sábado, 11 de mayo de 2019

Sobre la Güera Rodríguez y sus hijas, es decir, sobre "Venus y las tres Gracias".

   Hay un personaje femenino que ha trascendido hasta nuestros días, en el 2010, año del Bicentenario se comenzó a hablar de nueva cuenta de ella, ahora ya no haciendo mención a su belleza o a sus amoríos, sino de su participación (pasiva) en el movimiento. En efecto, se trata de la muy conocida "Güera Rodríguez" cuyo verdadero y largo nombre era: María Ignacia Javiera Rafaela Agustina Feliciana Rodríguez de Velasco y Osorio Barba Jiménez Bello de Pereyra Hernández de Córdoba Solano Salas Garfias. Los nombres Ignacia, Gertrudis y Mariana son constantes entre la clase acomodada, especialmente a lo largo del siglo XVIII, no es de extrañarnos que lleve uno de ellos; en los otros nombres notamos que su familia tenía dos devociones marcadas, una hacia los santos jesuitas, otra hacia los agustinos, cosa que tampoco es de extrañar en la gente de la nobleza novohispana. En cuanto a sus apellidos, del lado paterno le viene por Antonio Rodríguez de Velasco y por el materno de María Ignacia Osorio Barba y Bello Pereyra.

  Su incursión en la nobleza novohispana es cuando casa con  José Gerónimo López de Peralta Villar Villamil, de la linajuda familia de los López Peralta,  tienen 6 hijos, cuatro mujeres y 2 hombres, de los que meren en la infancia uno y uno, quedan, pues 3 mujeres y un hombre. Ellas -dicen- heredan la belleza de la madre, al grado que se les conocía entre la élite novohispana como "Las tres Gracias". Cada una de ellas casará con sendos nobles, una (María Josefa) con el segundo Conde de Regla; la otra (María Antonia) con el quinto Marqués de San Miguel de Aguayo; la tercera (María Paz) con el segundo Marqués de Guadalupe Gallardo. Y hay una historia interesante, curiosa y amena en torno a las tres gracias y su madre:

   Las "tres Gracias" se llamaron, respectivamente, María Josefa, María de la Paz y María Antonia. Desde temprana edad fueron internadas las tres doncellas en el Convento de la Enseñanza, por ser dicho plantel de educación el preferido por la aristocracia, y permanecieron al cuidado de las buenas monjas durante varios años. Al salir doña Josefa al mundo causó sensación la hermosura de sus dieciséis años y no fue extraño que cautivara el corazón del joven conde de Regla, don Pedro José Romero de Terreros y Rodríguez Sáenz de Pedroso, nieto de aquel famoso conde que, entre sus numerosas obras caritativas, dejó instituido el Monte de Piedad.

   Muy poco tiempo hacía que muriera su padre y por su familia y fortuna era considerado como uno de los mejores partidos de la Colonia, estando la primera aliada con lo más granado de la nobleza, y hallándose la segunda al buen cuidado de su madre la condesa viuda de Regla, en su propio derecho marquesa de Villahermosa de Alfaro y condesa de San Bartolomé de Jala, señora de grandes prendas morales, aunque altiva y no poco severa. El joven prócer daba por seguro que su noviazgo con doña Josefa sería muy del agrado de su madre, pues repetidas veces había oído que la elogiaba no sólo por su belleza sino que también por su educación y buenas cualidades. Grande, por lo tanto, fue su sorpresa al saber que la marquesa se oponía a toda idea de matrimonio de los enamorados; sorpresa que aumentó cuando lo llamó y le dijo. "En manera alguna puedo convenir en un matrimonio que va a constituirte desgraciado e infeliz a tu posteridad; me faltaría a mí misma, haría traición a la verdad y sería el oprobio de la gente sensata." Pero no quiso el joven conde desistir de su propósito y su madre le prohibió, como menor de edad que era, que saliese de su casa. Pareció obedecer don Pedro, pero en realidad no fue así, pues el capellán de la casa supo que salía cautelosamente al amanecer y se dirigía hacia la casa de su novia a "pelar la pava"

   Lo comunicó el sacerdote a la de Villahermosa y tan grande fue el enojo de la dama, que pidió al Virrey que arrestara a su hijo. Accedió Venegas y, en 1O de enero de 1812, se le notificó que quedaba arrestado en su propia casa. Protestó el conde, pero viendo que era en vano, pidió que se le remitiera a la casa de su tío el maestrante de Ronda don Juan Vicente Gómez de Pedroso, petición que le fue negada; y permaneció en arresto hasta el 14 siguiente en que le fue levantado, ordenándole el virrey que se presentara en el Real Palacio a las cinco de la tarde. Hízolo así el conde y su madre la marquesa fue requerida para que expusiera la razón por la cual se oponía al matrimonio, siendo así que la posición, cualidades y familia de la novia nada tenían de reprochables. Contestó la de Villahermosa con un largo escrito, en el que, entre otras muchas razones, alegaba la juventud de su hijo, el permiso real que los títulos de Castilla necesitaban para casarse, y otras más que no llegaron a convencer a los ministros, de manera que el gobierno habilitó de edad a don Pedro, otorgándole ese mismo día permiso para casarse. El conde no perdió el tiempo, y al día siguiente se efectuó el matrimonio en casa de la marquesa de Uluapa, situada en la esquina de las Damas y Ortega, casa en la cual había sido hospedado, en 1799, don Simón Bolívar. 

   Efectuóse la ceremonia a las ocho de la noche por el Arcediano de Catedral, don José Mariano Beristaín, siendo testigos don Silvestre Díaz de la Vega, del Consejo de Hacienda, a quien sus contemporáneos apodaban Bandolón, y don Juan Vicente Gómez de Pedroso, y estando presentes varios parientes y amigos de ambas familias. Muy pronto se reconcilió la de Villahermosa con su nuera, como lo prueba un párrafo de su carta del 1° de julio ele 1812, a su grande y querida amiga doña Inés de Jáuregui. Dice así:

   "Pedrito se puso en estado con doña Josefa Villamil Rodríguez de Velasco el día 14 de enero del presente año. La niña es hija de la Güera, hermosa, de buen personal, muy bien educada, mucho juicio y recogimiento; prendas todas con que endulzó el sinsabor que tuve al principio y me precisó a resistir el enlace hasta ocurrir a la autoridad judicial, pues, por las circunstancias actuales en que se halla la casa de mi hijo, me parecía no era tiempo de que pensara en casarse, sino que debía demorarlo para mejor tiempo; pero te repito, estoy contenta con mi nueva hija, que me respeta y ama con la mayor ternura."


Aclaración: Las fotografías no tienen nada que ver con la historia, son meramente "decorativas" y, en buena medida, para hacer el contraste debido entre los años novohispanos en la capital y las condiciones en que muchas de sus fachadas se encuentran en la actualidad.

Fuente:

De la Torre, Ernesto. Lecturas Mexicanas, La Güera Rodríguez. Tomo III. UNAM-IIH. México, pp. 354-360

El texto completo lo puedes leer aquí.

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