El tema lo hemos abordado varias veces, no me refiero al del Camino Real, sino al personaje que nuevamente nos ocupa: Alonso de Villaseca, uno de los grandes acaudalados de la Nueva España en el siglo XVI, su fortuna se acrecentó especialmente con la explotación de sus minas, tanto en el actual Hidalgo como Guanajuato, sus enromes haciendas ganaderas y de labor, así como la explotación y exportación del cacao, producto novedoso entonces en Europa. También tuvo mucho que ver con la construcción del Camino Real. Esta vez comparto lo que el padre Alegre escribe sobre la muerte del personaje:
Las fotografías que verás abajo corresponden al pueblo de Mineral de Cata, Guanajuato, en donde se localiza el templo en donde se venera el Cristo conocido como El Señor de Villaseca.
El colegio máximo de México y toda la provincia de Nueva-España, tuvo que llorar á fines de este año la muerte del Sr. D. Alonso de Villaseca, tenido, con razón, como el padre común de todos los colegios.
Había muchos días que sus achaques no le habían permitido salir de las minas de Ixmiquilpam. Aquí le visitaban frecuentemente los padres visitador, provincial y algunos otros. Muchos días antes mandó llamar al padre Bernardino de Jicosla, su confesor, en cuyas manos entregó su espíritu al Señor. En los días últimos de su enfermedad, mandó á su colegio en barras veinticuatro mil pesos. Los diez y seis para la fábrica, y el resto para limosnas á los pobres, á arbitrio de los padres. Hizo también dos escrituras en que ccdiados cuantiosas deudas, la una de ocho mil y trescientos pesos aplicó á su colegio, y otra de veintidós mil y cien pesos, de que dio cuatro mil al hospital Real, dos mil al de Jesús Nazareno, tres mil á las recogidas, dos mil y ocho cientos á varios pobres y dotes de doncellas, y el resto de diez mil y trescientos á disposición de los padres visitador y provincial para otras obras de piedad, que les tenia comunicadas. Su cuerpo se trajo embalsamado en una litera de Ixmiquilpam al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, donde se detuvo tres días, pagándole así Dios las cuantiosas limosnas con que había procurado promover el culto de su Madre.
Entre ellas se cuentan una estatua de plata de la misma Señora, de treinta y nueve marcos y dos onzas de peso: una rica colgadura de terciopelo carmesí, y una capellanía de misas que fundó en el mismo santuario. Los tres días que estuvo allí depositado el cadáver, mientras que en México se disponían unas magníficas exequias, se le cantaran otras tantas misas de cuerpo presente, y luego fue conducido á su casa. De aquí salió para nuestro colegio, acompañado de los Sres. arzobispo, virrey, audiencia, ciudad y tribunales, con innumerable pueblo.
Los Sres. de la real audiencia disputaron á los padres el honor de cargar el féretro. Esta singularísima demostración no intentaban hacerla sin un motivo poderoso. En un motín que había precedido algunos años antes, en ocasión que gobernaba la audiencia, hubiera sido necesario ceder este tribunal á las violencias de la plebe, sí D. Alonso de Villaseca á la frente de doscientos caballos, armados á su costa, de los criados y familiares de sus haciendas, no se hubiera presentado ofreciéndose al rey con su persona y bienes para el remedio de aquel desorden. Un servicio tan importante y oportuno, de que no había podido borrarse la memoria, movió á aquellos ministros de S.M. para que procuraran corresponderle con una significación tan distinguida de aprecio. Sin embargo, contentos con haber mostrado su gratitud, cedieron al mucho mayor derecho quo asistía á los nuestros para tomar por suya la acción. Se había erigido en la Iglesia un suntuoso túmulo adornado de jeroglíficos muy propios é ingeniosas poesías alusivas á las insignes prendas y virtudes del difunto. Por nueve días se le hicieron honras, cantando la misa alguno de los Sres. prebendados, y la última el Sr. arzobispo D. Pedro Moya de Contreras, con no interrumpida asistencia de la música de la Catedral y sermones, en que procuró mostrar aquel colegio su inmortal agradecimiento. Murió el día de la Natividad de Nuestra Señora, 8 de setiembre de 1580.
Fue D. Alonso de Villaseca, hijo legítimo de D. Andrés de Villaseca y Doña Teresa Gutiérrez de Toramo, cuya nobleza declaró la real chancillería de Valladolid en 22 de agosto de 1628: nació en Arsisola pequeño lugar de la diócesis de Toledo, y aunque no se sabe determinadamente el año que vino á las Indias; pero consta que el de 1540 ya era muy rico y muy conocido en la América, donde había casado con Doña Francisca Morón, hija única de padres muy poderosos. Era hombre rígido y severo, de muy pocas palabras, pero sobre que se podía contar seguramente. Su grande liberalidad para con los pobres y obras de insigne piedad, se ocultaban á la sombra de un semblante austero, ó porque no esperaba la recompensa sino del cielo, ó porque su genio esquivo le hacía tomar por adulaciones aun las muestras de un sincero agradecimiento. Sus resoluciones eran todas hijas de una madura atención.
Habiendo sido de los primeros que pretendieron la venida de los jesuitas á la América, estuvo después cuatro años para declararse por fundador del primer colegio, observando cuidadosamente la conducta de los sujetos, siempre socorriéndolos; pero manteniéndolos siempre en una suspensión que cuasi llegó á desconfianza. Lo que dio á este colegio pasó de ciento y cuarenta mil pesos, extendiendo al mismo tiempo sus liberalidades á cuantas casas religiosas y obras de piedad se hicieron por entonces en México. A pesar de su circunspección y silencio, se publicó bastantemente después de su muerte su caridad en opulentísimas limosnas, que constaron de sus papeles.
Entre ellos se hallaron cartas del gran maestre del orden de S. Juan de Jerusalén, conocida hoy por los Caballeros de Malta, en que aquel gran príncipe le daba las gracias por una de más de sesenta mil pesos con que socorrió aquel cuerpo ilustre en la triste situación en que se hallaba, después del largo sitio que aquella isla había tenido que sufrir de los Otomanos el año de 1565. Otras del santo Pontífice Pío V por ciento y cincuenta mil pesos que había remitido á S.S. para el culto de los sagrados Apóstoles S. Pedro y S. Pablo en su templo Vaticano y sustento de los pobres de Roma. En diversas ocasiones se hallaron dados para redención de cautivos diez mil y más pesos, más de cuarenta mil para los santos lugares de Jerusalén, y cuasi otros tantos para la parroquia y pobres de su patria Arsisola.
En lo que dejamos escrito en el párrafo antecedente, se ve que en solos los dias últimos de su vida, dio á los pobres treinta y nueve mil pesos, ¿quién, pues, podrá decir cuántas fueron sus limosnas en todo lo restante, y singularmente en las epidemias, que en su tiempo cuasi asolaron la ciudad? Tal fue el fundador del colegio máximo de S. Pedro y S. Pablo, al pie de cuya estatua pudo ponerse aquel glorioso epígrafe: Stabilit a sunt bona Üius in domino, et eleeymosinas üiu s narrabit omnis ecclesia. Descansaron sus huesos en la antigua Iglesia de Xacalteopam, hasta que se concluyó la fábrica del nuevo templo por los años de 1603, de que hablaremos á su tiempo.
Fuente:
Alegre, Francisco Xavier. Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España. Tomo I. Imprenta de José M. Lara. México, 1842. pp. 175-177
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