El sitio de este pueblo es una hoya muy grande toda cercada de cerros, que para salir de ella se han de subir cuestas, excepto por el desagüe de sus aguas que tiene mucha, y algunas Ciénegas y lagunas. Es el temple muy húmedo y frío, y así la humedad no daña.
Es puesto para tener muchas recreaciones de huertas y casas: y así el encomendero de él, aunque tenía otros muchos pueblos como son Puruándiro, Santiago Cunguripo, etc., para su habitación en vida y muerte escogió este pueblo, donde para vivir hizo muy buenas casas, y para su muerte y de los suyos hizo un muy buen entierro en la iglesia que es una gran capilla de bóveda y en ella sus sepulcros. Este caballero fue Juan de Villaseñor el viejo, que tuvo muchos hijos e hijas, de donde salió todo lo bueno que tiene la provincia de linajes: los Villaseñores Cervates, Orozcos Ávalos, Bocanegras y Contreras, a quienes repartió sus tierras que son todas las buenas que había en la provincia, mirando de Guango al río Grande.
Todos estos caballeros aunque tenían sus casas muy grandes y ostentosas en sus haciendas, más las pascuas y fiestas grandes se juntaban en Guango, y había tanto lucimiento, tanta carrera y festejo, que le llaman “la corte Chica”. Todo lo acaba el tiempo, y de todo lo dicho hay hoy muy poco, y lo que ha quedado todo muy necesitado, que son bienes de fortuna que ruedan y no perseveran en un lugar.
Tenía muchos números de gente con sus visitas; y aquí asistía el clérigo, que salía a visitar a todos los feligreses de 10 y 12 leguas a la redonda, donde había otras muchas cabeceras y demás gente que Guango, como eran Yuririapúndaro, Cuitzeo, Puruándiro, etc., más él recogía por su habitación, así por estar en medio como por las calidades del puesto y la compañía del encomendero.
Esta doctrina de Guango se nos dio, como dije al principio del capítulo, el año de 1550, y luego nuestros religiosos compusieron la doctrina al modo de la de Tiripetío, que aquel fue ejemplar para todos los pueblos y nuevas fundaciones. Luego se trató de hacer la iglesia, la cual se comenzó con tanta grandeza como hoy lo denotan las paredes y asimismo la sacristía, pues hoy sirve de iglesia y dentro de esta sacristía hizo el encomendero su capilla y entierro muy grande y capaz, como lo quería la gran familia que tenía.
Hízose el convento, y el claustro es de bóveda y sillería, solo bajo, y compite en la obra con el de Valladolid, cerca de la provincia; la casa se ordenó de terraplén baja, y el dormitorio muy bueno con ocho celdas y las demás oficinas muy bastantes con linda huerta, porque tiene el convento dentro, muy lindos ojos de agua, y todos dicen que el agua es la mejor que tiene la provincia.
Abunda de agua y carece de otras muchas cosas, porque las pestes se debieron de asentar más aquí que en otra parte por ser hoya, de modo que han quedado muy pocos indios, y como ellos son los que nos sustentan, de aquí nace el no haber ido más adelante en la obra y ser corto el temporal del convento, si bien que tiene raíces para sustentarse tres religiosos sin dependencia de los indios.
No solo los naturales de este pueblo padecían muertes continuas de las pestes, sino también continuos asaltos de los chichimecos, y entre otros uno le fue de mucha pérdida, así de los vecinos como de sus ministros, porque el año de 1585, cuando andaban los chichimecos muy atrevidos y desvergonzados siendo ya tantos, que pasaban del río Grande para acá, era prior de este convento el padre Fray Jerónimo de Guevara y su compañero el P. Fr. Francisco de Saldo, y en ocasión que no estaban en el pueblo, dieron asalto los chichimecos en él ...
y causaron muchas muertes y llevaron muchos presos, en la cual ocasión llegaban los padres y los presos comenzaron a pedir favor, ellos como madre que le llevan sus hijos, acudieron a defenderles, sin reparar en el riesgo a que se exponían, y así picaron a los caballos y se fueron tras ellos sin armas ofensivas ni defensivas; más Dios que iba con ellos (porque ellos peleaban con caridad de Dios) los favoreció de modo que aunque les tiraron muchas flechas, ninguna les hizo daño y ellos pusieron en tanto espanto a los chichimecos, que huyeron y dejaron la presa; aunque por entonces volvieron con la victoria, pasados algunos días murieron ambos en distintos días del quebrantamiento de la guerra. Estos chichimecos hicieron tanto daño, que al fin el rey N. Señor puso remedio como veremos en la fundación de Ocotlán y se obligó a sustentarlos.
Fuente:
Diego de Basalenque. Los agustinos, aquellos misioneros hacendados. Cien de México. Selección de textos Heriberto Moreno García. Conaculta, México, 1998, pp. 133-135
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