lunes, 18 de febrero de 2019

El relato de Bernal Díaz sobre el descubrimiento de Yucatán

  Hace poco había hecho un recuento del V Centenario que pasó desapercibido a nivel nacional, de lo ocurrido por Cozumel, Isla Mujeres, Cabo Catoche, cuando fue visto por primera vez por ojos europeos, esto en ocasión de ese V Centenario, el de 1517, lo puedes ver aquí. También sobre el V Centenario de 2018 (en Cozumel 1518), y es en esta relatoria que hace Bernal Díaz del Castillo en el segundo capítulo de su Historia verdadera, que hace referencia a 1517, veamos:

   En ocho días del mes de Febrero del año de mil y quinientos y diez y siete años salimos de la Habana, y nos hicimos á la vela en el puerto de Jaruco, que ansí se llama entre los Indios, y es la banda del Norte, y en doce días doblamos la de San Antón, que por otro nombre en la isla de Cuba se llama la tierra de los Guanataveis, que son unos Indios como salvajes. Y doblada aquella punta, y puestos en alta mar, navegamos á nuestra ventura hacia donde se pone el Sol, sin saber bajos, ni corrientes, ni qué vientos suelen señorear en aquella altura, con grandes riesgos de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que duro dos días con sus noches, y fue tal que estuvimos para nos perder: y desque aboninzó, yendo por otra navegación, pasados veinte y un días que salimos de la isla de Cuba, vimos tierra de que nos alegramos mucho, y dimos muchas gracias á Dios por ello; la cual tierra jamás se había descubierto, ni había noticia de ella hasta entonces, y desde los navíos vimos un gran pueblo, que al parecer estaría de la costa obra de dos leguas; y viendo que era gran población, y no habíamos visto en la isla de Cuba pueblo tan grande, le pusimos por nombre el Gran Cairo. Y acordamos que con él un navío de menos porté se acercasen lo que más pudiesen á la costa á ver qué tierra era, y a ver si había fondo para que pudiésemos anclar junto á la costa: y una mañana, que fueron cuatro de Marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de Indios naturales de aquella población, y venían á remo y vela. Son canoas hechas á manera de artesas, y son grandes de maderos gruesos, y cavadas por de dentro, y está hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que caben en pie cuarenta y cincuenta Indios. Quiero volver á mi materia.


   Llegados los Indios con las cinco canoas cerca de nuestros navíos con señas de paz que les hicimos y llamándoles con las manos, y capeándoles con las capas para que nos viniesen á hablar, porque no teníamos en aquel tiempo lenguas que entendiesen la de Yucatán, y Mexicana; sin temor ninguno vinieron, y entraron en la Nao Capitana sobre treinta dellos; á los cuales dimos de comer cazabe, y tocino, y á cada uno un sartalejo de cuentas verdes, y estuvieron mirando un buen rato los navíos; y el más principal dellos, que era Cacique, dijo por señas que se quería tornar á embarcar en sus canoas, y volver á su pueblo, y que otro día volverían, y traerían más canoas en que saltásemos en tierra: y venían estos Indios vestidos con unas chaquetas de algodón, y cubiertas sus vergüenzas con unas mantas angostas, que entre ellos llaman maltates, y tuvímoslos por hombres más de razón que á los Indios de Cuba; porque andaban los de Cuba con sus vergüenzas de fuera, excepto las mujeres que traían hasta que les llegaban á los muslos unas ropas de algodón, que llaman naguas. 

   Volvamos á nuestro cuento, que otro día por la mañana volvió el mismo Cacique a los navíos, y truxo doce canoas grandes con muchos Indios remeros, y dixo por señas al Capitán, con muestras de paz, que fuésemos á su pueblo, y que nos darían comida, y lo que hubiésemos menester; y que en aquellas doce canoas podíamos saltar en tierra. Y cuando lo estaba diciendo en su lengua, acuérdome que decía con escotoch, con escotoch, y quiere decir, andad acá á mis casas; y por esta causa pusimos desde entonces por nombre á aquella tierra Punta de Cotoche, y así está en las cartas del marear. Pues viendo nuestro Capitán, y todos los demás soldados, los muchos halagos que nos hacia el Cacique para que fuésemos á su pueblo, tomó consejo con nosotros, y fue acordado que sacásemos nuestros bateles de los navíos, y en el navío de los más pequeños, y en las doce canoas saliésemos á tierra todos juntos de una vez; porque vimos la costa llena de Indios que habían venido de aquella población: y salimos todos en la primera barcada. Y cuando el Cacique nos vido en tierra, y que no íbamos á su pueblo, dixo otra vez al Capitán por señas, que fuésemos con él á sus casas, y tantas muestras de paz hacía, que tomando el Capitán nuestro parecer, para sí iríamos, o no; acordóse por todos los mas soldados, que con el mejor recaudo de armas que pudiésemos llevar, y con buen concierto fuésemos. 

   Llevamos quince ballestas, y diez escopetas (que así se llamaban escopetas y espingardas en aquel tiempo) y comenzamos á caminar por un camino por donde el Cacique iba por guía con otros muchos Indios que le acompañaban. E yendo de la manera que he dicho, cerca de unos montes breñosos, comenzó á dar voces, y apellidar el Cacique para que saliesen á nosotros escuadrones de gente de guerra que tenían en celada para nos matar: y á las voces que dio el Cacique, los escuadrones vinieron con gran furia, y comenzaron á nos flechar de arte, que á la primera rociada de flechas nos hirieron quince soldados, y traían armas de algodón, y lanzas, y rodelas, arcos, y flechas, y hondas, y mucha piedra, y sus penachos puestos, y luego tras las flechas vinieron á se juntar con nosotros pie con pie, y con las lanzas á manteniente nos hacían mucho mal. Mas luego les hicimos huir como conocieron el buen cortar de nuestras espadas, y de las ballestas, y escopetas, el daño que les hacían, por manera que quedaron muertos quince dellos. Un poco más adelante donde nos dieron aquella refriega, que dicho tengo, estaba una placeta, y tres casas de cal y canto, que eran adoratorios donde tenían muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios, y otros como de mujeres, altos de cuerpos, y otros de otras malas figuras, de manera, que al parecer estaban haciendo sodomías unos bultos de Indios con otros; y dentro en las casas tenían unas arquillas hechizas de madera, y en ellas otros ídolos de gestos diabólicos, y unas patenillas de medio oro, y unos pinjantes, y tres diademas, y otras piecezuelas á manera de pescados, y otras á manera de anades de oro bajo. Y después que lo hubimos visto, así el oro, como las casas de cal y canto, estábamos muy contentos porque habíamos descubierto tal tierra; porque en aquel tiempo no era descubierto el Perú, ni aun se descubrió dende ahí á diez y seis años. En aquel instante que estábamos batallando con los Indios, como dicho tengo, el Clérigo González iba con nosotros, y con dos Indios de Cuba se cargó de las arquillas, y el oro, y los ídolos, y lo llevó al navío: y en aquella escaramuza prendimos dos Indios, que después se bautizaron, y volvieron Cristianos, y se llamó el uno Melchor, y el otro Julián, y entrambos eran trastravados de los ojos. Y acabado aquel rebato acordamos de nos volver á embarcar, y seguir las costas adelante descubriendo hacia donde se pone el sol. Y después de curados los heridos, comenzamos á dar velas.


La fuente es, evidentemente el libro de Bernal Díaz, si te interesa leerlo completo, lo puedes hacer en este enlace.

No hay comentarios:

Publicar un comentario