De lo mucho que hemos visto en este espacio sobre las Haciendas, hasta donde recuerdo el tema de las azucareras, es decir, los Ingenios, no los habíamos considerado, si bien compartí un texto sobre una de esta especialidad en Morelos, pero relacionado a una migración italiana que allí vivió, bueno, trató de vivir. Otro más fue enfocado a los acueductos, que mucho tienen que ver con la producción azucarera y uno más, también en Morelos, cuando tuve la oportunidad de visitar una en Cuautla, de Coahuixtla, de monumentales dimensiones.
Esta vez, en estos “ácidos” tiempos de desentendimiento en torno a lo que, como lo cantó José José, “ya lo pasado, pasado…”, enfocamos el Ingenio azucarero (las Haciendas Azucareras) al ingenio de sus inversionistas para hacer un negocio enorme en torno a este producto, el endulzante natural por excelencia y veremos cómo, el abanico del tiempo se abre desde que Hernán Cortés comienza con los plantíos, los cañaverales, hasta que un norteamericano, avecindado en México y quizá nacionalizado, William O. Jenkins, amasa una enorme fortuna en base a la siembra de caña y producción de azúcar.
No está de más recordar, dado que siempre hago comparaciones con lo ocurrido en el Bajío, que al comenzar el siglo XX y durante varias décadas, los cañaverales fueron siembras abundantes en los municipios de Santa Cruz, Villagrán, Cortazar y Jaral del Progreso en Guanajuato. Dicho esto, entremos en el tema apoyándonos en el texto de Ramón Rivera Espinoza, et alt.
“El desarrollo histórico del valle de Matamoros se remonta a tiempos prehispánicos puesto que los naturales fueron los primeros residentes y principales propietarios de las tierras y aguas de la región. Ellos organizaron su economía y su sociedad según un sistema comunal. Más tarde, en el siglo XVI, cuando Hernán Cortés sembró caña de azúcar en las inmediaciones de la hacienda San Juan Bautista Raboso, dio inicio la industria azucarera del futuro Estado de Puebla. Junto con el Conquistador, arribaron al área otros hispanos conquistadores, colonizadores y misioneros. A los nativos se les explotó mediante el sistema de encomiendas, primero, y por medio de la hacienda, después. (Ronfeltd,1975:19). En octubre de 1520 los invasores españoles al mando de Hernán Cortés aniquilaron a los defensores itzocanos, capitaneados por el valiente guerrero Nahuaiácatl. Tiempo después, en 1528 el emperador Carlos V otorgó a Pedro de Alvarado la encomienda de Izúcar.
Con la llegada de los españoles se alteró el equilibrio ecológico en la región de Izúcar, pues se introdujeron la caña de azúcar y el arroz, los cítricos, el ganado vacuno, equino y caprino. Proliferaron las haciendas cañeras y los acueductos, además, a mediados del siglo XVI se inició la disputa por la propiedad de la tierra y el agua entre los hacendados españoles y las “repúblicas de indios” de la región. El cultivo del arroz, por su parte, permitió el desarrollo del mosquito Anopheles, transmisor del paludismo, que se combatió constantemente fumigando con DDT, sólo hasta que se dejó de cultivar arroz en plantíos inundados, se controló esta terrible fiebre palúdica.
Una vez realizada la Conquista de México, los conquistadores pasaron a ser colonos; rehabilitaron y continuaron usando estos sistemas hidráulicos, los que complementaron la edificación de haciendas y acueductos europeos, al mismo tiempo que introdujeron nuevos cultivos como el trigo, el arroz y la caña de azúcar; esta última Hernán Cortés la sembró en la región veracruzana de Los Tuxtlas, primero, en Tlaltenango, Morelos, después y, más tarde en Tepeojuma, Puebla. Hernán Cortés destaca dos cosas notables de Itzocan: su centenar de templos (teocalli) y su sistema de acequias, que aún subsiste. Mandó arrasar los teocalli y edificar en su lugar templos católicos, para combatir la idolatría.
Dado que la caña es un cultivo tropical, en la región de Izúcar hallaron los españoles las condiciones propicias para su cultivo, desarrollo, cosecha e industrialización. De tal modo que muy pronto, en el fértil valle izucarense proliferaron las haciendas cañeras, sustituyendo la caña al nativo algodón; los bosques fueron talados para sembrar la dulce gramínea y los árboles se quemaron en el proceso extractivo del azúcar; las acequias prehispánicas irrigaron los cañaverales; cada hacendado construyó su propio acueducto para mover las ruedas hidráulicas de sus trapiches con agua proveniente de la cuenca del río Nexapa y sus afluentes y estableció así su propia zona de abasto cañera y su trapiche para moler caña. Los siglos XVIII, XIX y XX han sido los más prósperos en la región en cuanto a la producción de azúcar.
Desde el siglo XVI los usos del agua en la región izucarense estuvieron reglamentados por el gobierno virreinal, como consta en las ordenanzas de Juan González de Peñafiel, que datan de 1643, que disponían las dotaciones de agua para las haciendas cañeras, propiedad de españoles, las huertas y campos de indígenas, los pueblos y barrios. Para zanjar los problemas que surgieron en torno al uso y posesión del agua, en 1635 la Corona española envió a la región al fiscal González de Peñafiel a investigar los fuertes conflictos entre naturales e hispanos. Su sentencia estuvo encaminada a frenar las prácticas de los españoles en detrimento de las comunidades indias, consistentes en tomar más agua de la requerida y almacenarla en jagüeyes, para el cultivo de siembras y crianza de animales. Estableció los surcos de agua, medida antigua del líquido, que correspondería a cada propietario español y a cada comunidad indígena. Esta medida generó “usos y costumbres” entre la población y favoreció la privatización del agua. (Gómez Carpinteiro.2003:13-42).
A lo largo del siglo XIX, el valle de Matamoros se convirtió en una de las regiones productoras de azúcar más importantes de México. Numerosas haciendas cañeras se fundaron, a saber, San Nicolás Tolentino, Espíritu Santo Tatetla (La Galarza), San Juan Colón, San Félix Rijo, San Lucas Matlala, San José Teruel, San Juan Bautista Raboso, San Guillermo Jaltepec, La Magdalena Tepeojuma, Amatitlanes, San José Atencingo, San Cosme y San Damián, San Pedro Mártir Ballinas y San Andrés. Pocas han sido restauradas por sus nuevos propietarios, tal es el caso de La Galarza, propiedad de Bacardí y compañía; la de San José Teruel, la de Rijo y la de San José Atencingo que alberga el complejo agroindustrial del mismo nombre. De varias más sólo quedan en pie algunas edificaciones y de otras únicamente el recuerdo, la referencia oral o el topónimo.
Para procesar la caña dentro de su propiedad, casi todos los hacendados construyeron su propio trapiche. El más grande de todo el valle estaba en Atencingo. Estos rudimentarios ingenios, durante la dictadura porfiriana se modernizaron rápidamente ya que los hacendados introdujeron energía hidráulica, electricidad y nueva maquinaria. Como fuerza de trabajo, cada propietario contó con un grupo de peones, que en muchos casos estaban obligados a vivir y trabajar en la hacienda. De las antiguas haciendas azucareras quedan en pie los acueductos, los llamados "cascos de hacienda" en cuyo perímetro se edificaron "la casa grande "o de los patrones, la casa de máquinas, la capílla, el cárcamo, las bodegas de y otras construcciones, que son parte del patrimonio cultural tangible de la industria azucarera en Izúcar de Matamoros. El sistema de las acequias prehispánicas sigue intacto y en uso.
Durante el Virreinato Izúcar de Matamoros se distinguió por ser una importante región azucarera, de allí que para su estudio, las haciendas se agruparon en cinco zonas, según un criterio geográfico. En la tercera década del siglo XX, al término de la Revolución Mexicana, entre 1921 y 1938, las haciendas azucareras del valle de Izúcar pasaron a conformar el Sistema Atencingo, propiedad de William O. Jenkins. Zona 1. Agrupa las haciendas siguientes: La Magdalena Tepeojuma, San José Teruel y EL Espíritu Santo Tatetla. Zona 2. La conforman las haciendas de: San Juan Colón, San Félix Rijo, San Lucas Matlala y San Pedro Mártir Ballinas. Zona 3.- La integran las haciendas de: San José Atencingo, San Guillermo Jaltepec y la de San Cosme y San Damián. Zona 4.- Forman parte de ésta las haciendas de: San Nicolás Tolentino y San Juan Bautista Atotonilco Raboso. Zona 5.- Dentro de ésta se consideran las haciendas de: Amatitlanes y San Andrés. (1)
Al inicio de la Ley seca en los Estados Unidos, Jenkins asume el negocio azucarero y del alcohol. Para 1938 ya era dueño del Sistema Azucarero de Atencingo, habiendo adquirido todas las haciendas dedicadas a este ramo: Tepeojuma, San Nicolás de Tolentino, Matlala, San Juan Raboso, la Galarza, San Félix Rijo y otras más que sumaban once, obteniendo un completo dominio económico y político de la zona. Cosechaba más de cuatrocientas toneladas anuales de caña y su producción de alcohol era considerada fantástica y fuera del control de impuestos, al grado de ser detenido en una ocasión en la cárcel municipal, junto con quien más tarde sería patrono y su apoderado Manuel Cabañas Pavia en septiembre de 1934, siendo después absueltos y haciendo desaparecer todo registro de su detención. Un tal Gabriel Alarcón Chargoy, comerciante abarrotero de la calle 3 Norte y 8 Poniente, había declarado que los camiones cargados de alcohol eran suyos y no de Jenkins, además de comprobar el pago de impuestos (Wikipedia).
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