sábado, 14 de noviembre de 2020

El culto de los difuntos no terminaba en el sepulcro.

Con el presente texto termina esta suerte de trilogía sobre las costumbres funerarias que había en Oaxaca, al menos hasta la publicación de libro del Sr. Gay, hacia 1881. En la parte que hoy leeremos podemos comprobar que aquella teoría de que las celebraciones del Día de los Muertos no fue una sugerencia o imposición del Gobierno de Lázaro Cárdenas, pues ya en esta parte sur de México la tradición existía.

Además del aniversario que celebraba cada uno en particular, acostumbraban levantar en los templos, en honra de los muertos, un catafalco cubierto de velos negros, sobre los que derramaban flores y frutos y en torno de los cuales oraban: tenían también una fiesta ó conmemoración de los difuntos en común, cuyo día, por una singular coincidencia, correspondía próximamente al tiempo en que los católicos celebramos la nuestra. Se preparaban los indios matando gran cantidad de pavos y otras aves obtenidas en la caza, y disponiendo variedad de manjares, entre los que sobresalían en esta ocasión los tamales (petlaltamali), y el mole ó totomoli. Estos manjares se ponían en una mesa ó altar que no faltaba en las casas de los indios, como ofrenda por los difuntos; y llegada la noche, en torno de ella, de pie ó sentados todos los miembros de la familia, velaban, orando á sus dioses, para que por intercesión de los suyos, que suponían asistiendo á su lado, les concediesen salud, buenas cosechas y prosperidad en todas sus cosas.

En toda la noche no se atrevían á levantar los ojos por temor de que si en el momento de hacerlo estaban acaso los muertos gustando aquellos manjares, quedarían afrentados y corridos y pedirían para los vivos ejemplares castigos. A la mañana siguiente se daban mutuamente los parabienes por haber cumplido su deber, y los manjares se repartían entre los pobres y forasteros, y no habiéndolos, se arrojaban en lugares ocultos: los muertos habían extraído de ellos la parte nutritiva, dejándolos vacíos y sin jugo, y tocándolos los habían hecho sagrados.

En la actualidad, en el día de finados, se deposita en el altar que aun acostumbran en sus casas los indios, gran cantidad de frutas, principalmente calabazas y cañas de azúcar, á que se agregan algunas piezas de pan á que se da la figura de un muerto. En la noche, grupos de músicos ó de forasteros recorren las casas, y después de cantar algunas oraciones de rodillas ante cada uno de los altares, recogen y llevan consigo los dones allí colocados. Así es como una práctica, modificándose y transformándose con el trascurso de los siglos, conserva sin embargo sustancialmente su ser primitivo. Esta costumbre es la misma que tenían los indios idólatras, sino que ahora las preces y ofrendas se dirigen al Dios de los cristianos.
 
¿Qué dioses presidian antiguamente la ceremonia de los difuntos? "En este lugar, dice Torquemada, que llaman Mictlán, decían que había un dios, que se llamaba Mictlautecutli,, que quiere decir "señor del infierno,'' y por otro nombre se llamaba Tzuntenioc, que quiere decir "hombre que baja la cabeza," y una diosa que se llamaba Micecacihuatl, que quiere decir "la mujer "que echa al infierno," y ésta decían que era la mujer de Mictlautecutli y en el mismo sentido habla Clavijero y si bien ambos historiadores se refieren á los habitantes de Anáhuac en general, entiendo que sus noticias se pueden aplicar á Oaxaca, por hallarse en el país de los zapotecas el célebre palacio y subterráneo llamado Mictlán ó "infierno," por los mexicanos; pero es preciso advertir que según las leyendas que se conservan en la memoria de la Matlacigua ó Mitlancihuatl, ni ella ni Mictlantecutli tienen apariencia de haber sido divinidades de los indios.

La Matlacihua era un ser fantástico que tan breve tomaba la forma de un niño como de un coloso, y ya en figura de mujer seducía con sus irresistibles y mágicos encantos á los hombres, ó ya como gigantesca esfinge oprimía á los más valientes: era un genio malévolo cuyo destino era pervertir y dañar, resolviéndose después en humo y disipándose coma leve airecillo: es decir, el diablo de los indios. Clavijero cree que situaban el infierno en el centro de la tierra, lo que explica por qué á Mitla dieron este nombre, pues acaso imaginaron que la profunda cueva que tiene allí su entrada, conducía al oscurísimo lugar en que eternamente habitarían los malos.

También había genios buenos, ángeles tutelares de los pueblos, de los montes y de los valles, así como de los hombres, pues á ninguno faltaban estos seres protectores. Por eso hay ahora tantas cruces á la salida de los pueblos y en las cumbres y cañadas de los montes, pues los primeros misioneros levantaron ermitas y pusieron el signo de la redención en todos aquellos puntos en que se tributaba culto á esos genios que los misioneros creyeron antiguas divinidades. Antes de concluir este capítulo, daremos algunas noticias de la cosmogonía de los zapotecas y mixtecas, según se encuentra en la obra del P. Gregorio García.

Los primeros suponían que antes de los tiempos, vivían en divino matrimonio Xchmel y Xtmana, padre y madre de tres hijos, de los cuales el mayor, soberbio y presuntuoso, contra la voluntad de sus progenitores, quiso desplegar su poder creador: su orgullo quedó inmediatamente castigado: de sus manos brotaron solo vasos de barro, inútiles ó viles; siendo además su autor lanzado á los infiernos.

Los otros dos hermanos, Hunchevan y Hunavan, por no haber contrariado la voluntad paterna, pudieron crear los cielos y las plantas, el aire, el fuego y la tierra, de que después formaron al hombre y la mujer, primeros pobladores del globo. Los zapotecas distinguían perfectamente á estos seres de la divinidad suprema. Los mixtecas suponían á la tierra cubierta de agua y envuelta en las tinieblas y fingieron un dios cuyo nombre era “Un ciervo" y su sobrenombre "Culebra de león," y una diosa que tenía por nombre "Un ciervo" y por sobrenombre “Culebra de tigre," dotados ambos de figura humana, quienes con su sabiduría y poder habían hecho brotar del seno de las aguas una gran peña, sobre la que edificaron, para habitarlos, suntuosísimos palacios.

El cielo descansaba sobre el filo de una gran hacha de cobre, que estaba sostenida por el palacio de los dos dioses. De ellos procedieron por generación todos los dioses. Dos fueron sus primeros hijos, discretos y sabios en todas las artes: el uno llamado "Viento de nueve culebras'', el otro "Viento de nueve cavernas", nombres significativos del día en que nacieron. El primero se trasformaba frecuentemente en águila, elevándose y discurriendo por las alturas en rápido vuelo; el segundo tomaba de preferencia la forma de alada serpiente, siendo tan sutil que traspasaba, sin dejar huella, las paredes y las peñas

Ambos hermanos, sobre incensarios de barro, quemaron hojas de beleño molido, ofreciendo este sacrificio á sus padres; y cuando lo creyeron oportuno, saliendo de la casa paterna, cultivaron un extenso vergel de perfumadas flores y recogieron de un huerto inmediato frutos azucarados. Por sus ruegos, los dioses, sus padres, recogieron las aguas en un lugar, fabricaron el cielo, produjeron la luz é hicieron visible al mundo. Ya se habían multiplicado bastante estos dioses, cuando un general diluvio ahogó á la mayor parte. El creador de todas las cosas restauró entonces el género humano, y se pobló el reino mixteca.


Fuente

Gay, José Antonio. Historia de Oaxaca. T-1. Imprenta del Comercio. México, 1881, pp. 139-142


 

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