Me acuerdo haberlos visto hace mucho en el mero desierto, en donde comienza el desierto del Sahara, eran unos almacenes de granos romanos construidos hace, fácilmente, dos mil años, esto fue porque tuve la oportunidad de pasar una temporada en Túnez, en el norte de África, tal vez un día te cuente algo al respecto y del arcón de los recuerdos saque algunas fotos interesantísimas que tomé por allá. Cuando vi esos graneros entendí perfectamente lo que eran, pues el Bable, el rancho, tenía una troje en el lado nororiente del casco, por lo tanto me fue fácil entender su función.
Los trojes tienen su origen en la antigüedad más remota, a España llegaron por un lado con los romanos y luego una adaptación de la idea con los árabes, almacén, almazara, todas esas palabras nos refieren a la influencia árabe en España, leo en la Wikipedia: “Los Trojes (o Atrojes, en la comarca de la Alpujarra, en Andalucía), son compartimentos construidos en piedra o ladrillo, con el suelo impermeable, que forman parte de la almazara. Se denominan también, Troj o Algorín”.
Y sucede que cuando la palabra Troje se vuelve femenina, LA TROJE, es entonces a donde queremos llegar, a eso que existe por todos lados del prodigioso campo guanajuatense, los enormes almacenes donde se guardaban los cereales. Si consideramos que la gran mayoría de los inmigrantes españoles que llegaron a “hacer la América” venían de Castilla y Extremadura, entenderemos mejor la razón de su proliferación en la Nueva España.
Consultamos una vez más Wikipedia: “En algunas zonas de Castilla y Extremadura, se usa este nombre (en femenino, la troje), para designar compartimentos similares, realizados con tabiques de ladrillo, que se usaban como graneros domésticos en las casas de los labradores. En ellos se almacenaba en sacos, o a granel, cereales, legumbres, frutos secos y otros productos agrícolas. Normalmente se ubicaban en los doblados, o plantas altas de las viviendas, para preservarlos de la humedad del suelo, y procurarles buena ventilación, a través de ventanas a la calle. En ocasiones tenían, además, accesos directos a los patios y corrales de las casas”.
Enterados de todo esto, sigamos descubriendo lo que hay en la enorme Troje de la ex Hacienda de El Copal, la Troje más grande que he visto hasta ahora, por cierto. Como lo puedes ver en la primera fotografía, domina el paisaje, fueron siete cuerpos, gigantescos todos ellos, los que conformaron la Troje del Copal.
Caminando por allí vemos aun parte del trabajo de las bóvedas, en uno de los ángulos queda la parte más conservada, en el opuesto vemos el derrumbe ocasionado por las recientes lluvias y algo que me llamó la atención son las cruces encima de las ventanas, eso lo he visto, no en persona, en unas fotografías de la Hacienda Regina en Ocampo al norte del estado de Guanajuato, algún significado profundo seguramente tendrán.
Algo que también es de llamar la atención es la escalinata que aun se conserva en lo que fue un segundo nivel dentro de una parte de la Troje y que va a dar a la ventana, tal vez por allí era que entraban a dejar los sacos con algunos cereales, como, me lo comentó un buen amigo, Bob, que en la colonia hubo unos silos por los que la entrada era por arriba. Este que no es un silo, pero igual es un almacén tuvo, en buena medida la misma función. Es lo que creo.
Pues con esto terminamos la visita a la ex Hacienda de El Copal, solo que no puedo evitar la tristeza que me causa ver como, luego del triunfo de la Revolución y la creación del Ejido y demás, los terrenos fueron repartidos hasta “sus últimas consecuencias”, mejor dicho, hasta el último centímetro y muchas de las casas recientemente construidas están adosadas a las magníficas paredes de esta y en casi todas las Haciendas, pero bueno, estamos en México ¿o me equivoco?
Ayer que paseábamos por la ex Hacienda El Copal en Irapuato, Guanajuato, te contaba de algo que le dicen “El Huerto” pero que yo no creo sea tal, sino más bien que fue en su momento una caja de agua. Todo esto nos llevaa hacer una profunda reflexión en torno a algo que estamos viendo y lamentando cada vez más: la falta de agua.
Había una vez....así como en los cuentos, un país encantado que todo lo tenía, incluso la abundancia de agua, ese país era…, en efecto, era México. Si nos situamos en las realidades que los nombres de los lugares nos ofrecen y que solo los entendemos como nombres pero no vemos el trasfondo de la palabra, estamos equivocados. En este parámetro analicemos la palabra Bajío. Esto significa que es una tierra baja, lo que en inglés creo le dicen lowlands, lo cual no es precisamente lo que sucede en el Mar Muerto o en los Países Bajos, que están unos metros debajo del nivel del mar. El Bajío guanajuatense está debajo del nivel del Valle de Aháhuac o Valle de México o Meseta Central y, además está rodeado por la Sierra Madre de un lado y del otro, en consecuencia estas tierras hace millones de años estaban llenas de agua.
Por si no has estado en Guanajuato, lo que ves al fondo a la derecha es el cerro del Culiacán con su cono perfecto. Abajo a la izquierda se alcanza a ver toda la ex Hacienda de El Copal.
Sin irnos tan lejos, pues a mi en lo personal el capítulo prehistórico dentro del libro de la historia es el que nunca me ha interesado y nos situamos tan solo a diez siglos de distancia nos ubicamos en el mítico Aztlán, lugar del cual ya te había comentado con la teoría de que el cerro de Culiacán fue en cierta medida el Chicomostoc y parte importante de la leyenda de la señal del “águila parada sobre un nopal y devorando una serpiente”, eso lo comprobamos cada vez que paseamos por los muchos municipios desde donde se mira el Culiacán y vemos docenas de garzas en su hábitat.
Cuando nos adentramos en los treinta y cuarenta del siglo XVI vemos que uno de los impedimentos que había, en lo que actualmente son las ciudades del Bajío, eran las inundaciones y más que eso, la abundancia de agua, los ojos de agua que surgían por todos lados. Luego ya cuando fueron construidos los caminos reales, notamos que los puentes eran indispensabilísimos pues había ocasiones que tenían que espera sus cuatro meses para que las aguas bajaran, eso entre Apaseo y Celaya, por ejemplo.
Así pues, ante este panorama nos damos cuenta de que si algo había en el Bajío era agua, solo que, el crecimiento de las zonas mineras de Santa Fe de Guanajuato y Santa Brígida en el legendario San Juan del Palmar (actual San Luís de la Paz), entre otros, requerían de toneladas de leña para que los metales pudieran ser fundidos y eso, con el tiempo a lo que llevó fue a la deforestación, por ende a la erosión e incluyó al Bajío en la zona del semi desierto.
Así que ya para mediados del siglo XIX, lo que antes abundaba, ahora se hacía escaso y los ricos hacendados adoptaron un sistema que ya se había implementado en las ciudades con las “cajas de agua” solo que en ellas no fueron esas enormes piscinas, sino primorosas esculturas, recordemos el caso de las caja de agua de Querétaro y San Luís Potosí; en cambio en las haciendas, en el campo, se crearon enormes albercas, piscinas, que no eran otra cosa más que contenedores de agua y que por su forma se les denominó cajas.
Si habían cajas, debían haber canales, acequias, distribuidores, ventosas y, en el mejor de los casos, acueductos que llevaran el agua hasta su lugar de destino: irrigar los campos y seguir favoreciendo a la pródiga tierra abajeña y sus muchos frutos.
Esta es la explicación que encuentro a lo que vi en la ex Hacienda de El Copal recientemente. También lo vi hace algunos meses en la ex Hacienda de San José del Carmen y en la ex Hacienda de Jaral de Berrio. Ahora sigamos disfrutando de la belleza de la ex Hacienda de El Copal en el municipio de Irapuato, en el estado de Guanajuato. Creo que las fotos son más que explícitas, de lo contrario, deja tus comentarios, toda aportación que puedas dar al tema de las Cajas de Agua será muy valioso para entenderlo mejor.
En los diez y siete años que viví originalmente en Salamanca, (antes de irme a rodar por el país y parte del mundo), fueron infinidad de veces las que pasé por un lado de la Hacienda El Copal, siempre la vi, en ocasiones me llamó la atención, incluso la confundía con Jiripitío y los ubicaba como una sola comunidad, siendo que una separa a la otra varios kilómetros; nunca tuve el detalle de pararme y ver lo que allí hay, fue hasta ahora, pasados varios lustros que llegué allí y quedé maravillado.
Maravillado porque es uno de los primeros monumentos, porque las Haciendas de Guanajuato son verdaderos monumentos; que veo está totalmente recuperado y dignificado. Se asienta ahí en la actualidad el Instituto de Ciencias Agrícolas (ICA) de la Universidad de Guanajuato. Algo que es en verdad sorprendente es el magnífico cortijo que tienen preservado en muy buen estado, lo usan como jardín de cactáceas.
Por si acaso no lo sabes, los cortijos son espacios de media barda, redondos en donde se adiestraban, amansaban y educaban los caballos. En el de El Copal vemos que al centro hay una enorme columna, quiero pensar que era allí a donde se ataban los caballos para la doma.
La otra cosa sorprendente que vi es el llamado huerto, el cual, supongo que en su tiempo fue una “caja de agua” pues de haber sido huerto no dejaron vivo ni un solo árbol, en cambio, si pensamos que fue caja de agua, esto lo cercioramos al salir y ver en la calle algo que era como una “ventosa” o distribuidor de agua por canal. Siempre le agradeceré a Bob, un irapuatense por adopción que me haya enseñado el tema.
La historia de esta Hacienda se va hasta finales del siglo XVI cuando el Virrey era don Álvaro Manrique de Zúñiga, marqués de Villa Manríquez, pues “el 13 de mayo de 1588 por medio de una merced real le dio una cuarta parte de sitio de ganado mayor a Alonso de Santiago, el que se la vendió a Diego de Juárez de Alejandría y al morir este, estas tierras de El Copal pasaron por herencia a su esposa Juana de Acosta…”
La historia de la Hacienda El Copal es casi la misma, una infinita compraventa de terrenos, con la enorme diferencia que aquí no intervienen ambiciones de comprar enormes terrenos que se vuelven gigantescos latifundios como fue el caso en las cercanías, en lo que fueran las propiedades de Pérez de Bocanegra hacia el oriente y de Villaseñor y Orozco hacia el poniente.
Otra característica que observamos en su inicio es que no se da una estancia de ganado mayor que luego se anexa a otra y otra y crea el latifundio, sino que nace de apenas una cuarta parte de un estancia, lo que significan 439 hectáreas en las medidas actuales.
Dentro de las compraventas llega a ser propiedad de José López, aquí supongo algo. Muy cerca de El Copal hay un rancho en la actualidad, el cual, fue, en su momento Hacienda, llamado Lo de López, y me atrevo a pensar que formaba parte de los terrenos propiedad de este personaje, que, por cierto, al morir deja en herencia la Hacienda de El Copal a su viuda doña Inés de Oropeza.
“El 20 de abril de 1719 Inés de Oropeza le compró a Margarita de las Nieves Juárez, dos caballerías de tierra…” como nos damos cuenta, el crecimiento de este lugar fue mesurado y sin las ambiciones que hemos visto en otras Haciendas del Estado de Guanajuato.
El resto del siglo XVIII corre con cierta tranquilidad, siempre en la compra y venta de terrenos, vemos que de pronto aparece el consabido personaje que ha hecho fortuna, por ende, ostenta un largísimo nombre: Antonio Pérez de Andujar Gálvez Crespo y Gómez, era ya 1794 cuando este caballero se apropia la Hacienda que compró a excelente precio al Obispado de Michoacán, el cual la había obtenido “a consecuencia de una hipoteca clerical”.
Comenzado el movimiento Insurgente, esta hacienda, al igual que todas las de Guanajuato y, prácticamente, de todo el país entró en quiebra y fue semi abandonada, “en 1814 fue casi totalmente destruida por un ataque de los Insurgentes y casi se despobló”. Para luego tomar auge nuevamente hasta llegar en el Porfiriato a contar con la nada despreciable suma de 14,596 hectáreas.
Llegar a la ex Hacienda de El Copal es muy fácil, si tomas la carretera 45, por el libramiento que evita entrar a Irapuato y sigues rumbo a León, apenas unos cinco kilómetros delante de donde veas el CRIT, está la desviación, hacia la derecha para entrar a El Copal, no entres por donde está la señal que dice Instituto de Ciencias Agrícolas, pues ese te llevará a la escuela nueva, métete al rancho de El Copal y llegarás a la Hacienda. Si pides permiso en las oficinas del Instituto será mejor para que la conozcas por dentro.
Y si decides venir a Guanajuato para el Bicentenario, pocos kilómetros más adelante verás el recinto ferial de Expo Bicentenario, de eso luego hablaremos.
El texto entrecomillado en cursiva lo he tomado del libro: Añoranzas. Historia de Irapuato. Silvano Rivera Uribe. Escuela Preparatoria de Irapuato. Guanajuato, 2002.
Si quieres ver la ex Hacienda El Copal desde el aire, entra aquí: