miércoles, 19 de junio de 2013

Los Angelitos, tradición descrita en verso por don Manuel J. Aguirre, Teocaltiche, Jalisco.

 Al andar por los caminos de México vamos encontrando en algunos de sus pueblos los relatos que historiadores locales escribieron y siguen escribiendo con el único fin de preservar esa memoria que, más que colectiva, es una memoria muy personal de un modo de ver las cosas, especialmente en cuanto se refiere a la vida cotidiana, a los hechos que se daban día a día y que conformaban la vida en una región específica de México, en este caso de los Altos de Jalisco, más aun, de lo que acontecía en Teocaltiche. Encuentro que la pluma de don Manuel J. Aguirre (1893-1978) no solo rescató los hechos históricos, sino también retrató en palabras las costumbres que imperaban en este pueblo.

  Dice el historiador, miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía, Estadística e Historia: "Como en el aspecto costumbrista de la vida de Teocaltiche, nunca se ha escrito nada formal y menos de la de hace medio siglo para atrás, pues puede situarse la etapa que aquí me propongo describir, sólo anterior a 1910, ya que de entonces acá, las costumbres y circunstancias han cambiado de un modo tal, que quien actualmente las observe, pudiera creer que aquellas correspondieron a gentes de otras latitudes. Como detenerse a describir el momento determinado de un pueblo es parte importante de sus tradiciones y su Historia, he resuelto presentar aquí un retrato fiel de lo que fue en mis mocedades, aquel jirón de la Patria..."


Cuando la Parca implacable
se hacía rendirle tributo,
tratándose de un niño
nadie le guardaba luto;

antes bien, por el contrario,
entre familias modestas,
era pretexto y motivo
para ponerse de fiestas;

se tomaba como ganga
y verdadera fortuna,
que un niño se muriera
cuando era niño de cuna.

La muerte se le deseaba
y esperaba con anhelo,
porque sin trámite alguno
volaba derecho al cielo.

Con semejante criterio
de antecedente gentil,
se fomentaba de hecho
la mortandad infantil.

Lo primero que se hacía
era vestirlo de santo.
Cuando era san José,
se le ponía vara y manto.

En la mitad de la pieza,
cubierta de muselina,
se usaba para tenderlo,
la mesa de la cocina.

Poniéndole por debajo
que en el suelo se apoya,
para recoger el cáncer,
un palito con cebolla.

Al morir, se le designa
con el título de Ángel;
o mejor: por Angelito,
si no le hacen Arcángel.

Las vecinas de la casa
y de los alrededores,
esquilman todos sus huertos,
para rodearlo de flores.

Con ramos de nomeolvides;
de siempreviva, un manojo;
y en los filos de la mesa,
imprescindible, el hinojo.

Ya dentro de sus posibles,
cada uno se acomoda,
preparando la comida
cual si fuera para boda;

concurriendo: los compadres,
los vecinos, los amigos,
y luego los invitados
que éstos lleven consigo.

Todo se va preparando
para efectuar el velorio,
en que sólo es borrachera
y verdadero jolgorio.

Se brinda por el muertito,
con botellas de tequila;
el café con aguardiente
a todo mundo encandila.

Las tazas vienen y van
para sostenerse en vela,
tomando chorros de alcohol
con gotitas de canela.

Nadie que intente rezar
ni tan siquiera un sudario,
el Ángel está en el cielo;
el rezo no es necesario,

pues al subir a la Gloria,
en su vuelo transitorio
chamuscan sus alitas
las llamas del Purgatorio.

Ya para irse al Panteón,
de la mesa, por encima,
le ponen arcos con varas
que adornan papel de China.

Un hombre que se ha puesto
por debajo de la mesa,
lo carga con un yagual
colocado en la cabeza.

El cortejo se ha formado
en medio de gran contento:
lo acompaña alguna murga
o la música de viento;

las mujeres, con coronas
de papeles de colores
y los niños, en las manos
llevando ramos de flores.

Con un tizón en la mano
va un par de mozalbetes,
que caminando adelante
lanzan al aire sus cohetes.

Llegando a la sepultura,
al muertito se amortaja;
quitándolo de la mesa
se le coloca en su caja;

y bajándolo a la fosa
con pasmosidad que aterra,
cada quien de los dolientes
le echa un puño de tierra;

y ya para retirarse,
dejan, cual buenos cristianos,
sobre la tumba una Cruz,
las coronas y los ramos.


Fuentes:

1.- Aguirre, Manuel J. Teocaltiche en mi recuerdo. Romances, leyendas y tradiciones de mi tierra. B. Costa-Amic, Editor. México, 1958.

2.- Las tres últimas fotografías corresponden al libro El Señor de la Misericordia de Encarnación de Díaz. del Arq. Rodolfo H. Hernández Chávez. Edición del Autor. Encarnación de Díaz, 2008.

1 comentario:

  1. Tétrica poesía pero encuentro un extraño placer en ella quiza ese placer que nos hace disfrutar del día de muertos. Una vez más Benjamín mi reconocimiento por rescatar y dar espacio a nuestro México de hoy y de ayer.

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