martes, 3 de julio de 2018

Los arrieros en Teocaltiche, siglos XVIII-XIX

   Sobre la arriería hemos dado cuenta hace poco en este Bable, esta vez retomamos el tema teniendo un caso bien específico que es en la zona de los Altos de Jalisco, justo en el pueblo de San Pedro Teocaltiche, como se llamó originalmente el lugar. Nos apoyamos en lo escrito por don Nicolás de Anda:

  En la presente nómina de arrieros, carretoneros y comerciantes, estoy consciente que no fueron los únicos, pero sí lo fueron las personas que aparecen en la misma por haber conocido por tradición oral la presencia de unos y por información testimonial respecto de otros.

  Los arrieros fueron tan importantes como los carretoneros, cubrían rutas hacia el norte, Nayarit, Sinaloa, Colima, sur de Jalisco, Michoacán, Guerrero, cañón de Juchipila, con la ciudad de México, con Puebla y Veracruz.

  Entre los que comerciaron hacia el norte del país, nos encontramos con los señores Fermín y J. Refugio Alvarado, llevando a la frontera sarapes y ajuares de mulas y otras artesanías, trayendo tintas y substancias químicas útiles para las tenerías tanto locales, como de Mexticacán y Nochistlán. Lo anterior nos lo comenta don Fernando Ramírez Herrera, en su fascículo Historia del sarape de Teocaltiche y que después de constantes viajes, hechos por los señores Alvarado a las regiones norteñas, Fermín terminó casándose en Satillo, Coah., estableciéndose en definitiva en esa ciudad, iniciándose la fabricación del sarape que le daría tanta fama a Saltillo, pero cuyo origen fue Teocaltiche, según la opinión general de los consultados.

  Dn. José María Álvarez, abuelo materno del licenciado don Victoriano Salado Álvarez, quien nos comenta, que su antecesor era de origen andaluz, que desde muy mozo frecuentó como trajinero y viandante a República entera. Aunque nos dice que no existían caminos, él se aventuraba por las serranías de Michoacán por conducir cobre de Santa Clara, a su pueblo natal. Yo disiento sobre esa aseveración, ya que inclusive el comercio y las relaciones de parentesco entre personas de nuestra región y esa entidad, habían establecido la costumbre de visitarse, debido a que con frecuencia se realizaban enlaces matrimoniales entre damas y caballeros de ambas latitudes. Estoy de acuerdo que en Michoacán no existían tantos grupos de arrieros y carretoneros que se interesaran en nuestra localidad, pero en Teocaltiche sí los había, y su comercio era muy activo, con todas las regioes que ofrecían artículos útiles o atractivos para su trajinar.

   Considerando lo dicho por don Victoriano en sus Memorias, en lo referente a su abuelo y hacerlo aparecer como el introductor de las artesanías michoacanas en las ferias de San Juan de los Lagos, no pasa de ser más que un mito, una simple fantasía recibida oralmente de sus mayores, así transmitida a sus lectores. Inclusive los productos michoacanos eran ampliamente conocidos en la feria tradicional de San Juan de los Lagos, en donde nuestros activos andarines se enteraban de los mercados que podían abordar; como obtener reatas de Chavinda de tres hilos, las jícaras de Uruapan, maderas especiales para los artesanos teocaltichenses e infinidad de productos que los creativos purépechas tenían en su producción desde siglos, dentro de sus artesanías regionales instituidas por don Vasco de Quiroga, que fue el que más impulsó esas actividades entre los habitantes de Michoacán, él fue obispo de esa región a partir de 1536.

  Lo cierto es que la Feria de San Juan de los Lagos tenía fama no sólo a nivel nacional, ya que países de Europa, como Alemania, Francia e Inglaterra, participaban con sus productos como mercería fina y ordinaria, telas de algodón, lino y seda, en colores vistosos y dibujos fantásticos, lencería inglesa y alemana, cristal, loza, vinos, dijes, adornos, ferretería, artículos de labranza, etc., que enviaban a esa feria. Todo lo anterior y más mercancías se embarcaban oportunamente en los puertos de Burdeos, de Hamburgo, de Havre y de Liverpool. Unos veleros se dirigían directamente a Veracruz, otros más, daban la vuelta a Cabo de Hornos, al sur del continente americano, saliendo del Océano Atlántico, para seguir por el Pacífico, llegando a su destino, que podía ser desde el puerto de San Blas, Acapulco o Mazatlán. El galeón de Manila, llamado también Nao de China, en ciertas épocas del año tocaba de regreso el puerto de Monterey, California, y habitualmente llegaba a San Blas, para dejar ahí mercaderías destinadas a esa provincia, que eran recogidas por los numerosos grupos de arrieros y carreteros, para llevarlas a su destino final. Los galeones venían cargados de regreso con damascos, muselinas, medias, tápalos y mantones; tibores, jarras, vajillas de porcelana, en especial de las dinstías Ching; te, canela, clavo, pimienta, nuez moscada y azafrán; muebles, lacas, biombos y enconchados. La llegada y salida del galeón de Manila del puerto de Acapulco en 1803 fue un acontecimiento que se comentó durante meses.

 Apenas descargaba la nave sus productos en los muelles, se apreciaban las maravillas de Oriente: pacas de muselinas indias y telas impresas, sedas y curiosidades chinas, paquetes de especias y perfumes de exótico aroma. En tales días, se duplicaba la población en Acapulco. Gran número de compradores, mercaderes y especuladores se apiñaban alrededor del dique, en un delirio frenético de regateo. Según nos relata el barón Alejandro de Humboldt. En poco tiempo la ruta hacia Acapulco se llenaba de coches y jinetes que se apresuraban por tortuosos senderos, ente montañas y corrientes, rechinantes las ruedas de los carros sobre arenas y matorrales. Es posible que nuestros audaces antepasados se vieran mezclados en el torbellino de sus actividades.

  Después de fondear en estos puertos mexicanos, los comerciantes nacionales y los europeos, algunos de ellos se habían avecindado en San Blas o en Mazatlán, contrataban a los grupos de arrieros y carreteros, que serían los que habían de conducir sus mercancías hasta San Juan de los Lagos.

  Año con año se repetía el mismo procedimiento, en el que además participaban criadores de ganados finos, del sur de los Estados Unidos, así como de buena parte del territorio mexicano; unos vendieron, otros comprando, y los transportistas carreteros y arrieros, se veían mezclados en este ir y venir, que creaba un ambiente renovador y productor de riquezas para los protagonistas.

  El papel de Teocaltiche en esta actividad comercial, era de servicio, de compra venta, de almacenamiento, de surtir tiendas locales con las novedades, ya que los arrieros y carreteros conocían los mercados más importantes de la república; pero también ahí aprovechaban la ocasión nuestros comerciantes establecidos, para entablar relaciones mercantiles, con grupos comerciales de otras latitudes, complementando así sus líneas de mercaderías.

  Parte de lo anterior, nos lo describe con infinidad de detalles don Manuel Payno, el popular escritor costumbrista, en lo que se refiere a la feria anual de San Juan de los Lagos, en el siglo pasado y en el XVIII.

  En el siguiente párrafo, don Victoriano nos habla de los trabajos en cuero hechos en León, repujados y guarnecidos con maestría; los frenos y espuelas de Amozoc, incrustados de oro y plata fueron conducidos por su abuelo a las ferias del Valle de San Bartolo, y se vendían con gran apareció en Chihuahua, Durango y Coahuila. Yo creo que sí lo hizo, pero no sólo, sino en grupo, y numeroso, dadas las distancias, el valor de la vida de las mercaderías y la inseguridad en los caminos, ya fuera el transporte en carros o a lomo de mulas. Desafortunadamente no aporta mayor información al respecto, quizá porque nunca la tuvo detalladamente.

  Pero lo que sí es importante del capítulo XV de sus Memorias, es traernos a colación precisamente la actividad de arrieros y carreteros que él la refleja tan sólo en la persona de su abuelo. Aunque en el capítulo V nos habla de un antepasado de los Salado, del siglo XVII, de nombre Francisco Ponce, de oficio arriero, que andaba a la carrera de la Puebla y Guadalajara, era español de a Villa de Cañete, en los reinos de Castilla, vivió en Teocaltiche, y casó con doña Constanza de Castilla, o de Salado, o de Aguilar, cualquiera de los tres apellidos podía haber usado, ya que en ese tiempo era muy común tomar cualquier apellido de los padres o de los abuelos. […] en el capítulo II de su obra, nos comenta que Teocaltiche era tierra de hombres viajeros, y en esperar el término de los viajes, envejecían las mujeres, crecían los chicos y medraban o se perdían las cosechas. Era lugar de arrieros, de dueños de hatajos de mulas y de trenes de carros; se ausentaban de sus casas, por exigencias pecuniarias, ora desgarrados del hogar paterno, iban a la tierra caliente de Michoacán, a las playas de Veracruz o las de Manzanillo, a lo más enriscado de Chihuahua y Durango, luciendo las caronas y las gruperas bordadas de sus bestias –aquellas caronas arábigas que decían Adiós Chula o Viva mi Negra-. También hacían sonar onzas que habían ganado en las ferias de San Juan de los Lagos, en León, en el Valle de Santiago o en el de San Bartolo, dejando novias en cada paraje, y refiriendo cosas inauditas, de indios bárbaros y de mestizos…

Fuente:

De Anda Sánchez, Nicolás. Teocaltiche, tierra de arrieros y hacendados con familias ilustres. Edición del autor. 1996, pp. 148-152

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