Salvador Novo, (1904-1974). “En 1965 el presidente Gustavo Díaz Ordaz, nombró a Novo Cronista de la Ciudad de México, nombramiento que había tenido Artemio de Valle Arizpe, fallecido en 1961. En 1967 ganó el Premio Nacional de Lingüística y Literatura, y un año más tarde la calle donde vivía fue rebautizada con su nombre. A partir de 1965 la redacción de sus obras se concentró en la historia de México, pues siendo amigo y admirador del padre Ángel María Garibay K. se interesó en los estudios prehispánicos. En 1969 sufrió dos infartos y se dedicó a escribir en su domicilio particular; externó sus deseos de escribir un segundo volumen de la Historia de Coyoacán, así como una autobiografía, pero murió el 13 de enero de 1974” (Wikipedia). Es de su pluma que tenemos esta crónica sobre el Paseo de la Reforma:
“Pero -¡hay!- no hubo tiempo de más que realizar el trazo elemental de la calzada. Como una pesadilla, todos se derrumbó de pronto: Carlota ausente. Bazaine prácticamente fugitivo, Juárez irreductible, inasible. Y finalmente, el cerro de las Campanas. Los fantasmas de Carlota y demás se ausentaron de Chapultepec. Quien ahora, desde el 12 de junio de 1867, se asomaba a la terraza donde Maximiliano había soñado, era el indio Benito Juárez. Calladamente instalado en Chapultepec mientas sus partidarios organizaban su entrada triunfal en la ciudad, dictaba, corregía, pulía la “proclama” que culminaría su ritorno vincitore el 15 de este mes.
El camino escogido por el Benemérito, lo hemos repetido, por la Calzada del Acueducto hasta la Garita de Belén, desfile por el Paseo de Bucareli hasta la estatua, vuelta en Patoni, alto frente a Corpus Christi para escuchar discursos ya prolongados por los que oyó frente al altar de la Patria al extremo de Bucareli, y sacudió un poco de flores la carrosa colmada. Un alto breve; pero suficiente acaso para hacerle intuir que cuarenta y tres años más tarde, ya vuelto mármol impoluto; sentado al centro de un hemiciclo, seguiría escuchando discursos y recibiendo guirnaldas. Sí; ahí, en la Alameda, la Junta Patriótica había dispuesto para esa tarde una comida popular para obreros y soldados y artesanos: para tres mil de ellos. Los inspectores de los cuarteles habían oportunamente repartido las invitaciones entre sus vecinos. Lo malo es que era temporada de lluvias; y el gran banquete no pudo celebrarse. Un aguacero formidable acudió en mala hora a aguar la fiesta.
Nuevamente tranquilo, el H. Ayuntamiento de la ciudad de México no podía menos que llevar adelante la construcción de una calzada cuya utilidad como vía directa de comunicación con el centro: no solo desde Chapultepec, sino desde Tacubaya, Tacuba, Azcapotzalco, era evidente. Lo era también que aquella calzada propiciaría la erección de “colonias nuevas”, como con la francesa había ocurrido al fundarse por el Paseo de Bucareli. Ya se empezaban a manifestar tales posibilidades con la “Colonia de los Arquitectos”, más tarde San Rafael. Lo que no era posible ni tolerable ni concebible ni admisible, es que aquella calzada o paseo llevase el nombre del emperador o de la emperatriz. Podría haberse llamado Juárez; pero este nombre ya se había impuesto a todo lo que hoy conocemos por su avenida, desde el día en que triunfalmente la recorrió. Pero Reforma, eso sí. Sonaba bien. Por un lado, reformaba las intenciones del seudo emperador; y por otro darle ese nombre a la reforma honraría y recordaría para siempre a las leyes de Reforma. No había más que hablar. Había nacido el Paseo de la Reforma.
Don Ignacio Cumplido (1811-1887) merece cuantos se tributen a su buen gusto, laboriosidad, altruismo, amor patrio y servicios a la cultura mexicana desde los periódicos que a los 18 años de su edad comenzó a imprimir (El Correo de la Federación, a que siguieron El Fénix de la Libertad, El Atleta; y nada menos que El Siglo XIX), hasta sus finas ediciones en del Museo Mexicano, la Ilustración Mexicana y El Presente Amistoso para las Señoritas Mexicanas. Gran tipógrafo, se comprende bien que en 1873 y como regidor de Paseos del H. Ayuntamiento, se haya propuesto dar, tanto a la Alameda cuanto al naciente Paseo de la Reforma, encuadramientos refinados, bellas márgenes, hermosas capitulares y viñetas, guardas y pastas, cantos dorados y tejuelos; y que se esforzase en purgar ambos paseos de las erratas vegetales que los afeaban.
Durante los 5 años que Juárez sobrevivió a Maximiliano, su gobierno no puso mano a la continuación del Paseo, ni él volvió a visitar a Chapultepec. Pero a su sucesor, don Sebastián sí le gustaba darse allá sus week ends, y el paseo le debe la ampliación que a ambos lados le impuso, el arbolado de que se encargó don Ignacio Cumplido, y la gestión amistosa para que don Antonio Escandón –su anfitrión en la inauguración del Ferrocarril Mexicano, el 1° de enero de 1873- hiciese a la ciudad el obsequio del monumento a Colón.
Los Escandones eran, lo que se dice, rumbosos y se entiende en nuestros días por aventados o acelerados. Don Manuel, orizabeño, nacido con interrogación en 1820, y negociante por vocación, adquirió en 1848 acciones del Mineral de Real del Monte en sociedad con su hermano Antonio y con Nicanor Béistegui y les fue de perlas. Pero es más: en 1833 (¿a los 13 años? Bueno; la gente de antes era precoz) había rescatado de manos norteamericanas la primera línea de diligencias México-Veracruz; y consumado la hazaña (que Altamirano le encomió, y por la cual proclamó “digno de la estatua que le consagrará a la posteridad”; y en efecto: con tal hermosa estatua de mármol tropezaron en el edificio del Ferrocarril Mexicano cuando empezaron a demolerlo.
Rechazada por sus descendientes, la obra de arte –un poco deteriorada por el mal trato, pero restaurable- fue a dar al puesto de vejestorios del Chacharitas en la Lagunilla; consumado la hazaña, digo, de conducir personalmente la primera diligencia de la capital a Puebla. En ese negocio de las diligencias, colaboró eficazmente con el diligente Zurutuzo. Para acabar con don Manuel: fue propietario de la hermosa casa llamada de los Perros en la Plazuela de Guardiola: obra última de don Lorenzo de la Hidalga, quien falleció de la pulmonía contraída en las humedades y fríos de la construcción en proceso en 1872.
Pero yo de quien iba a hablar es de su hermano Antonio… (1). Continuará...
Fuente:
1.- Novo, Salvador. Los paseos de la Ciudad de México. Testimonios del Fondo. FCE. México, 1974. pp. 35-39
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