martes, 14 de julio de 2020

Los problemas que la moneda de cobre tuvo en México, 1836-1837

  Comentaba hace poco aquello de los “veintes” que usábamos para activar un teléfono público, eran de cobre, aunque luego, ya en los ochenta la moneda comenzó a cambiar, especialmente de tamaño, creo que la última en gran formato fue la Coyolxahuqui, moneda de 50 pesos, aunque después, hubo una de mil pesos que tenía en su anverso a Sor Juana, parecía de cobre pero era en realidad aleación de bronce y aluminio. La que si era grande y de cobre era el Cuahutémoc, que lo conocíamos por “Tostón”, equivalente a 50 centavos. Hubo también “Josefitas” y “Dieguitos” (estos eran de bronce), 5 y 10 centavos, respectivamente, los que eran de cobre son, -creo- los de antes de 1954.

  Pero ya desde el virreinato, hubo problemas con las monedas, pues algunas, no recuerdo bien si eran de cobre o no, la gente no las quería y las tiraba al lago… y esto que ahora nos ocupa es lo ocurrido en la cuarta década del siglo XIX, tiempos de inestabilidad de todo tipo, tiempos en los que el general Santa Anna entraba y salía de la presidencia de la República unas veces ocupando el cargo, otras renunciando a él… incluso huyendo del mismo. 

  Las imágenes que acompañan esta entrada son de las monedas que conservo de cobre, aclarando que la de Sor Juana es aleación, como ya lo comenté, así pues ahora leamos sobre el acontecimiento:

   “Como diputado que fue a aquel congreso, Bustamante nos da sobre el asunto los siguientes detalles. El diputado Tagle, dice, fue el primero que se atrevió a proponer medidas para suavizar este mal, ya que no pudiese extinguirse de todo punto. En la sesión del 7 de julio la comisión de hacienda, dirigida por el sabio diputado, expuso al Congreso la necesidad de tomar aquel mismo día una providencia eficaz para contener los estragos que la moneda de cobre causaba, principalmente la que se fabricaba de contrabando. “entra, dijo la comisión, en México, en cargas elaboradas fuera de la capital; en las ciudades, villas y aún aldeas más despreciables se fabrica con escándalo y publicidad en aquellas pequeñas máquinas venidas de Norteamérica, y se elabora con tanta perfección que en nada se distingue de la nuestra Casa de Moneda; no es esto lo peor, sino que parece que se han conjurado y hecho a unas de las tiendas de comestibles, panaderías y plazas para devolver a los compradores sus cuartillas, diciéndoles que son falsas, lo que ha producido una gran murmuración en el pueblo y en los soldados cuyo prest se paga en esta moneda, y como no tienen que comer blasfeman del gobierno y se teme una asonada de un momento a otro. Por estas razones, dijo Tagle pido que se admitan en todas las oficinas recaudadoras y pagadoras toda clase de cuartillas cuyo tipo y tamaño sea igual al de la Casa de Moneda”. 

   Bustamante impugnó esta proposición que equivalía a canonizar un crimen, cual es falsificación de la moneda, y obligaba a la nación a pagar cuatro o cinco millones de pesos en que se calculaba la circulación de moneda falsa de cobre. Recibió la desfachatez con que se acuñaba no solo en las inmediaciones de la capital sino en esta misma, pues en el silencio de la noche oía golpes de volante en la casa contigua a la de su habitación. “en Cuautla, añadió, cuando alguien se presenta a cambiar plata por cobre, por quien primero pregunta es por el juez o por el comandante, pues cada uno tiene su fábrica”. Mangino se opuso también a la proposición de Tagle y manifestó que el gobierno no podía pasar por medida semejante. Sin embargo, por una falsa idea de conmiseración para con los pobres la Cámara adoptó lo propuesto por Tagle, y expidió una ley en un todo conforme con ello. Más de una fortuna particular de las que han llegado hasta nosotros no reconocieron otro origen que los negocios que especuladores descarados hicieron con la moneda de cobre que entraba en abundancia en las cajas del gobierno; el comercio estaba obligado a recibirla sin descuento, pero aumentó los precios de los artículos que con ella se compraban. Según más arriba indicamos, el conflicto no quedó cortado y más adelante produjo serios disgustos y trastornos públicos, como a su tiempo veremos. (1)

Otros más serios temores reclamaban la atención del gobierno: las medidas dictadas para remediar los conflictos originados por la abundancia de la moneda de cobre ningún resultado habían producido, pues la acuñación fraudulenta continuaba en todo su vigor. El 25 de febrero la ciudad de Querétaro se vio, por esa abundancia, amenazada de una segunda revolución, que el gobernador don Rafael Canalizo pudo cortar, mandando que se admitiesen las cuartillas por valor de un tlaco: el gobierno general desaprobó la alteración de esas monedas y le mandó presentarse en México a contestar los cargos que se le hacían: Canalizo obedeció la orden y en el camino sufrió el accidente de que se rompiese la diligencia que le conducía, porque entre la carga figuraban setenta y dos arrobas de cobre enviadas a México por el señor Rubio, comerciante de San Luis, que, cual otros muchos, enviaba cargas de esta moneda a México donde aún no se había minorado su valor. (1)

                           
  Pronto en la capital hubo extraordinaria abundancia de cobre entrado del interior, y los almacenes de ropa, carnicerías, panaderías y tiendas cuadruplicaron los precios de los efectos, sin que se asentasen a conjurar los males que se tenían ni el Gobierno ni el Congreso, ni Banco de Amortización. Por último, resultado de sus repetidas conferencias y discusiones, lo que habíase desaprobado en Canalizo hubo de hacerlo el Congreso, y el 9 de marzo dio una ley reduciendo a tlacos las cuartillas. Ese mismo día, en los momentos en que se publicaba por bando el decreto susodicho, los numerosos perjudicados con la reducción del valor de la moneda promovieron en la plaza de Armas un alboroto que se propagó en cortos instantes por todos los rumbos de la ciudad, y todas las puertas y todas las tiendas fueron con estrépito cerradas. La alarma continuó todo aquel día y creció en los siguientes, pues el disgusto también crecía por efecto de unos papeles que aparecieron en las esquinas, pegados sin saberse por qué, diciendo que el Congreso había reducido nuevamente las cuartillas a la mitad de un tlaco. Las masas insolentadas rodeaban en número inmenso los alrededores del palacio pidiendo que se les abriesen las puertas del congreso que en medio de aquel barullo buscaba una solución al trastorno, predominando sobre el temor de los más la opinión de Bustamante, Tagle, Michelena y otros que aconsejaban que la cámara no se sucediese de su dignidad doblegándose a la exigencia de la plebe.

   Como esta no disminuía en número, ni cejaba en sus gritos y clamores, el diputado don Mariano Chico llegó a creer que el gobierno tenía miedo a los revoltosos y, arrebatándose, hizo proposición para que Corro fuese inmediatamente separado de la presidencia y nombrado otro presidente con arreglo a la Constitución de 1824. Proposición tan atrevida quedó de primera lectura, sin que nada se resolviese porque se notó que estaba incompleto el quorum. Acto continuo levantó el Congreso la función y los diputados hubieron de salir por las caballerizas del cuartel del palacio a la calle de Santa Teresa, procurando evitar el peligro de ser insultados, como lo fueron algunos de los que atravesaron la plaza, en cuyo recinto la multitud pasaba de once mil personas. Una compañía de lanceros salió del cuartel del palacio a dispersar la muchedumbre, pero recibida a pedradas, necesitó hacer uso de sus armas en la esquina de las calles de Flamencos y del Puente de Palacio, causando algunos muertos y originando las carreras consiguientes a esta especie de motines. En la tarde del 11 se publicó un bando que prohibía toda reunión mayor de cinco individuos y ordenaba a los comerciantes tener abiertas sus tiendas y recibir la moneda de cobre por el valor que le dio la ley el día 9, so pena de doscientos pesos multa. Entre los desórdenes cometidos por los amotinados tuvo que lamentarse, porque costó a la República una fuerte indemnización, la rotura de las vidrieras de los escaparates de la tienda llamada el “Tocador de las Damas” en la calle de Plateros, y las de la titulada “El Globo”, en la esquina de la calle de Palma; ambas tiendas eran propiedad de subidos franceses: la primera giraba bajo la razón “Burgos y Clement”. 

   En la sesión del 13 los diputados Villamil y Rivero, propusieron se indemnizase a los perjudicados en la reducción del valor del cobre, pero ni su proposición ni otras muchas que se presentaron por otros individuos fueron admitidas por el Congreso, resulto a mantener la ley del día 9.  (2)


Fuente:

1.- Arias, Juan de Dios. México a través de los siglos. Tomo 12. Editorial Cumbre, México, 1987, p. 80

2.- Ibid, pp. 87-88

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