viernes, 31 de mayo de 2013

Las desaparecidas enramadas del Jueves de Corpus en México: El caso de Teocaltiche, Jalisco.

      Sobre el Jueves de Corpus Christi y su Octava hemos escrito mucho, esto debido a que, una vez fui testigo de la festividad más impresionante que hasta la fecha he visto relacionada a este día y que se celebra en Temascalcingo, Estado de México, conocida como Corpu Viejo, celebración que encierra un enorme sincretismo con las antiguas ceremonias de petición de lluvia a Tláloc, deidad del agua. Más aun hemos escrito sobre la Octava de Corpus en Salamanca, Guanajuato. Esta vez nos encontramos en Teocaltiche, Jalisco, en donde ayer se celebró esta que era la fiesta más sentida en el México virreinal. Aquí como en muchas otras poblaciones la festividad se limita a la Procesión del Santísimo y aquello que fueron las enramadas que para la ocasión se colocaban fueron poco a poco desapareciendo, incluso de la memoria, razón por la cual, esta vez nos damos a la tarea de documentar lo más posible sobre esta práctica. Los textos que a continuación siguen los he tomado de distintas fuentes, casi todas electrónicas, si el tema te interesa al final de cada párrafo está el enlace para leer más.

 La fiesta del Corpus Christi nacida en el siglo XIII para conmemorar el sacramento de la eucaristía y reforzar la idea de pertenencia al cuerpo místico de la Iglesia se convirtió con la Contrarreforma en una de las celebraciones más importantes para la cristiandad católica, pues marcaba diferencias teológicas y de culto sustanciales con el protestantismo. El Concilio de Trento insistió en que esta festividad debía celebrarse con grandes procesiones de fe, danzas y representaciones de autos que permitiesen divulgar la interpretación doctrinal de este sacramento. (Referencia)

 "Esta solemnidad tomó mucha importancia en México debido al carácter oficial que le dieron los soberanos y el pueblo, como ratificación del estrecho nexo existente entre la jerarquía eclesial y el gobierno civil. Los preparativos para la procesión triunfal de la Sagrada Eucaristía empezaban antes de la víspera, con el tendido de las enramadas que cubrirían el recorrido, ya que estaba iniciada la época de lluvias. Estas enramadas eran construidas gratuitamente por los indígenas que vivían en la periferia de la ciudad. (Referencia)

    Una de las razones, seguramente la más importante, por la cual la festividad fue bien aceptada por los catecúmenos y todos aquellos mexicanos que estaban siendo adoctrinados en la nueva fe, en la Religión Católica, era que el fondo de la fiesta, la razón de la fiesta era, en buena medida, era lo mismo que en sus antiguos ceremoniales tenía: la petición de una buena cosecha, con lluvias abundantes y el agradecimiento a las bondades recibidas a lo largo del año. Es por eso que se hacían ofrendas de flores, frutas, verduras, hortalizas, incluso animales comestibles para augurar un buen año, entendiendo por año el agrícola. La fiesta que los españoles trajeron a México no era de ellos, sino una fusión de antiguos ceremoniales griegos, romanos, celtas...

   Entre las ceremonias que los mozos usaban para conquistar el corazón de sus amadas destacan por encima de todas las "enramadas", tradición que se relaciona con los rituales antiguos de culto a la naturaleza y a la fertilidad. Los días elegidos para celebrar esta ceremonia varía según los lugares, empezando en este mes de abril, Pascua Florida y el Corpus. Según la tradición, los mozos colocaban ramos de cerezo y acebo en las puertas y balcones de las chicas, solteras eso sí, objeto de sus amores. También se solían añadir caramelos y otros regalos, para reforzar su prueba de amor. ¿La última palabra? La tenían las mozas del pueblo. (Enlace)

   Celebración de claro tinte medieval y ascendencia juglar, si bien, el folclore y ritos están en relación con una larga tradición mítica que arrancaría de una concepción de vida neolítica, e incluso, paleolítica. - Carlos Hernández Salvador, señaló la existencia de estas festividades en otros países europeos, -también los podemos encontrar en La Mancha-, y las relaciona con las fiestas de Mayo celebradas en Roma y dedicadas a la diosa Maia-. La primera noticia que tenemos sobre los Mayos en la literatura culta romance, es la literatura provenzal, imprimiendo a los Mayos el sello de la poesía cortesana y el amor cortés, como hiciera con la poesía amorosa. Consistía básicamente en describir la belleza de la mujer, elogiando la anatomía de la moza con ingenua picaresca en versos simples y de sencilla rima; hexámetros y asonantes en cada estrofa, no se tiene en cuenta la regularidad en el número de sílabas, no obstante, esto no altera la uniformidad del ritmo; con música unisonal de gran agilidad rítmica y vigor expresivo; muy pegadiza, ritmo estrófico sencillo de tres por cuatro en allegro. Si bien, todos los mayos responde a una unidad etnográfica -literaria y folclórica-, adquieren una fisonomía peculiar en cada pueblo, reflejándose de manera notoria en la música y en los textos, particularmente en las estrofas dedicadas a la descripción de la maya; la estrofa final, común para casi todos los pueblos, se canta con ritmo de jota. Es común que al mayo lo acompañe un coro que repite los dos últimos versos. La bandurria, guitarra y laúd eran los instrumentos de obligado acompañamiento.

   Podemos considerarla como una fiesta pagana, unos ritos mágicos encaminados a glorificar y a atraer la fecundidad, la fertilidad de plantas animales y hombres, pero, es también un canto a la Virgen que como mujer entraba a formar parte en la celebración. (Referencia)

   Es así como la tradición de las enramadas de las fiestas paganas de la fertilidad se van asociando a la celebración Católica del Corpus Christi. Al ser introducida en México está adquirió los tintes localistas como es la salutación a los cuatro rumbos, altares que se colocaban en la explanada del templo en la cual se hacia, en algunos pueblos, el paseo procesional del Santísimo Sacramento. Hay un testimonio de lo que eran estas enramadas a mediados del siglo XIX en México, nos los da el alemán Karl Christian Sartorius.

  En los cuatro costados de la plaza frontera al templo acondicionan un camino verde con arbolillos y ramas, un emparrad estrechamente entretejido en la parte alta y a los lados, profusamente decorado con coronas de flores. En las cuatro esquinas de la plaza se levantan altares floridos donde se cantan responsos; el piso está cubierto también con flores y por todos lados se ven cuencos de barro en los que arden copal y estoraque. Algo singular, una reliquia del pasado que los sacerdotes cristianos han dejado continuar para solaz de los aborígenes, es el sacrificio de animales que los indios ofrecen a la divinidad, como sus antepasados lo ofrecían a Quetzalcóatl o a Tláloc. Todo animal silvestre que pueda ser capturado, es conducido a la enramada verde y allí suspendido. El chacal y la zorra, el armadillo y la zarigüeya, el mapache y alguna comadreja se esfuerzan por liberarse de sus ligaduras; pájaros de presa, cuervos, patos silvestres y pavos, codornices y tórtolas aletean dentro de las trampas en que fueron cazados, en tanto que gran número de pequeños pájaros cantores gorjean y cantan dentro de sus jaulas de carrizo en el verde follaje. Inclusive en el templo, frente al altar adornado para la ocasión, se escucha la melodiosa canción del sinsontle”. (1)

    Las enramadas fue algo que proliferó por todo México, eran una celebración de vida. Si bien dentro de los conceptos que actualmente se manejan en cuanto a conservación del medio ambiente y, sobre todo, protección a las especies, los decorados que se lograban con las enramadas nos transportaban a la vida rural, de algún modo ya desde el siglo XIX, la añoranza que ahora más tenemos aun hacia lo natural se comenzaba a manifestar. En el caso de Teocaltiche, en los Altos de Jalisco, es uno de sus hijos más destacados, Victoriano Salado Álvarez (1867-1931), quien nos deja la memoria de lo que era esta celebración:

   "Desde la iniciación de los tiempos coloniales, los indios han celebrado el misterio del Corpus y los muertos con brillo excepcional. Los de mi pueblo tenían dos grandes fiestas, amén de muchísimas mas pequeñas. (...) El lunes anterior a la fiesta empezaban a levantarse en a calle que cerraba la parroquia enramadas que se cubrían con hierba fresca; se aderezaban en cada una rústicos altares, y los propietarios competían en adornos chillones, en músicas de arpa, violín y bajo, en mariachis, o por lo menos en tambores y violines, que todo el día hacían gala de su habilidad y extremaban el estrépito al paso del Divinísimo.

   "Muy de mañana las capillas amanecían colgadas con tápalos de damasco y cintajos de papeles de colores, y formando como una cenefa u orla, en lo más alto de la construcción, plátanos, manzanas, naranjas, elotes verdes y sobre todo enormes tortillas de trigo, evidente alusión a la gloria del Sacramento que había de conmemorarse. Entre toda aquella pompa de verdura, entre las sedas joyantes (las señoras prestaban sus mejores tápalos traídos de China, que los indios devolvían con escrupulosa fidelidad), al lado de las frutas, de las grandes roscas de pan y de las morenas tortillas de harina, se veían animales que, colgados, duraban desde el amanecer hasta las cuatro o cinco de la tarde, que se les bajaba muertos o moribundos.

  "Los indios se habían dado maña para coger desde inocentes "conguitas", agachonas, palomas, calandrias, tildíos, saltaparedes, carpinteros y pájaros prietos (que Sahagún llamaba nuevos en la tierra), hasta ardillas, conejos, liebres y coyotes. Todo se vendía cando la procesión pasaba; y allí era de ver como bajaban jadeantes y acezando los pajarillos de pintadas plumas, que habían sido alegría de las selvas: los verdines, las guacamayas y las güilotas o palomas zuritas, lo mismo que las ratas maiceras, los tecolotes, los buitres o los lobeznos.

   "Encuentro rastros de esta rara costumbre en el padre Motolinía, que describe cómo simulaban los naturales el paraíso poniendo toda clase de árboles cargados de frutos y coronados de aves y animales de todos colores.

   "Yo adquiría casi siempre un par de pajarillos cantores y de plumaje rico; pero me duraban poquísimo porque la fatiga de un día entero de pendimento los tornaba tristones y a poco daban al traste con ellos la murria o la enfermedad. Los danzantes hacían su primera aparición en la misa; seguían en la siesta; su auge lo tenían durante la procesión que emprendía el señor cura por las seis capillas, revestido con su gran dalmática  de telas ricas, llevando en las manos al Divinísimo, seguido de los acólitos y el clero, que entonaban el tantum ergo.

   "Los morenos iban ataviados con una especie de jubón cubierto con flores rojas de papel, con hilos de plata, con espejillos de los que tanto preciaban sus antecesores y con otras muchas cosas que despedían luces y cegaban los ojos.

   "Bien aprendidas llevaban sus danzas, y era de admirar no la habilidad con que combinaban pasos y evoluciones, sino la fuerza que tenían para seguirlos por horas y horas, sin detenerse sino el tiempo necesario  para beber un jarro del agua que en cántaros rezumando humedad les tenían preparados sus mujeres e hijas. La fiesta acababa cuando los danzantes caían rendidos por el tejuino y la fatiga en brazos de sus orgullosas cónyuges regresaban al hogar lanzando regüeldos de hartura e ideando la forma de danzar mejor el año siguiente. (2)

    Efectivamente, hubo una época en México en las que todas las fiestas tenían un núcleo central que era la religiosidad, la asistencia al Oficio... de allí aquello de "primero la devoción, luego la diversión". Es justo rescatar y mantener nuestras tradiciones. Pero, sobre todo, entenderlas.











  Y ya para concluir, por si no nos ha quedado aun claro... todas las religiones se centran en una cosa que es la naturaleza y su fuerza. El sol siempre ha sido adorado en todos los tiempos y en todas las civilizaciones. Esta imagen que ahora ves la encontré en un pendón que colgaba del templo franciscano de San Martín Obispo en Alfajayucan, Hidalgo. Más claro, ni el agua.

Fuentes:

1.- Sartorius, Karl Christian. México hacia 1850. Conaculta. México, 1990. p. _

2.- Salado Álvarez, Victoriano. Memorias. tiempo viejo-Tiempo nuevo. Editorial Porrúa. México, 1985. pp. 99-100.

No hay comentarios:

Publicar un comentario