jueves, 2 de julio de 2020

De lo acontecido a Giacomo Beltrami en Celaya, 1824

   Dentro de pocos días la ciudad de Celaya estará cumpliendo 450 años de su fundación, a ella poco había volteado a ver su historia (qué bien sabes es lo que más me interesa) y ahora, que lo he hecho, aprovechando el tiempo en el que todos nos hemos visto involucrados a mantenernos en casa, cosa que, será bueno aclarar, para mí, muy en lo personal, no causó mella alguna pues siempre he procurado estar a buen resguardo entre paredes, aprovechando el tiempo leyendo, consultando, indagando; quise ubicar un personaje que me hiciera ver (que me condujera de la mano a esa historia –la de los primeros años de Celaya-) y encontré en la familia De la Cruz Sarabia la fuente en la cual he abrevado los últimos meses y que me ha hecho ver los tiempos que van, desde la fundación de la villa de Nuestra Señora de la Concepción de Zelaya, hasta, más o menos, el inicio de la Guerra de Independencia. Esto, en  buena medida, es un “plan con maña” pues, como bien lo sabes, yo, siendo originario de Salamanca, población distante unos treinta kilómetros al poniente de Celaya, la relación histórica que hay entre ambas es mucha y muy profunda, así que, una de las cosas que en el fondo persigo es entender esos lazos a través de las familias que, a lo largo del XVII –siglo poco estudiado en Salamanca- ejercieron su influencia. Y esta vez, de tanto “nadar” en información celayense, caigo en un documento de tipo “delicioso”. Se trata de una de las cartas que el italiano Giacomo Constantino Beltrami, uno de los que bien podemos considerar dentro de los primeros turistas italianos que llegan a México, escribe en diciembre de 1824 la condesa de Albany, Luisa de Stolberg-Gedern:

  Desde hacía algunos días yo sentía estremecimientos que me anunciaban la aproximación de alguna crisis febril, consecuencia de una fuerte constipación, atrapada bajo una lluvia con nieve sobre las montañas de santa rosa. Esta crisis se desarrolló en la mañana del 21, sobre el camino de san juan a Celaya, y con tal violencia que no me fue posible sostenerme a caballo. Estuve obligado durante el fuerte acceso, de tomar la sombra de un árbol por hospital; sin embargo, llegué en la tarde a Celaya. Estaba rendido, pero un buen “emetique”, una buena purga y la quina me restablecieron bastante rápido a mi vigor natural.

  La Noche Buena es una gran fiesta para Celaya. Una procesión solemne de noche, figura todos los misterios al natural; quiero decir por medio de hombres y de mujeres, quienes ejecutan cada uno su papel según la tradición. Cada pieza es representada sobre un gran carro jalado por cuatro mulas. Los carros estaban en número de veinticuatro, ya que, además de los quince misterios había también una representación del Tiempo, del Paraíso Terrenal, del Arca de Noé, del Arca del Testamento, del Apocalipsis, de la fuente de la Gracia, de la Decapitación de San Juan Bautista, del Jordán, y del Triunfo de la Gracia. Es un espectáculo verdaderamente único en su género.

  Todo está figurado de la manera más entendida, la más pintoresca; lo grotesco y lo cómico se mezclan a maravilla con lo majestuoso y lo trágico.

  Os veo impaciente de saber cómo se representa la crucifixión de Nuestro Señor, y la decapitación de San Juan. El crucificado descansa sobre la cruz, por medio de un apoyo, que se coloca sobre sus pies y sus brazos son encomendados con destreza a los dos extremos que los sostienen. El no hace más que fingir morir; y Longino no penetra con su lanza, sino a una vejiga llena de sangre, colocada en su costado; que está cubierto de un peto de hierro blanco, por el temor de que un golpe de un Longino torpe llegará demasiado lejos. Es necesario sin embargo tener una gran vocación devota a someterse a permanecer más de un ahora en esta posición, tanto más temible que el crucificado es fuertemente sacudido por el movimiento del carro, haciendo el rodeo de la ciudad. En cuanto a la Decapitación, no se ha encontrado todavía bastante devoción para representar a San Juan; es una cabeza de madera despegada de un busto de trapos quien hace los honores de la escena. No se ve más que al verdugo natural.

   En la Anunciación, el ángel merece una misión con una virgen, y la virgen, bonita como un ángel, recibe la misión con la mejor gracia del mundo. No podía haber una mejor figuración. Eran dos jóvenes amantes, y el uno digno del otro.

   En el arca de Noé, este anciano asoma la cabeza afuera del navío, para ver qué tiempo hace. Aquí lo hecho a propósito se une a lo natural; ya que, precisamente en México la estación de lluvias acaba de pasar, y no llueve jamás durante el invierno.

   La diputación con los Doctores, estaba tan bien representada con un niño lleno de gracia y de vivacidad que cuando esos viejos doctores obstinados no querían entender razón, él se las inculcaba en la cabeza, a golpes de un gran libro que tenía entre sus manos. En fin, Condesa, todo estaba hermosamente reproducido: los actores son escogidos entre la más bella juventud de la región. Sería demasiado largo querer analizar todo; me limitaré a mostraros una más de esos representaciones, la más interesante en sus episodios; ésta es El paraíso terrenal.

  Dos carros estaban destinados a esta escena: he dicho mal, había veinticinco carros y no veinticuatro. Sobre los dos carros estaban Adán y Eva: sobre uno, antes del pecado; después del pecado, sobre el otro.

   En la representación de Antes del pecado, nuestros primeros padres, conservando su estado de inocencia y de naturaleza, se abrazaban sin cumplido, con tanto más de placer, creo, que ellos eran, los dos, encantadoras criaturas; habrían querido hasta intercambiar un beso, pero se veía que los dos jóvenes estaban muy incómodos. ¡Vos no adivináis la causa, Condesa! Es que la señora Eva era una “sobrina”; y el reverendo padre, su “tío”, que se encontraba en la procesión, volteaba seguid para ver cómo pasaban las cosas en el paraíso terrenal. Temía que la escena cambiase y se transformase también el Después del pecado, donde Adán y Eva tenían ya con todo el resto, hijos que los atormentaban, in dolore, in sudore urutus, etc., etc.

   Asnos, cargados de ofrendas, con toda clase de frutas, aves de corral, corderillos, cabras, etcétera, abrían la procesión; los monjes de San Francisco la cerraban. Presentí que el niño Jesús naciente no puede comer todo eso, los monjes lo comen por él.

   Las principales familias de Celaya contribuyen para los carros, las otras para todo el resto, hasta para los sirios; la emulación contribuye para la pompa de la fiesta y en esto los monjes son señores. Durante tres días consecutivos hay corte bendita, y en el convento y en la casa “sobrinas”; con este descaro que no se encuentra en ninguna parte tan desvergonzadamente como con los monjes de las colonias españolas. Notad, Condesa, que no se ve en la procesión ni el clero, ni los monjes de otras cofradías. ¿Es por celos o por vergüenza que ellos se recusan? Lo ignoro, pero un agustino me decía que esto era una mascarada. Es verdad que los agustinos son enemigos mortales de los franciscanos, que los han suplantado de su antiguo todo poderío en México. Para m he visto en esta ceremonia el más divertido espectáculo; y si yo me quedara en México haría como los mexicanos: iría a verlo una vez más, estuviese a dos o a trescientas millas de Celaya.

  El convento de los franciscanos es vasto y magnífico. A comienzos del siglo xvii un cierto don Pedro Núñez de la Raya murió entre las manos del padre provincial de los franciscanos, juan López, quien entonces estaba de visita en Celaya; sus parientes, abriendo el testamento, encontraron a San Francisco como heredero universal de su inmensa fortuna. Pero, como segunda regla seráfica del fundador, los franciscanos possideren no posum paupertatis au temp vota, etcétara; los papas y otras reglas se añadieron a esta prescripción: no importa, los monjes saben acomodar todo, a pesar de San Francisco, de las bulas, de las reglas, de la decencia, etc. En la redacción del testamento se decía que el testador dejaba todo su bien al convento, para formar ahí un colegio, y que el provincial actual, como después de él todos los otros provinciales, serían el administrador de la herencia y el rector del colegio. La manera de la cual el reverendo confesor supo arreglar el testamento debe daros una idea de aquella con la cual él peinó el asunto en Roma. Él obtuvo de Urbano VIII una Bula de dispensas de la regla de San Francisco: datam romae sub annulo Piscatoris, anno 1624, secundo sui pontificatus. 

   Según el deseo del testamento el provincial tiene siempre el derecho de ser el administrador de esta vendimia y el rector del colegio, pero lo asuntos mayores de un provincial en una provincia tan basta y tan rica, abarcando todo el Bajío, toda la región de Guanajuato, de Querétaro, de Valladolid de Michoacán, etcétera, no pueden permitirle una residencia fija en el convento de Celaya; él subdelega entonces la administración de la herencia y el rectorado del colegio a su secretario, que llaman el Secretario de la Provincia. Para evitar un choque y los celos, este secretario se convierte también en el prior del convento; de manera que todo se arregla sin control, entre el Secretario y el Provincial: duo in carne una, según San Pablo.

   Veis, Condesa, que la plaza de Prior de Celaya es una de las mejores benignidades en la jerarquía seráfica; su más que la plaza de Secretario de la Provincia es seguido de por vida, en cambio la de provincial no es más quo pro tempore. Esta plaza de por vida es la presa del más tapasero o del más intrigante

   Las otras corporaciones que se llaman religiosas, no hacen grandes negocios en Celaya; el convento de San Francisco es el remolino que absorbe todo. Los otros monjes se contentan con vivir con sus “sobrinas” y de jugar a las cartas.

Los agustinos tienen sirvientes en el convento que se ocupan de todo, desde la cocina hasta el cuarto. Uno de esos reverendos, viéndome sorprendido de esta mezcla profana, me hizo observar que en los tiempos de la iglesia primitiva, todos los eclesiásticos eran servidos por vírgenes y viudas, que se consagraban voluntariamente al servicio de las casas religiosos y quienes desde entonces e llamaban Agapetae.

 Los carmelitas de Celaya son muy ricos, como los carmelitas de San Luis y de todo México; pero ellos llevan una vida más circunspecta y más oculta. Ellos tenían tanta plata en sus cofres, que los caminos no eran seguros en una cierta época, para enviarla al jesuitismo en Europa “todos los cuerpos religiosos de México lo abastecen su contingente”, y temiendo que se convierta en la presa de la revolución hicieron demoler la vieja iglesia y construir una nueva, que, magnífica, haría más honor al arquitecto, si ella tuviese menos intestinos. Su torre y su cúpula dando lejos una gran idea de Celaya, tanto como de cerca son de ella un bonito ornato.

   Estas obras nos producen más admiración, al saber que son hijas de un criollo, que ni siquiera ha visto la capital de su país, y que casi nunca ha salido de Celaya. Este criollo hábil es el señor Tresguerras, el jefe de una de las familias más distinguidas de la provincia; que ha hecho a San Francisco y demás, capillas y altares, magníficos, todo con el mayor desinterés, con el solo placer de hacer servir a su país a este genio universal en las bellas artes, del cual la naturaleza lo ha dotado, y que él ha cultivado por sí mismo. Es igualmente pintor y escultor: es el Miguel Ángel de México.

   Toda la ciudad es bonita y risueña, ofrece el divertido espectáculo de una reunión de revendedoras y revendedores, exponiendo toda clase de mercancía y fruta de los dos mundos. Los esfuerzos y la elocuencia de aquellos que quisieran engañar y de aquellos que no quisieran serlo, presentando cuadros y juegos de espíritu completamente singulares. Ello respira por doquier cierto aire de bienestar, y contiene una población de alrededor de 12,000 almas. Los aborígenes, que habitan sus arrabales y los alrededores, pertenecen a la tribu de los antiguos otomíes; ellos hablan una lengua totalmente diferente dela de los antiguos mexicanos propiamente dichos. Se pretende que es muy difícil.

   Partí el 27, tomando el camino de Querétaro. A 2 millas de la ciudad de Celaya se pasa La Laja. Este es un río de devoción para nosotros que creemos haber visto sus fuentes en la cima de la alta cordillera de las Escalliers; o, al menos, nos recuerdan, por esta ilusión, un punto de la tierra de una conformación tan extraordinaria y este encantador riachuelo que nos fue de una compañía tan agradable, durante 5 o 6 millas, sobre una planicie inmensa, dominante de la cima de las más altas montañas del mundo.

   El puente construido sobre este río es también obra del señor Tresguerras, magnífico, él reúne la solidez y la elegancia.


Fuente:

Beltrami, Giacomo. Carta 9. México. Imprenta de Francisco Frías. Querétaro, 1852.

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