domingo, 5 de septiembre de 2010

Una leyenda medieval que nos conduce al Paraíso, la de San Amaro

Esta vez nos alejaremos, momentáneamente de México y sus tradiciones, sin embargo, no nos alejaremos tanto pues este relato lo amenizaremos con puras fotos tomadas recientemente en el grandioso estado de Michoacán, lugar en el cual si algo abunda, es el verde y el azul.


No se tú, pero a mi esa idea que nos vende la publicidad actual de que el paraíso es una playa no la acepto, especialmente luego de veintiséis largos años de vivir a la orilla del mar. Para mí el paraíso va más de acuerdo a un lugar de abundantes verdes y azules, como es el paisaje michoacano a lo largo del verano.


Sé que a diez días de distancia del Bicentenario sería mejor hablar del Tamoanchan, del Mictlán de Tlahuizcalpantecuhtli, de Ometéotl y de muchas más cosas cercanas a nosotros, pero, también creo que ese cuento de la globalización nos es tan antiguo como el mismo fatídico 1514 cuando las primeras naves españolas se miraron en el horizonte y se confundieron con el retorno de Quetzalcóatl.


Así pues, hoy te comparto una leyenda que me encontré apenas anoche en un sitio tan común y que encierra tantas cosas y que se llama Wikipedia. Es la relacionada a La leyenda dorada, que poco a poco iremos desmenuzando en este Bable, El Bable que, por cierto, rebasó ya los 600 artículos y sigue dando para mucho más.


Según nos relatan las crónicas, San Amaro era un noble pío de Asia que vivía obsesionado con la idea de visitar el Paraíso Terrenal. Con este fin, preguntaba a todos sus huéspedes sobre la manera más adecuada de llegar a él. Al no recibir una respuesta satisfactoria se abandonó a la desesperación y al llanto, hasta que una noche Dios se le apareció y le reveló cómo alcanzar su objetivo: Construyendo una barca y siguiendo con ella el caminar del Sol a través del Océano.


Habiéndose lanzado al mar, navegó durante siete días y siete noches hasta que llegó a la Tierra Desierta. Era ésta un país ubérrimo que contaba con cinco ciudades habitadas por hombres toscos y horribles y mujeres muy hermosas. Después de haber pasado seis meses en esta tierra una voz le exhortó en sueños a abandonar esta tierra maldita por Dios.


Tras hacerse a la vela, navegaron por el Mar Rojo hasta que llegaron a la Fuente Clara, donde la gente era hermosísima y vivía una vida plácida que duraba trescientos años. Amaro permaneció en tal lugar durante tres semanas hasta que una mujer anciana le aconsejó abandonar la isla para no acostumbrarse a la buena vida.


Una vez partieron de la isla, navegaron durante mucho tiempo sin saber dónde estaban hasta que divisaron unos barcos que creyeron que podrían auxiliarles. Pero cuál sería su sorpresa que cuando arribaron a las naves se las encontraron invadidas por monstruos que se llevaban los cadáveres a las profundidades: Habían llegado al Mar Cuajado. Amaro no supo en ese momento cómo salir del trance, pero entonces se le apareció en una visión una mujer que, acompañada por otras doncellas, le dice que han de verter el contenido de los odres de vino y aceite al mar, y tras ello han de llenarlos de aire. Así hicieron los monjes y el barco logró salir del Mar Cuajado.


Tres días después arriban a la Isla Desierta, habitada por bestias salvajes y hostiles hacia los hombres. Allí se encuentran a un ermitaño que les dice que la vida en la isla es casi imposible debido que las bestias que allí viven se aniquilan en combate el día de San Juan, persistiendo el hedor de sus cadáveres durante todo el año. El ermitaño les abastece de todo lo que necesitan y les encomienda marchar hacia Oriente, donde hay una tierra muy hermosa que satisfará todas sus necesidades.


Partieron hacia aquel lugar el día siguiente y llegaron a su destino a la hora sexta (las tres de la tarde). Se encontraron ante un hermoso monasterio llamado Valdeflores, del que salió a recibirlos un monje de pelo cano llamado Leónites. Éste comunica a Amaro que había recibido noticias de su llegada a través de una visión, y tras ello le da instrucciones sobre cómo llegar al Paraíso Terrenal: Dirigiéndose con su barca hacia un puerto donde deberá permanecer un mes, tras lo cual se dirigirá a un valle extenso y escarpado, donde alcanzará lo que desea. Tras concluir su charla Leónites se echa a llorar, lamentando haber encontrado al hombre que más quería en este mundo y que ahora le va a abandonar. Pero en ese momento llega Baralides, una mujer de vida santa que regala a Leónites una rama del árbol del conforte que es, junto con el árbol del amor dulce, uno de los dos árboles del Paraíso Terrenal. Con ello Leónites queda consolado.


San Amaro se dirigió al lugar indicado por Leónites, donde permaneció un mes. Una vez transcurrido este tiempo abandonó a sus compañeros y se dirigió hacia el ansiado Valle. Tras buscar durante dos días alcanza un monasterio femenino situado en una cumbre y que se llamaba Flor de Dueñas. Allí había llegado unos días antes Baralides, que tenía costumbre comulgar con las hermanas en la Pascua de Resurrección, en la de Navidad y en la de Cinquesma. El santo permaneció en aquel lugar durante 17 días en los que recibió instrucciones de Baralides para llegar al Paraíso Terrenal.


Al fin, ambos partieron hacia aquel lugar, y tras atravesar una amplia sierra llegaron a los confines del Paraíso Terrenal. Allí San Amaro recibió un hábito blanco, elaborado por Brígida, sobrina de Baralides que vivía en el Paraíso Terrenal. En ese momento, Amaro se despidió de Baralides y se avanzó en solitario por la ribera del Paraíso.


Lo que vio no pudo ser más deslumbrante: Ante él se elevaba un enorme castillo construido con piedras y metales preciosos, con almenas de oro y torres de rubí así como muros multicolores cuyos ladrillos unas veces eran blancos y otras de colores zafiro y esmeralda. Amaro se acercó a la entrada y repicó en la puerta. En ese momento el portero del castillo le dice que lo que tiene ante sus ojos es el Paraíso Terrenal, y como ser humano tiene prohibida la entrada. El santo le rogó que le dejase siquiera contemplarlo un instante a través de la hendidura de la llave.


El centinela accedió y ante los ojos de Amaro se mostraron todas las maravillas del Paraíso: Vio el árbol del que comió Adán así como verdes praderas donde imperaba una primavera eterna y de las que emanaba un olor delicioso. Vio así mismo árboles enormes cuyas copas no podían verse y en los que se posaban pájaros cuyo cantar era tan sugestivo que si se les escuchara durante mil años parecería un día. Por todos sitios deambulaban muchachos con instrumentos cuya música era indescriptible, así como bellas doncellas ataviadas con guirnaldas y vestidos blancos que andaban en torno a la más hermosa de ellas, la Virgen María.


San Amaro ruega entonces al centinela que le deje entrar. El portero, sin embargo, le reitera la prohibición y le dice que durante su breve visión habían transcurrido 300 años. Amaro regresa entonces al puerto donde había dejado a sus compañeros y cuál fue su sorpresa que encontró una ciudad que llevaba su nombre. Tras contarles su historia, los lugareños le reconocieron y le construyeron una casa al lado del monasterio de Valdeflores, donde vivió unos años hasta que falleció.


De esta historia podríamos hacer una readaptación a nuestra realidad, a un cuento infantil, a uno juvenil también… a una cosa muy local o hacerla aun más universal. A final de cuentas es una leyenda, es decir, un cuento y, en mitad de este caótico mundo en el que vivimos actualmente, no está de más sentirnos por unos momentos inocentes niños que aun creen en el paraíso, en la bondad, pero sobre todo, que creen en los ideales y que los realizan… Que tengas un muy interesante Bicentenario, te lo deseo de corazón.


PD: Esto lo escribo hoy por la mañana, la entrada la dejé preparada desde ayer en la tarde y anoche, cosa extraña en mi, vi la TV, puse la TVE, es decir la española y estaba ni más ni menos que El crimen del padre Amaro (novela), me volvió a sorprender la historia. No se si sabes que está basada en una novela de finales del XIX en Portugal, es de José Maria Eça de Queirós, casualidades de la vida…



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