En 1992 vivimos un V Centenario espectacular, lo digo por mi propia experiencia ya que desde un año antes me hice la idea (y comencé la alcancía) de visitar Sevilla y su Exposición Universal, la experiencia fue una de las mejores de mi vida. Vendría luego el 31 de diciembre de 1999 y su magno evento de cambio de siglo y de milenio, cosa que no disfruté cabalmente por complicaciones laborales. Para 2010 pensé vivir un extraordinario festejo del Bicentenario y no fue así pues la conmemoración no fue de la dimensión que esperaba, como quiera dejé mi contribución con el blog Cabezas de Águila y recorrí la Ruta de Hidalgo hasta donde me fue posible.
Ahora, febrero de 2019 estamos por recordar el V Centenario de la llegada de los europeos a México (que entonces no tenía ese nombre). Sé que habrá mucha gente en contra de la conmemoración por seguir en el absurdo de que fue una invasión pero, si tu sí conoces la historia como fue (y la entiendes) el que se conmemore el evento nada nos quita en nuestro nacionalismo, por el contrario, nos hace entender la razón de cada uno de los eventos.
Creo hay dos obras (libros) fundamentales para recrear los eventos, la más importante, sin lugar a dudas, es la colosal Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, la otra las Cartas de Relación de Hernán Cortés. De la primera, la de Bernal, comparto el primer capítulo para irnos adecuando y sincronizando con eso que es el V Centenario que tenemos ya a la puerta:
En el año de mil y quinientos y catorce salí de Castilla en compañía del Gobernador Pedro Arias de Ávila, que en aquella sazón le dieron la Gobernación de Tierra Firme: y viniendo por la mar con buen tiempo, y otras veces con contrario, llegamos al Nombre de Dios: y en aquel tiempo hubo pestilencia, de que se nos murieron muchos soldados; y demás de esto todos los mas adolecimos, y se nos hacían unas malas llagas en las piernas: y también en aquel tiempo tuvo diferencias el mismo Gobernador con un hidalgo que en aquella sazón estaba por Capitán, y había conquistado aquella Provincia, que se decía Vasco Núñez de Balboa, hombre rico, con quien Pedro Arias de Ávila casó en aquel tiempo una su hija doncella con el mismo Balboa: y después que la hubo desposado, según pareció, y sobre sospechas que tuvo que el yerno se le quería alzar con copia de soldados por la mar del Sur, por sentencia le mandó degollar. Y desque vimos lo que dicho tengo, y otras revueltas entre Capitanes y soldados, y alcanzamos á saber que era nuevamente ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por Gobernador un hidalgo, que se decía Diego Velázquez, natural de Cuellar; acordamos ciertos hidalgos, y soldados, personas de calidad de los que habíamos venido con el Pedro Arias de Ávila, de demandarle licencia para nos ir á la isla de Cuba, y él nos la dio de buena voluntad; porque no tenía necesidad de tantos soldados como los que truxo de Castilla para hacer guerra, porque no había que conquistar, que todo estaba de paz; porque el Vasco Núñez de Balboa yerno del Pedro Arias de Ávila había conquistado, y la tierra de suyo es muy corta, y de poca gente.
Y desque tuvimos la licencia, nos embarcamos en buen navío; y con buen tiempo llegamos á la isla de Cuba, y fuimos á besar las manos al Gobernador della, y nos mostró mucho amor, y prometió que nos daría Indios de los primeros que vacasen: y como se habían pasado ya tres años, ansí en lo que estuvimos en Tierra Firme, como lo que estuvimos en la isla de Cuba aguardando á que nos depositase algunos Indios como nos había prometido, y no habíamos hecho cosa ninguna que de contar sea, acordamos de nos juntar ciento y diez compañeros de los que habíamos venido de Tierra Firme, y de otros que en la Isla de Cuba no tenían Indios: y concertamos con un hidalgo, que se decía Francisco Hernández de Córdoba, que era hombre rico, y tenía pueblos de Indios en aquella isla, para que fuese nuestro Capitán, y á nuestra ventura buscar y descubrir tierras nuevas, para en ellas emplear nuestras personas; y compramos tres navíos, los dos de buen porte, y el otro era un barco que hubimos del mismo Gobernador Diego Velázquez, fiado, con condición, que primero que nos le diese nos habíamos de obligar todos los soldados que con aquellos tres navíos habíamos de ir á unas isletas que están entre la isla de Cuba, y Honduras, que ahora se llaman las islas de los Guanajes, y que habíamos de ir de guerra, y cargar los navíos de Indios de aquellas islas para pagar con ellos el barco, para servirse dellos por esclavos. Y desque vimos los soldados que aquello que pedía el Diego Velázquez no era justo, le respondimos, que lo que decía no lo mandaba Dios, ni el Rey; que hiciésemos á los libres esclavos. Y desque vio nuestro intento, dixo, que era bueno el propósito que llevábamos en querer descubrir tierras nuevas., mejor que no el suyo: y entonces nos ayudó con cosas de bastimento; para nuestro viaje.
Y desque nos vimos con tres navíos, y matalotaje de pan cazabe, que se hace de unas raíces que llaman yucas, y compramos puercos, que nos costaban en aquel tiempo á tres pesos, porque en aquella sazón no había en la isla de Cuba vacas, ni carneros, y con otros pobres mantenimientos, y con rescate de unas cuentas, que entre todos los soldados compramos, y buscamos tres pilotos, que el mas principal dellos, y el que regía nuestra armada se llamaba Antón de Alaminos, natural de Palos, y el otro piloto se decía Camacho de Triana, y el otro Juan Alvarez el Manquillo de Huelva; y asimismo recogimos los marineros que hubimos menester, y el mejor aparejo que pudimos de cables, y maromas, y anclas, y pipas de agua, y todas otras cosas convenientes para seguir nuestro viaje, y todo esto á nuestra costa y minsión. Y después que nos hubimos juntado los soldados, que fueron ciento y diez, nos fuimos á un puerto, que se dice en la lengua de Cuba, Ajaruco, y es en la banda del Norte, y estaba ocho leguas de una villa que entonces tenían poblada, que se decía San Cristóbal, que desde dos años la pasaron adonde agora está poblada la dicha Habana. Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de llevar un Clérigo, que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que se decía Alonso González, que con buenas palabras y prometimientos que le hicimos se fué con nosotros; y demás desto elegimos por Veedor en nombre de su Majestad á un soldado que se decía Bernardino Iñiguez, natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios fuese servido que topásemos tierras que tuviesen oro, ó perlas, ó plata, hubiese persona suficiente que guardase el Real quinto. Y después de todo esto concertado, y oído Misa, encomendándonos á Dios nuestro Señor, y á la Virgen Santa María su bendita Madre nuestra Señora, comenzamos nuestro viaje de la manera que adelante diré.
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