viernes, 12 de julio de 2013

Los aluxes de la zona maya de Quintana Roo. (Y los de Yucatán también)

   Por acá, en el centro de México, antes, "en mis tiempos", era cosa común hablar de muertos y desaparecidos; el tema siempre ha sido atractivo y, por lo visto lo seguirá siendo. Esto lo compruebo por el programa de radio que sigue siendo de los más populares en México, La Mano Peluda, en donde lo que se relata allí son ese tipo de manifestaciones, dicen, que con el más allá. Si tuviste un abuelito de los que gustaba contar ese tipo de historias seguramente entenderás mejor cual es la intención de este relato que hace poco me sucedió.

  La cosa no sucedió ni en una mazmorra, ni en un templo colonial abandonado, ni en un túnel, ni a la media noche, por el contrario, andaba por Quintana Roo, entre Playa del Carmen y Cancún, en un sitio llamado Central Vallarta, lugar que fue un campo chiclero en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Sitio que en la actualidad está abandonado y que seguramente dentro de poco será rescatado del olvido pues los miles de turistas que llegan diariamente a la zona reclaman más y más cosas diferentes que ver.

   La razón que me llevó a este sitio fue la de corroborar si aquello estaba lleno de los que denomino "árboles heridos" que no son otra cosa más que los chico-zapotes que abundan en la zona y que fueron los que produjeron riqueza a Quintana Roo durante varias décadas. La cosa fue distinta pues pocos vestigios de lo que fue el campamento chiclero y su producción quedan. Como quiera el sitio se antoja interesante, especialmente cuando vemos como la selva, en poco tiempo, va devorando las construcciones.

 Así por fuera...

y por dentro también.

  Llegamos a lo que fue la casa de la Cooperativa, se veía vacía, empujé la puerta para entrar y en ese momento apareció detrás de mi un policía. Con amabilidad me dijo que debía primero pedir permiso para entrar, no a mi, me dijo, sino al tatich (el jefe) de los que quedan en el campo chiclero. Perdón, le dije, poniendo la habitual cara de querer solucionar algo que se hizo mal y no vuelta para atrás, y cerré la puerta. ¿Y que fue aquí? pregunté con la intención de suavizar el momento.

   Ah, pues aquí eran las oficinas del campo chiclero y en la parte de atrás era donde se cocía el chicle, por aquél cuarto se hacían las marquetas y se pesaban, puros chicleros había por acá. ¿Para qué quiere ver todo esto? me preguntó con la consabida curiosidad. Pues mire, le dije, yo viví muchos años en Cancún y siempre tuve la curiosidad de conocer el lugar donde se procesaba el chicle, ahora que vengo unos días de vuelta aproveche para conocer este sitio. ¿Quiere pasar? me preguntó con amabilidad, sí, claro, claro que sí quiero. Bueno pues, con cuidado, porque allí hay unos aluxes.

   Cuando eso nos dijo pensé estaba bromeando, pero no era así, lo decía con seriedad, abrió la puerta de la última habitación y sacó de su bolsa una lampara, alumbró hacia el fondo y nos dijo: allí están, no se acerquen. Mi estimadísima Cux, la amiga con la que iba, puso cara de no entender la situación y creo que yo tenía la misma cara. A ver, le dije al guardia. ¿Me puedo acercar? Sí pero con cuidado, me dijo. Alúmbrele para donde están, le pedí y me acerqué. 

  Y este era el altar que a los aluxes le tenían levantado. Nos comentó que le ponen agua y algunas semillas pues estos 'seres' cobran vida de noche y son los que cuidan el campamento. Seguimos sin entender lo que allí estaba sucediendo pues la idea que tenía, luego de haber oído una buena cantidad de historias sobre aluxes traviesos y las descripciones de pequeñas criaturas, como enanos, que me habían echo variaban diametralmente con lo que estábamos presenciando. No hicimos más preguntas y mejor salimos de la habitación.

 Los aluexes son una antiquísima tradición que existe en Yucatán y está intimamente ligado a la siembra del maíz y la calabaza principalmente. Cuentan que, cuando se está preparando el terreno para la milpa, hay que hacer un ceremonial en el que se coloca una imagen de un alux, algo así como un muñeco, de unos diez centímetros, el cual cobrará vida durante las noches y protegerá la siembra. Evitará que sea saqueada y, sobre todo, provocará que sea una cosecha abundante. Una vez que se levanta la cosecha, esa figura del alux será destruida para que no cause mal a nadie.

   Sera verdad o será mentira eso de que los aluxes cobran vida en la noche no lo sé, pero fueron varias las historias que oí sobre extrañas circunstancias que se vivían antes, cuando Cancún era un lugar pequeño, y las cosas cambiaban de lugar o desaparecían o se veían correr extraños seres de corta estatura, como si fueran niños que, cuando alguien les caía mal, durante la noche no lo dejaban dormir pues aventaban cosas, jalaban sábanas o hacían ruidos. Eso me lo llegaron a jurar varias veces.

   Pero una cosa es la zona maya de Yucatán y otra la de Quintana Roo, esta última estuvo en el abandono total durante varios siglos, y, no lejos de allí en lo que eran las Honduras Británicas, los ingleses estaban aposentados y desde allí dirigían sus operaciones para asaltos en el Caribe y ellos llegaron a influenciar en algunos pequeños detalles como en la tradición del alux maya que fue transformado en el duende inglés o irlandés, que son justo lo que vimos en ese altar levantado a ellos en lo que fuera el campo chiclero.

   Las selvas de Quintana Roo ofrecían maderas preciosas, de esas que justamente en Inglaterra eran muy preciadas. Ofrecía también el palo de tinte, que en Inglaterra estaba muy bien cotizado, así que los piratas ingleses, asentados en lo que hoy es Belice entraban y salían "como Pedro por su casa", talaban, procesaban, explotaban, y cruzaban el Río Hondo para volver a Belice y de allí embarcarse, quizá a Jamaica o, tal vez, directo a Inglatera y algo que dejaron fue esa idea de los duendes.

  Pero en toda historia siempre llega el punto en el que aparece, precisamente eso, el pero. Había transcurrido un mes y medio, ahora me encontraba recorriendo unos interesantísimos lugares de Yucatán, bien adentro de la península. El calor aun era tolerable. Ese día regresaba a Mérida haciendo una escala en la zona arqueológica de Mayapán, una maravilla por cierto. Como era mediados de abril y este año la semana santa se había adelantado mucho, turistas no había por el rumbo, yo era el único que visitaba la ciudad maya, por cierto, una réplica a escala de Chichén Itzá. Estuve a mis anchas en el sitio dos horas, calculé el tiempo en que pasaría el siguiente camión y para la carretera me fui.

  Estaba allí, pacientemente esperando. No había necesidad de moverse para ningún lado pues, para donde lo hiciera, el sol me pegaría directo a la cabeza, imposible encontrar allí una sombra. Pasaron 5 y 10 minutos, aparecía de vez en cuando un vehículo, pero no el camión, de pronto, de la nada sentí algo, algo que me hizo voltear a la izquierda y por la derecha mis anteojos salieron disparados, disparados hacia no sé donde por donde había al menos un metro de profundidad de hojarasca, es decir, imposible de encontrarlos.

  Hice el intento de encontrarlos pero, siendo tan delgados y de color café oscuro, se mimetizaban con las ramas, las hojas secas y en eso oí que el camión se aproximaba... fui víctima, creo, de la broma de un alux... durante varios días tuve que forzar mi mirada para poder medio ver las cosas.

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El Duende:

  El ambiente místico y supersticioso que predominaba en Valladolid hace algunas décadas, al parecer, tiene su origen desde el inicio de la colonia. Quizá la más añeja de estas supersticiones sea la del evento descrito con toda solemnidad en el "Informe contra Idolorum Cultores" del primer sabio vallisoletano, el Dr. Sánchez refiere: "Tampoco vendría fuera de propósito traer a la memoria cuan perseguida y alborotada y escandalizada estuvo la villa de Valladolid, mi patria los años de 1560. Según mi cuenta con un demonio parlero, o duende (caro estupendo e inaudito) que hablaba y tenía plática de conversación con cuantos querían hablarle a las ocho o diez de la noche a candiles apagados y sin luces: el cual hablaba al modo y voz de un papagallo y respondía a cuanto le pedía un hidalgo conquistador llamado Martín Ruiz de Arce, de las montañas de Burgos, en cuya casa este duende hablaba y conversaba más que en otras..."

  Dice la narración que estos hidalgos mandaban al duende a tocar una vihuela, la que tocaba diestramente, así como sonajas y castañuelas. El duende era capaz de bailar cuando otra persona tocaba y se regocijaba y reía (pero no lo veían ni se dejaba ver). el duende afirma ser cristiano y originario de Castilla la Vieja y que se sabía rezar el Padre Nuestro y otras oraciones. Aunque en las casas de sus anfitriones fijos no hacía daño en otras tiraba piedras, sin hacer daño con ellas y hacía ruido en las azoteas y zaquizamies, con lo que espantaba a los que no le habían oído hablar, y muchas veces tiraba huevos a las mujeres y doncellas".

Tomado de una placa que hay en la Plaza Mayor de Valladolid, Yucatán.


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