Sucede muchas veces que al pasar por carreteras con mucho ir y venir de vehículos o caminos poco transitados, salta a la vista una vieja pared derruida, unos arcos que en algún momento formaron parte de una espléndida terraza, techos ya caídos y la maleza envolviendo al edificio, la pregunta es siempre la misma: ¿cómo es posible que soberbios edificios hayan sido olvidados? Lugares que fueron prácticamente ciudades, en donde todo tipo de actividades se desarrollaban, sitios donde hubo mucha vida y que ahora, en el olvido, siguen resistiendo heroicamente al paso del tiempo y nos insinúan apenas lo que hace unos siglos fue un esplendor luminoso.
Luego de la conquista, los españoles repartieron su “botín de guerra”, el territorio de la Nueva España, o, al menos el que circundaba a la Ciudad de México fue dividido en encomiendas, algunas de ellas tan grandes como dos de los Estados actuales de nuestro país. Vino luego otra división, las estancias ganaderas, la tierra del Bajío, abundante en pastos, era la ideal para reproducir las bestias no conocidas en México y que fueron los pilares en la generación de energía y medio de transporte de las mercancías de las poblaciones españolas ya fundadas en el centro y norte del territorio, la “fuerza de sangre”, (animales de tiro), se introdujo como punto esencial en el detonador del desarrollo del Bajío. Cabe anotar aquí que una estancia ganadera era el equivalente a 41 caballerías, incluidas en un espacio de aproximadamente 1,755 hectáreas.
Al respecto el maestro Isauro Rionda, cronista de Guanajuato, en su magnífico libro Haciendas de Guanajuato, anota que “En la segunda mitad del siglo XVII, las estancias ganadera empezaron lentamente a experimentar una metamorfosis. Sus tierras, sobre todo las del Bajío, son muy feraces; los reales de minas, las villas, y la campiña se llenaron de población, sobre todo por efectos de los primeros. Estos, los reales de minas, a medida que las riquezas argentíferas iban en abundancia, requerían cada vez más del campo, pues aparte de la carne, cueros, sebos, etc., que proporcionaba la ganadería, necesitaron trigo, maíz, frijol, pasturas y otros productos resultado de la agricultura”.
El siglo XVII ve nacer una a una las Haciendas que fueron poblando la geografía guanajuatense, para el siglo XVIII el auge minero va de la mano con el crecimiento de la producción agrícola hasta que en 1808 se inicia la inestabilidad económica española ante la invasión francesa de su territorio, esto fue el marco propicio para el inicio del movimiento independentista de México. Fueron diez años de inestabilidad económica, política y social. Los grandes capitales huyeron del país, las haciendas y minas dejaron de producir. Asaltos y robos se sucedieron uno a uno dejando en el olvido las magníficas casas grandes que pudieron sobrevivir gracias a lo contenido en sus trojes y silos.
Terminada la lucha libertadora, algunos hacendados trataron de revivir glorias pasadas, no todos lo lograron pues la nueva nación se enfrentó a un largo periodo de inestabilidad social. Uno a uno los gobiernos se sucedían, dos o tres presidentes se proclamaban cada año, las Haciendas producían para satisfacer sus propias necesidades y tal vez algún excedente para la región era vendido. Muchos de ellos se encontraban en manos del clero. Por ejemplo, la zona comprendida entre Yuririra y Salvatierra era propiedad de la orden de los Agustinos, ellos y todo el clero en general, fueron afectados al ser expedida el 12 de julio de 1859 la Ley de Desamortización de Bienes por parte de Benito Juárez. Nuevamente nos referimos al maestro Rionda: “La Reforma acabó con los latifundios del clero católico, los que en algunos casos pasaron a manos de particulares que ya eran hacendados; en otros, los menos, se fraccionaron y se vendieron a las haciendas limítrofes. En ambos casos hicieron crecer las dimensiones de los latifundios laicos, que todavía iban a tener otro estirón más con los resultados de la búsqueda de tierras no tituladas a particulares y que, por lo tanto, eran propiedad de la nación, labor que hicieron las compañías deslindadoras. Las tierras que resultaron propiedad nacional fueron vendidas, por el gobierno federal o por las mismas empresas, a los hacendados que las quisieron”.
El resurgimiento de esplendor en las Haciendas guanajuatenses se da luego de la “calma chicha” que se vivió a finales del siglo XIX, específicamente durante el Porfiriato, época en la cual la mano dura del gobierno central hizo entrar al país a un período de modernismo. Los ferrocarriles surgieron por casi todo el Bajío; muchas de sus estaciones se ubicaron cercanas a las Haciendas para distribuir las abundantes cosechas, en 1910, una vez iniciada la Revolución, la inestabilidad vuelve a reinar en México, hacia 1913 el Bajío se ve amenazado por las tropas y la “bola”. Asaltantes, bandidos, rateros, violadores, todos juntos contribuyeron a dar fin al esplendor de las haciendas. Siguió luego el movimiento Cristero que también afectó a buena parte de las haciendas guanajuatenses, esto fue en la década de los años veinte, por si esto no fuera suficiente vino después el movimiento agrarista, todo influyó para que muchas de las haciendas cayeran en el olvido.
Las fotografías fueron tomadas ayer, apenas ayer, 1 de diciembre en Santa Ana Pacueco, municipio de Pénjamo, Gto., lugar en donde hubo una vez, como en los cuentos, una hacienda de tales dimensiones que bien cabría ahí el Estado de Morelos, eso lo veremos más adelante. Los textos en cursiva los tomé de Haciendas de Guanajuato de Isauro Rionda, Editorial La Rana, Guanajuato, 2001. También me apoyé en el libro Yuririapúndaro de J. Jesús Guzmán Cíntora, Costa Amic Editor, México, 1978.
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