El arte efímero es fascinante, en nuestros días quizá sea durante las grandes ceremonias de apertura de eventos internacionales cuando lo podemos apreciar en su máximo esplendor, claro es que vía la televisión y toda la tecnología que ello implica, pero allá en el siglo XVII los portentos efímeros que se levantaban no quedaron todos registrados gráficamente, más bien fueron pocos los que lograron ser dibujados para la posteridad y nos quedan algunos relatos que dan cuenta de lo que fueron esas maravillas, en este caso los arcos triunfales levantados en ocasión de la apertura del templo principal de la Compañía de Jesús en la ciudad de México en 1602, el de San Pedro y San Pablo que actualmente es sede del Museo de las Constituciones, San Ildefonso esquina El Carmen, Centro Histórico, templo que formaba parte del Colegio que es el antecedente de la Universidad de México.
El primero fue a la entrada de la calle Santo Domingo y remate de la plaza, compuesto a lo romano en dos haces diferentes, con tres puertas principales, dedicado al glorioso San Hipólito, de tres cuerpos de altura extraordinaria, con tan graciosas columnas a lo jónico y artesones tan graciosos y tanta multitud de pinceles pertenecientes al martirio del glorioso San Hipólito, San Laureano y San Esteban, a cada uno de los cuales correspondían ángeles que les traían premios, escudos, jeroglíficos, letreros, poesías, empresas y otros motes llenos de agudeza y curiosidad. Dedicó este arco la ciudad, hecho con mucha costa, como dicho es. Y el segundo lo dedicó el gremio de un oficio que tienen por abogado al glorioso San Crispín y San Crispiano, hermanos mártires cuyas reliquias también se colocaban, el cual, por ser en una encrucijada, estaba labrado a cuatro haces y sobre gradas y columnas jónicas, aunque no de tanta altura y costa como el pasado, por estar en traza de tabernáculo; pero tan adornado y vistoso y con tan curiosos pinceles, cuanto se podía desear y en ellos estaban pintados en los cuatro planos y frontispicios cuatro historias pertenecientes a los martirios que estos santos padecieron.
El tercero fue dedicado por los caballeros vecinos nuestros a la Virgen Nuestra Señora, y en honor de la reina Santa Elena, inventora de la Santa Cruz, y a la gloriosa Santa Ana y San José esposo de la Virgen. Este tenía tres arcos de diferente hechura, jónica, dórica y rústica. Esmeráronse en éste en mayor curiosidad de invenciones, poesías, escudos y música, la cual estaba encubierta en dos corredores, a los lados, donde estaban los dedicantes y decía el letrero de su dedicación: Deiparae et sanctissimis illius sponso et matri cives circunvicini novum patrocinium spectantes suplices dedicant.
El cuarto arco en contorno estaba adornado de grandes praderías, fingidas arboledas y boscaje tan apacible y agradable por la multitud de invenciones, fuentes, pajarillos y música, que no poco alegraba; pero lo que más había de ver era en el arco dedicado por el colegio y colegiales de San Pedro y San Pablo a sus patrones, con tanta costa y artificio, que hacía olvidar todo lo pasado, y aun personas que se habían hallado en diferentes reinos en recibimientos solemnes de sus reyes juzgaban que excedía éste y su ornato a los muy aventajados de las otras provincias. Verdad es que no tenía más que dos haces y tres cuerpos, todos de género dórico, sin los volsores [sic] y pilastras, que eran labrados a lo rústico, rematando todo el edificio en puntas adiamantadas, cuya materia tiraba a mármol blanco. Las figuras de todos los cuerpos eran de piedra y lo demás todo era [de] varias suertes de jaspes, oro, plata y otras piedras que se hallaban en este nuevo mundo. No me detengo a decir de sus pinceles, jeroglíficos, y empresas, algunas de las cuales eran de medio relieve, y de otras cosas que adornaban el dicho arco, porque me obligo a ser muy largo. Y de lo dicho se puede claramente inferir la costa y gran curiosidad que en él se había empleado.
El quinto arco dedicó la juventud mexicana a los doctores santos de la Iglesia, no obstante que los pinceles suyos acompañaban los del glorioso San Bernardo y San Miguel Arcángel por estar éste fundado cerca de los colegios dedicados a estos dos santos. Estaba este arco fundado sobre siete columnas, todas de pincel, sobre las cuales se levantaba una casa que significaba ser de la sabiduría, asimismo de pincel, envestida de los rayos del sol. Luego se seguían los pinceles con sus proporciones y alturas que la del arco pedía y el ornato era de rica tapicería de oro y seda, con otros boscajes y florestas fingidas, cubiertas de flores y gallardetes, pendientes gran cantidad de frutas, aves y pajarillos, que grandemente entretuvieron la gente con su gorjear ordinario.
El sexto y último arco de los más costosos estaba a ka puerta de nuestra Iglesia, todo de compostura jónica y admirable traza; su dedicación hecha a la Santa Cruz y a una de las Espinas que atrabezaron la cabeza del Redentor. Estaba fundado sobre cuatro pedestales de a vara de ancho y vara y media de alto, sobrepuestas cuatro columnas estriadas trabadas con sus arcos a lo escarcan desde donde se levantaban por sus cuerpos y trechos hasta el remate, que era el de la Santa Cruz, acompañándola diferentes ángeles con diferentes insignias de la Pasión de Nuestro Redentor, y los dos que más campeaban eran la Coronación y la Crucifixión. Aquí se echó el resto, así en el primor de los dichos pinceles como en la curiosidad de las empresas, tarjas, enigmas, jeroglíficos y otra variedad de poesías en que tenían bien que emplear sus ingenios los doctos y más aventajados letrados.
No hago aquí cuenta de la curiosidad de nuestra Compañía, aquel a la Santa Cruz y Espina, como dijimos, y ésta al Santo Pontífice Gregorio en señal de agradecimiento perpetuo por haber enriquecido nuestro colegio con tal tesoro. Tampoco me atrevo a hacer mención del ornato de nuestro patio e iglesia, donde verdaderamente parecía estar retratada la hermosura de la gloria, y basta decir una palabra por donde se entienda algo, y es que todo el ornato de la ciudad, tapices, telas, colgaduras, pinceles, preseas ricas de oro y plata y pedrería que en las demás partes estaban pendientes y colgadas parecían escoria respecto de las ventajas que hacían a lo demás las cosas que se habían juntado para el ornato de nuestra iglesia. En fin, como lugar y puesto donde habían de venir a parar las santas reliquias y para donde todas las demás cosas como medios se habían ordenado. (1)
Cabe aclarar que la imágenes corresponden a arcos triunfales en Europa, las incluyo solamente para "ambientar" este interesante relato. Y para que sea más entendible, cuando se menciona lo de las reliquias y el tesoro, se refiere que ese día de 1603, fueron colocadas las reliquias de varios santos, algunos mencionados en el propio texto, que fueron otorgadas a los jesuitas por el Papa en turno.
Fuente:
1.- Anónimo. Relación breve de la venida de los de la Compañía de Jesús a la Nueva España. Año de 1602. Imprenta Universitaria.México, 1945. pp. 49-51
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