sábado, 16 de marzo de 2013

Supermanzana 23, por donde todo comenzó en Cancún, Quintana Roo.

    Día 42. Si crees que anoche fui a desquiciarme a un antro, si cené en un afamado restaurante y ahora me encuentro ante el azul turquesa del mar Caribe, te equivocas. Ni lo uno ni lo otro. Ayer estuve en una intensa regresión. En Cancún viví 13 años, mismos que coincidieron con el crecimiento constante de esta zona turística en donde cada cuatro meses se volvía prácticamente irreconocible la ciudad y, más aun, la zona hotelera. Cuando llegué a vivir aquí, en 1982 eran, cuando más, nueve o diez mil los pobladores, hoy es casi un millón de personas las que aquí viven. Crecimiento exponencial en tan solo treinta años. Lo que vemos en la imagen es la "copa", uno de los primeros depósitos de agua, quizá el primero, que Fonatur construyó cuando se comenzaba a dar forma a las Supermanzanas que conformarían los primeros trazos de la ciudad.

    El afamado libro de Feranando Martí, ese que, siendo primero reportaje del Unomásuno, se volvió la primera relación histórica de Cancún, describe esto como una "Fantasía de Banqueros", yo ahora que vuelvo luego de varias décadas titularía a la historia de Cancún como "El paraíso perdido", en el entendido de que antes, en el siglo XVII, el inglés John Milton escribió un poema narrativo titulado precisamente así, paraíso perdido; si Milton hubiera experimentado el crecimiento de Cancún, hubiera visto la materialización de esa pérdida.

    La idea original de la ciudad de Cancún era extraordinaria, la fantasía no tenía límites. Decían que una computadora había elegido el sitio exacto para determinar el punto en donde se construiría la zona hotelera, la zona de servicios y la zona habitacional. Era el tiempo en que las computadoras eran entes intangibles y que sólo pocos elegidos tenían acceso a ellas. Se decía que -supongo era un dixit de la computadora también- que nunca pegaría un huracán pues, las trayectorias históricas de todos lo meteoros siempre evitaban este punto. Más aun, se determinó, debido al trazo de las primeras calles dentro de las Supermanzanas, que no habría la necesidad de instalar semáforos. Esta sería una ciudad amable, algo así como un "paraíso urbano" o, más aun, una ciudad utópica llevada a la realidad.

    Las primeras Supermanzanas eran, vistas en los planos, como pétalos de una flor. al centro de cada "pétalo" se instalaron las áreas públicas que contenían un parque, la escuela, y, en el caso de la primera Supermanzana construida, la 23, había un mercado al centro. Las calles entrarían por los cuatro ángulos del "pétalo" formando herraduras, no habría intercesiones. Las avenidas principales serían de doble carril con camellón central y la colosal avenida principal, sería ancha, con grandes banquetas que, al inicio de Cancún, era el punto central de la ciudad. La utopía estaba ya hecha una realidad.

    Pero había un problema, la distancia de Cancún al principal centro productor y distribuidor de alimentos, la ciudad de México, estaba lejos, las comunicaciones no eran precisamente fáciles. Los costos de transporte alto, así que las tiendas más bien se surtían de latería de importación que llegaba por Chetumal, la poca producción agrícola de la región no satisfacía las necesidades de la población pero los 7 hoteles ya instalados funcionaban y el interés de los turistas por conocer Cancún crecía.

   Yo llegué a vivir a Cancún en 1982, la Junta Cumbre Norte-Sur apenas había concluido. El aeropuerto era más bien pequeño, para entrar a la zona hotelera había un solo acceso por la glorieta de la avenida Tulúm en donde se había colocado el monumento conmemorativo a dicho evento. Y llegué a vivir precisamente a la Supermanzana 23, a una calle que tenía nombre de árbol. Luego me enteré que esas casas, las únicas que había, por cierto, habían sido construidas para los empleados de uno de los primeros hoteles de lujo que se abrió: el Camino Real.

    Era igual que vivir en la selva. Había mucha vegetación, changos, tucanes, miles de aves, incluso se hablaba de un aviario en los límites de la ciudad. Por el calor, las casas permanecían abiertas, los autos igual, todos nos conocíamos, eramos pocos los que aquí vivíamos entonces. El transporte a la zona hotelera era algo complicado pues muy pocos autobuses servían a la zona de hoteles. La calle terminaba justo en donde se levantaba el último hotel: el Sheraton.

    En el "crucero" había no precisamente una gasolinería, sino unas bombas de gasolina, se estaba construyendo un centro comercial, la avenida López Portillo tenía, cuando más 5 kilómetros, y todo era selva en rededor. El otro mercado, el 28 apenas se comenzaba a construir y quedaba "lejos" allá por el rumbo del Infonavit, luego no había nada, nada más que selva y el trazo de lo que fue la pista de aterrizaje original.

    Las cosas han cambiado enormidades en poco tiempo, el movimiento de gente que aquí vive es continuo. Ya nadie se conoce con nadie, todo se volvió comercial y, como suele suceder, lo que al principio era lo más disputado: una casa, un departamento en donde vivir, ahora se transformaron en hoteles económicos pues la Supermanzana 23 apenas recuerda que por allí comenzó el crecimiento de una población turística y que por allí comenzó la Historia de Cancún. Esto que ves en las fotos es lo que hoy, hace apenas unos minutos encontré en la 23. Y, por fortuna, apareció un vendedor de kibbis.... la presencia libanesa en la cocina yucateca. El paraíso se perdió, ya lo dijo John Milton.

















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