro de Relaciones Exteriores.

  Damos á continuación una pequeña lista de las personas que podemos recordar de entre aquella multitud de selectos invitados: Señor Mariscal y señora, señor Ivés Liinantour y señorita Teresa Limantour, señor González Cosío y señora, señor Leandro Fernández y señora. señor Reyes y señora, señor General Mena, señor Embajador Clayton y señora, señor Ministro de Francia y señora, señor Ministro de Bélgica, señor Ministro inglés, señor Senador Davis y familia, señor Foster y familia, señor Bello Codecido y señora, señor Leger, señora é hija; señor Elmore y familia, señor Alvarez Calderón y familia, señor Doctor Reyes y señora, señor Lic. Joaquín D. Casasús y señora, señor General Rafael Reyes é hijo, familia Buch, General Pedro Rincón Gallardo y familia, señor Francisco Fortuño y señora, señor González Misa y señora, señor Ministro del Japón, señor Roberto Núñez y señora, señor Lic. José Algara, Subsecretario de Relaciones; señor Lic. Guillermo Obregón, señor Dr. Juan Ramírez Arellano y señora, señor Walker Martínez, señor Dr. Bermejo, señor Lic. Lazo Arriaga, señor Lic. Guachalla, señor Procurador de Justicia y señora, señor Magistrado Horcasitas, señora é hija; señor Lic. Justo Sierra y señora, señor Lic. Joaquín Baranda, señor Honnorat y señora, señor Diener, señor Raigosa v señora, señor Julio Limantour y señora, señor Lic. Ramos Pedrueza y señora, señores Generales Arce, Hurtado, Huerta, Rascón y Pérez; Coroneles Quintas Arroyo, Beltrán, Iberri, Blázquez, Campuzano y otros muchos; señor Ingeniero Santiago Méndez y señora, señor Ingeniero Díaz Lombardo, señor Roberto Gayol y familia, señor Adolfo Díaz Rugama, señor Senador Francisco Azpe, señor Lic. Julio Guerrero, señor Lic. Manuel Mercado, señor Juez Uriarte, señor Ricardo Otero, Generales Ruiz y Carbdleda, Balbino Dávalos y señora, Francisco Búlnes y familia, Lic. Victoriano Agüeros, Lic. Sepúlveda y señora, Gabriel Mancera y familia, Emilio Pardo jr. y señora, Lic. Rosendo Pineda, Ignacio Pombo, Ramos /Vrizpe, Lic. González Suárez y señora. Kosidowsxv y señora. Dr. de Garuy y señora, Lic. Rafael Dondé, Lic. Pablo Macedo. General Pradillo é hija, Coronel Rodrigo Valdés y señora, José Sánchez R imas, Santacilia y señora, Lauro Obregón y señora, Gobernador Corral, Landa y Escandón v familia, Javier Algara y familia, Dr. Galaviz y señora, Dr. Fernando López y señora.

  El baile se prolongó hasta que el horizonte comenzó á colorearse con esas primeras ráfagas que produce el sol naciente.

  El entusiasmo en las parejas bailadoras no decayó ni por un momento, especialmente entre las que formaban el elemento joven, y cuando ya fue preciso abandonar el Palacio, del que ya se habían retirado muchas personas serias, oímos decir á varias señoritas cuchicheando entre sí: «¡Ay! qué temprano amanece cuando éramos tan felices bailando!»  

Fuente:

Morales, Vicente y Rosales, José María. Crónica Social. 2ª Conferencia PanAmericana. Laso y Compañía. México, 1902. pp. 333-338

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