lunes, 27 de abril de 2020

1786, el Año del Hambre, la epidemia y la muerte del Conde de Valenciana

  La historia tiene registrados eventos iguales o peores a los que en estos días estamos viviendo. Días por demás extraños en los que, sin previo aviso y de un día para el otro, la rutina dejó de serlo y a un proceso de adaptación nos estamos viendo sujetos. Pensé si era o no adecuado publicar este tipo de eventos. Al principio no quise pues veo que en la prensa escrita se han hecho referencias, especialmente a lo ocurrido en plena Primera Guerra con aquello de la Influenza Española, misma que afectó a todo México y de que muchos de nuestros abuelos o bisabuelos dieron cuenta de lo ocurrido. Recordé que uno de los grandes personajes del ideario mexicano murió durante una epidemia: Sor Juana, pero como su muerte ocurrió el 17 de abril, los periódicos nacionales dieron cuenta del evento (del aniversario luctuoso). Ahora, ya más relajado en cuanto a los temas que abordo en este Bable, creo adecuado recordar que en otra época y en otra circunstancia hubo otro personaje muy bien conocido en México, que murió igual, a causa de una epidemia. Veamos: 


1.- Antecedente: “27 de Agosto de 1785. Una muy fuerte y extemporánea helada, que cae en este día, destruye por completo las sementeras principalmente las de maíz; dando con esto origen á los horrores que tuvieron que lamentarse el siguiente año de 1786 conocido hasta el día con el fatídico nombre de “año de la hambre;" y de los cuales hablaremos muy pronto extensamente. 

 2.- El problema. “A consecuencia de la helada que ya mencionamos, verificada en 27 de Agosto del año anterior, se pierden completamente todas las cosechas, y una hambre horrible, acompañada de una asoladora peste, devasta por todas partes el suelo de la Nueva España: en la Ciudad de Guanajuato tienen lugar las más lastimosas escenas, semejantes á las que hemos descrito con motivo de otra igual calamidad en el año de 1714.
   Desde el momento en que la helada fatal echó por tierra las esperanzas de los labradores, que contaban con pingües cosechas, todos los comestibles comenzaron á encarecer progresivamente, subiendo al fin á precios verdaderamente fabulosos. La manteca llegó á valer 25 ps. arroba, y vendiéndose al menudeo daban una onza por medio real, un piloncillo valía dos reales, y la harina 20 ps. carga etc. á las tortillas les mezclaban biznaga, y otros ingredientes á veces perjudiciales á la salud; en las alhóndigas había terribles desórdenes por la multitud que las invadía, y la guardia que las autoridades hicieron poner en cada una de ellas, á fin de contenerla, tuvo muchas veces que recurrir á sus armas.
   La peste en tanto competía con el hambre, para ver cuál de las dos hacia más víctimas. Las montañas, los barrios y aún las mismas calles y plazas eran teatro de los más tristes espectáculos: crecidas caravanas de miserables, de la Ciudad y de fuera de ella, andaban en todas direcciones pidiendo por amor de Dios un pedazo de pan, y frecuentemente se veían caer moribundos á varios de ellos que espiraban en pocos momentos.
   D. Bartolo Álvarez, en sus apuntes manuscritos, que varias veces hemos citado, refiere que había personas caritativas, que, desde la oración de la noche hasta las cuatro de la mañana, se ocupaban en recoger cadáveres que se encontraban tirados á cada paso, y los llevaban al panteón de S. Sebastián para darles allí sepultura.
   Su multitud fue tanta, que el mencionado panteón, único que entonces existía, hubo de llenarse de tal manera, que los miasmas corrompidos que exhalaba, se percibían desde grande distancia; y se hizo necesario por esta razón echar sobre toda su superficie un atierre de media vara de espesor, providencia que fue tomada por el Ayuntamiento el día 1. ° de Agosto. Según el Barón de Humboldt excedieron de 8,000 las víctimas que hizo en la Ciudad de Guanajuato esta asoladora calamidad.
   Hubo no obstante muchas personas benéficas y caritativas, deparadas por la Providencia, que derramaron sus tesoros á manos llenas para aliviar en lo posible tanto sufrimiento, de suerte que los pobres de los contornos venían en multitud á Guanajuato, atraídos por tanta caridad.
   El Ayuntamiento á la cabeza de los particulares no omitió medio para hacer menos dura la suerte de los desgraciados: desde fines del año anterior estableció varias casas de misericordia, donde se curaban los enfermos y se alimentaban los menesterosos: una estaba en la hacienda de beneficiar metales llamada de S. Pedro, que fue proporcionada para el efecto por el Sr. Regidor D. Pedro Luciano de Otero, otra en una casa contigua que facilitó el Presb. D. José Joaquín de Otero y otra en el Santuario de Ntra. Sra. de Guadalupe.
   Pero como las necesidades crecían por instantes, y viera la corporación que ya no eran suficientes las casas mencionadas, por estarse experimentando que en las calles, plazas, barrios, cerros y minas, se morían innumerables personas, así por la peste como por el hambre, determinó en 16 de Abril establecer otras dos nuevas, como en efecto se verificó; y ocurrir á la protección divina por medio de un solemnísimo novenario y procesión de la venerada Imagen de Ntra. Sra. de Guanajuato, arreglados por los regidores D. Juan Vicente Alamán y D. León de Sein.
   Los Sres. Curas D. Juan José Bonilla y D. José Joaquín Carrillo, no solamente no quisieron quedarse atrás en estas obras de piedad, sino que tomaron a iniciativa desde 16 de Noviembre del año anterior de 1785, donando para compras de semillas, que se distribuyeron gratuitamente, y para otros socorros a los necesitados, la suma de $ 8,000 que se tomaron de la fábrica y de los fondos de cofradías.
   El piadoso sastre D. José de la Luz Aradillas casi consumió cuanto poseía en poner un amasijo en los 'Escalones de Coites" para dar pan á los pobres a precio sumamente módico: cosa igual practico en la plazuela de S. Diego otro caritativo sujeto, llamado D. Juan de Austria, y el Sr. D. Miguel Mana de Arellano, repartía diariamente cuanto le era posible de muerte que los pobres lo seguían en numerosas bandadas llenándole de bendiciones. 
   Era médico este digno caballero y, al salir á caballo, según su costumbre, para hacer sus visitas, los vendedores de comestibles y los pobres se le agrupaban por uno y otro lado; y él con ambas manos distribuía los alimentos, subiendo á tal extremo su caridad y lo benigno de su corazón, que una noche, según refiere Álvarez, diciéndose testigo presencial del suceso, llegó á su casa seguido como siempre de centenares de necesitados, y al tiempo de entrar en ella lo echaron por tierra, y levantándolo por los pies lo sacudieron, hasta no dejarle nada de cuanto llevaba consigo: su esposa justamente airada quiso desde luego castigar tanta osadía; pero el Sr. D. Miguel la calmó en el instante, manifestándole que lo sucedido lo llenaba de complacencia, y que los pobres tomaban lo que era suyo, porque los que abundaban en bienes, no eran otra cosa que los depositarios de los necesitados.
   El Sr. D. Pedro Casillas, dueño de la hacienda de b. Luisito, distribuía también diariamente en aquel barrio abundante comida á centenares de pobres, los cuales para este efecto hacía formarse en largas hileras á ambos lados del rio.
   Otros varios particulares formaron en 26 de Abril una junta denominada "de pro visión de víveres" que hizo también grandes bienes, y para cuyos gastos, suplieron fuertes cantidades los Sres. D. Juan Vicente Alamán y D. Pedro González.
   Pero entre tantos piadosos caballeros, dignos todos de los más grandes elogios, se distinguía el Sr. Conde de la Valenciana, el cual, á más de las limosnas que hacia secretamente, que eran muchas, daba alimentos en el hospital de Belén á cuantos pobres se presentaban á recibirlo. El primer día que tuvo lugar este reparto se distribuyó una res entera y abundantes canastos de tortillas, pan y semitas; y habiéndose quedado sin parte cosa de 300 pobres, por no haber sido suficientes los alimentos preparados, entonces el benéfico Conde dio una limosna de dos reales á cada uno de los grandes y un real y medio á los pequeños, y mandó para los siguientes días triplicar la cantidad de comida, de suerte que las hileras de pobres se extendían desde el interior del hospital, por toda la calle de Belén.
   Gracias á tanta caridad, verdaderamente cristiana, los estragos del hambre calmaron algún tanto, sin llegarse á experimentar en Guanajuato los extremos horrores que en otros puntos, en que faltó la voluntad ó la posibilidad de hacer esos beneficios de tan grande cuantía.

3.- La consecuencia: “1786. Muere á fines de este año el Sr. Conde de Valenciana D. Antonio de Obregón y Alcocer, verdadero padre del pueblo de Guanajuato, cuyas abundantes lágrimas bañaron su cadáver como tributo justísimo de gratitud."


Fuente:

Marmolejo, Lucio. Efemérides Guanajuatenses. Tomo II. Imp. del Colegio de Artes y Oficios. Guanajuato, 1883. pp. 276-283

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