jueves, 16 de noviembre de 2017

De asnos, burros y jumentos, su llegada a México

   La fuerza de sangre era el elemento principal de los Caminos Reales, así como de la minas y, en general de pueblos, villas y ciudades, sin más preámbulo vamos al tema:

   "El asno, que es visto ahora como bestia inferior, es un benemérito un salvador de la clase indígena, a la cual le evitó las tremendas y costosas cargas a que estaban sujetos los naturales por razones de mita, encomienda, mandamiento y las otras formas de esclavitud. El indio y el burro parecen casi inseparables en la historia de México, y éstos fueron útiles no solo como bestias de carga, sino para conseguir el aumento de la raza mular.

  He aquí algunos datos sobre la cría y el desarrollo del burro en las indias: “además de los burros que se llevaron a las Antillas en las expediciones del Almirante, consta que en 1505 llevó también ‘bestias asnales’ la nao de Alonso Núñez en una expedición que también se enviaban desde Sevilla yeguas a la isla Española. De allí pasaron a otra isla, y uno de los primeros conquistadores, Diego de Maldonado, llevolos a Perú desde la isla de Jamaica. En México se puso un gran interés por multiplicar el burro, de un lado por conseguir que el indio pudiera encontrar la cooperación para sus labores agrícolas y de transporte de tan útil y económico servidor, y de otro para lograr una dilatada cría mular.

  “En 1531, al ordenar los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla el envío a México de cien carneros moruecos y diez ducados de simiente de seda, se les dice también que cuidasen de comprar doce borricas y tres machos para pedrear, ‘y lo envylleis todo aderezado a nuestro presidente de Oydores e a los nuestros oficiales que residen en la ciudad de México en Nueva España’, como se hizo. El obispo virrey de México, Ramírez de Fuenleal, escribía por entonces a la metrópoli diciendo: “convendría mucho que viniesen trescientas borricas para distribuirlas entre los indios. Hago que se les den ovejas y críanlas con grande amor’.

  “De este modo es como empezó a establecerse en la América continental la cría del ganado mular, que tanto impulso debía recibir, alcanzando maravilloso y beneficiosa multiplicación. Desde el siglo XVIII importaba el Perú enorme cantidad de mulas, llevadas desde las pampas por Salto, Tucumán y Potosí. Más tarde, los burros llegaron a multiplicarse en tanta cantidad que hasta se les vio vagar en los montes en estado de cimarrones do salvajes. 


  Alejandro de Humboldt, al hablarnos del florecimiento alcanzado en los comienzos del siglo XIX por el comercio establecido en la ciudad de Veracruz nos dice que ocupaba en sus tráfagos más de cien mil mulas, que en México empleábanse más de cien mil en los carruajes, y que en la Habana había en circulación 2,500 calesas, para cuyas necesidades de arrastre disponían de más de tres mil mulas.

  En verdad que tanto al burro como a la mula les ocurre lo que al género poético: están llamados a desaparecer, pues los atajos y recuas no existen, sin que lo sustituyan los automóviles y los caminos asfaltados. No conocemos la concentración del último censo; pero en el anterior había apenas 300 mil y pico de mulas, que de seguro han disminuido.





Fuente:

Salado Álvarez, Victoriano. Rocalla de historia. Cien de México. Conaculta, México, 1992. pp. 78-79

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