lunes, 1 de junio de 2020

La casa novohispana: La sala para visitas de cumplimiento y el estrado.

   Un poco más allá de la consabida y omnipresente pandemia, mi tiempo, como seguramente el tuyo, se ha visto alterado, ahora las horas de limpieza son mayores, y las escasas idas a los abarrotes se prolongan en tiempo por los procedimientos ahora establecidos. A todo ello agrego que en este confinamiento me he dedicado a transcribir muchos documentos que tenía pendientes y cada que acceso a mi archivo una cosa me va conduciendo a otra y luego de la media noche encontré más datos que dejo pendientes para ver al día siguiente y... ya estamos en Junio, creo que este Mayo que acaba de terminar ha sido el mes que menos publicaciones he hecho en este blog... no creo aumente en mucho durante el mes que comenzamos, así que va mi aportación para este día. Por cierto, aclaro, las imágenes poco o nada tienen que ver con el tema, son, como ya lo dije una vez, meramente decorativas.

    En todas las casas de personas acomodadas existía una sala para recibir a las visitas de cumplimiento; su funcionamiento se regía por un protocolo muy especial. Bajo el mismo techo de esta lujosa habitación –generalmente situada en la planta alta de la vivienda y con acceso directo al balcón principal de la fachada- encontraba acomodo el estrado de la señora de la casa. Los estrados eran, ante todo, espacios femeninos; estaban perfectamente delimitados dentro de las salas de visitas y tenían, al igual que ellas, normas de sociabilidad propia. En el estrado, la señora de la casa recibía formalmente a invitados de su mismo nivel social, aquellos con quienes había que quedar bien. Estas reuniones eran un medio eficaz para la consecución de algún favor que beneficiaría a la familia, y por ello la anfitriona se esmeraba en cuidar todos los detalles. Puesto que se trataba de un ámbito femenino, el estrado era también el lugar donde se juntaban las mujeres para bordar o tocar música. 

Este espacio tomó su nombre de las tarimas de madera que se colocaban sobre el piso de la sala de visitas. Lo anterior permitía la creación de un espacio a mayor altura que el nivel general de la habitación; es decir, con el uso de las tarimas se creaban dos sitios de distintas calidades sociales dentro de una misma sala. En las casas de los ricos las tarimas del estrado estaban cubiertas por ostentosas alfombras de importación. El largo de estos textiles oscilaba entre las 3 y las 10.5 varas (una vara equivale a 0.835 metros). Las alfombras de mayor largura indican en cierta forma, las medidas de los estrados más grandes (aunque a veces se usaran dos o tres de ellas para cubrirlos). Los precios variaban según las calidades y los tamaños; las hubo que costaban decenas de pesos y otras casi los 1000. Todo parece indicar que las alfombras más caras eran las de seda de china; fueron muy estimadas en esta época por su exotismo, colorido y riqueza. Cuando en la documentación de este periodo se hace referencia a alfombra de Castilla o a alfombras moriscas, es muy probable que se haya tratado de textiles elaborados en las localidades de Cuenca, Neira o Alcaraz. En estos sitios de la península Ibérica se tejieron alfombras de gran calidad, muy apreciadas en el medio novohispano. Las llamadas turquescas procedían de Turquía y las cairinas eran alfombras españolas que empleaban el famoso nudo egipcio de Fostat (El Cairo).

No hay que perder de vista que también hubo tapetes; se les llamaba alcatifas (sus precios y calidades eran menores que las alfombras). Se usaron tanto en estrados como en cualquier sitio de importancia. En casas de personas de escasos recursos, a falta de las lujosas alfombras y las alcatifas, se colocaban “petates de estrado pintados”, que imitaban los ricos textiles de importación. 

Sobre las alfombras de los estrados se disponían los asientos para las señoras, a saber, cojines y taburetes; para los varones había sillas y canapés. Las mujeres se sentaban a la manera morisca (sobre voluminosos cojines); otras veces, las señoras hacían que la servidumbre deslizara, mientras ellas bajaban acompasadamente su cuerpo, pequeños taburetes que quedan ocultos bajo sus faldas. Ambas formas de sentarse obedecían a la falta de movilidad que producían los enormes y rígidos emballenados y las ampulosos bombachas de las vestimentas femeninas de ese periodo. Las mujeres, cabe advertir, pasaron de los cojines a los taburetes y de estos a las sillas a partir del siglo XVIII: el proceso de traslación del cojín a la silla implicó un cambio en el estatus femenino hasta situarse a la misma altura que los hombres. 

Un estrado de importancia podía contar con varias docenas de cojines. En la confección de estos asientos femeninos se usaban telas muy ricas: sedas chinas o brocados y terciopelos europeos. Los cojines se bordaban con costosos hilos de oro, seda y plata. Llama la atención el enorme gasto de dinero que significó para los miembros de las élites el hacerse de estos asientos de lujo extremo. Como si el lujo del estrado no fuera suficiente, este espacio podía estar cubierto por una “colgadura de estrado”, es decir un rico dosel, echo también con sedas y otras opulentas telas de importación, que completaba la escenografía y le daba abrigo.

   Fue precisamente en el siglo XVII cuando los biombos se convirtieron en piezas relevantes de los ajuares domésticos. Desde el punto de vista estructural había dos tipos de biombos: los de menor altura se despliegan en los estrados en tanto que los más altos se colocaban en las recámaras. Los primeros recibieron el nombre de rodaestrados o ruedaestrados, los segundos fueron los biombos de cama. Los rodaestrados (también mencionados en la documentación de la época como arrimadores de estrado) tenían la finalidad de delimitar los estrados, a la vez que servían como telones de fondo a estos espacios. Si bien estos muebles orientales arribaron a las casas de los ricos en el último tercio del siglo XVI, fue en la siguiente centuria cuando proliferaron, tanto los de importación como los hechos en Nueva España. Fue condición de toda familia de importancia poseer varios de estos prácticos muebles. Hubo, pues, entre la gente adinerada, una marcada competencia por la adquisición de estos novedosos aparatos que, a la vez que permitían la subdivisión de los espacios interiores de las casas, proporcionaban cierta privacidad y protegían a sus habitantes de las molestas corrientes de aire y de frío. De hecho, los biombos de cama estuvieron en íntima relación con el único espacio privado que había en la casa: el lecho de la cama. Cuando una familia no podía afrontar los altos precios de los biombos de laca china o de pintura al óleo utilizaban los biombos de tela.

   En las superficies de los rodaestrados y los biombos de cama quedaron representados pasajes de la historia novohispana, imágenes de paseos y lugares de interés, temas etnográficos del mundo indígena, vista a vuelo de pájaro de la gran capital, historias mitológicas y alegorías de concepción europea, así como gran variedad de asuntos orientales (chinoisiere). En las hojas de los biombos se pintaron multitud de imágenes al servicio de los intenses de la ideología criolla, como es el caso de la alegoría histórico-geográfica denominada las cuatro partes del mundo (tema en el que se incluía a América como una parte más de la ecúmene occidental) –el encuentro de cortés con Moctezuma o la toma de México-Tenochtitlán por el ejército español.

Fuente:

Curiel, Gustavo. Ajuares domésticos: Los rituales de lo cotidiano. En Historia de la vida cotidiana en México. Colmex-FCE. Tomo III. pp. 82-85. México, 2012

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