Esto que hoy te comparto es algo curioso que me tocó presenciar cuando andaba explorando los restos de la mina en Santa Ana, no muy lejos de la Valenciana en Guanajuato. Cuando iba de Guanajuato rumbo a Cristo Rey, unos 5 o 6 kilómetros después de donde termina el pavimento y el empedrado el camino comienza a serpentear y de pronto aparece una presa que está a un nivel muy bajo, supongo que a menos del 20%, y allí, en la parte más seca se ven los vestigios de lo que fue una Hacienda de Beneficio, seguramente aprovechaban el agua que antes bajaba por allí para lavar las piedras y extraer luego los metales. Así que, no lo pensé dos veces y cuando venía de regreso me bajé para ver de cerca eso que se antojaba de lo más interesante.
Hubo necesidad de encontrar por donde bajar, evitar unos perros bastante agresivos y fui a dar hasta el otro lado de lo que era la presa, a espaldas de la capilla, en donde hay otros vestigios más de algunos beneficios o plantas beneficiadoras cuando, comencé a oír uno sonidos muy especiales, algo que no recuerdo haber escuchado antes. Un sonido compacto y único, se oía una, dos y una tercera vez. Busqué de donde provenían y encontré este ritual previo de apareamiento de unos guajolotes. Meleagris Gallopavo según su nombre científico.
Era una hembra que, para darle aun más énfasis a su nombre, se pavoneaba serena y delicadamente de un lado hacia otro y tres machos la seguían. Eran ellos los que producían tan característico sonido, hinchados, dejando ver su plumaje espléndido que los aparenta casi al doble de su talla normal. No había agresión entre ellos, simplemente cada uno se mostraba con toda su virilidad, abombado, y con perfecto abanico que sus colas formaban.
La rodeaban, la montaban, ella se echaba al suelo y se dejaba querer pero, de pronto se levantaba, no pretendiendo huir, sino siguiendo el ritual que la naturaleza le dio para desarrollarlo antes del apareamiento, antes de escoger al macho que ella juzgue adecuado para tal fin.
Los sonidos seguían, uno, otro y otro más, cada macho le danzaba haciendo círculos y ella, plácidamente los veía y se alejaba apenas unos pasos del escenario central, ellos la seguían. Esto se repitió una, y otra vez. Me fui acercando más y más a ellos, no se inmutaron en lo mínimo y siguieron en su danza...
De pronto aquello se hizo una bola y los tres machos simultaneamente la montaron, ella, sin problema alguno ni concesiones tampoco siguió en el piso, inmune, ella no cacareaba o producía sonido alguno, se dejaba querer... por así decirlo.
Pensé que el momento del apareamiento se aproximaba y que ya había elegido al macho de su preferencia, pero no fue así, permanecieron todos juntos y ella, simplemente se incorporó y siguió caminando.
Fue entonces que pensé que este ritual iba para largo, así que seguí mi camino y exploré todo lo que me fue posible en esa punta por donde en algún momento corría un arroyo y ahora se encuentra completamente seco.
Cuando regresaba el sonido especial seguía escuchando, esa danza de amor aun no terminaba, indudablemente que seguiría por un rato más y a mi me esperaba mucho por ver en el pueblo minero de Santa Ana, así que seguí mi camino.
Era el 20 de enero de este año cuando andaba por ahí, día de San Sebastián; lo cual quiere decir que ahora ya hay al menos unos 5 o 6 guajolotes más en este rancho. Del cúcuno, como por esos rumbos se les dice a los huevos de guajolote por los puntos cafés que tienen, ya salieron varios pavos o guajolotes más... seguro que para la Navidad estarán al centro de la mesa...
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