Abordamos una vez más el tema del pueblo Chichimeca, en este caso el que fue asentado para formar la villa de San Luis, que se volvería "de la Paz" como celebración a la ansiada pacificación de ellos luego de varias décadas de feroces enfrentamientos. Tomamos uno de los mejores textos descriptivos del los acontecimientos, el del jesuita Francisco Javier Alegre que, junto a otro jesuita, Francisco Javier Clavijero, ambos veracruzanos, nos dejan memoria de muchos pasajes de la historia de México.
La pacificación de estas regiones estaba reservada al piadoso virrey D. Luis de Velasco el segundo, ó por mejor decir, á la humildad y simplicidad de la Cruz. El virrey, viendo frustradas las esperanzas todas é inútiles los esfuerzos de sus predecesores y consumida en vano una gran parte de la real hacienda, en presidios, en casas fuertes, en carros cubiertos, y otras providencias que se habían tomado para la seguridad de las caravanas que pasaban á las minas; determinó que los pobres y humildes religiosos probasen en esta expedición las armas de su milicia, ya que habían tenido tan poco efecto las de los soldados.
Una parte de aquella región encomendó á los religiosos de S. Francisco, siempre venerados justamente como los padres y fundadores de la religión en la América. En la frontera principal de la nación, mandó fundar un nuevo pueblo, á quien por devoción al santo de su nombre llamó S. Luis, y en atención al piadoso designio de la pacificación y reducción de los chichimecas, añadió el sobre nombre de la Paz, con que es hasta ahora conocido.
Está situado á las orillas de un pequeño rio en la altura de 22 grados y cuarenta minutos al Noroeste de México, setenta leguas. Este nuevo pueblo quiso el excelentísimo se encargase a la Compañía, obligándose en nombre de S.M. á mantenerlos de la real hacienda, y señalando considerable renta que se repartiese entre los mismos indios, los más interesados del mundo, en carne, en maíz.
Se mandó asimismo reducir una colonia de indios otomís, antiguos cristianos, asignándoseles tierras y agua para sus sementeras, Y habiéndolos por exentos del tributo que pagan á S.M. los demás. U más órdenes tan prudentes y cristianas, no podían dejar de tener todo el éxito feliz que el virrey se prometía. Partieron prontamente por setiembre de este año los padres Francisco Zárate y Diego Monsalve, con otro compañero, cuyo nombre callan nuestros manuscritos, llevando consigo cuatro indezuelos del Seminario de S. Martin de Tepotzotlán, que les sirviesen de catequistas. Su entrada en el país y principios de su predicación, expone el mismo padre Zárate en carta al padre provincial, fecha en 20 de noviembre del mismo año, en los siguientes términos:
“A este pueblo de S. Luis de la Paz venimos el setiembre pasado á petición é instancia del Sr. virrey. Vase por la gracia y favor de Dios haciendo algún fruto, y cada día se espera más: solo tememos la inconstancia natural de estos indios. Por lo que hemos experimentado, podemos decir que no es poco lo que se hace en esta frontera, que aunque en otra parte hicieran más los chichimecas, pero aquí cualquiera cosa es mucho por ser estos los peores de todos y los mayores homicidas y salteadores de toda la tierra. Precian tanto de esta inhumanidad, que como por blasón traen consigo en un hueso contadas las personas que han muerto, y hay quien numere veintiocho y treinta, y algunos más. Es gente muy holgazana, especialmente los hombres; las mujeres son las que cargan y traen leña y lo demás de su servicio. Ahora han sembrado algún maíz con la esperanza del provecho, porque cuasi todo lo venden al rey para que vuelva á dárselo. Las mujeres hacen el vino, y ellos lo beben largamente hasta perder el sentido cada tercer día. El material de que sacan este licor es de la tuna: el modo de fabricarlo es quitar la cáscara á esta fruta, colar el zumo en unos tamices de paja, y ponerlo al fuego ó al sol, donde dentro de una hora fermenta y hierve grandemente. Como esta especie de vino no es muy fuerte les dura poco la embriaguez y vuelven á beber. Este es uno de los mayores obstáculos para la propagación del Evangelio.
La tuna dura siete y ocho meses: los que la tienen en casa, están perdidos con la ocasión; los que la tienen fuera, están remontados, y desamparan sus chozas sin dejar en ellas más que un viejo ó una vieja. El amancebamiento no es deshonra entre ellos; antes las mujeres lo publican luego, y si algunos las celan ó las riñen, con gran facilidad se van á otra casa y no vuelven sino después de muchos alhajas. No hay cabeza entre ellos, ni género de gobierno, si no es en la guerra, y esta es la mayor dificultad, porque es menester ganar á cada uno de por sí; tanto, que el hijo no reconoce al padre ó madre, ni le obedece. En sus operaciones no tienen más motivo ni más fin que su antojo, y preguntados no dan otra causa sino que así lo dice y lo quiere su corazón.
Son muy codiciosos de lo ajeno, muy avarientos de lo suyo, y extremamente delicados. Una palabra, un mal gesto basta para ahuyentarlos. Los indios de la tierradentro, como criados en más simplicidad, tienen mejores respetos: aquí tenemos de ellos algunos Pames, que son como los otomíes de por allá, y en estos se puede hacer mucho más fruto. Ellos se han venido á convidar que quieren poblar aquí y ser cristianos. Dios lo quiera, porque con estos de aquí lo más que se podrá hacer será domesticarlos, é ir muy despacio imponiendo bien á sus hijos. También es mucha la dificultad del idioma, porque en treinta vecinos suele haber cuatro y cinco lenguas distintas, y tanto, que aun después de mucho trato no se entienden sino las cosas muy ordinarias.
La paz se va fomentando con el buen trato, aunque de una y otra parte no faltan temores. Nosotros llegamos aquí el día 10 de octubre con salud, aunque no sobrada, por los serenos y soles. Fuimos bien recibidos de los indios, que aun, lo que es muy admirable entre ellos, nos ofrecieron de lo poco que tenían. Lo mismo hicieron en S. Marcos, donde el sitio no es tan bueno, aunque hay más gente. Vuelto aquí, les envié un indio bien instruido que los enseñase y dispusiese al bautismo; pero el padre Monsalve, que fue allá á los dos ó tres días, lo ganó de tal modo, que tenían preparadas las ollas del vino, y no bebieron en diez ó doce días, y el padre comenzó á catequizar algunos en la lengua guaxabana, y bautizó diez y seis adultos, y casó seis pares. Indias gentiles no hay ya más que dos, y esas han pedido el bautismo. De estas, la una se catequiza, porque tenemos ya el catecismo traducido en su idioma. La otra es una vieja que vino á mí cuasi desnuda con un presente de tunas, y puesta de rodillas me pidió que la bautizase. La consolé y di de comer, y procuraré que se bautice cuanto antes.
Dos pases han pedido aquí casarse, y mandándolos apartar mientras se doctrinaban obedecieron con prontitud, que en gente tan acostumbrada á una entera libertad no es poco. Todos nos van teniendo respeto y se dejan reprender, aunque sean capitanes, y se va consiguiendo alguna enmienda de la embriaguez. La escuela de los niños va bien, aunque con harto trabajo, porque no se les puede castigar. Con su mucha habilidad aprenden y empiezan ya á cantar. Sus padres que gustan mucho los dan de buena gana y vinieron á verlos á la escuela. Un capitán que no halló á su hijo, lo mandó buscar y lo castigó. Esta semana nos han traído sus padres dos de cuatro leguas de aquí. Cada día acuden mejor, y hoy se me vino á quejar uno muy escandalizado de que otro le había llamado diablo.
El padre Monsalve les ayuda y enseña canto, y otro muchacho de los que vinieron de Tepotzotlán. Estos son de mucho provecho: nos hacen compañía aquí y donde quiera que vamos, y atraen á otros niños y aun á sus padres: proceden con mucha edificación confesando y comulgando á menudo para la enseñanza de los demás: no entran á ninguna casa de los indios del país, ni salen de la nuestra sin licencia: á uno de estos dijo no sé qué chanza poco honesta la hija de un capitán; el joven se horrorizó, y con admirable simplicidad dio cuenta al padre de la moza, que vino á contármelo muy edificado porque es de mucha razón, y castigó á su hija. Los chichimecas, según lo que entiendo, son de mas brío y capacidad que los demás indios: no se sientan en el suelo: son amigos de honra y de interés, y si ellos diesen en buenos, me parece lo serian ventajosamente."
Fuente
Alegre, Francisco Xavier. Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España. Tomo I. Imprenta de José M. Lara. México, 1842. pp. 280-283
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