martes, 10 de julio de 2018

Breve reseña de la arriería en México

  El tema Camino Real nos lleva de la mano a la Arriería, los Mesones, Fondas, Ventas, Puentes y tantas cosas que interaccionan unas con otras. Mucho hay que saber acerca de ese oficio que fue indispensable para el desarrollo de México en los tiempos que se llamó Nueva España y que perduró a lo largo del siglo XIX y aun durante las primeras décadas del XX. Es por eso que ahora comparto la primera parte de un interesante artículo que encontré en la Enciclopedia de México.

  “La palabra arriería se deriva del vocablo arria, que significa recua o conjunto de animales destinados al transporte de mercaderías; esta voz proviene, a su vez, de la interjección ¡arre!, que se empleaba para avivar el paso de las bestias. En el México antiguo los indígenas solían transportar todo a cuestas. Con la introducción de las bestias por los españoles se organizó la arriería en la segunda mitad del siglo XVI. El gobierno virreinal autorizó a los indios a valerse de animales para sus largas caminatas y el acarreo de bultos. Las primeras mulas arrieras provinieron de las islas antillanas, a donde habían sido levadas desde la península. Antes habían llegado los caballos  los burros, de éstos, los mandaderos de yeguas tenían un alto precio porque eran los sementales para la cría de acémilas criollas. En ocasiones y debido a la escasez de numerario, los precios de las bestias se pagaban en esclavos, en vez de dinero. Las ventajas de las acémilas hicieron que se postergara a los caballos, y esto obligó al cabildo de la Ciudad de México a ordenar que nadie tuviera mulas sin tener caballos. En realidad se trataba de una medida militar, ya que el caballo era más apto para la guerra. Pero esa disposición fue superada por una realidad de orden económico, como lo fue la expansión creciente del comercio. El auge que cobró la arriería se aprecia por el hecho de que solo el comercio del puerto de Veracruz requería de 70 mil mulas al año, y de que la ciudad de México empleaba más de 5 mil en usos urbanos.

  Fue Sebastián de Aparicio el que construyó en 1536 la primera carretera que transitó para las calzadas indígenas de la antigua Tenochtilán. Unció troncos de mulas a ese vehículo y comenzó a salir de la ciudad, convirtiéndose en el primer constructor de caminos foráneos. Otro camino muy importante para la arriería fue el de Acapulco, debido al cuantioso comercio que suscitaban las naos de Manila.

  La mayor dificultad para los arrieros constituía el mal estado de los caminos. En una relación oficial de la época virreinal se da el siguiente informe: “Los caminos son embarazosos para transitarlos. Los pedregales, los lodazales, barrancos y cuestas son muy frecuentes y en los ríos y arroyos de alguna consideración no se halla más que algún puente, agregándose que los aguajes suelen estar a largas distancias y los arrieros se ven precisados a andar dos jornadas regulares en un día o extraviar el camino por parajes peligrosos de mucho rodeo”. Durante su estancia en México, al alborear el siglo XIX, Humboldt hizo esta observación: “Sobre la mesa central se viaja en coches de cuatro ruedas, en todas direcciones: pero a causa del mal estado de los caminos no se ha establecido carretero, por lo que se prefiere el uso de acémilas; de modo que millares de caballos y mulas, en largas recuas, cubren los caminos de México”. El siguiente cuadro muestra los medios de transporte de México a Veracruz de 1810 a 1819:

  La arriería fue penetrando la geografía mexicana como avanzada de los caminos que integraron la primera red nacional de comunicaciones. Y los hombres que recorrían esas rutas, arriando sus recuas, se convirtieron en profesionales altamente cotizados. Arrieros fueron algunos de los más destacados insurgentes: en el Bajío Albino García; y en el sur, Valerio Trujano, oaxaqueño, y José María Morelos. A éste le preguntaron antes de morir: “¿Por qué habiendo usted nacido para militar, se hizo cura?”. Y contestó: “Porque no había otro camino para dejar de ser arriero”.

  El autor de Los mexicanos pintados por sí mismo describe así el prototipo del arriero: “Sombrero de ala ancha forrado de hule, cotón de cuero resguardado por una pechera de cuero; ancho ceñidor, cuyas puntas caían sobre un calzón de gamuza abierto hasta media pierna; rodillera también de cuero y zapato de vaqueta”. Cuidaba de cada mula en lo individual y le ponía un nombre propio: la Prieta, la Linda, la Alachueta, la Grosella, la A-pesar-de-todo.

  El refranero mexicano se enriqueció con las alusiones que el pueblo dedicaba a quien llevaba ceñida una víbora de cuero repleta de monedas de oro y, no obstante, no dejaba aquel oficio que los envidiosos juzgaban ruin. Así se decía: Padre arriero, hijo caballero, nieto pordiosero. La india dice al arriero: cuánto más lépero, más te quiero; Arriero de un jumento: buen plato y mal testamento; De arriero a arriero, no pasa dinero. Arrieros semos y en el camino nos encontraremos.

  La religiosidad popular e dio a la arriería por patrón al santo señor San Pedro, cuya festividad se celebra el 29 de junio, al descolgarse las lluvias que obstruían los caminos. He aquí una súplica de que los protegiese: “Te pido Apóstol Sagrado / cuando yo al camino salga / que, tan solo al invocarte, / y me asalte el malhechor, / cuando me vea atribulado / allá tú sombra me valga, / siempre estés  de mi parte, / en el nombre del Señor”.

  El carácter del arriero mexicano fue descrito por Ernesto Vigneaus, quien vino a México como soldado de la intervención, y que, al regresar a su patria, escribió un libro que se tituló “Souvenirs d’un prisonnier de guerre du Mexique. En él dice que el arriero “era un hombre valiente, como todos sus iguales, que constituyen una familia interesadísima. El muletero es famoso por su honradez y su energía en el trabajo. Después de la vida del marino, ninguna hay más accidentada, más activa y más nómada que la del arriero. Sobrio y vigilante, viviendo siempre al aire libre, y pasando más de una noche bajo la luz de las estrellas, el arriero está desprendido de la mayor parte de los perjuicios que tienden sus imperceptibles telarañas en torno de las costumbres y las preocupaciones existentes. Áspero y rudo por naturaleza, pero bueno en el fondo, es alegre, servicial y únicamente un poco vividor. En el camino, el trabajo le absorbe por completo, y en los esparcimientos se abandona, como el marino, a una reacción completa, y descansa precipitándose en el placer”.

  Un testimonio procedente de Yucatán puede dar idea de las ganancias de la arriería en 1852: “Si queremos apreciar, aunque sea de un modo aproximado, la suma de las ganancias anuales que la arriería logra, habremos de recordar el número de mulas que emplean: 15,828. Partiendo de aquí, decimos que la proporción ordinaria de los fletes de tierra, es de un real por arroba cuando la distancia llega a 8 leguas y no pasa de 12; si calculamos que cada mula hace dos viajes al menos con 8 arrobas de carga, es decir 192 al año, tendremos que cada una rinde $24 de utilidad, y el total de ellas, $379,872, por lo menos.

  El impuesto de muralla consistía en paga un real por cada mula cargada que entra en la Ciudad de México; el producto de esta recaudación, pagada en su mayor parte por los arrieros, era destinado a la construcción y conservación de las obras de defensa del puerto de Veracruz. La entrada y salida de acémilas cargadas en la Ciudad de México fue de 200 mil en 1807.

  A este propósito Juan López Cancelada escribió desde Cádiz en 1811: “La arriería de Nueva España goza por medio de los fletes de sus manufacturas una circulación anual de 681,136 duros; por la cuenta que hice después de averiguar la alta y baja de los fletes de México para todas partes del reino; si a esta reflexión se me objetase que para los fletes lo mismo le supone al arriero conducir bretañas que mantas de Puebla, responderé que no todos los arrieros que introducen en México y otras ciudades pueden entrar en largo camino real, porque son, como llamamos allí, chinchorreros, y menos de 40 mulas no costea la empresa de camino real de puerto a puerto”. Sobre la base de 200 mil mulas que trajinaban en la Ciudad de México, más igual número que se empleaba en el interior y en las costas, a $15 el flete, José María Quirós deduce “que se elevaba por encima de seis millones de pesos el producto anual de este recomendable ramo”. Tan importante era la arriería que, en la división de la población , según la diferente posición social, que José María Pérez Hernández hace al doblar la segunda mitad del siglo XIX, da el número de 4,670 arrieros y 1,325 carreteros, cuando la población económicamente activa de la República Mexicana apenas pasaba de 3 millones. La arriería mexicana constituyó uno de los ramos más productivos, pues comprendía el 10% del valor de toda la industria nacional ($60 millones ésta y 6 aquélla). Filiales de la arriería operaban las industrias de la talabartería (medio millón de pesos) y las cordelerías, fabricantes de costales con henequén yucateco (un millón).

  Cuando la fiebre de oro desplazó hacia la costa del Pacífico a millares de norteamericanos, se estableció un puente marítimo entre los puertos de San Francisco y Manzanillo. Por este último llegaban mercaderías que eran conducidas a Guadalajara, y de allí al centro del país, por el Camino Real de Colima. Dos poblaciones jaliscienses florecieron por la arriería de entonces: Zapotitlán u Tonila, en las faldas opuestas de los volcanes, que eran jornadas obligadas para las recuas salidas de Ciudad Guzmán. Inmigrantes de San Francisco, unos alemanes construyeron la hacienda de San Antonio, al pie del volcán de Colima, la cual disponía de numerosos atajos de mulas que acarreaban el café producido y regresaban con cargas de monedas para pagar a los peones. Como Ciudad Guzmán, en el sur de Jalisco, la arriería contaba con sitios estratégicos para sus jornadas: Jonacatepec en el Estado de Morelos, Chamacuero de los Arrieros de Guanajuato, Paso del Macho en Veracruz, fueron sede de las familias de arrieros próceres. Allí construyeron casonas con amplias trojes para la remuda y no menos amplia cocina para los huéspedes. Los arrieros hicieron la prosperidad de estas ciudades. Como constituían una clase social intermedia entre la peonada y los hacendados, su colaboración fue eficaz en la Revolución Mexicana. Si en la Independencia los arrieros tomaron las armas, en la Revolución realizaron un servicio de inteligencia que resultó tan útil como el primero. Los ferrocarriles, los caminos petrolizados y los vehículos de motor terminaron con la arriería.

Bibliogrfía: 

Calderón, Francisco. Historia moderna de México, 1955
García Rivas, Heriverto. Precursores de México, 1965
Gibson, Charles. Los aztecas bajo el dominio español. 1967
Humboldt, Alejandro. Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, 1965
Ortiz Vidales, Salvador. La arriería en México, 1941
Pérez Hernández, Estadísticas de la República Mexicana, Guadalajara, 1982
Sierra, Catalina. El nacimiento de México, 1960



Fuente:

Enciclopedia de México. Tomo I. México, 1977, pp. 858-863

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por compartir sus conocimientos sobre la importancia de la arriería. Mi pueblo se formó gracias a ella. Por aquí pasa lo que se llamó la 5ta línea. Poco se tiene documentado. Sin embargo la tradición oral y dos o tres documentos dicen existió un mesón de regular importancia. Mi pueblo se llama Valle de Guadalupe, en siglos pasados llevó los nombres de Estancia de Casillas y Venta de Pegueros. ¿Sabe usted si existe algún padrón de mesones o casas de diligencias de Los Altos?

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    1. He visto mapas en donde se ubica la Venta de Pegueros y esa Quinta Línea que mencionas, un padrón propiamente no lo hay, pero se pueden ubicar datos en los panos y la memoria del Ministerio de Fomento de 1853.

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