Don Francisco Sosa (1848-1925) era un biógrafo furibundo. Gordo es el tomo que su nunca ociosa pluma nutrió con biografías de mexicanos distinguidos de todos los tiempos. No es raro pues que haya deseado hacer públicas en el Paseo en que pudiesen alzar la mirada para verles, las biografías en bronce o mármol que propuso en las columnas de El Partido Liberal al mes siguiente de la inauguración del monumento a Cuahutémoc, o sea en septiembre de 1887. Alegaba don Pancho que “por muy grande que fuese la voluntad del gobierno federal para terminar por si sola las obras de ornato que debanda un Paseo de la magnitud del de la Reforma, necesitaría empezar grandes sumas y muchos años” para conseguirlo; mientras que si a cada estado se le abría la oportunidad de cooperar para el cilindro, la realización sería fácil y rápida. Dos condiciones para evitar favoritismos: solo muertos convenidamente consagrados; y sus efigies, todas de tamaño natural.
Al digamos interinato de don Manuel González había cabido la honra de inaugurar la estatua de Cuahutémoc. A don Porfirio le correspondió facilitar la instalación a los estados la construcción e sus prohombres con costear los pedestales de piedra en que se elevasen, sobre los dos metros y veintidós centímetros de pedestal, el metro setenta y ocho centímetros que en promedio (una vez encogidos por resequedad las vértebras después de los cincuenta) se asumía que midieran los beneficiarios.
A los CC gobernadores les pareció bien. El de Chihuahua fue el primero en comunicar su aprobación; y con su carta y las de sus colegas de Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Yucatán, don Pancho fue a ver al Oficial Mayor de Fomento, y su proyecto se puso en marcha. Era el 20 de septiembre de 1887.
Pero el gobierno del Distrito les madrugó a todos, a todos les puso el ejemplo. El 5 de febrero de 1889, a las nueve de la mañana y con asistencia de don Porfirio, acordes de dos bandas militares arenga de don Alfredo Chavero y poesía por don Manuel Puga y Acal, fueron inauguradas a la entrada del paseo: al lado izquierdo, la estatua de Leandro Valle, y al derecho -¡él, tan izquierdista!- la de Ignacio Ramírez oportunamente fallecido (para efectos de su consagración estatuaria) en 1879; ambas estatuas fueron obra del escultor Primitivo Miranda. Las había fundido Noreña –el de Cuahutémoc- y lucían: don Leandro, traje mixto de militar y civil; el Nigromante, traje moderno. Cada uno pesaba 18 arrobas; y dando el bronce el gobierno del DF., todavía costaron 5,000 pesos.
El duque Job –fallecido en 1895- alcanzó a comentar en El Partido Liberal del Domingo 10 de febrero éstas “dos Estatuas”, y al encomiar en su artículo a los personajes que representaban, así como a exaltar el hecho de que el Paseo siguiera embelleciéndose.
Larga es la lista de las demás estatuas de la Reforma, cuyo detalle y más amplia biografía nutrieron el libro de ese título publicado en 1900 por don Francisco Sosa. Veracruz erigió las estatuas del Dr. Rafael Lucio y de Miguel Lerdo de Tejada; Yucatán, las del General Manuel Cepeda Peraza y don Andrés Quintana Roo; Hidalgo las de Nicolás García de San Vicente y Julián Villagrán; Sonora las del General Ignacio Pesqueira y su colega Jesús García Morales; fray Servando y el general Juan Zuazua fueron costeados en efigie por Nuevo León; don Carlos María de Bustamante y el general Antonio León por Oaxaca; el general Mariano Jiménez y don Ponciano Arriaga por San Luis Potosí; el general Donato Guerra y Manuel López Cotilla, por Jalisco; Guadalupe Victoria y Francisco Zarco, por Durango; el general Manuel Ojinaga y su colega Esteban Coronado, por Chihuahua; Coahuila costeó a don Juan Antonio de la Fuente y a don Miguel Ramos Arizpe; Tabasco a J. E. Cárdenas y el coronel Gregorio Méndez; Aguascalientes, a Primo de Verdad y José María Chávez; Guerrero a Hermenegildo Galeana y Leonardo Bravo; Sinaloa, al general Antonio Rosales y a Ramón Corona; Michoacán, a Ignacio Rayón y Francisco Manuel Sánchez de Tagle. Entre 1889 y 1899 -10 años- hubo instalaciones con ceremonia, de preferencia los 5 de febrero y los 15 de septiembre. Asigno al lector la tarea de recorrer, conocer, ubicar las estatuas, y apuntar las respectivas fechas de su inauguración. “aún hay sol en las bardas” –y espacio en la reforma para más estatuas estatales cuyo tamaño natural ha anulado la acromegalia de los edificios que han convertido en calle o avenida el Paseo de la Reforma.
Fuente:
Novo, Salvador. Los paseos de la Ciudad de México. Testimonios del Fondo. FCE. México, 1974. pp. 43-45
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