lunes, 13 de julio de 2020

La expulsión de los jesuitas por alguien que la vivió

   Varios fueron los padres jesuitas que, en el exilio escribieron sobre México… cuando aún se llamaba Nueva España. Clavijero hizo su célebre Historia antigua de Méjico, La Historia de la Antigua o Baja CaliforniaDiálogo entre Filaletes y Paeófilo, De las colonias de los tlaxcaltecas, Breve descripción de la Provincia de México en el año 1767, Un ensayo titulado Physica particularis. Una disertación titulada Cursus philosophicus, Una historia en que narra las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Un ensayo titulado Frutos en que comercia o puede comerciar la Nueva España. El padre Zelis escribió el Catálogo de personajes. El padre Andrés de Guevara y sus Pasatiempos o entretenimientos familiares de cosmología acerca de la disposición del universo. Andrés Calvo y su Historia civil y política de México. El padre Miguel Venegas y su Noticia de la California. 

   Quien hoy nos ocupa es el padre Francisco Javier Alegre que en su Historia de la Compañía de Jesús describe con estas palabras el episodio de la expulsión:

   El 25 de junio de 1767 poco antes de rayar la luz matinal se intimó á una misma hora el decreto de expulsión de los jesuitas discutido a presencia del rey Carlos III, con el mayor sigilo. Este monarca anduvo tan solícito de su ejecución que dirigió una carta autógrafa al virrey de México para que se verificase del mejor modo, y que pudiera llenar sus deseos, la cual existía en la secretaria del virreinato.

   Para que el golpe se diese simultáneamente y se evitasen conmociones de los pueblos que amaban cordialmente á los jesuitas, se tuvo presente en el consejo privado del rey la carta geográfica de ambas Américas; midiéronse las distancias de todos los lugares donde había colegio de jesuitas, el tiempo que gastaban los correos, y se tuvieron presentes hasta las menudas más circunstancias conducentes al intento, con achaque de levantar las milicias provinciales del reino que resistieran una invasión enemiga como la que acababa de sufrir la Habana, habían venido varios regimientos veteranos de España conocidos por el pueblo de México con el nombre de Gringos, y la organización de los nuevos batallones se había confiado á buenos generales, como el teniente general Villalba, el marqués de la Torre, el marqués de Rubí, y Ricardos; así es que en México había entonces una gran fuerza capaz de contener cualquier asonada. Era provincial de la Compañía en la provincia de México el padre Salvador de la Gándara, que á la sazón estaba en Querétaro de vuelta de la visita de los colegios de Tierradentro, y venia tan satisfecho del arreglo en que los había encontrado y dejaba, que aseguraba no haber tenido en ellos que reprender ni reformar cosa alguna.
La intimación del decreto de expulsión se hizo á los jesuitas en la Casa Profesa de México por el fiscal de la real audiencia D. José Areche, y notificado el padre prepósito con toda la comunidad presente, rezó con ella el Te Deum. El comisionado dispuso que se consumiese el copón de las sagradas formas para inventariar y ocupar los vasos sagrados. Entonces el padre ministro Irágori preguntó si alguno de los jesuitas presentes quería comulgar, y luego todos los padres presentes y aun los legos ó coadjutores se arrodillaron y recibieron la sagrada Eucaristía. Este acto de religión sublime conmovió al comisionado, y cierto que debía producir este efecto, principalmente si iba prevenido contra aquellos religiosos, pues además de la pureza de sus conciencias, manifestaba que todas aquellas víctimas estaban de antemano dispuestas á tamaño sacrificio.

   Quedaron desde este momento los jesuitas presos en sus colegios de México y las avenidas de las calles tomadas con tropa y cuerpos de guardia. Salieron de México para Veracruz el día 28 de junio en coches; pero escoltados de no poca tropa. Hicieron alto en la villa y santuario de Guadalupe, y el visitador D. José Gálvez, honrado después con el título de marqués de Sonora, les permitió entrar en dicho santuario. Este magnate regentaba la expedición con bastante calor. En aquella iglesia hicieron los últimos y más fervientes votos por la felicidad de un pueblo que los idolatraba; multitud de este los rodeaba derramando copiosas lágrimas que no podía restañar la severidad del gobierno ni de sus satélites, y casi llevaba en peso los coches. Como el camino de Veracruz no era entonces todo de ruedas, tuvieron que cabalgar muchas veces ó que andar á pie largas distancias; trabajos á la verdad insoportables principalmente para los ancianos y enfermos. Su llegada á la villa de Jalapa parecía una entrada de triunfo, aunque mezclada con amargura; calles, ventanas, azoteas y balcones se veían llenos de toda clase de gentes que bien mostraban en sus semblantes lo que pasaba en sus pechos: necesitóse que la tropa que escoltaba á aquellos expatriados se abriera paso á culatazos por en medio de la mucha gente.

  Llegados que fueron á Veracruz aquel puerto insalubre quitó la vida en pocos días á treinta y cuatro. El 24 de octubre se embarcaron para la Habana, pues hasta entonces hubo competente número de barcos que los condujeran. Los demás que se hallaban en las misiones de Tierradentro fueron después llegando á aquella ciudad paulatinamente. A los cuatro días de navegación se levantó un temporal tan deshecho que dispersó el convoy y estuvieron á punto de perecer. El 13 de noviembre llegaron á la Habana casi todos á una hora, menos un Pailebot que llegó á las ocho de la noche del mismo día.

  Era gobernador de aquella isla el Baylío D. Frey Antonio María Bucareli, que después fue nombrado virrey de México, jefe lleno de virtudes que los trató con la consideración y humanidad que formaba su suave carácter. Los expulsos semejaban unos esqueletos estropeados de la navegación y abrumados de pesares. Hospedáronse en el convento de padres Betlemitas, y en su iglesia se sepultaron nueve: á los convalecientes se les trasladó á una casa de campo contigua á la ciudad. Reembarcáronse para Cádiz en 23 de diciembre y fondearon allí el 30 de marzo: al siguiente día se les trasladó al puerto de Santa María, reuniéndose en un hospicio hasta cuatrocientos jesuitas. El padre provincial Gándara que navegaba en la barca Bizarra, fue impelido por una tormenta á la costa de Portugal, y por poco perecen en unos arrecifes.

   A mediados de junio del siguiente año se les reembarcó para Italia, dejando muertos en el puerto de Santa María, quince. Partieron en convoy para la isla de Córcega con indecible incomodidad por la estrechez de los buques, no menos que por la aspereza con que fueron tratados por los jefes de aquellas embarcaciones en la mayor parte.

   Era moda entonces mostrarse crueles con los jesuitas |y detraerlos desvergonzadamente. Llegados á los puntos de Italia que se les designaron, se distribuyeron en varios colegios, en los que guardaron su instituto, hasta que en 10 de agosto de 1773 por medio de dos monseñores se intimó en Roma en el colegio de Jesús al padre general Lorenzo Ricci el breve de extinción. Igual diligencia se practicó en los otros lugares con los rectores por los comisionados del papa. A los de América se les intimó que no podrían regresar á su patria: este fue para ellos un golpe muy más sensible que los infortunios pasados hasta entonces. Dióseles una ratera y vilísima cantidad para sus alimentos de los fondos de sus rentas llamadas temporalidades, que ocupó el rey con prepotente mano, en las que creyó hallar un inmenso tesoro, que todo se volvió sal y agua, porque sus agentes no tenían los conocimientos de los jesuitas para manejarlos con acierto, ni tampoco los veían como cosa propia. Distribuidos los jesuitas así españoles como americanos en Bolonia, Roma, Ferrara y otras ciudades escribieron obras muy luminosas quo admiraron á la Europa, tanto más, cuanto que eran en ella tenidos por frailes de misa, panza y olla. Recordaré con placer los ilustres nombres de Alegre, Abad, Clavijero, Landívar, Cavos, Maneiro, Lacunza, Márquez, y otros cuya idea trae como correlativa a sabios dignos de la inmortalidad y de mejor suerte.


Fuente:

Alegre, Francisco Javier. Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España. Tomo III. Imp. J.M. Lara. México, 1842, pp. 301-306


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