A medida que los españoles se iban extendiendo hacia el norte de la ciudad de México, la frontera se ampliaba, se había ya rebasado lo que conocemos como San Juan del Río, Querétaro y estaban ya adentrándose al "Gran Tunal" que no es otra cosa que el final del Bajío y el inicio del Altiplano central, esa parte en la que el semidesierto hace aparición. Por ese rumbo corría (tiempos ya idos) un río que recogía las aguas de abundantes lluvias de verano, de abundantes manantiales y los depositaba en el Madonté, nombre otomí del río que conocemos como Lerma. Consecuentemente la ribera de ese río ahora nombrado La Laja se volvía un remanso para los indómitos chichimecas. Lamentablemente ese río está en vías de desaparecer. Corría entre Dolores pasaba por Atotonilo y antes de entrar en San Miguel doblaba hacia el sur, pasaba por Chamacuero y Celaya y luego doblaba nuevamente, dejando sus aguas en el Lerma poco antes de llegar a Salamanca.
Es así como, en el tramo que va de Atotonilco a San Miguel encontramos una serie de capillas de indios que, pueblos otomís desplazados del señorío de Xilotepec se asentaron allí, al igual que pueblos tarascos de la región de Ucareo, Michoacán, y pueblos mexicanos, es decir, nahuas, que ya sometidos como esclavos fueron traídos por los conquistadores a medida que se adentraba en el "norte bárbaro". Llegaron también tlaxcaltecas, aliados de los peninsulares.
Sucedió en el real de minas de Guanajuato y en varios sitios más, en los que, al congregar tres distintas etnias en un sólo lugar, estos no lo aceptaban y se segregaban. Otomís, Tarascos y Mexicanos convivieron forzados por los españoles pero cada uno en su dominio. Hay un dato curioso en el caso de San Miguel el Grande, en donde se dice que hubo también congregaciones de indios traídos de Oaxaca.
De pronto confundimos la carretera actual que va de San Miguel a Dolores, la cual recibió su reencarpetado y ampliación convirtiéndose en la ahora "Carretera del Bicentenario", y pensamos que era ese el trazo del Camino Real de Tierra Adentro, solo que, el camino iba más pegado al Laja, y fue precisamente a lo largo del Laja que estas congregaciones de indios se establecieron dejándonos una marcada presencia de ancestrales tradiciones y, claro es, de una capilla en cada pueblo. Se dice que son varias decenas, pero, según lo informa el sitio electrónico del Ayuntamiento de San Miguel de Allende, fueron 7 las rescatadas y ahora nos ofrece un atractivo más para conocer en la de por si bella ciudad: La Ruta de las Capillas de Indios.
Por motivos varios, uno de ellos, el más contundente, que es mi ya poca condición física y las consecuencias de mi multicitado accidente, me impiden hacer las caminatas mortales que antes hacía, así que, solo tuve la oportunidad de conocer una de esas capillas, la que está a tan solo un par de kilómetros, tal vez menos, de Atotonilco, se llama (creo) San Miguelito, solo que, aquí, gracias (desgracias) al vandalismo de la región, solo la abren cuando hay oficio... si es que lo hay.
Justo aquí estamos a la vera del Laja, vemos del lado derecho la capilla original, la del siglo XVII, del lado izquierdo, detrás de los frondosos mesquites está la otra capilla, una de manufactura más reciente pero igual con una notable antiguedad. Esa sería la entrada (creo) a Atotonilco cuando se transitaba caminando el trazo del río.
Los varios millones de pesos inyectados para la adecuación del pueblo de Atotonilco y para colocarlo al nivel que todo sitio Patrimonio de la Humanidad debe tener dieron por resultado esto, un concepto interesante en donde se mantienen los elementos tradicionales como el empedrado de la calle, y las fachadas que elevaron notoriamente la vista de esta comunidad, la cual antes eran las habituales casas que cada quien va construyendo a medida de sus circunstancias y que ahora fueron uniformadas.
Solo que, al caminar por allí, encontramos ese otro flagelo que tenemos por desgracia en todo el país, además de la basura por si esto no fuera suficiente. El grafiti es algo que, ojala terminara ya de pasar la actual generación para que los nuevos, con mentalidades más "amistosas con el medio ambiente" eviten hacer estas barbaridades. El día que se enteren lo que cuesta y cuánto cuesta pintar una barda de estas dimensiones, quizá aprendan.
Como quiera la visión general que tenemos de Atotonilco ya no es la del "rancho donde hay un Santuario", sino la de un pueblo que encierra una interesantísima historia.
Encontramos por allí, uno de los tantos conos que Conasupo se dedicó a instalar en la década de los sesenta y que luego el presidente Díaz Ordáz denominara como "los conos del pueblo", ahora utilizado como casa habitación, aquí lo vemos por atrás...
Y aquí por el frente de la escenográfica entrada a Atotonilco por el río La Laja.
Simpático quedó el pueblo con este programa de rescate implementado.
Y aquí el objeto de nuestra visita, el Santuario de Jesús Nazareno. Lo que vemos es la que fuera Calle Real, justo por donde pasaba el Camino Real de Tierra Adentro.
Aquí nos espera algo en verdad excepcional, sorprendente, único, magnífico, extraordinario... me entenderás luego de ver las fotografías que pude realizar en el interior del Santuario... aquí estamos en la puerta principal de la Santa Casa de Ejercicios...
Y no puedo dejar de mencionarlo, al ver una de las torres del Santuario desde este punto en done, al parecer, el presupuesto de la remodelación se les agotó y no hubo pintura más para darle una "manita de gato" a la pared que desde el frente no se ve, pero bueno, eso es lo de menos...
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