La idea del nombre Nueva España me da la sensación de género femenino, quizá sea por eso que se acuñó el nombre de "la chingada" y luego nos encargamos de darle todo tipo de significados a la palabra, pero ese no es el tema que hoy nos ocupa, sino saber que fueron, dentro de los 300 años de dominación española 286 de ellos hubo la presencia de un virrey, sumando 63 los que ocuparon el cargo. La mayoría venidos de España, algunos nacidos en Perú o Ecuador, algunos haciendo la doble función, pues eran además obispos. Algunos buenos, otros malos, algunos en el olvido total de la historia, otros siempre presentes, como es el caso de los primeros, que son los más recordados, como don Antonio de Mendoza y Pacheco, marqués de Mondéjar y conde de Tendilla quien ocupó el cargo 15 años en México iniciando con él la tradicion virreinal, le seguiría don Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, conde de Santiago, segundo virrey asentado durante 14 años. Si sacamos la media entre la duración del virreinato y los virreyes que hubo llegamos al mágico y democrático numero de 4 años de duración, solo que, no fue así; unos estuvieron casi dos décadas, otros apenas unos días. Si comparamos tan solo el número de esos 63 virreyes con el de Presidentes de la República desde que se instauró el periodo sexenal con Lázaro Cárdenas, contamos 13; creo que con éste número te darás cuenta que de historias de virreyes tenemos mucho por descubrir. Hoy veremos solo 7 de ellos, por así decirlo son los "buenos". Nuevamente este ejercicio lo hago bajo el democrático "copy & paste" basándome en Wikipedia para ello.
80 años habían pasado de presencia española y el virreino estaba ya en crisis. La corrupción en todas sus manifestaciones era lo normal. Es entonces que llega don Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de la Coruña, (1518-1583). Quinto virrey de Nueva España. El 26 de marzo de 1580 fue nombrado virrey por el rey Felipe II, para reemplazar al anterior virrey, Martín Enríquez de Almansa, que había sido promovido a virrey de Perú. Suárez de Mendoza hizo su entrada solemne en la ciudad de México el 4 de octubre de 1580, y en esa fecha tomó formalmente cargo de su administración en la Nueva España. La pompa con que fue recibido no tuvo precedentes. Su carácter afable y la atención que prestó a los asuntos públicos lo hicieron muy pronto una figura muy popular. Siendo un hombre recto y honesto, una de su mayores preocupaciones fue terminar con la proliferación del vicio y la corrupción administrativa, la cual había alcanzado enormes proporciones. Miembros de la Audiencia, oficiales de gobierno, jueces y burócratas vendían sus servicios y decisiones. Suárez intentó detener tales abusos con algún éxito. El poder de la Audiencia limitaba algunas de sus decisiones y eso le impedía el completo éxito en su lucha. Para combatir las obstrucciones de la Audiencia pidió al rey Felipe II el envío de un visitador. Esta importante posición recayó en la figura de Pedro Moya de Contreras, nombrado mediante Real Cédula en 1583, quien ya era el primer inquisidor general de la Nueva España y, además, arzobispo de la ciudad de México. Moya de Contreras sucedería a Suárez como virrey después de la muerte de este último en 1583.
A lo largo de la colonia México era afectado por ese interminable pleito de España con otros reinos europeos, cuando no eran los enemigos los franceses lo eran los ingleses. "Juan Francisco de Güemes y Horcasitas (1681-1766) fue el primer Conde de Revillagigedo (en algunas ocasiones es escrito como Revilla Gigedo) y un militar ejemplar de la armada española. Participó en la Batalla de Gibraltar y en la conquista de la ciudad de Orán. En el año de 1734 fue nombrado Capitán General de La Habana, donde organizó de manera efectiva los ataques contra los ingleses; organizó también la caballería y de igual forma se dio a la tarea de remozar las fortificaciones en la isla. Mientras se encontraba bajo el título de Capitán General, recibió el de Virrey de la Nueva España. Llevó a cabo una importante reforma hacendaria del vierreinato en el año de 1746. Debido a que una importante acuñación de moneda fue enviada a la metrópoli, ordenó la emisión de una cantidad de 150,000 pesos para su circulación en el Territorio de la Florida ese mismo año. Revillagigedo volvió a autorizar los juegos de cartas, que habían sido prohibidos por su predecesor, como una medida para obtener un rédito de los impuestos. Otra medida importante fue tomada en contra el contrabando desmedido en los puertos novohispanos, ordenando la inspección de las naves que atracaran en éstos. Dicha medida fue considerada como inútil, puesto que los contrabandistas utilizaban pequeños botes haciendo uso de las playas y bahías desiertas, haciendo llegar las mercancías ilegales a los confederados que se establecieron en la colonia. Debido a que las mercancías no eran españolas y ante las constantes quejas de éstos comerciantes peninsulares con la Corona, España decide romper las relaciones con la Liga Hanseática. El virrey entonces prohibió que los barcos que formaban parte de dicha liga anclaran en aguas del puerto de la ciudad fortificada de Veracruz. Cuando este recurso legal de una enorme cantidad de mercancías fueron bloqueada, el contrabando se eliminó. Fue dicho que incluso el virrey utilizó algunas de las prendas originarias de Flandes e Inglaterra que fueron parte de esta mercancía. Güemes y Horcasitas se ganó la buena reputación de un gobernante eficiente y honorable. Tomó medidas para que los empleados del gobierno cumplieran con sus cargos. Aumentó los réditos del gobierno, aunque el rédito de las minas disminuyó debido a la escasez del mercurio (para extraer la plata). También aumentó el tamaño de flota de protección mercante en la ruta naval de Veracruz y de La Habana. Con la expansión del comercio y el final de la piratería después del fin de la guerra contra Inglaterra, el mercurio proveniente de las minas de España comenzó a llegar al territorio novohispano en bondadosas cantidades, con lo cual se volvió a incrementar la producción de plata en la colonia.
Todos los virreyes ostentaban cargo nobiliario de abolengo, condes y marqueses era lo normal, hubo incluso quienes en su largo nombre incluían una buena docena de títulos: Francisco V Fernández de la Cueva y de la Cueva, duque de Albuquerque. (1666-1724). Perteneciente a una de las familias aristócratas más importantes de España, nació en Génova el 17 de noviembre de 1666, donde su padre prestaba servicio a la Corona de España. Como heredero de su casa, nació titulado marqués de Cuéllar, dignidad a la que se sumarían, a la muerte de su padres, los títulos ostentados por ellos, siendo así el X duque de Alburquerque, con Grandeza de España, VIII marqués de Cuéllar, X conde de Ledesma y de Huelma, IV marqués de Cadreita, VI conde de la Torre y X señor de Mombeltrán, Pedro Bernardo, La Codosera, Lanzahita, Mijares, Aldeadávila de la Ribera, Villarejo del Valle, Las Cuevas, San Esteban, y Santa Cruz del Valle; señor de la villa y palacio de Cadereita, de Guillena y del mayorazgo de la familia Castilla en Madrid. Llegó a México acompañado de su esposa, doña Juana de la Cerda Aragón y Moncada, hija del VIII Duque de Medinaceli. La comitiva llegó al puerto de Veracruz en una flota enviada especialmente por el Rey Luis XIV de Francia, abuelo del Rey de España, Felipe V.
Su primera preocupación al llegar a México –encargo angustioso que le hicieron en la Corte– era la de acopiar dinero para enviarlo a España. La Guerra de Sucesión Española frente al Archiduque Carlos estaba dejando en Madrid las arcas vacías. Al Duque se le ocurrió una forma rápida para conseguir dinero para la Real Hacienda. Empezó por confiscar los bienes, comercios y cuentas de muchos ingleses, holandeses y, también de los comerciantes portugueses. Con ingleses y holandeses los españoles estaban en guerra, pero no con los portugueses. Para Alburquerque, los vasallos del rey de Portugal dominaban casi todo el comercio en México , en Veracruz y en las principales ciudades. Y además, eran casi todos ellos judíos. Una buena ocasión para limpiar de judíos el reino. Hizo lo mismo en Nuevo México y en Luisiana. Como España estaba en guerra con Gran Bretaña y con sus aliados, esta confiscación masiva no pasaba de ser casus belli. De los portugueses había muchas quejas, pues los mejores comercios eran de ellos. Y como la envidia puede mucho, los restantes comerciantes aplaudieron las medidas que había tomado el recién regado Virrey. Muchos portugueses decidieron regresar a su tierra, y el oro y la plata llenaron pronto las arcas. Luis XIV de Francia, le roi Soleil, queriendo velar por su nieto Felipe V, por España y por el dinero de las Indias, puso en Veracruz una soberbia flota para escoltar los envíos de oro y plata a España. No podía perderse ni un gramo. Estos navíos, tan bien protegidos por la Armada francesa, pudieron llegar intactos a los puertos españoles. La colaboración de nuestros vecinos era admirable. Pero una de esas flotas, precisamente la que más oro y plata transportaba, topó en la entrada de la ría de Vigo con una escuadra inglesa, cortándole el paso. La realidad es que era una escuadra anglo-holandesa, dispuesta a robar la mercancía que traían los barcos. No hubo otra solución que hundir los navíos españoles, salvándose algo del riquísimo cargamento, pero la mayor parte se hundió bajo las aguas.
Con cierta frecuencia los duques recibían en palacio a sus amigos y a los funcionarios reales de alto rango. Con la llega del primer Borbón a España, Felipe V, también habían llegado los aires de la nueva Europa: lujo en los vestidos, en los muebles y en la vajilla. Esta vida palaciega tan lujosa, fue estrenada en México por los Duques de Alburquerque. Al principio fue el asombro, el rechazo a lo nuevo, porque aún seguían las rígidas normas de la etiqueta palaciega de los Austrias. El color negro desapareció de los vestidos, quedó solamente para los trajes de los golillas. Los mandatarios de la corte del virrey Alburquerque llevaban casacas de vivos colores y, a ser posible, bordadas en oro y en plata, en raso de seda. Las damas de la aristocracia criolla empezaron a conocer los encajes y las sedas de colores chillones. Fue escandaloso este principio, pero luego todos se acostumbraron a la nueva moda que llegaba de Europa. El 13 de noviembre de 1710, el duque de Alburquerque entregó el bastón de mando a su sucesor, el Duque de Linares. Por sus excelentes servicios, al regresar a Madrid, el rey Felipe V le impuso el collar del Toisón de Oro. Era el primer Virrey que recibía tan alta condecoración del rey.
Encontramos que el 26o virrey novohispano contaba con los títulos de mayor nobleza expedidos por la Corte Española, esto debido a que era uno de los descendientes del descubirdor del Nuevo Mundo, además fue el virrey que ocupó el cargo por menor tiempo, tan solo 33 días. Pedro Nuño Colón de Portugal y Castro (1615-1673) fue un noble y político español, titulado sexto duque de Veragua y de la Vega, marqués de Jamaica, marqués de Villamizar y sexto conde de Gelves, que desempeñó el cargo de 26º virrey de Nueva España. Fue descendiente por línea directa del almirante Cristóbal Colón, y por ello séptimo Almirante de Indias. También fue Grande de España y caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro. A su favor contaba ser tataranieto de Cristóbal Colón, y toda una trayectoria en servicio de la Corona de España, y pese a que en su contra estaba su avanzada edad, e 20 de noviembre de 1673 hizo su entrada en México, regalando más de un millón y medio de pesos para las obras del desagüe de la laguna. Durante su corto mandato, únicamente revisó las fortificaciones del puerto de Veracruz, pues tras declararse la guerra contra Francia se temía una invasión. Anciano y enfermo, falleció en México el día13 de diciembre de 1673, siendo sepultado en la catedral de México, y posteriormente sus restos trasladados al panteón familiar en España.
El título de virrey no era hereditario, aun así encontramos el caso de que padres e hijos lo ocuparon, siendo solo el Rey el que decidía a quién otorgárselo. Francisco IV Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera (1619/1676). Pertenecía por su cuna a la más encumbrada nobleza española, y a una familia que se había distinguido siempre por su valor, caballerosidad y pericia militar. Tenía 34 años cuando fue nombrado Virrey de Nueva España; nunca habían visto los mexicanos un virrey tan joven. Hizo su entrada en la ciudad de México el 15 de agosto de 1653. Llegaba, como los anteriores virreyes, con una ayuda económica para los costes del viaje, establecida por el rey. En el caso de Alburquerque fue de 12.000 pesos, que recibió al desembarcar en México, y que inmediatamente devolvió al rey, pues su excelente economía personal le permitía no aceptar este tipo de ayudas. Respecto a la economía, acuñó monedas de oro del prestigioso cuño mexicano, y recaudó cuidadosamente las rentas reales, que remitió a España en grandes cantidades de plata. Además, acrecentó el comercio con Filipinas, y mandó construir en la dársena de Campeche algunos navíos para el servicio de cabotaje y de ultramar. Como los anteriores virreyes, se preocupó por el desagüe de la laguna, y puso especial atención en el progreso de las obras de construcción de la catedral de México, pues su intención era finalizarlas antes de entregar el bastón de mando a su sucesor. Tenía costumbre de pasear diariamente por las calles de la ciudad, y generalmente recorría el trayecto entre su residencia, el palacio Virreinal y la catedral. Una tarde que se encontraba rezando en la capilla de la Soledad, fue atacado por la espalda, recibiendo un golpe de espada. Inmediatamente la guardia del virrey inmovilizó al agresor, Manuel de Ledesma y Robles, de quien más tarde se supo que sufría trastornos mentales. A pesar de ello, fue sentenciado y ajusticiado al día siguiente del atentado, acusado de regicidio, inaugurando así este delito en Nueva España. Durante varios días se abrieron las iglesias de la ciudad día y noche para que el pueblo dirigiera sus oraciones de agradecimiento por la suerte que tuvo el duque, quien a los pocos días, retomó sus paseos habituales y la asistencia junto a su mujer, a las fiestas a que eran invitados. El 16 de septiembre de 1660 entregó el gobierno de Nueva España y regresó a Madrid.
Curioso el caso del 36o virrey, el único soltero que ocupó tan elevado cargo. Baltasar de Zúñiga fue nombrado por el rey Felipe V el 22 de noviembre de 1715 virrey, gobernador y capitán general del reino de la Nueva España y presidente de la real audiencia de México. Salió con su comitiva del puerto de Cádiz el 10 de marzo de 1716 en la nave "La Hermiona" mandada por el maestre Antonio García, con los navíos de la escuadra al mando de su jefe Fernando Chacón para la Nueva España. Hizo su entrada oficial en la ciudad de México el 16 de agosto de 1716. Fue el primer virrey soltero que tuvo la Nueva España
Y para concluir veremos a este que habrá quien lo juzgue bueno y otros malo... Miguel José de Azanza nació en la localidad navarra de Aoiz, en 1745. Cuando contaba 17 años de edad (algunas fuentes señalan 19), viajó a la Nueva España, actualmente México, en compañía de su tío, José Martín de Alegría. Allí se colocó como secretario del visitador general José de Gálvez, con el que recorrió la colonia conociendo muchos de sus problemas. En 1798 llega de nuevo a México, esta vez como virrey, a sustituir a Miguel Grúa Talamanca y Branciforte que era un protegido de Manuel Godoy. Tomó posesión del cargo el 30 de mayo. Encontró un ambiente de bienvenida y esperanza basado en el deseo de los habitantes de Nueva España de que cambiara la situación que el anterior virrey había ido provocando durante su mandato. Azanza fue desmovilizando las concentraciones de tropa que su antecesor había hecho y fortificando algunos puntos del virreinato, como el puerto de San Blas. En 1799 hace frente al alzamiento independentista conocido como la rebelión de los machetes que lideraba Pedro Portilla. La conspiración que urgió Portilla, pretendía la expulsión de los españoles peninsulares, los llamados gachupines, de la colonia. Para ellos reunió un grupo de unas 20 personas armadas de sables con intención de apoderarse del virrey y ocupar su lugar, puesto que ocuparía Portilla. La conspiración quedó frustrada cuando uno de los participantes, Francisco de Aguirre, puso los planes en conocimiento de las autoridades.Una de las acciones menos conocidas de Miguel José de Azanza como virrey en México fue la de la limpieza de la ciudad. Limpieza que se tuvo como referente el exterminio de los perros callejeros. Los serenos (policías nocturnos de la ciudad) tenían orden de matar a todo perro vagabundo que encontraran. Se estima que se ejecutaron más de 14.000 animales entre los años 1798 y 1801. El objetivo final era el de convertir la ciudad de México en una urbe a imagen y semejanza de las grandes ciudades europeas de aquella época. La construcción de espacios públicos, conformados por parques y plazas muy limpias, debía ser completado por una cierta apariencia social. Se estima que la orden del exterminio de los perros, de la que no había justificación sanitaria, pretendía demostrar la fuerza de las autoridades y advertir a los componente de los grupos sociales más bajos, que se suelen hacer acompañar por perros, que no eran bienvenidos en la ciudad. Las matanzas de perros eran comunes en las ciudades europeas. En México no se llevó a cabo como era habitual en Europa. Dentro del cuerpo de serenos se abrió un vía de desobediencia que llegó incluso a las jefaturas del mismo. El origen de esta actitud estaba en la diferencia de costumbres entre Europa y América. Mientras que en Europa los perros eran considerados como una plaga que atraía la peste y las enfermedades, en América se mantenía una muy vieja convivencia con ellos. En América llegaban a alimentarse con ellos y el perro era quien ayudaba a las almas a cruzar el río para llegar a Mictlán o valle de los muertos. Las matanzas acabaron con la llegada del nuevo virrey, Félix Berenguer de Marquina, que ordenó suspenderlas en 1801. En 1800 Azanza volvió a España, accediendo a puestos en el gobierno de la nación.
Sobre esto de las matanzas de perros existe un interesante artículo en El Universal:
A very interesting and informative book about the virreys of Mexico is "The King's Living Image: The Culture and Politics of Viceregal Power in Colonial Mexico" by Alejandro Cañeque, New York: Routledge. 2004
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