viernes, 20 de noviembre de 2009

Un verbo que se acuñó en Salamanca durante la Revolución: carrancear.

"Se ha dicho, con razón, que la Revolución Mexicana se realizó sobre los rieles del sistema ferrocarrilero que el país tenía a principios del siglo XX, y Salamanca se encuentra en lugar estratégico entre las zonas de influencia de los diferentes facciones que intervinieron en esa lucha armada; le tocó pues un intenso trasiego de contingentes militares de tropas rebeldes, así como rescoldos de combates que afectaron primero y trastocaron después la vida de la ciudad".

De esta forma inicia el comentario del maestro de Santiago en su libro sobre el que conocemos como Templo y Ex Convento de San Agustín, de los destrozos realizados por las tropas de Villa luego de Carranza durante su estancia en Salamanca durante el tiempo, claro está, de la Revolución. El amo del Bable vivía precisamente a un costado del Ex Convento, seguramente vio muchas cosas, aunque era un niño en el momento en que el recinto agustino fungió como cuartel para la tropa. Al paso del tiempo, esa presencia revolucionaria provocó la creación de una nueva palabra, o más bien, de una nueva forma de referirse al robo: carrancear.

Muchas veces lo oí diciendo “me carrancearon” pensaba que esta fuera una acepción de la palabra robar pues todos así lo entendíamos, ya en la escuela supe que no, que esta era solamente una modalidad, aunque oficialmente no aceptada pero cotidianamente usada. Ahora, luego de casi medio siglo, encuentro el fundamento histórico del por qué de la palabra que aun, hoy día, hay algunas personas en Salamanca que siguen usando esa añeja expresión de carrancear. Aquí te la transcribo:

"Probablemente la primera consecuencia de las movilizaciones fue que la penitenciaría, instalada en el convento agustino, dejó de serlo y se convirtió en cuartel, a veces de tropas federales, a veces de revolucionarias: “el edificio estaba hecho una inmundicia y destrozado: las puertas y ventanas interiores habían sido convertidas en leña utilizada por las soldaderas para cocinar, los salones sirvieron tanto para alojamientos de soldados como de caballerizas” (lo dice Rojas Garcidueñas).

Este desafortunado uso del convento no se daba por primera vez, ya antes había servido para un uso parecido que se reeditó cuando en 1915 Francisco Villa estableció su cuartel general en la ciudad, antes de los combates de Celaya, porque fue allí precisamente donde liberó a los presos, la mitad de los cuales –unos cuatrocientos- se incorporaron a sus tropas. Después los carrancistas lo ocuparon, incluso tomaron el templo, y, según opinión generalizada, fue peor su presencia que la de los villistas: se perdieron bancas, confesionarios, a saber cuanto más".

Todo lo escrito en cursiva lo tomé del libro: El templo agustino de San Juan de Sahagún en Salamanca, José de Santiago Silva, Ediciones la Rana, Guanajuato, 2004.

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