sábado, 20 de junio de 2020

La Congregación de la Buena Muerte en la Compañía de Jesús

  Desde los comienzos de la Compañía de Jesús, incluso en la etapa de estudiantes parisinos, los nuevos religiosos se centraron en tres ministerios apostólicos: las visitas a hospitales (de un modo especial cuando estaban repletos de enfermos a causa de una epidemia o peste); la atención espiritual a los encarcelados y la asistencia social entre marginados. Con motivo del aumento de la credibilidad y el prestigio de los jesuitas las circunstancias posibilitaron que muchos de los nuevos religiosos fuesen requeridos a los pies de los enfermos y moribundos para ayudar a bien morir (ars moriendi), tan popular desde la Edad Media, cuando lo más importante es ayudar a bien vivir, dado que cada uno cosecha lo que siembra y no da lo mismo vivir de una forma o de otra. La “obsesión” del momento histórico que nos ocupa era la salvación eterna.

   No es de extrañar que los jesuitas fundasen la Congregación de la Buena Muerte. El fin de la cofradía era la unión de la propia muerte con la de Cristo y por ello fomentaban la frecuencia de sacramentos para bien vivir. Sus comienzos los hallamos hacia 1600 en Venecia, cuando reunían los viernes de cuaresma a los fieles ante el Santísimo expuesto durante cinco horas para meditar sobre la Pasión y Muerte del Señor. Esta devoción se extendió por ciudades y regiones con normas establecidas por Clemente VIII en su breve Quacumque a Sede Apostolica (7 diciembre 1604). En la capilla correspondiente se hacía referencia iconográfica a las muertes humanas y santas como son la Dormición de la Virgen y la Muerte de San José.

   Años más tarde, la Congregación de la Buena Muerte fue fundada en Roma por el M. R. P. Vicente Caraffa (1646-1649), séptimo General de la Compañía de Jesús, y establecida en la Iglesia del Gesù bajo el título de “Congregación de Jesucristo Nuestro Señor en la Cruz y de la Bienaventurada Virgen María, su Madre Dolorosa”; fue el 7 de octubre de 1648. Se la empezó a llamar vulgarmente Congregación de la Buena Muerte por el fin a que se orientaba, que era procurar que sus socios se prepararan a una santa muerte (en estado de gracia) mediante la continua meditación de la Pasión de Cristo Nuestro Señor con sermón del director y la práctica de una santa vida sin olvidar la confesión y la comunión.

   Los patronos primarios son Jesús Crucificado agonizante en la Cruz y la Santísima Virgen de los Dolores al pie del Calvario. Los Secundarios son San José, Patrono de la buena muerte, San Juan Evangelista y Santa María Magdalena.

   En 1649 se formó la Congregación masculina “reducida” o “secreta” de treinta y tres sujetos. Posteriormente pasó a setenta y dos. El 21 de agosto de 1665 el Papa Alejandro VII concedió a la Congregación de la Buena Muerte algunas indulgencias aplicables a las almas del purgatorio. El 23 de septiembre de 1729, y vistos los abundantes frutos de virtud y santidad que la congregación producía, el Papa Benedicto XIII, (1724-1730) mediante la bula Redemptoris nostri (1729) dio status jurídico a la Cofradía de la Buena Muerte erigida en la Casa Profesa de Roma, designada “Primaria”, enriqueciéndola con nuevas indulgencias, concediendo al P. General de la Compañía de Jesús la facultad de erigir en las iglesias de la Orden nuevas congregaciones de la Buena Muerte, agregarlas a la Primaria de Roma y otorgarles todas sus indulgencias. León XII (1823-1829) concedió el privilegio de poder erigirlas en cualquier iglesia, aunque no fuera de la Compañía de Jesús.

   Finalmente Pío X (1903-1914) la enriqueció con nuevas gracias en 1911. El mecanismo era el siguiente para erigir la Congregación había dos posibilidades: a) en las iglesias de la Compañía, la facultad de erigirla competía al P. General. El encargado de cursar las peticiones podía ser el P. Socio o Secretario del P. Provincial; b) en las iglesias no pertenecientes a la Compañía de Jesús correspondía al obispo de la Diócesis, lo que podía hacer por sí mismo, o por medio del P. General de la Compañía. El sacerdote encargado de la iglesia donde se quería erigir la Congregación, debía dirigirse al Prelado, solicitándolo y acompañando un ejemplar de los Estatutos o Reglas por las que la Congregación había de regirse.

   La Compañía de Jesús contó con famosos predicadores, entre los que podemos destacar los siguientes: Carlo A Cattaneo, Giuseppe M. Prola y Giuseppe A Bordón en Italia, o Domingo García en Sevilla.

   Los confesores jesuitas no dejaban de lado la cuestión testamentaria y el cuidado de la familia, aunque procuraban evitar toda implicación en estas cuestiones. De hecho las Constituciones prohíben a los jesuitas inmiscuirse en los “negocios seglares” de las últimas voluntades. No podían aceptar la consideración de testamentarios o procuradores de asuntos civiles, pero sabemos que esta disposición fue incumplida o fue concedida licencia en casos como el testamento de Magdalena de Ulloa en el que ella misma vio en los jesuitas los que ofrecían los medios mediante las disposiciones de misas y obras pías celebradas en sus propias iglesias o atendidas y vigiladas por ellos para conseguir el fin que se pretendía.  

Fuente:

Alcalde Arenzana, Miguel Ángel. La Compañía de Jesús: el Cristo de la Buena Muerte y la primera Cofradía de la Orden.

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