domingo, 5 de julio de 2020

Francisco Eduardo Tresguerras, el Miguel Ángel de Celaya

 Uno de los grandes valores que encuentro en la literatura costumbrista del siglo XIX es que los escritores se dedicaban a hacer lo que luego harían los fotógrafos, o más bien los reporteros gráficos, y que ahora, en nuestros días, gracias a los teléfonos inteligentes y las redes sociales todos nos encargamos de documentar la vida cotidiana. Si bien el valor que, en este caso, la pluma de don Manuel Payno es invaluable, habrá quien diga es meloso, pero no, pues si entramos en el contexto de su tiempo, está haciendo justo eso: documentar con sus palabras lo que sus ojos ven. Con esta idea comparto un documento, uno de sus tantos escritos que fuera publicado en la revista Museo en el cual incluye una semblanza por demás interesante en el que el propio arquitecto Tresguerras hace de sí mismo, veamos:

  Era una mañana del mes de Abril de 1842, cuando friolento y con los ojos cargados de sueño se levanté de una cama mal colocada en un cuarto de la antigua casa de diligencias de Querétaro, y envolviéndome en un tosco capotón me acomodé dentro del coche para continuar mi camino á Guanajuato. No hay cosa más agradable que esas meditaciones soñolientas que se experimentan en la oscuridad de una diligencia, y que solo se interrumpen con los brincos del carruaje ó los gritos y juramentos del postillón. En esa vez, mil delirios confundidos y revueltos unos con otros se agolpaban á mi cabeza, hasta que recordé que al pasar por Celaya debía ver el puente, el convento del Carmen y otras obras ejecutadas por el arquitecto Tres-Guerras. Esta idea me preocupó enteramente; pero sea dicho con verdad, fue mas bien por la simple curiosidad de ver edificios que no conocía, aun cuando concibiera que deberían ser muy inferiores á los de México. 

  Había oído hablar de Tres-Guerras, pero vaga y confusamente, y más idea tenia de las obras de algunos artistas europeos, á pesar de haber existido en edades y países remotos, que de las ejecutadas por mi compatriota y contemporáneo. Su nombre no sonaba pues á mis oídos con esa magia y dulzura que se experimenta al nombrar á un artista, y su fama, según he dicho, había llegado á mi noticia de una manera, por decirlo así, fría é indiferente. -Esta es por lo común la suerte de los artistas mexicanos, que viven aislados y mueren, olvidados de todo el mundo, y en particular de sus compatriotas. Acaso son más respetables y conocidos en Europa los nombres de Clavijero, Sigüenza y Alzate que en México mismo. —No sé qué pensar sobre esto. — O realmente no hemos tenido hombres dignos de ser admirados, ó estos necesitan del lente de aumento con que se observan los personajes cuando el Océano está de por medio, ó somos demasiado apáticos y por demás insensibles para tributar al talento el lauro que se merece. Sea como fuere, este no es mi principal objeto al escribir este artículo, y así volvamos al viaje.

   Entre divertido con mis pensamientos y soñoliento con el suave vaivén de la diligencia, pasé las primeras horas de oscuridad: al amanecer me encontré caminando por unos planos y hermosos carriles á cuyos lados se extendían verdes y alegres sementeras de maíz. Las casas de las haciendas, las torrecillas de los pueblos lejanos, las lomas azuladas, todo pasaba rápido y fantástico por mi vista. —La diligencia volaba, y á pocos momentos tuvimos que subir por un puente airoso, y arrojado valientemente de lado á lado del profundo y ancho barranco del río de Celaya. Un arquitecto común no podía haberse atrevido á lanzar á una profundidad grande esos bellos y graciosos arcos del puente, ni a recamar con molduras sencillas y graciosas á la obra destinada para luchar año por año con las fuertísimas crecientes del río. 

   Un arquitecto sin genio hubiera aglomerado piedras y más piedras, y habría hecho una obra sólida, si se quiere; pero no que reuniera esta cualidad á la elegancia y belleza. —El puente de Celaya es un puente que puede dibujarse en un paisaje; ya se ve es construido por Tres-Guerras, y Tres-Guerras era también pintor. A pesar de que pasé rápidamente, la vista del puente hizo una impresión profunda en mi alma, y el arquitecto que lo ejecutó fue desde ese momento para mí muy interesante; de suerte, que llegando á la posta de Celaya me decidí á quedarme allí hasta el siguiente viaje del coche. Como eran cerca de las once de la mañana, las iglesias estaban cerradas; pero no pude contener mis deseos de admirar de cerca el Carmen, cuya torre había divisado al entrar en la ciudad. Heme ya extasiado ante la fachada del Carmen. Extasiado verdaderamente, porque excepto la catedral de México, no había visto otro edificio en el cual se pudiera reconocer la verdadera elegancia del arte.

  Figuraos un edificio, no esa talla gigantesca de la arquitectura que tuvo su origen en el Egipto, y que más modificada se propagó en la Europa antes de la edad media, sino un templo esbelto y airoso, y permítaseme decir, ostentando toda la coquetería que los italianos supieron dar á las construcciones de época más moderna. No hay, pues, en el Carmen esos jarrones, esas grandes estatuas, esos pedestales enormes, esas cornisas neciamente labradas que se observan en los templos y casas edificadas en la república en los siglos XVII y XVIII, sino unos pedestales proporcionados, unas columnas delgadas con sus capiteles y comizas corintias, unos arcos atrevidos y galanos que revelan al instante la seguridad y valentía del pensamiento del arquitecto. Figuraos, pues, á un hermoso peristilo ó pórtico de ocho columnas corintias que da entrada por tres puertas al templo, y justamente sobre la bóveda de este pórtico edificada la torre compuesta de tres cuerpos: el primero también corintio, el segundo dórico y el tercero compuesto, rematando con una cúpula algo semejante á las de los palacios chinescos. 

  Sorprendente es por cierto ver tanta belleza, tanta maestría y tanta sencillez, en un templo construido en época en que el Góngora de la arquitectura había sorprendido las inteligencias con ese recargo de adornos, de molduras y de toscos relieves que no eran arquitectura egipcia, ni gótica, ni árabe, sino que queriendo remedar y hacer una confusa mezcla de esos géneros, resultaba una bastarda entidad contraria á todas las reglas del buen gusto. Tres-Guerras, piles, siguió las inspiraciones de su genio, y demasiado enérgico y despreocupado para dejarse dominar por el mal gusto reinante en aquella época, meditó en silencio sus obras, y contra el torrente de la opinión y de la envidia, escogió lo más hermoso, lo más bello, lo más sencillo y lo más sólido de la arquitectura moderna, y comenzó á levantar monumentos que harán eterno su nombre y memoria –Y lo creerá el lector?—Este arquitecto tenia envidiosos y émulos á millones. ¡El grande hombre que solo y aislado en su pueblo meditaba y levantaba en su fantasía templos y monumentos tan bellos como los de Bruneleseo!—Despreciaba á los críticos, y hacia bien; más volvamos á mi visita al Cármen.

   A toda costa solicité al sacristán, v tuve la fortuna de encontrar con que era un hombre amable, y deseoso de mostrar á todos los curiosos las magníficas obras de Tres-Guerras. —Introdújome, pues, en el Carmen. La hermosura exterior del templo no corresponde al interior, sin que por esto se crea que hay en él esos inmensos planchones dorados y esos santos que parece se conservan como un triste recuerdo de la decadencia de la escultura. Nada de eso: los colaterales son de buen gusto, y construidos algunos por el mismo Tres-Guerras, bien que se conozca que faltaba ya á los carmelitas el dinero necesario para hacer en ese punto obras tan suntuosas como la de la fachada exterior.

   Cuando hube dado una rápida ojeada á los altares, traté de salir del templo; más mi sacristán me instó para que viese una pequeña capilla situada dentro de la misma iglesia, y que se llama de los Cofrades. Entré en efecto, y lo primero que llamó mi atención fue una virgen del Carmen pintada al óleo y colocada en el altar mayor. Era una hermosa y fresca Madona con sus mejillas ligeramente coloreadas de rosa, su m rada santa y celestial, sus labios purpurinos con la sonrisa que emana de un corazón puro y ardiente en amor divino; de sus delicadas manos pendían unos escapularios, que con ahínco procuraban asir las almas del purgatorio que en la parte inferior del cuadro se veían ardiendo entre las llamas: era, en fin, una de esas vírgenes escapadas del pincel de Murillo, á las cuales es preciso amar y rezarles de rodillas,
—¡Quién pintó esta virgen del Carmen, señor sacristán?
—El Sr. Tres-Guerras, me contestó sencillamente mi hombre.
—Admirable cuadro; al que no falta, le respondí, más que la sanción del tiempo.
Aun no había acabado de admirar tan delicada pintura, cuando volví la cabeza, y á la izquierda observé pintado al fresco en la pared un cuadro del juicio final.
—¿Y esta pintura de quién es, volví á preguntar al sacristán?
—Del Sr. Tres-Guerras.

   Esto merece atención, dije para mí, y retirándome ú una distancia conveniente comencé á examinar el fresco. Con efecto, las figuras borradas y casi incomprensibles tomaban formas y se animaban, por decirlo así, á medida que graduaba la distancia. El cuadro me pareció una obra maestra y daré idea de él á los lectores.

   En la parte alta ó posterior está el Padre Eterno con su Hijo, la Virgen, los santos y toda la corte celestial, flotando en el éter y las nubes; en la parte interior, y á la izquierda, se hallan los réprobos, corriendo los unos en tropel, los otros levantando las losas de su sepulcro, y el resto, que ha escuchado la fatal sentencia de Dios, mezclado con los diablos que con tenazas y otros instrumentos compelen á los desgraciados á entrar en las cavernas infernales; por último, á la derecha se hallan los escogidos y benditos de Dios llenos de gozo y apresurándose al subir á las mansiones del cielo, ó dejándose conducir por los ángeles y serafines. La luz y la sombra están perfectamente comprendidas, y la aglomeración de figuras bastante clara y perceptible; pero hay en el cuadro una singularidad que no debe pasarse en silencio, y es que el autor se pintó también en el término medio, entre los réprobos y los escogidos, abriendo su sepulcro, y retratada en su semblante la angustia y la indecisión hasta saber el lugar que ocupará en la terrible y final escena del mundo.—Este pensamiento sublime, original y altamente filosófico bastaría solo para caracterizar á un artista. Por la tarde salí á dar mi paseo or las calles de Celaya y á cada paso me encontraba perenne el genio del arquitecto. No hay casa, no hay puerta de mesón ó de accesoria que no esté con su fachada elegante, con sus ligeras cornisas, con sus torneadas columnas. Si Tres-Guerras hubiera vivido más tiempo, sin duda alguna habría hecho de Celaya la población más regular y más bonita de la república.

—En cuanto al Carmen, puede aplicársele lo que Carlos V decía del bautisterio de Florencia; á saber, que era tan delicado y tan precioso, que merecía ponerse debajo de un capelo de cristal.

La detenida contemplación de las obras de Tres-Guerras no puede menos que inspirar ideas filosóficas, que hacen concebir de lo que es capaz el genio de un hombre. Tres-Guerras era arquitecto, era pintor, era poeta; ¿y a dónde concibió estas ideas, en qué campo fertilizó las inspiraciones de su ingenio, en qué escuela perfeccionó estas concepciones delicadas? En verdad, ningunos elementos tuvo este artista para educarse, pues aunque residió en México algún tiempo, México no ha sido jamás una de las mejores escuelas para formar a los pintores y arquitectos, y si Cabrera, Juárez y otros han sobresalido bastante, esto no prueba más, sino que ellos, así como Tres-Guerras, eran inteligencias colosales, y de las que puede decirse que no tienen padres ni hijos como se expresa Alejandro Dumas hablando de Napoleón.

  ¡Qué habría sido de Tres-Guerras si hubiera viajado por Italia y por España y examinado los grandes edificios y los magníficos cuadros de los autores que han formado época en la historia del mundo! Qué maravillas no habría ejecutado entonces, cuando sin escuela y sin modelos hizo cosas que han hecho decir al conde Beltrami que Tres-Guerras es el Miguel Ángel mexicano. 

   Los amantes de todas las grandes inteligencias que ha producido México, no podrán tener menos de sumo interés en averiguar algo sobre la vida de Tres-Guerras. Pues bien, un viaje por el interior les dará una idea completa de la vida de este hombre, pues como ha dicho un talento contemporáneo y amigo nuestro, las vidas y la biografía de los artistas son sus obras.

Así, pues, cada voluta, cada capitel, cada arquitrabe, cada columna de los edificios construidos por Tres-Guerras en San Luis, Celaya, Querétaro, Irapuato y Guanajuato, son una página brillante de la hermosa y quieta vida del artista, así como cada campo de batalla es la hoja sangrienta de la existencia de un conquistador. ¡Qué diferencia, sin embargo!

El capitán altivo tendrá inciensos, tendrá cronistas que escriban gruesos volúmenes de la historia de sus batallas, mientras el pacífico artista acaso contará solo con que un escritor raquítico y oscuro ocupe unas cuantas líneas con su vida para salir de sus compromisos de periodista. ¡Qué diferencia, sin embargo! La posteridad justa é imparcial, terrible en sus fallo?, mirará en su verdadero punto de vista á los dos, y dirá del primero: "este es un asesino de sus semejantes”, mientras al otro lo aclamará como bien hechor de la humanidad!

En efecto, legar libros llenos de pensamientos tiernos y de sensaciones expresivas y delicadas, ó monumentos y cuadros llenos de belleza donde cada  generación que viene al mundo tiene que copiar y que admirar, es mucho más glorioso que la memoria de unas manchas de sangre en un yermo y estéril campo de batalla.

  Así la vida de Tres-Guerras es semejante á la de muchos artistas: quieta, tranquila, ignorada de la multitud, y calumniada de las medianías envidiosas que no tienen alas ni esfuerzo para remontarse en las regiones de la gloría; pero en este punto, es inútil pretender trazar un cuadro cuando tenemos á la vista un documento escrito de la propia mano de Tres-Guerras en que cuenta su vida con un candor y una ingenuidad que en vano pretenderíamos mejorar.

  Este documento tan curioso (*) y tan original, y que el autor escribió á un amigo sin pensar que un día lo sacarían á luz los redactores de un periódico, lo vamos á reproducir textualmente á los lectores, porque repetimos, nos parece comparable solo á los escritos que sobre su vida y carrera dejó Alberto Durero.

   "Me crie, muy señor mío, con Nebrija y los vates, el trompo y los papalotes, y no podía entonces definirse "mi elección entre las travesuras y estudios; más mi inclinación fue siempre decidida hacia el dibujo, nació conmigo, me es connatural. Cumplí quince años, y mis estudios; quise ser fraile, y Dios demasiado misericordioso lo frustró, por un viaje que hice á México, y donde á esfuerzos de mi inclinación abandoné las letras y me entregué al dibujo; estuve como un año absorto en tanta hermosa doctrina; volví á mi patria, y traté de casarme: me estaba amonestando cuando los frailes querían reconvenirme con mi antigua pretensión; creían virtud en mí lo que en realidad era mojigatez y poco mundo. Vea usted mi retrato muy al vivo, y casi por de dentro y por de fuera. Sobre ya casado me destiné a la noble arte de la pintura, a la suave y dulcísima pintura; pero ¡que dolor! Nada medraba con las producciones más difíciles y graciosas de esta arte encantadora; un estudio que exponía al público de raro pensamiento, magistral educación, estilo hechicero, dibujo corregido, y en todo de un muy regular mérito se miraba con indiferencia, ni podían mis deseos encontrar con un conductor; más luego que embarraba un coche con verde y colorado, que brillaba el oro de sus tallas, que campeaban unos mamarrachos a modo de monos, que se manipulaba el maque, el barniz y otras sandeces de esta clase, entonces, amigo mío, llovían admiraciones y elogios, y yo tenía que arrinconar todos mis grandes estudios, o papeles y debía, coincidiendo con tanto ignorante, sacrificar la razón y el buen gusto en obsequio de tanta y casi universal estupidez. 

   "Enfadado ya, quise juntar la música á mi ocupación, me disipaba y me exponía infinito, no convenía con mi educación: fui grabador una temporada, carpintero y tallista otra, agrimensor algunas veces, y siempre vacilando, di de hocicos en lo de arquitecto, estimulado de vez que cualquiera lo es con solo quererlo ser, solo se requiere aprender una jerga de disparates como la de los médicos, babosear cualquier autor de arquitectura, de tantos como hay en particular las escuelas de Viñola, hablar muy hueco jerigonzas de ángulos, áreas, tangentes, curvas, segmentos, dovelas, imoscapos, &a.; pero con cautela, siempre delante de mujeres, cajeros y otros que no lo entendían: después entra el ponderar unas obras, echar por tierra otras, hablar mal de los sujetos, abrogarse mil aciertos y decidir magisterialmente y hételo ya Arquitete hecho y derecho.

   "Así es Paz, que ha llenado á Querétaro de monumentos ridículos, y así son varios de chupa larga que giran errantes por estos lugares. Luego yo dije a mi sayo, luego puedo entrar en corro con tanto Sear Arquitete? Saqué á las tablas mis pocos estudios, mis experiencias, mi buen dibujo y otras baratijas que me adornan, y lo que es del caso, las asocié con el engaño y alucinamiento, ó tontería de los marchantes, y me hallé capaz de desempeñar el papel, de Arquitete, á ciencia y paciencia de griegos y romanos, vándalos y suecos.

   "Ya soy arquitecto, amigo mío, á pesar de follones y malandrines; la academia me conoce por su discípulo, y me ha licenciado para cualesquiera obras, y yo las he ejecutado hasta ahora con felicidad, no debida á mi pericia; pero sí á mi fortuna: se me ha negado el fungir, no cabe en mi ingenuidad; y se me dio la obra del Carmen, y me he continuado, por el padre que ahora es obispo: ahora a ese santo religioso le caí gracia, es vizcaíno, y me valió que lo fuese; no pudieron apearlo del juicio que de mi tal cual habilidad formó, las cartas de empeño por Zapari, por García, por Ortiz, arquitectos de chupa larga. ¿Cree ud. tal porquería? Pues es evidentísima: me confiaron sus cartas, y es ocioso decir que Paz también echó sus empeños, porque ese es su estilo.

   "Aunque me he difundido algo impertinente, yo voy á responder á ud. Estas obras, ruidosas y solicitadas, como siempre piden de por sí mucho dinero, aquí os el sumo negocio que hacen sus directores, creen de mí bastante interés (y se engañan) particular de ellas, y de aquí las hablillas, las sátiras y la envidia no envidia el arte, no; se pudren por el acomodo; más ya todos están conocidos: Zapari cuán demasiado, Ortiz echado con desaire de la obra de las Teresas en Querétaro, García acabó con la vida, y Paz denigrado por sus obras, tanto en las de su proceder como en las materiales. Pues yo, con rivales entrometidos y aduladores, ¿cómo no he de ser corlado! Y por mis obrillas en varios lugares ejecutadas con algún acierto, y disfrutando en su manípulo las mayores confianzas en muchos miles de pesos ¿cómo no ha de ser envidiado? Agradezca vd. a la envidia sus esfuerzos contra mí, pues fuera muy desgraciado si no fuera envidiado; algo me donó, y en mucho me singularizó la naturaleza (Dios debemos decir), pues me envidian; yo me contento.

   "El que dijo á vd. que mi iglesia se parecía al interior del templo de Santa Genoveva, mintió grandemente, porque es total su diferencia, y solo coinciden en ser ambas de orden corintio, y en este caso será idéntica al Vaticano, San Pablo de Londres, que son del mismo orden y otras muchas fábricas; tengo estos papeles, y podré refregárselos al que dudare. El que un extranjero dijese que se parecía a no sé a qué templo de España, pudo ser; más no hubo tal cosa con el Sr. Humboldt, prusiano protestante con quien concurrí, ni la obra estaba entonces en tal disposición que pudiese compararla. Que el mapa vino de Roma es una célebre mentira, tengo en casa el que ejecuté, y podrá verlo quien lo dude, y verá los de los altares, y algunos otros solo delineados, y verá más si quisiere, que hecho yo mapas de cualquier asunto uno por cada dedo, porque (en paz sea dicho) estoy dotado de una invención y fantasía fecundísimas, y gozo de unas fuentes en mis libros y papeles que iluminan prodigiosamente, y á la prueba me remito.

   "No he tenido cuestión alguna con artista, grande ni chica, huyo de fungir, y es menester que me señalen con el dedo los que me conocen para los extraños, y digan: aquel es: pues de no, me confundo entre los espectadores ó mirones, soy mojigato de primera, y por otra parte, jamás crea vd. que yo pueda callar hablando de las bellas artes; en ellas es mi afluencia inagotable, tengo buen gusto (me atrevo a asegurarlo), he leído algunas cosas, y ya dije que era un crítico ciego, sectario del gran Don Antonio Pons, y muy amigo de razones; jamás censuraré yo un a obra, sin dar convincentes pruebas de por qué me parece mal, no me aparto de la naturaleza y principios, y busco la verdad á todo costo; y si no, que me toquen con formalidad, con crianza; y lo que es más, con la razón, y verán de bulto mi ingenuidad; más si es con charlatanería, guárdense, amigo, porque protesto que me sé sacudir como el que más; por tanto la tal Cuestión téngala por de nombre, y por un amena invención satírica y abribonada.

  "Dé vd. de barato que mi obra se parezca a esta o a la otra, ¿parece á vd. poco mérito, el acertar en la ejecución, verificándola sin capataces, monteadores, ni otros pataratos que agregan los que solo se atienen á los oficiales? Pues yo he monteado desde la primera hasta la última pieza; todas son de mi invención, aunque siguiendo las huellas del antiguo, sus reglas, proporciones y demás ápices ó finuras; he enseñado una porción de manteros, dulceros, carpinteros y lo que vd. quisiere, á canteros, y solo yo doy guerra á 60 oficiales, fuera de 25 albañiles, los talladores, escultores, doradores y otros muchos artesanos, que se emplean en la obra del Carmen, una casa muy grande que estoy acabando, el Puente y otras obrillas, como el mesón, la casa de D . José Múgica; me sobra tiempo para otras menudencias, y todo lo ejecuto con cierto aire socarrón y picaresco, que vale un dineral".

   Muy poco queda que decir de nuestro admirable hombre después de leído lo antecedente, porque él mismo nos cuenta con franqueza toda su pequeña historia de joven y de artista; mas para satisfacer la curiosidad de los lectores, les comunicaremos algunas más noticias que no dejan de tener interés. Tres-Guerras, á posar de los envidiosos de chupa larga, como él llamaba, era generalmente estimado en Celaya, así por sus talentos, como porque tenía un corazón honrado y un carácter franco é ingenuo; así es que obtuvo algunos cargos públicos, tales como los de procurador, síndico, regidor, y alcalde de su ciudad, habiendo sido también condecorado con el nombramiento de individuo de la diputación provincial de Guanajuato cuando se restableció la constitución española el año de 1820. Fue siempre muy decidido y afecto á la causa de la independencia, y cuando finalmente se consumó la obra el año de 1821, se regocijaba en términos de que se creyeron locuras sus demostraciones de júbilo. —Tenía alma de artista, y comprendía lo que vale la libertad para los pueblos y par a los individuos. 

  Por lo demás, su conducta pública y privada fue siempre irreprensible, pues el tiempo que no pasaba dedicado á sus trabajos cultivaba la música, la poesía y la pintura, ó se iba á contemplar las escenas del campo á una pequeña hacienda inmediata á Celaya, llamada Romerillo, que aún conserva su familia. El modo como hacia estos viajes es también singular. —Se iba pie á tierra, con un bastón y su capa al hombro, tocando una flauta, y sin más compañía que un perro á quien llamaba su fiel é inseparable compañero. Unas veces se sentaba bajo la sombra de un árbol, á modular notas armoniosas, en su instrumento favorito; otras se detenía á contemplar la tranquilidad de la naturaleza, y otras, en fin, caminaba jugando, con el candor de un niño, con su leal y constante amigo.

   Esta vida activa, sobria y laboriosa, le proporcionó una larga existencia, pues nació el día 13 de Mayo de 1745 y murió á los 88 años de edad, el 3 de Agosto de 1833. La época de su muerte fue la en que el cólera morbo asoló á las poblaciones de la república y Tres-Guerra s fue arrebatado casi repentinamente por esta terrible plaga; pero días antes de morir puso orden á lodos sus asuntos, y la víspera salió precipitadamente de su casa para arreglar á los pies de un confesor la cuenta pendiente entre su conciencia y Dios. Un amigo que lo encontró en la calle, lo detuvo y le dijo:
¿Dónde va V. tan precipitado, amigo mío?
¡Buena pregunta, le contestó con calma Tres-Guerras: la muerte persigue con un furor tremendo á los pobres mortales, y en cuanto á mí pocas horas me quedan de existencia en este mundo.
¡Vah! le replicó el amigo. Aún está V. muy robusto y bueno y sano. Dígame V. de dónde le ha venido esta idea?
—Amigo, no me queda mucho tiempo para platicar con V. Adiós. Tres-Guerras se alejó dejando al curioso con la palabra en la boca.
Al día siguiente murió, y su alma voló al seno de Dios.

  Felizmente Tres-Guerras no dejó al frágil cuidado de sus sucesores el honrar sus restos de una manera digna, sino que teniendo constantemente delante de sus ojos el pensamiento de lo breve y deleznable de la vida humana, construyó durante su vida una pequeña y hermosa capilla junto al templo de San Francisco, para que después de su muerte fuese sepultado en ella.

En efecto, allí reposa su cadáver; pero su genio vive y vivirá muchos años en el templo del Carmen de Celaya.

1° de Julio de 1843. —MANUEL PAYNO. (Escrito para el Museo.)

Fuente:

Museo Mexicano, Tomo II. Imprenta de Ignacio Cumplido, México, 1844, pp. 16-20


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