Fue el 2 de mayo de 1826 cuando se decreta que "Quedan extinguidos para siempre los títulos de conde, marques, caballero y todos los de igual naturaleza, cualquiera que sea su origen". Algunos aceptarán la decisión, otros no, unos se quedarán en México y otros se irán a Europa para hacer ostentación de ellos.
Esto que hoy comparto es un extracto del interesante artículo El destino de la nobleza novohispana en el siglo XIX: decadencia o adaptación, de Verónica Zárte Toscano del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. En el que la autora nos muestra lo que fueron las últimas manifestaciones de la pompa casi cortesana que sobrevivía, justo en unas pompas fúnebres. (Para leerlo completo, entra aquí.)
Pero así como se dieron casos de familias reconstituidas, también hubo rupturas significativas. María Josefa López de Peralta Villamil, Condesa Consorte de Regla III, hija de la famosa Güera Rodríguez, se divorció en 1826. Si bien existieron otros casos de divorcio entre los integrantes de la nobleza novohispana, ninguno de ellos fue tan escandaloso como éste, en que ella dejó atrás a sus hijos, cuyas edades iban de los 2 a los 11 años, y puso tierra de por medio ante una situación familiar insoportable, haciendo uso de las nuevas ideas liberales. Muchas mujeres hubieran querido hacer esto pero se habían detenido por las reglas sociales que se les habían impuesto. Aunque su destino era Europa, en el camino enfermó y falleció en Nueva York, siendo sepultada en la iglesia de San Patricio, en la Quinta Avenida. En México se llevaron a cabo unas pomposas honras fúnebres en el Oratorio de San Felipe Neri, a las que concurrió la crema y nata de la sociedad, parientes y amigos de la casa de Regla. Podríamos preguntarnos qué se diría de la difunta en tales circunstancias, pero también podríamos pensar que los asistentes se hacían presentes para solidarizarse con el distinguido don Pedro Romero de Terreros o con los hijos que quedaban en la orfandad. En tiempos difíciles, las familias distinguidas cerraban filas y permitían la participación de los integrantes del selecto grupo para arropar a sus integrantes.
Otra llamativa ceremonia fúnebre que involucró a algún integrante de la antigua nobleza novohispana se efectuó en abril de 1842. La familia de Loreto Gómez de la Cortina, hija de los segundos Condes de la Cortina y hermana de José Justo, el tercer conde, no dejó pasar la oportunidad de mostrar los galones de su otrora grandeza y realizó una pomposa ceremonia en el templo de San Francisco. Para mayor lucimiento, algunos miembros de la Compañía de Ópera italiana, que a la sazón estaba en la ciudad de México, encabezados por la contralto Adela Cesari, interpretaron las piezas musicales que exigía el rito, acompañados del coro franciscano.27 La ceremonia duró desde las nueve hasta las doce del día, hora en que se le dio sepultura en la capilla de Burgos. La descripción de un invitado a las honras terminaba con un comentario por demás elocuente: “la concurrencia de hombres y mujeres fue numerosa. Parecía Jueves Santo, según la gente y el lujo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario