Hace poco veíamos en este Bable que fue aquí, en Salamanca, donde se libró una batalla el 10 de marzo de 1858, el encuentro marcaría el inicio de la Guerra de la Reforma, duraría 3 años, de ahí que también se le conozca como la Guerra de los Tres Años, para 1861 había terminado, vendrían luego la proclamación de las Leyes de Reforma y la Batalla de Puebla (la del 5 de Mayo) y luego la Segunda Intervención Francesa, de 1862 a 1867, Juárez reinstauraría la República, en 1872 muere. Poco tiempo después, el 10 de enero de 1876, es proclamado el Plan de Tuxtepec, por Porfirio Díaz, en contra de Sebastián Lerdo de Tejada, meses más tarde José María Iglesias se declara en contra de Porfirio Díaz y su proclamación, ese evento ocurrió precisamente aquí, en Salamanca, el 26 de octubre. Este capítulo de la historia mexicana marcará el inicio de lo que conocemos como el Porfiriato. Dicho de otro modo, la Reforma comenzó en Salamanca, igual que el Porfiriato, eso lo debemos recodar. La imagen de arriba corresponde la Penitenciaría Estatal, que ocupaba el claustro mayor del convento agustino. En la siguiente vemos al personal de la misma penitenciaría al comenzar el siglo XX, el retrato que aparece en la pared es el del Gral. Echegaray.
Antes de salir de México lo único que había escrito era mi protesta, para que no sufriera demora su publicación. Durante mi permanencia en Toluca escribí el programa de Gobierno, publicado luego en Salamanca en unión del otro documento.
Al caer la tarde del domingo 15 de Octubre, salí ocultamente de Toluca en la carretela del Sr. González, acompañado de sus dos hijos. En la hacienda de Buenavista, situada á una legua de la ciudad, me reuní con el General Berriozábal, que había vuelto á salir de México, resuelto á permanecer á mi lado durante el serio conflicto en que Íbamos á entrar. El 16 nos trasladamos á la hacienda del Salitre, propiedad del Sr. D. Ignacio Mañón y Valle, quien me dispensó una franca y generosa hospitalidad.
En el Salitre se nos reunió Guillermo Prieto con su hijo Francisco, salidos de México pocos días antes; con la firme resolución de seguir mi suerte, cualquiera que fuese.
También se me presentó en el Salitre D. Carlos Alvarez Rul, joven perteneciente á una de las familias más distinguidas de la capital, el cual llegaba con el ánimo de acompañarme á todas partes.
Convenidos en dirigirnos al Estado de Guanajuato, había que evitar tres géneros distintos de peligros: el de las fuerza s del Gobierno; el de las fuerzas pronunciadas; el de las partidas de ladrones. Éramos cinco amigos con seis ú ocho mozos armados. Obrando según las circunstancias, unas veces caminábamos juntos, otras separados; unas prefiriendo el camino real, otras veredas y vericuetos extraviados.
Después de una peregrinación de ocho días, en la que no faltaron incidentes de toda clase, al atravesar los Estados de México, Michoacán y Guanajuato, llegamos el 22 de Octubre, á las doce de la noche al Molino de Sarabia. Aunque al principio habíamos pensado detenernos en Celaya, no nos lo permitió la presencia allí de una fuerza federal.
El Molino de Sarabia, propiedad del Sr. D. Justo L. Carresse, quien ningún conocimiento tenía de nuestra invasión en sus dominios, estaba administrado por D. José M. López, uno de esos hombres del campo sobre los que no han extendido aún su imperio los vicios de la civilización.
Franco, honrado, valiente, servicial, nos trató con cuantas consideraciones le sugirió su buen carácter, sin segundas miras de ninguna especie. No habiendo tiempo que perder, al día siguiente de nuestra llegada, en la mañana del 23 salieron de Sarabia para la ciudad de Guanajuato, los Sres. Berriozábal y Alvarez Rul en carruaje particular, y con las precauciones propias de una misión reservada. Era necesario entenderse sin demora con el General Antillón, para saber de una manera definitiva á qué atenerse, sobre la cooperación del floreciente Estado que gobernaba.
Los viajeros llegaron á Guanajuato en la madrugada del 24. Tuvieron sus dificultades para penetrar en la ciudad, por lo intempestivo de la hora en que se presentaban. Franqueado el paso, Berriozábal habló detenidamente con Antillón, le encontró dispuesto á formalizar su compromiso, y llevó instrucciones para que de Sarabia nos trasladásemos á la Penitenciaría de Salamanca, donde iría á conferenciar conmigo el Gobernador guanajuatense.
Efectivamente, en la tarde del 25 pasamos á Salamanca, donde no entramos sino ya de noche, para seguir guardando nuestro incógnito. En la Penitenciaría nos recibió el General D. Miguel Ma. Echeagaray, director del establecimiento, al que llevaba años de estar dedicado con una eficacia y una habilidad tan notables, que podía presentarlo como un modelo de los de su género.
En la misma noche de nuestra llegada conferencié largamente con el General Antillón. Impuesto del manifiesto que tenía preparado y de mi programa de Gobierno, aprobó el contenido de ambos documentos. La cooperación del Estado de Guanajuato quedó asegurada, sin que pudieran presentarse dificultades para hacerla efectiva, por estar ya de antemano de acuerdo el General Antillón con la Legislatura del Estado, así como con varios de sus principales funcionarios y vecinos.
No obstante el arregle en que se convino, no era llegada aún la hora de llevarlo á cabo. El requisito previo era necesariamente la expedición en México del decreto en que se declarara la reelección. Mientras esto no sucediera, no había cuerpo de delito, no era posible declararse contra un atentado no consumado todavía. Tan poderosa era esta consideración, que si por fortuna el decreto no hubiera llegado á promulgarse, nada de lo que pasó después habría pasado, evitándose al país las convulsiones de una tremenda lucha.
En México se continuaba en el mismo estado de quietismo. El plan bien marcado del Gobierno, era seguir ganando tiempo para sus preparativos.
Como la administración del Sr. Lerdo era incuestionablemente legal hasta el 30 de Noviembre, mientras no sobreviniese un golpe de Estado, sus partidarios tenían aún bastante tiempo disponible para sus combinaciones. Desgraciadamente era indudable, que antes del vencimiento del plazo fatal se consumaría el atentado; pero faltaba todavía algo más de un mes para el fin de Noviembre, y no se sabía cuántos días más se tardaría en expedirse el decreto pendiente.
A consecuencia de esta inseguridad, se adoptó el único partido posible: seguir esperando. El General Antillón quiso aprovechar el respiro que se le daba, para terminar sus arreglos. El 26 pasó a Celaya, de donde quedó de comunicarme lo que ocurriera de importancia. Nosotros permanecimos en la Penitenciaría de Salamanca, siempre ocultos, sin salir á la calle, bien atendidos por el general Echeagaray y por su apreciable señora, únicos sabedores de nuestro secreto en toda la población. (1)
Fuente:
Iglesias, José María. La cuestión presidencial en 1870. Tip. Literaria. México, 1892. pp. 55.59
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