La segunda mitad del siglo XIX mexicano está lleno de episodios memorables para cada localidad, de héroes anónimos, de forajidos y asaltantes… recuerdo al Relumbrón que recrea Payno en Los bandidos de Río Frío, o a los Tilines de Nochistlán, a los que se ponían una hoja de roble en el sombrero por los rumbos de Villa del Carbón… ahora encontramos al Caimán, en Teocaltiche, Jalisco. Habrá que aclarar que la imagen de los personajes es meramente “decorativa” ellos no estuvieron relacionados con el Caimán, se trata de otros bandoleros por otros rumbos de México.
“Narra el ilustre historiador teocaltichense don Victoriano Salado Álvarez este pasaje importante en el pasado de Teocaltiche, vísperas de la invasión francesa: La gloria del pueblo “ciertamente” fue la del 20 de enero de 1862. Tanto había sufrido el pueblo con las entradas y salidas de pronunciados, que un día se encontró capaz para lanzarse en contra una gran partida de bandoleros.
Sucedió que don Manuel Doblado mandó formar guerrillas que resistieran a los franceses, cuya invasión se temía caso de invasión súbita y si llegaban a romperse las negociaciones de la Soledad. El encargado de este patriótico propósito fue lo fue un individuo cuyo nombre de pila era Romualdo N., pero que se le conocía por “El Caimán”.
Parecía este sujeto vigoroso y activo, pues en menos de tres meses formó y disciplinó dos batallones que contaba obra de dos mil hombres. Desde luego llamó la atención de que no fuera del lugar la mayor parte de aquel núcleo, sino que procedían de sitios desconocidos; pero el Caimán tranquilizó a los vecinos suspicaces diciéndoles que se trataba de gente fogueada que procedía de Guanajuato y de Michoacán. El 20 de enero de 1862 a prima noche, se supo que aquella muchedumbre caería sobre el pueblo y lo destrozaría, y fue necesario aprestar a la defensa.
La noche era hermosa aunque extremadamente fría. La iluminaba una luna que era, según allá se dice, como la mitad del día, y calladamente se hacían los aprestos fabricando “parque” las mujeres, y los hombres revisando sus fusiles y escogiendo las alturas que fueran más indicadas para atacar y defender. Una de las casas más altas y fuertes en la población era de mi abuelo materno, y allá fueron mi padre y mi abuelo paterno a estar listos para la defensa. Ese día se hablaron mis padres por primera vez… a las diez de la noche empezó el ataque, que los desalmados emprendieron desde el arroyo de la Mina (hoy el Caimán), provistos de escalas, teas de jarcia embreada, picas, acémilas que habían requisado para la supuesta defensa nacional.
Los vecinos se habían congregado desarrollando un excelente plan de campaña. Empezaron a apoderarse de la persona del Caimán, que se hospedaba con otros pícaros de su devoción en el mesón de “Nuestro Amo” (después Cine Plaza y posteriormente Disco Pikikos), y luego atacaron al resto de la gavilla –dice J. Aguirre que el mesón de Nuestro Amo estaba una compañía dramática cuya primera actriz era todo el encanto del Caimán, siendo el patio el lugar donde se levantó el foro, y tal motivo por el cual se pudo aprehender al bandolero con sus principales subalternos.
A las tres de la madrugada parecía que iban a vencer los bandoleros; habían conseguido llegar hasta la Plaza de Armas y avanzar hasta el mesón en que estaba su jefe; pero la alta de éste les sugirió a idea de una celada y se sintieron desanimados. Frente a la Casa Municipal cayeron dos capitanejos de blusa colorada, en el Santuario y en la Parroquia quedaron muertos muchísimos, y a las cuatro y media de la madrugada huía el grueso de la tropa en terrible desbandada, viendo que no podían saquear sino pobres casillas de indios que quedaban en los suburbios.
La caballería que estaba dispuesta alcanzó a muchos de los acobardados fugitivos mientras se reunía un jurado que presidió don Pablo Morán. Aquel tribunal de verdaderos hombres buenos, condenó a muerte a El Caimán y a sus amigos conforme a la ley contra saqueadores y plagiarios que estaba vigente. A las siete, previa la confesión de sus atentados ante el tribunal de los hombres, y de sus culpas ante un sacerdote, muy devoto, todos fueron ejecutados frente a la Casa del Ayuntamiento. –Aclara J. Aguirre que la ejecución fue en la Plaza de Alba, por donde pasa el Arroyo de la Mina, que entonces no estaba embovedado, y no en la plaza de Armas, es desde entonces que se le conoce como el Arroyo del Caimán. (Memorias de Salado Álvarez)
Fuente:
Contreras Sánchez, Samuel. Cronología histórica de Teocaltiche. Consejo de Cronistas de Tepatitlán. 2005. pp. 95.96
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