Como te habrás dado cuenta, estoy de vuelta en Baja California Sur, en estos días hace un calor fenomenalmente alto, sobre todo hay humedad pues las lluvias escasas que hemos tenido y el sol intenso que hay regularmente están provocando una humedad que de pronto te producen un desquiciamiento total. El comentario obligado es: que calor hace ¿verdad?
Ahora que volví, me instalé muy cerca del Aeropuerto, en un barrio llamado San Bernabé, a un lado de la carretera Transpeninsular, esa que corre desde Cabo San Lucas hasta Tijuana con sus 1970 kilómetros. Tengo una vista a la parte última de la Sierra de la Laguna, la que comienza unos kilómetros al sur de La Paz y termina aquí, casi sumergiéndose en el Mar de Cortés en San José del Cabo. Y es, si le pones atención algo maravilloso.
Si llegas en avión te llamará mucho la atención ese cerro que se vuelve punto focal, está muy cerca de la pista de aterrizaje. De pronto se parece al Cerro de la Silla de Monterrey, se llama El Picacho, es el punto más alto de la región, cercano a los 800 metros, toma en cuenta que estamos a tan solo 20 kilómetros del mar, por lo tanto es una elevación grande y lo mas peculiar es que si logras subirlo, verás de un lado el Mar de Cortés y del otro el Océano Pacífico.
Cuando llegué de vuelta por acá, hace dos meses, el calor era fuerte, no había llovido aun y todo el entorno estaba seco, tan seco que se antojaban como plantas muertas, pero en realidad estaban en ese letargo que la naturaleza les ha dado como medio de sobrevivencia en un lugar en donde el agua es poca. Es extraño ver como el Picacho forma una frontera natural, pues en el verano las lluvias solo suceden del Picacho hacia el norte, hacia el sur hasta que no es el mes de Septiembre y sus huracanes, no se verá una sola gota de lluvia.
Y cuando eso sucede, cuando luego de tan solo diez o quince minutos de una lluvia a los dos días el milagro de la naturaleza se deja ver en todo su esplendor, es impresionante ver como un poco de lluvia cambia de forma tajante el entorno en el que vivimos, todo se vuelve verde. Esos palos, troncos y ramas que se mantuvieron con estoicismo erguidos durante los largos meses del agobiante calor del verano, reverdecen, se llenan de hojas, de flores y lo que fuera un desierto se vuelve un jardín salpicado de muchas flores amarillas algunas y de un intenso rosa otras. Es la Madre Naturaleza que con amor nos sigue ofreciendo su mejor cara, nos sigue dando una oportunidad más, quizá la ultima para que le pongamos atención y, sobre todo, la respetemos.
Dentro de las particularidades que encontramos en la parte sur de la península de Baja California está que eso que se ve en todo el país durante la Primavera, cuando florecen los campos, aquí es como si estuviéramos en el cono sur pues es a la entrada del otoño que los campos reverdecen. Esto me lleva a reflexionar sobre una de las celebraciones más bestiales que existían en la antigua Gran Tenochtitlán, se celebraban en los días cercanos al equinoccio de Primavera, era le segundo mes Azteca y su nombre, un poco complicado: Tlacaxipehualitzli, lo cual quiere decir el desollamiento de los hombres. En efecto, desollamiento quiere decir quitarle la piel a un ser humano.
Recurro una vez más al libro del maestro Jesús Álvarez Constantino, El pensamiento mítico de los Aztecas, Morelia 1977. “Para esta festividad, que se celebraba en el patio del templo de Xipe Tótec, en la misma plaza mayor, sacrificaban cuatro cautivos de guerra, los cuales vestían como al dios de la primavera y les ponían insignias especiales para denotar las cuatro partes del mundo. Luego desollaban la piel de los cautivos y se las ponían junto con las vestiduras de los dioses, los cuatro sacerdotes de mayor jerarquía del templo, los cuales empezaban una danza de gran solemnidad. Y el quinto prisionero de guerra, que representaba la quinta región del mundo, o sea el centro, era el cautivo de más alta graduación militar que se hubieses tomado, con cuya piel e insignias era vestido el cuerpo del propio emperador azteca, el cual pasaba a encabezar la danza sagrada con mucha gravedad”.
“Y para comprender todo el sentido de esta práctica ritual, debemos saber que Xipe Tótec, nuestro señor el desollado, es el esposo de la diosa madre Tlaltéotl, aquella de cuyo cuerpo los primeros dioses creadores hicieron la tierra y cuya piel se convirtió en la hierba menuda y florecillas que cubren como un manto vegetal el suelo labrantío. Por lo tanto, el significado de este rito, que se hacía en la época de las siembras, era un ruego al dios de la primavera para que extendiese nuevamente sobre la tierra su piel vegetal, promisoria de ricos frutos y abundantes mantenimientos para el hombre”.