Al estudiar el tema de las haciendas, siempre topamos con cierta terminología que es necesario entender bien para interpretar mejor los datos que diversos autores nos dan. También ocurre que las palabras que de pronto nos son familiares, tienen un origen que regularmente es interesante, de eso trata lo que encontré en una de las mejores plumas que han investigado al respecto:
La gracia o merced de tierra tuvo por origen el mismo propósito de recompensar con largueza a los particulares que habían hecho posible la obra portentosa del descubrimiento y conquista organizando a sus propias costas la mayoría de las empresas descubridoras. En las mercedes de tierra para cultivo se distinguieron dos tipos: peonías y caballerías. Las primeras se concedían a quienes habían combatido a pie, y las segundas a quienes lo habían hecho a caballo; estas últimas eran cinco veces más grandes que las peonías. Sin embargo, en la Nueva España se repartieron muy pocas peonías, pues los soldados y colonos alegaron siempre su condición de hidalgos y caballeros. De ahí que solo los indios que trabajaban en las haciendas y ranchos a cambio de un salario recibieran el significativo nombre de peones.
Todos los soldados que participaron en la conquista tenían derecho a recibir cada uno dos caballerías de tierra para cultivo, cualesquiera que fueran sus ocupaciones. Más tarde quienes exigieron esa recompensa fueron sus descendientes y finalmente las mercedes se repartieron a manos llenas, tanto para premiar servicios de soldados, funcionarios y colonos, como para estimular el desarrollo de la agricultura. Generalmente el título de merced incluía la disposición de que la tierra concedida no podía venderse sino hasta pasados cuatro años; la obligación de “romper y cultivar” la tierra, la prohibición de enajenarla a “iglesia, ni monasterio, ni hospital, ni persona eclesiástica”; y la cláusula de que la merced no sería válida si se hacía en perjuicio de las tierras de los indios.
Durante el siglo XVI y la primera mitad del XVII la merced fue el medio más extendido para contener la propiedad privada de la tierra y su concesión fue un atributo de los virreyes, por delegación del monarca quien solo en ocasiones especiales las expedía directamente o las confirmaba. (1)
[…]
Silvio Zavala ha demostrado que la encomienda no daba derechos sobre la tierra. Todos los terrenos que poseyeron los encomenderos tuvieron como origen las mercedes otorgadas por los virreyes, las compras más o menos ilegales a los indios, o las composiciones con su majestad. Esto es, títulos diferentes a la encomienda propiamente dicha. Sin embargo, es un hecho que numerosos encomenderos lograron apoderarse de tierras en los lugares de su encomienda y que sobre ellas establecieron sus haciendas, empresas y granjerías.
Hacia 1560 había en la Nueva España unos 480 encomenderos que percibían al año por concepto de tributo el equivalente de 337 734 pesos. A esta suma enorme para la época debe agregarse la fuerza de trabajo gratuito que proporcionaban los cientos de miles de indios encomendados. Con esos recursos y un buen sentido para combinarlos, los encomenderos ganaron el título de haber creado las primeras explotaciones agrícolas y ganaderas de la Nueva España. Con razón decía en 1544 el fiscal de la Audiencia que los mejores campos de cultivo, estancias ganaderas, ingenios azucareros y otras empresas “están en poder de ricos y de hombres que tienen indios encomendados porque con ellos se principiaron y sustentan, y sin ellos no se pueden sustentar”. (2)
1.- Florescano, Enrique. Origen y desarrollo de los problemas agrarios de México, 1800-1821. Lecturas Mexicanas, segunda serie, No. 34. FCE, México, 1986, p. 29
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