viernes, 10 de julio de 2020

Don Manuel Payno nos describe su llegada a Guanajuato.

   Ya son varias, quizá muchas, las veces que hago el comentario de que, “si tienes más de 5 décadas”… (o 6, como yo), entonces ahora te comento que seguramente te acuerdas de los billetes de diez pesos, que eran una fortuna pues, si para el recreo veinte centavos bastaban para una coca y unas galletas (con salsa búfalo), con diez pesos bien nos podríamos comprar el mundo… el mundo infantil en el que vivía en esa época, claro es. Entonces, si conociste los billetes de diez pesos con la escena del Camino Real a la llegada a Guanajuato, en la “cuesta del Tecolote”, muchos recuerdos te traerán los años vividos entonces. Pero, de lo que hoy se trata es de un texto que la extraordinaria pluma de don Manuel Payno escribió, como vivencia que tuvo en uno de sus tantos viajes, a bordo de una diligencia, cuando llegaba a Guanajuato. Anoto (ya lo hice antes) que tan solo oír el nombre Payno, me hace recordar los deliciosos meses que pasé leyendo, su magnífico libro Los bandidos de río Frío, hace ya unas cuatro décadas, en las tibias mañanas de Cancún, cuando gozaba de aquella tranquilidad y solo me dedicaba a leer.

 Una de las jornadas más deliciosas que pueden hacerse en diligencia por el interior de la república, es la de Querétaro á Guanajuato; entiéndase esto en la buen a estación del año, pues cuando las aguas están muy avanzadas, las vertientes de toda la serranía inundan lo que  propiamente merece el nombre de bajío, y las cuarenta y dos leguas que hay de camino forman materialmente una sucesión de lagunas y de atolladeros donde es molestísimo y aun á veces imposible caminar. Pero no quiero conducir á mis lectores por en medio de los tristes nubarrones y de las recias tormentas que se forman en las crestas elevadas de los Andes mexicanos en los meses de Junio ú Septiembre, sino por el contrario, en esos días diáfanos y puros del mes de Abril, en que la naturaleza rejuvenecida, galana, y bellísima, parece una égloga de Virgilio, un canto de amor de La-Martine. Entonces al entrar á Querétaro se percibe la ciudad meciéndose materialmente entre las copas de los árboles, y al salir se divisa como una canasta de llores, resplandeciendo las veletas de las torres y las cúpulas de los cimborrios, con esa luz dorada, viva y trasparente del cielo de México. El camino á poca distancia de Querétaro, es perfectamente plano é igual, y la diligencia volando pasa por una sucesión de calzadas y de bosques de mezquite y huizache salpicados con flores y matas silvestres. No es verdad la perspectiva voluptuosa y oriental de los bosques de liquidámbares y guayaba de Jalapa; pero sí una sucesión no interrumpida de paisajes tranquilos, de escenas de so siego y de paz, que hacen gozar al alma de una suave delicia. En los bosques de Jalapa es preciso recordar el amor, las pasiones enérgicas y violentas, que hacen de la vida un sabroso martirio. En las llanuras del Bajío se medita en la vida quieta, en la paz doméstica, en la existencia profunda y silenciosa de los campos. De los plantíos de naranjos y plátanos de Jalapa cree uno ver salir una de esas jóvenes ardientes, de ojos negros y de sonrisa fascinadora, que nos prometen con sus miradas y con su voz sonora, un mar de delicias, un paraíso en la tierra. En los valles extensos y verdes del Bajío cree uno ver vagar una de esas figuras pálidas y resignadas de una madre de familia que tiene su amor en sus hijos y su pensamiento en Dios. Tales son las ideas que me han ocurrido cuando en diferentes situaciones y épocas de mi vida, me he visto por una ú otra parte metido en una diligencia, con compañeros absolutamente desconocidos y extraños, y reducido á encerrarme en mis propios pensamientos y, á entretener el cansancio del camino, con estas meditaciones interiores.

   El Departamento de Guanajuato es uno de los más ricos y más hermosos de la república. La Providencia sin duda en un momento de buen humor sacudió sus manos sobre ese pequeño rincón de tierra, y cayó el oro y la plata en las montañas, y los gérmenes de vida en los valles y cañadas. Así el viajero ve una sucesión de sementeras de caña de maíz, y unos inmensos trigales que agitan sus espigas amarillas, y forman oleaje como un océano, donde los granos producen hasta doscientos por uno, y observa que el límite de estas llanuras es la cordillera, atravesada toda como un cuerpo humano, de arterias de plata y oro. La agricultura y la minería se dan la mano: el minero y el labrador duermen en una misma cabaña. Esto es prodigioso y parece ya imposible aglomerar  en un pequeño espacio de tierra más elementos de vida y prosperidad.

   Luego que se ha pasado por el frondoso pueblito de Apaseo, que se ha visto el magnífico puente, y el bellísimo Carmen de Celaya, que se ha recorrido rápidamente á Irapuato, desaparecen las haciendas y las llanuras; el paisaje cambia totalmente. El carruaje va sobre los cerros, y delante se ven otros cerros altísimos y majestuosos. En el corazón de esas montañas está edificado Guanajuato, ó más bien, incrustado en las peñas como un mosaico. Pasada la cañada de Marfil, que es un verdadero laberinto se entra a Guanajuato; pero Guanajuato no se ve hasta que se halla uno dentro de sus calles. Como me es forzoso por ahora abandonar la idea de describir la ciudad, y de dar razón de las minas y de las haciendas de plata, apelo á que los lectores echen una ojeada á la lámina que acompaña á este artículo, la cual les dará una idea de la situación caprichosa y singular de la ciudad, así como de la majestuosa y espesa serranía que la rodea, en cuya cima se halla la famosa Valenciana, Mellado, Rayas, la Luz y otras minas que han tenido bonanzas prodigiosas, y dignas de consignarse en los anales mineros.

   La entrada de Guanajuato es por una calzada de piedra bien construida. A la izquierda se nota inmediatamente un extenso y bello edificio cuadrado, de gruesas paredes, altas almenas, y que por las cornisas y troneras que tiene, puede conocerse á primera vista que fue construido con el fin de que sirviera de fortaleza. En efecto, creo que la primera intención fue esa; más después se dedicó á que sirviera de alhóndiga para encerrar los granos, y hoy tiene simplemente el prosaico nombre de fábrica de cigarros. Sea lo que fuere, fortaleza, alhóndiga ó fábrica de cigarros, Granaditas ha pasado ya al dominio de la historia, pues pasaron dentro de este edificio algunos de los acontecimientos más terribles que puedan citarse en la historia de la independencia de México. 

Manuel Payno


Fuente:

Museo Mexicano, Tomo IV. Imprenta de Ignacio Cumplido, México, 1844, pp. 204-205

No hay comentarios:

Publicar un comentario