martes, 19 de diciembre de 2017

De cómo un error carretero me permitió vivir de cerca la música

   Estamos en la época del año en que muchos recuerdos se nos agolpan, de pronto, en la cabeza y nos hacen revivir situaciones que en su momento fueron estresantes y que a la distancia, en el tiempo se vuelven amenas anécdotas. Esto que hoy te cuento ocurrió en la ciudad de México, no estoy seguro si en los últimos meses de 1980 o los primeros de 1981, eran tiempos complicados para mí por el raquítico ingreso que tenía en una empresa turística de renombre internacional, me encargaba de hacer las notificaciones a los hoteles de playa a donde pasarían sus vacaciones los turistas norteamericanos, la empresa era firma norteamericana, la misma de una afamada tarjeta de crédito, pero yo estaba en la sección viajes y más específicamente en el departamento de Turismo Receptivo, algo que en nuestros días se conoce como DMC (por sus siglas en inglés) que es todo lo relacionado con los turistas que vienen a México no los viajes de mexicanos al extranjero, los destinos populares en ese momento eran Acapulco y Puerto Vallarta, Cancún apenas comenzaba a despuntar.

   Mi trabajo era rutinario, elaborar diariamente un montón de papeletas de reservación (tiempos en los que aún no había Internet, por lo que todo era un poco más laborioso, pues luego de elaborar la papeleta de reserva, había que enviarla a la oficina de ventas del hotel seleccionado, para luego de que sellaran  una copia, la tenía de regreso y se iba a monumentales expedientes, 20, 30, 40 o más, todo dependía de la temporada turística… por las tardes cotizaba el precio de algunos servicios especiales… el trabajo era rutinario y monótono. Hasta que un día oí decir a la supervisora que esa tarde darían los servicios de transporte a una orquesta sinfónica que tocaría en la Sala Netzahualcóyotl. No lo pensé dos veces y pedí autorización para ir en el autobús de los músicos y regresar con ellos, ya que se hospedaban en el Hotel Geneve en la Zona Rosa y yo vivía a una cuadra de allí, además, claro es, el boleto de cortesía para entrar al concierto. Me autorizaron todo y ese día en lugar de volver a casa de la oficina, me fui al Hotel y me presenté con la persona indicada.

  -Sí, me dijo, me avisaron que irías, súbete en ese autobús. Eran tres los autobuses pues una orquesta sinfónica requiere de muchos asientos para acomodar a sus 60 o 70 músicos. Yo no conocía la Sala, como tampoco conocía el sur de la ciudad, intuí sería lejos así que, me fui a los asientos del fondo, para reposar un poco. Enfilamos por la Avenida de los Insurgentes cuando, luego de un buen rato veo que estamos cruzando por Ciudad Universitaria, el autobús siguió, pasó frente a Perisur y siguió siempre por la misma avenida hasta que, los músicos comenzaron a hablar, a gritar, a preguntar qué estaba pasando, que ya deberían estar en la sala… de pronto llegamos a la caseta de cobro de la Autopista a Cuernavaca, evidentemente que nos habíamos perdido.

   Tiempos en los que no había aun telefonía celular, el chofer preguntó por aquí, por allá, finalmente le dieron instrucciones, regresamos y por la misma avenida, habían pasado ya dos horas, los rostros de enojo y molestia estaban en cada uno de los pasajeros. Al dar con la entrada al estacionamiento de la Sala, los otros músicos estaban fuera, no tenían idea de lo que había sucedido. Los administradores de la Orquesta y los de la Sala se enfrentaron a una interminable discusión, el concierto se canceló, caras largas reinaban en la escena. Todos regresamos al hotel… furiosos.

  Al día siguiente me llamaron para rendir informe con el Director de Viajes, le conté todo lo sucedido, la demanda ya estaba puesta en cadena, la Academia de Música del Palacio de Minería contra la empresa de viajes y ésta contra la empresa de transporte, al día siguiente tendrían otro concierto y todos querían precisión. En ese momento fue creado el puesto de Coordinador de Servicios, puesto que de inmediato ocupé, mi función era ahora la de tener a mi cargo todo lo asociado con las orquestas que la mencionada Academia tenía contratadas, una media docena de orquestas de los Estados Unidos, un coro de 300 voces y un ensamble alemán, con quienes conviví todo el año llegando siempre a tiempo a los ensayos y a los conciertos. 

  La sinfónica de Dallas, la de Atlanta, la de Louisville, el coro de Wyoming, son los que recuerdo. A la Netzahualcóyotl me la llegué a conocer por todos lados, entradas, salidas, escenario, subidas, bajadas, camerinos. El estar presente en montones de ensayos me sirvió para conocer más sobre la música, hubo veces que me acomodaba entre los músicos para ver y sentir mejor la música, un día me dedicaron un concierto y llegué a hacer muy buenos amigos y a vivir un mundo extraordinario de arte y gente apasionada.

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