Cuando vuelvo mi consideración al día de esta misma fecha del año de [17]81, se me presenta en la muerte del Sr. D. Pedro Terreros, Padre de nuestro difunto Conde, una escena dolorosa, que oprime mi corazón. Veo correr abundantes lágrimas por el semblante de innumerables pobres, que han perdido sus socorros: oigo tiernos gemidos de viudas, de doncellas, y huérfanos, que se encuentran sin amparo: repetidos clamores en las torres de los Templos, publicando la falta de su generoso bienhechor: ardientes y fervorosas suplicas de todos los reconocidos a sus liberalidades, que suben al trono de Dios, á implorar su eterno descanso. ¡Ah! ¡Quién hubiera podido interrumpir esas voces, y decirle a tanta víctima de la miseria, de la necesidad, y del desamparo: consolaos, consolaos, almas afligidas, enjugad vuestras lágrimas, que del oriente viene vuestro remedio! La inexorable parca arrebató al Sr. D. Pedro; pero como si no hubiera muerto, porque deja en la tierra al heredero de sus virtudes, á una viva imagen suya, que trae todos los caracteres de su misericordia: mortuits est pattr ejus, et quasi nonest mor mus: similem enim reliquit sibi post se.
Esta es una de las recompensas, que promete el Espíritu Santo en el Eclesiástico al Padre, que aplica sus conatos á la educación de sus hijos, les inculca á todas horas las máximas del Evangelio, procura apartarlos del precipicio, evitar sus caídas, enderezar sus pasos, y sembrar en su alma las semillas de la virtud. El Padre del Sr. D. Pedro Ramón tenia desempeñados con puntualidad esos sagrados deberes, según el testimonio de su conciencia, que manifiesta su Carta; y confiado en la infalible verdad del Eterno; cierto, de que viviría en sus hijos, y había de gozar de esa imagen de la resurrección, les encarga lleno de ternura: “también os pido para llevar el consuelo, con que debo daros el último adiós, y el ultimo abrazo, que recorráis todas las obras buenas, que he procurado hacer en mi vida. Era decirle al hijo obediente, que ha verificado sus determinaciones: para que no sea vano el consuelo, que me anima de vivir, y perpetuar mi memoria en tu conducta, esmérate en hacer al Criador sacrificios dignos de su aprecio: inquirí te, ut faciat qua e placito, sunt illi.
¡Qué materia tan basta he emprendido tratar en los cortos momentos, que me permite la prudencia! ¡Qué campo tan dilatado, para medirlo, y hacerse cargo de su extensión con una sola mirada! ¡Ojalá, y sin cansar la atención, de los que me escuchan, pudiera emplear una parte del tiempo, que necesitaba, para poneros delante las crecidas efusiones de un corazón sensible y liberal sobre todo encarecimiento! Pero ya, que no me es concedido cuanto apetezco, persuadíos: que el Sr. Conde de Regla se empeñó, en hacer a Dios sacrificios de mucha estima, y de desmedido valor. Ninguna cosa tuvo más presente, que el que su abundancia era para llenar los huecos, que déjala necesidad, como prevenía S. Pablo a los de Corinto: y à imitación de David, repitió siempre con sus acciones, aquel testimonio de su reconocimiento, y de su generosidad: tuo sunt omnia, et gnoe de manu tuo occepímus dedimus tibí: tuyo es, Señor, cuanto tengo, y por eso no he pensado en otra cosa, que en sacrificártelo en las manos de los necesitados.
¡Pero que sacrificios tan admirables, y tan nobles! ¡Pudo imaginarlos mayores su infatigable solicitud, y celo en propagar, como el Sacerdote Simón, y sostener la honra, y gloria del Señor: que reparando las ruinas de su Santa Casa, aumentando la majestad y hermosura del Santuario con exquisitas decoraciones; dando á conocer sus maravillas en el culto, y virtudes de su bendita Madre, y de sus Santos! ¡Que ofrendas tan gratas á la Religión, el librar, á ejemplo de Onias, de los extraviado» caminos del siglo, a tantas vírgenes, que habitan los claustros por sus largas dotaciones: procurar a los Ministros de Dios vivo, y a las Esposas del Cordero su comodidad, y subsistencia, para que no interrumpiesen las divinas alabanzas, y los ejercicios de edificación! Todavía permanecen, publicando sus liberalidades las Iglesias del Sagrario de esta Metropolitana, la de las Parroquias de San Pablo, y la Santa Veracruz, la de Corpus, y el Convento del Espíritu Santo, las de San Agustín de México, y de las Cuevas. Viven aún, y vivirán reconocidos los Conventos de Religiosas Capuchinas de Guadalupe, y el de Religiosas Franciscanos de Pachaca. ¡Con que recompensaremos, exclamaban las Benedictinas de la Villa de Sahagún, a un nuevo Jesús, hijo de José de, que en sus días, y con sus bienes reedificó nuestro Monasterio, hermoseó nuestro Templo, y nos ha llenado de consuelos!
Para un Padre justo, que le previene en su Carta: “que procure ventajosas utilidades al Real Patrimonio, que después de su muerte quiere, que se le dividan parte de sus frutos, para que jamás dejje su posteridad de serel útil; en virtud de haber formado su título, y protegidolo con sus piedades, y honras “para el hijo de Dios, que habitando entre nosotros, recomendó con su ejemplo esta práctica con los Reyes, que obsequios más importantes, que las gruesas cantidades, que prestó al Sr. D. Carlos IV siendo Príncipe de Asturias; los prontos donativos, para socorrerá la Corona y la generosa renuncia de la gracia de relevación de quintos, con notable quebranto de su Casa, solo por conservar el Trono de sus Soberanos, y ministrarles armas, para defender los derechos del Santuario, y de la Religión. Si las limosnas, en doctrina de S. Juan Crisóstomo, son las mejores víctimas, que consagra el Cristiano á la Divinidad: si estas reciben nuevos realces á proporción de las circunstancias, ¡cuantas, y que útiles sacrificó su misericordiosa mano, franqueando quince mil trescientos sesenta y dos pesos siete reales para Médico, Cirujano, ropa, alimentos, y medicinas á las infelices víctimas de la epidemia de viruelas del año de 97 y 98!
No bastaron tantas donaciones para contentar un corazón piadoso: no son estos solos los esfuerzos de su obediencia, para dar un lleno generoso, y completo a la voluntad de su Padre. Sin embarazo me determino a repetir en su elogio, y para su más sobresaliente honor, lo que el Santo Job alegaba, para manifestar su inocencia: arruínese el poderoso Condado de Regla, y desaparezcan de entre las manos de sus herederos los caudales, si se sentó el Sor. D. Pedro a la mesa, á gustar del pan, y de los alimentos, sin tenerles antes repartidos í doncellas honestas, recogidas en clausura, á viudas honradas, á huérfanos desvalidos, á pobres vergonzantes, á un incalculable número de personas, que por espacio de muchos años vivieron á sus expensas: si comedí bucallam meam solus, et non comcdit pupilitis ex ea\ humerus meus á junctura sua cadaty et brachium tneum cum ossibns suis confringatur.
Trabaje en vano su familia, y vease en la necesidad de mendigar, y perecer de hambre, siizo estar mucho tiempo, pendiente de sus manos al oprimido, y no le aprontó muchas y diversas cantidades, ó en préstamos, ó en donaciones, para su remedio: si oculos viduae expectore feci, seramt et alius comedat: et progenies mea eradicetur. Sino erogó un crecido caudal, sin otro fin, que el redimir de la hambre, y de la miseria á todos los jornaleros, que se empleaban en las Haciendas de Regla, de San Xavier, y San Antonio: sino consumió grandes sumas de dinero, para mudar los perniciosos morteros, y substituir las tahonas, consultando í la salud, y vida de los operarios: si nega-oti, qii&d volebant, panperibus-. si cerró los ojos, y miró con desprecio, al desnudo; si no ocurrió con sus limosnas, á cubrirlo, ya por mano agena, en los rincones de su casa, ya por si propio en el Hospital de San Juan de Dios, y en el Hospicio de pobres, antes, y despues de nombrarlo su Diputado si despexi pereuntem, eo quod non habuerit induméntum, et absque eperimento pauperem: esterilizense sus campos, inutilisense las labores, y jamas coja otros frutos, que críeles abrojos , y agudas espinas: pro frumento oria Pur mihi tribuías, et prohordeo spina. Si... . no acabaría, si quisiera hablar de por menor de todas las misericordiosas acciones del Conde de Regla; ó si supiese el número, de las que supo ocultar con santa sagacidad, cuya noticia quedó reservada entre Dios, y su corazón.
Fuente:
Elogio fúnebre a don Pedro Ramón Romero de Terreros Trebuesto Dávalos Ochoa y Castilla, Conde de Santa María de Regla. Que con asistencia del Tribunal de la Inquisición dijo el día 27 de Noviembre de 1809, en la Iglesia del Convento Imperial de N.P. Santo Domingo el Dr. y Maestro Fray Francisco Rojas y Andrade, Lect. de Teología en el Colegio de Porta-coeli. Quien lo dedica al Señor Don Pedro Ignacio de Terreros, Rodríguez de Pedroso, Conde de Regla, Caballero Maestrante de la de Sevilla y Síndico de los Colegios Apostólicos de Querétaro y Pachuca. Con Superior Permiso. México: Imprenta de Jáuregui. Año 1810.
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